viernes, 29 de enero de 2010

VOS ERAS




VOS ERAS



Te conocí en alguna tarde de mi memoria, te senté al lado mío para leer, escribir, respirar. Sin eso no empezaba el día. Te inventé un espacio y un cuerpo que se acomodaban al mío.

Haces de mi vida secreta lo feliz que no puede saberse, cómo si camináramos naturalmente por la calle cualquier día.

Desnudos los cuerpos, insiste tu brazo en arrancarme el sueño. Tu amor cien veces buscando lo que quería, con la astucia del sediento por encontrar agua.

Desconocer lo opaco y lo ciego dónde empieza la orilla de la noche, no saber del miedo, pero despertarse puede hacer volar los ángeles que estuvieron.

Todo, sólo en lo que mis ojos ven abiertos.

Y entonces soplaste mis párpados, vitrales oscuros tatuados por el miedo.

Un golpe bajo y es la derrota (silenciosa), que no se va cómo las huellas del reptil cuándo mató y vuelve sobre su huella caliente.

Se hace inmenso callarse, enmudecer hasta los dientes que no pueden temblarse.

Se siente la traición, vaporosa, de tules, no sangrienta, ni de capa y espada. El alma se sacude. La única palabra se aplasta contra el vidrio dibujada en un plano vacío.

No conozco la venganza, me debilita, me hace multitud,

Decime despierta o dormida qué hacer.

Vos eras el sabio que solía explicarme.

Mercedes Sáenz

domingo, 17 de enero de 2010

POR DORIS









POR DORIS

La primera vez lo vi de atrás. Su espalda, a rayas de madera por el banco que la sostenía. De los antebrazos caminos de estrías anchas terminaban en sus manos rugosas de venas oscuras latiendo con prisa la vida, la vida ya casi no pasaba por ahí aunque sus uñas impecables dijeran lo contrario.
Yo estaba parada en la loma del río buscando donde sentarme en el pasto. Bajo mi brazo una lona cualquiera, un repelente de mosquitos, alcohol en gel, (es casi cómo llevar llavero por estos días de pandemia desdibujados, existentes y ocultos) un agua mineral grande, cuaderno y birome y un equipo de mate. Todo un inventario
.
Tosió algo fuerte, un sacudón en su espalda, la mano en la boca no llegue a verla protegida por el ángulo que formó su codo.
Escupió algo de color inmundo, hizo dar vueltas mis ojos hacia adentro de mis huesos hasta encontrarme con una oscuridad absoluta de alivio.
Algo rodó hacia abajo más allá de un metro.
Y se quedó quieto, tan quieto, con la cabeza muerta sobre el pecho. Parecía que habían cerrado una puerta, o bajado un telón para siempre. Creo que era tanto su esfuerzo por desaparecer que era una ausencia.
Sólo unos respirones de su espalda a rayas entre agitada y lenta tartamudeaban que la vida estaba sentada ahí por alguna causa queriendo parecer muerto.
Miedo no era, pero con el mismo cuidado con que me acercaba a ver una herida de bebe me senté a su lado.
Se tensaron primero sus muslos que sus manos. Y el sombrero era su cara. Acomodé mi inventario al costado del banco y me puse a mirar el río cómo si nos hubiéramos invitado.

Largos segundos creo.

