sábado, 22 de agosto de 2020

HUÉSPED QUE NO AVISA

 


PÉRE BESSO




No quisiera presentar en este pequeño lugar a Pére Besso cómo el famoso filólogo nacido en Valencia, ni sus importantísimas cátedras, ni sus frondrosísima producción literaria ni el tremendo valor de su poesía.

Datos todos ellos que Artesanias Argentinas tan claramente dejó expuestos. He leído tantos buenos poemas de su autoría, tantas traducciones al catalán de autores que merecen

más que mi respeto y mi cariño que ésta mañana me ha sorprendido. No creía posible que su tiempo y su generosidad pudieran hacerlo sobrevolar lo que escribo, eso que les llamo poemas acostados porque todavía mis escritos no se levantan muchos centímetros del suelo.

Pues a este poema que hoy les presentó, en dónde su traducción al catalán fue una absoluta sorpresa para mí, hace que al menos mi corazón y mi alma junto con el poema se sientan volando muy alto de placer y de agradecimiento. Cuándo le escribí para decirle gracias contestó: ¿el poema no era tuyo y se llamaba “huésped que no avisa”? Muchas gracias, Pére. Suena bellísimo.

HOSTE QUE NO AVISA

Llostrejaràs de nou,

sense cap paraula.

transparent

com una llàmina d’aire que pot peglar-se.

com un absurd inútil sense forma.

Impietosa cap a mi

em mires

amb un versicle en un ull

que la meua fe desconeix.

i et mire, tristesa,

com un cartró mullat,

una muntanya invisible

que no modifica

cap escena.

És un prec tal volta

que giravoltes la cadira,

ja sóc testimoni de mi

inventant nom a les fissures.

Ell m’ha perdut

però en cada trencadura

ell resta,

on els ossos cremen

perquè ha mossegat el dolor

tot allò moll

sense detindre’s, sense distingir.

Si no te’n vas, almenys no em mires,

aqueixa cadira és meua.

HUÉSPED QUE NO AVISA

Amanecerás de nuevo,sin ninguna palabra.transparente cómo una lámina de aire que puede doblarse.cómo un absurdo inútil sin forma.Impiadosa hacia mí me miras con un versículo en un ojo que mi fe desconoce y te miro, tristeza,cómo un mojado cartón,una montaña invisibleque no modifica ninguna escena.Es un ruego tal vezque des vuelta la silla,ya soy testigo de mí inventando nombre a las fisuras. Él me ha perdido pero en cada quebradura él sigue ahí,dónde los huesos queman porque ha mordido el dolor todo lo blando sin detenerse, sin distinguir.Si no te vas, no me mires al menos,la silla esa es mía.

Mercedes Sáenz


viernes, 21 de agosto de 2020

SENTATE FRENTE A MI

         SENTATE FRENTE A MÍ


          

Vos en tu mejor silla,  los pies mecedores te hamacaban como a alguna vez un bebé.       

Las manos cruzadas arriba de tus muslos sostenían una plegaria muda a tu dios personal

Conversábamos así, sentada yo en el suelo con tus manos hermanadas en las mías, juntas y sin apretarse, como un lazo que traducía las cosas incomprensibles del mundo después de hablar durante tiempos y tiempos.

Eras mi padre, uno, con el que ni siquiera se había tenido una complicidad siempre inalterable y sagrada.

Eras mi amigo, uno mucho más grande de quién aprendí la verdad por sobre todas las cosas y sé que en mí tenías puesta la confianza humana que se puede conocer.

Yo escondía la admiración que te tengo detrás de tus años y muchas veces callé cosas para no lastimarte.

Hoy me pediste que acercara mi oído a tu boca, rozaste con un beso leve mi mejilla y tan lento cómo pudiste me preguntaste si alguna vez vos me habías traicionado y la sangre que nos recorre en esos momentos, suele quedarse quieta.

Desde el suelo, te miré mucho más allá de los ojos y te dije que sí.

Bajaste los párpados sin soltar mis manos y yo sabía que aunque me quedara viva nunca más ibas a abrirlos. Las manos ya no eran puentes que podían salvarnos de toda clase de abismos.

La verdad no traiciona, dijiste una vez y tus manos se deslizaron de mí. Desde el suelo intenté hamacarte un poco, es ensordecedora la quietud, (mis lágrimas no hacen ruido) y no sé quién ahora me hará saber la diferencia

Mercedes Sáenz

jueves, 20 de agosto de 2020

EVOCARTE

 EVOCARTE



Hace tanto tiempo ya que no sé de vos, que no es a mi a quién descolgadas del universo llegan tus palabras. Que leerte hoy es así, un montón de arena que se levanta de los desiertos, una inmensa nube sin viento ni tormenta, un enjambre de tus letras que ya de memoria sé y que veo caer en lenta espiral cerca o lejos de mis pies detenidos en alguna parte.

Tuve todas tus cosas y se fueron abandonando en las nuevas lunas, en otras noches de sonrisas más anchas que mis leves comisuras. No se sonríe igual cuándo se las sabe perdidas en otros ojos y en otras bocas.

Quien quiera evocar conmigo será también con el mismo amor que la admiración provoca, el cariño inalterable como el hierro de la prehistoria, con la gratitud –esa incógnita- que sabe quedarse en uno de manera incuestionable.

Sucede que por ordenar borradores viejos me di cuenta que te encontraba por todas partes, y que yo había crecido o que tus escritos cada vez más profundos ya no eran, ya no eran para mi ni en el más mínimo renglón.

La sombra lenta de tus palabras muriendo en el patio de atrás, trepando la medianera, escapándose en puntas de pie para que no pudieran lastimarme.

Evocarte es, sin los rigores de la angustia pertinaz, es saberte de todas maneras vivo.

Evocarte es, saberte cuánto te he querido. Saberte es, que mi corazón muchas veces allí se demora.


Mercedes Sáenz


viernes, 14 de agosto de 2020

CAFÈ?




¿CAFÉ?


Tiembla esta luz, dudosa y vidrio. No hay viento negro, mi cuerpo se hace niña y no dejo de mirarte. Y hacer el amor es de luces, sin ceremonias, ni azules, es suave y fuerte. Es abrazo después y es un silencio de mano sola en el pasto.
¿Estabas dónde cuándo no encontraba palabras? Y es mucho tiempo y sigues aquí y a veces las preguntas no existen y tus ojos son puerta a mares de alivio de mí.
Café. No quiero dejar de mirarte.

Mercedes Sáenz

MUERTE PEQUEÑA





En la pared del suelo
un bellísimo cielo de cenizas

la muerte pequeña

estremeció

el perdigón frío fuera del ojo tinto

herido se ve la piel

se ve la terquedad de la muerte pálida

una piedad es mía

y también la otra

rabia.

Mercedes Sáenz