lunes, 27 de abril de 2009

COSA SIN LUZ

COSA SIN LUZ



El cielo negro de tajo a tajo.
En la esquina, entre varias cosas amontonadas, un sofá se tambalea hasta quedar derecho y en el ángulo abierto se sientan dos en su íntima blandura.
La noche oscura, un camión destartalado casi sin luces, con una lona verde y azul gastados. No se ve la escalera de ferretería para subir un poco ni el otro tanto largo de sogas.
En esa esquina, ante la luz de una linterna, se desarma la geografía de un montículo de ramas gruesas, un sillón sobresale y dos figuras de adultos parecen bailar en la áspera noche. El camión se detiene.
No fue muy difícil subir el sofá arriba de las patas que despuntaban en el bulto grosero de la carga.
La cabeza toca el techo en desordenado compás, las ruedas por el peso se hunden más de lo debido. La ventana abierta, las gotas de grasa secas no dejan ver, por eso también fuma bastante seguido, por eso, por eso, para tapar los olores, para que el humo tape su cara, la confunda, la borre de cualquier memoria cuándo le preguntan cuánto hace que empezó con todo esto sin cobrar nada.
Sólo quiere escribir sus historias y cada noche desde entonces, sigue la ruta de los cartoneros.

Mercedes Sáenz


miércoles, 15 de abril de 2009

ENTRE DOS MEMORIAS




ENTRE DOS MEMORIAS


Hace tiempo que estoy. Los barrotes ya no existen aquí pues no los tocamos, la cintura gira en un esquive junto con los pies siguiendo siempre a quién tiene las llaves.
No es tan oscuro cuando apoyo la espalda. Se hace duro de frente si el cielo es lo único claro cuándo no llueve. Paredón de todas aunque se sabe que está prohibido escribir, cuando no nos miran la birome muerde el granito espeso. La que tiene uñas fuertes también. Almohadón de pelo y frente si alguna llora.
La tierra floja en el cuerpo abstemio de apuro. Siempre hay dónde ir cuándo nos dicen. El frío olvidó dejar los burletes y los ciruelos sólo pueden mirarse en los ojos que postergan el instante de caerse a pedazos.
Sol temprano de mate cocido. Reloj de comida en plato de lata. Apuro de costura que se entrega. Cama sigilosa con un cuerpo prohibido.
Antes quise ser seda blanca. Que respiraran espigas sin cosecha de mi pelo. Tan claro el mundo dividido en estrellas para llevar.
Antes de las manos que apretaron la garganta, sabía quién era.
Cara lavada en canaletas solteras de expresión, danza en el vientre de la furia que se adivina .Una boca pregunta y no hay nadie detrás de ella.
Siempre se tienen dos memorias. Sólo que una es la que recuerda.
Mercedes Sáenz

jueves, 9 de abril de 2009

PARANOIA


PARANOIA



Caminó por el costado de la cama salteando la jarra de plástico verde, una cacerola azul en dónde en general hervía las salchichas, un balde colorado fuerte y gastado y pudo dar la vuelta hasta llegar a la cómoda chiquita, que también estaba a apartada de la pared. Las goteras se habían quedado quietas por un rato, sin antes molestarla dejando varios pedacitos de agua sucia que bajaba del techo en hilos de oscuritos desconocidos.
- ¿A dónde vas?

- Al Uruguay me voy, voy a salir por el Tigre eso lo sé hacer. Miran mucho en las lanchas, la gente es la que mira, no tanto la prefectura. Me tengo que disfrazar un poco.

¿A qué te vas al Uruguay? A escaparme de vos pareció que dijo.
Se sentó en la cama húmeda y empezó a diagramar su cara. Tal vez una vincha tirante y un sombrero medio feo le taparan el pelo recogido y entonces no estaba obligada a usar tintura.
El viento suele jugar a las escondidas, anda girando por ahí en el medio de las casuarinas, va y vuelve un poco desorientado porque hoy ha tenido que volar más bajo, hace giros coqueteando con ella cómo si no la conociera. Ese andar suave que usa ya le tiene tomado el tiempo. Es enemigo cuándo es más arriba, cuando la aparta del sendero de lo que anda buscando. Suele ponerles nombre a sus sonidos y verlo bailar.