Hasta que lo ví, de puro color marfil, en un semicirculo perfecto, quietos como un cachorro dormido con su pancita rosada al sol. Treinta dos serían supongo, era lo que me habían enseñado de chica. No sé si los postizos de ahora tienen ese mismo número.
Me levanté sin que él se moviera. Levanté los dientes postizos con la misma naturalidad con que levanto la gomita que se me cae del pelo.
Creo que algo en mis movimientos no salió muy bien, volví a sentarme en el banco con una naturalidad fingida y creo que no hay nada que sea más notorio que una pésima actuación hecha con esas intenciones.
Llené la tapa del termo (esos con forma de vaso) con agua mineral, un poco, como para despegar el pasto o la tierra que intentaban acorralarse especialmente en las partes que parecían más suaves.
No levantó el sombrero. De la parte más baja de su cara unas lágrimas chiquitas no terminaban de caerse.
De mi inventario saqué el alcohol en gel y en una servilleta descartable limpié pausadamente lado por lado, diente por diente (tan lejos aquí de ser ojo por ojo, pues no nos habíamos mirado siquiera)
Imaginé su cara cuándo sintió el olor a alcohol pero creo que lo más difícil para él y para mí era cómo seguía el momento siguiente.
Terminé de enjuagarlos con agua fresca.
En la tapa del termo, tapados con una servilleta descartable pero tan blanca como las de misa, dejé mi ofrenda con miedo pues la apoyé sobre el nido de sus manos y el recipiente se inclinó un poco.
Algo volvió a su vida pero a mi me lo tapó el miedo.
En un solo movimiento casi de mago el recipiente quedó vacío.
Yo miraba para adelante con esa tonta actitud de creer que no había pasado nada y el aire era fresco y el río bailaba despejando de su piel las botellas que flotaban. El sol estaba por todas partes cómo un dios invisible y bueno, no eterno.
- ¿Quién eres? Dijo sin levantar el sombrero
- María, contesté sin acento español.
- Gracias María, dijo sin levantar el sombrero ¿por qué has hecho esto?
Ese momento era lo que más temía.
- Por Doris, por el diario de una buena vecina.
- ¿Te gusta leer? Y -¡Dios mío! Levantó el sombrero.
- Y escribir y miré sus ojos, eran muy lindos sus ojos.
- Yo soy corrector y de los buenos ¿te gustaría que alguna mañana lea algo que hayas escrito?
- Me encantaría, pero al menos ¿nos presentamos?
- No, tu eres María y nunca, pero nunca, sabrás quién es el dueño de mis dientes.
Bajo un oscuro sombrero sonó su alegría, pasó la mano con un gesto exagerado como si despejara toneladas de pelo. No era así su pelo.
-No sé que decir.
- Lo dudo, pero dime dime cuándo me hables.
- Te diré dime cuándo te hable, pero no me es tan fácil y además no escribo así.
- ¡Que sonseras niña!¡Sólo cuándo me hables!
Y volvió a reir su vida levantando su sombrero.
¿Niña? ¿Sabés la edad que tengo?
- Acentuando así no tienes nada de nada, me tratas de tu, te olvidas del che, del vos, ni asomes palabras que usan por ahí como ¡que buena onda! Y principalmente no me contestes ninguna pregunta que va a tener cierto valor en su respuesta diciendo “ bueno, nada..”
Yo hablo en mi español y te corrijo en criollo ¿estáis de acuerdo?
- Bueno, contesté, sin agregar más nada.

Mercedes Sáenz

lunes, 11 de enero de 2010

ES SÓLO UNA NOCHE





ES SÓLO UNA NOCHE


Quise dejar lo triste por atrás, o por delante, ponerlo sólo en los ojos y dejar que baje y se deslice casi con elegancia por la loma que tengo en frente. Estoy mucho mejor dicen, pero creo que a pesar del alboroto de mis actitudes hay una nostalgia o una tristeza muy bien educada, diría, tan educada que pretende no dolerme ni molestarme. Ya no me saca el sueño, se porta bastante bien, pero ocultadamante sé que tiene vida propia.
Es tan simple de decir, estoy sola, no es que me siento sola, el sentimiento de soledad surge cuándo la enfermedad se viste de gala, se agudiza y quiere lucirse y pretende colonizar hasta mi último pensamiento.
Creo que lo que duele es que en realidad estoy sola.
No hay eco en mis palabras.
No puedo a esta edad hablar con un amigo invisible, soy una mujer grande que trata dentro de sus disparates vivir con algo de coherencia.
Detesto la tristeza que no tiene motivos, es hasta casi una falta de respeto para los que de veras tienen motivos inmodificables para sufrir.
Pero por mi Tata Dios (no digo esa frase cómo si él tuviera la culpa, en un modismo nomás), que estoy sola.
No hay amigo ni compañero ni familia que lo entienda.
Quiero pensar que es sólo por esta noche, pero parece que le cuesta irse.
Odio la tragedia, de mi persona hablo, odio tratar mis temas con aire de teleteatro mejicano, no quiero compadecerme ni odiarme.
Pero creo que voy a tener que irme, no a la muerte porque también detesto la muerte provocada.
La vida es un sol. (Es la frase que quiero escribir, hay miles de maneras de definir bellamente la vida, pero esa es la frase que quiero, puedo también explicarte de otras formas porque la elijo, pero no, si alguna vez viste el sol es suficiente. Haberlo sentido es más fuerte todavía)
Estoy sola conmigo y no estoy vacía. Creo que lo que me cuesta entender es que nací sola y detrás de lo que se ve de mi hay algo de autista.
No creo en la Iglesia pero si en mi Tata
¿Podrás dormir conmigo mi querido Dios?
¿Podrás abrazarme?
Lo que hagas en tu invisibilidad, tratá de que lo sienta.
Te ofrezco para que no te aburras un viejo músico que conocí imaginando, uno que toca desde hace siglos para los dioses tuyos hasta el amanecer, ya sus manos se crispan un poco sobre la guitarra y sus acordes son algo azules hasta volverse transparentes, pues debe desaparecer antes de que salga el sol.
No te lo voy a agradecer por escrito.
Vas a leerlo sólo.

Mercedes Sáenz