Un disfraz de algo tonto tengo que hacerme, siento miedo pero tampoco es una historia tan extraña, a todos le suceden cosas rarísimas y parece que pasan a ser cosas normales, bueno no normales, estoy hablando así porque alguien me mira.
Tal vez me ponga a escribir algo y después lo tiro, mejor para mi cabeza pensar en que fueron tirados en el medio del Río de la Plata, en dónde esté más turbulento. En ese revoltijo de tierra y agua, nada de río piel de león cuándo me asusta, sólo revoltijo, tan alto a veces que dan ganas de de ser parte de él para no tener que competirle ni contestarle. Para no temerle.

El aire está tan lindo, odia tener atado el pelo, le gusta cuándo hace una máscara sobre la cara, haciendo caminos que marcan, se levantan y vuelan y vuelven a instalarse no sé si igual cuándo su pelo parece un sereno maestro infantil poniendo sin abrir la boca los alumnos pequeños en orden.
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¿Por qué hago esas frases tan largas? ¿Por eso tengo que llamarla a la otra para corregir? ¿Por eso escribo de más y después no encuentro el eje de las ideas? Nunca hay un eje, es la desesperación de necesitar escribir todo el día, esa locura de sacar fotos de todo lo que veo cómo si quisiera explicarme a la gente.
Curiosa necesidad de querer trascender en el anonimato en una tontera liviana que no da ni para escupir el suelo.
Tal vez debería escribir prolijo y semejarme a las pocas mujeres silvestres –perdón, que quisieron hacerse silvestres al salir de la ciudad (la mayoría con un más plata para empezar a vivir cómo si no necesitaran del dinero). Decoran sus casas con géneros todos blancos sutiles y esponjosos, grandes verdes verdaderos o falsos y en algún rincón una huerta modernísima.
Cuándo sus hijos tienen un resfrío en la lancha propia se vuelven a tierra y allí se quedan en un buen lugar hasta que el pánico se va, aparece eso que creen que es paz interior y con todos los remedios comprados vuelven a la tranquilidad de escondite- (no tan escondite porque con la frase “vengan cuando quieran, nos encanta que venga gente” están siempre pertrechados de grandes posibilidades de agasajos domésticos, antihombre, antifrío y sobre todo buenas cantidades de alcohol de gustosísima calidad).

Pero otra vez se fue de tema. Hay una señora mirándola. Va a cerrar los ojos fingiendo dormir. Nunca sabrá cuánto la mira. A veces así se queda dormida. Ya no contesta.

Me desperté cuándo el sol inclinaba sobre mis ojos. Palpé a mano abierta, cómo si fuera un poco más ancha que mi cuerpo, tenía mi mochila, otra bolsa media deforme que llevo y un único abrigo.
Falta poco para bajarme, después de la segunda curva y lo bueno de estas lanchas es que paran en el muelle que uno les pida, eso sí, después si alguien pregunta se acuerdan perfectamente dónde te dejaron, de manera tal que me bajaré en uno que sé que es bastante sólido, no hay nadie todavía y recorreré por adentro la isla que conozco (hay un arroyo feo que suele estar bajo pero nada lo quiero porque mis pies siempre se tropiezan con cosas dentro del agua que parece mansa)…
Antes de que oscurezca tengo que llegar a ese muelle, después la noche se hace boca de monstruo y mis pies parecen separados de mi, no responden, quieren caminar más ligero tanto cómo les pide mi cabeza pero abajo del agua siempre hay cosas extrañas. Y sino las imagino.

Se bajó en el muelle nomás. No sabe que la sigo.

Mercedes Sáenz