jueves, 18 de noviembre de 2021

POEMA DE MIRARTE · 

 El vino busca en la boca inclinada un beso de vidrio color ébano. 
no recuerda el verso 
confunde las lunas 
os pies no alcanzan la rueca. 
la ira no es ya tormenta brutal queriendo verse cómo el hombre que –yo- sigo viendo.
un estilete cortés marcó los hilos en el tapiz de su cara 
dibujó su tierra en dónde palidecen sus dioses oscuros en una blancura desmedida. 
Será su último día. 
No existirá mañana. 
Y yo lo miro… tiemblo, también en mi copa -creo que quiso mirar allí sus propios latidos-
 me pidió que no lo toque hasta que la muerte lo toque primero.

Mercedes Sáenz

sábado, 11 de septiembre de 2021

ESTE TEXTO ES DR FERNANDO SÁNCHEZ SORONDO POR ESO NO AGRADEZCO NI HAGO COMENTARIOS SON PARA EL.MUCHAS GRACIAS LOS ABRAZO LAS SETENTA VECES SIETE MUERTES DE DALMIRO SÁENZ Hoy es el aniversario de la muerte de papá. Se han escritos cosas muy lindas y muy bravas sobre él y sobre su vida. Agradecidos estamos a todos los que quisieron poner en su momento algo. Algo del color que fuera. Los que lo conocimos un poco sabemos que tenía una paleta de colores infinita. Colores de subsuelo y colores de universos maravillosos y desconocidos. Y para otros apenas el color del agua. Fernando es una de las personas que lo conoció como pocos. Este texto es del día siguiente de su muerte. Muchas gracias Fernando y un abrazo a toda la familia . LAS “SETENTA VECES SIETE” MUERTES DE DALMIRO SAENZ La última vez que murió Dalmiro Sáenz fue en la madrugada del pasado 11 de septiembre. Fue un escritor extraordinario en el estricto sentido de la palabra; es decir, absolutamente fuera de serie. Y eso, como es sabido, no se perdona así nomás. Por eso es que Dalmiro, de alguna manera, ya había sido condenado a muerte en el reconocimiento público. Y más por sus virtudes que por sus defectos. Es decir, por esa casi anómala fidelidad a sí mismo, por esa libertad descomunal con que ejerció un rasgo esencial de la condición de escritor: la provocación. Fue el mejor provocador literario argentino que conocí (“no creo en Dios, creo en los curas”, me dijo un día con pretendida seriedad). Sus libros fueron devorados y amados; su persona, también. Pero de pronto la crítica oficial -que lo había premiado tantas veces con absoluta justicia- comenzó a dejarlo de lado sutil pero progresivamente. No cabe duda que el propio Dalmiro –quizás como parte de su afición al escándalo- fue bastante responsable de esa suerte de olvido, porque muchas veces hizo prevalecer al personaje sobre la persona, la persona del gran escritor y del hombre grande que él realmente era. Lo conocí allá por los 60, cuando publicó su libro de cuentos “No”. Entonces se acababa de trasladar a vivir con su numerosa familia de la Patagonia a Buenos Aires; sus hijos -me contaba- que no habían estado nunca en una ciudad, soplaban los veladores para apagar la luz y le daban chistidos al ascensor como si se tratara de un caballo… Era exageradamente generoso con nosotros, los jóvenes de entonces, y jamás en tantos años de amistad le oí hablar mal de nadie; al contrario: a lo Quijote, solía defender lo indefendible con tal de estar del lado del débil, del marginal. Poca gente sabe que fue, a su manera, un gran buscador espiritual, tal como algunos de sus textos –pienso en “Cristo de pie”- lo confirman. Quizás su muerte consiga esa reivindicación plena que tanto merece. FERNANADO SANCHEZ SORONDO

domingo, 8 de agosto de 2021

UNA PALABRA

UNA PALABRA La vida va y vuelve. y nos pasea. Y no sabemos cuándo algo fue la última vez. No sé si voy a oírte volver a pronunciarla (O tan despacio que solamente la robe el silencio) Su inútil finitud no la hace débil Una palabra puede atrapar la eternidad de Dios en un soplido de arena. Puede llevarse toda la vida en el alma. Nunca oí siendo mujer Tanto amor en mi nombre Nunca nadie dijo así Merceditas… Mercedes Sáenz

sábado, 24 de julio de 2021

ESCALERA Tengo que contar una historia y no sé si debo hacerlo. Estoy sentada en una de las escaleras de Retiro. Mi pollera ya se ha llevado por delante cuánta forma de basura se ha encontrado y ya me tiemblan las piernas por lo que creo que mi postura ya dejó de ser femenina. Salí hace rato de una pensión de la que sé me recuerdan perfectamente. Sentada como si fuera en una platea de cine, mirando más que nada los hombros, en este lugar es lo primero que miro. Se oyen muy pocas risas por acá. Todo cae sobre los hombros y allí se queda. Me gustaría más de una vez parecer esas noteras que con cara de estar interesadas preguntan por la historia de cada uno. No entiendo eso de preguntarles ¿de dónde vienen? ¿A dónde van? Cuánto más me gustaría preguntarle ¿Qué hizo antes de ayer? Ayer no, porque tendría el apuro del poco tiempo transcurrido o la sensación todavía muy cerca de la piel. El antes de ayer, con esa pequeña diferencia se hace mochila, se cargó en los hombros, y Dios, la historias que saldarían de allí. Mi historia tiene dos semanas, o sea varios antes de ayer. No es que me quedé si un peso, me quedé sin vida. Tengo que irme a algún lado pero me van a encontrar, hace poco que sé de estas cosas, pero las de la vida real son mucho peores. Soy curiosa y creo que me he metido en líos. Todo por unas fotos. Y ahora no pasan esas cosas de que te sacan los negativos y demás. Te sacan la máquina o el chip o te dan un navajazo. Las noches de enero son largas en Buenos Aires adentro de una pensión, no de las peores. Una tarde estaba sacando fotos en plaza de Mayo, pero una tarde cualquiera de esas de cuarenta grados, había gente entre ellos muchos turistas y yo saco fotos, ni siquiera sé si soy fotógrafa, no me pregunten ahora la diferencia porque estoy muerta de miedo y no estoy para explicar desde una escalera linda y sucia sentada en Retiro mientras intento pensar qué hago. El miedo está empezando a no soltarme y a pegarse en mis dientes. Sin querer, porque casi no los conozco, le saqué una foto con teleobjetivo a un ministro importante dándole un jugoso beso en la boca a una ministra. Bueno a una quién, me enteré después, no debía. Son digitales, ni siquiera las revelo, pero el señor que estaba parado al lado de mi banco, mientras yo veía una por una la vio. A la noche me llamaron a la pensión. Una voz pegajosa me dijo que quería la máquina entera. Que saliera cuatro horas, que la dejara en el mostrador del pequeño hotel, que la iban a pasar a buscar. Lo hice. Se la dejé al Encargado cómo si nada, tanto que él me preguntó el nombre de quién venía a buscarla. Le contesté “no importa José, por favor se la da a quien pregunte, no mas de uno va a preguntar por esa máquina”. Me fui más de cuatro horas. Volví y casi con un cabezazo le pregunté a José; “sí, sí pasaron” y me fui a encontrar mi cuarto exhausta por tanto nervio suelto sin razón. Terminé de lavarme los dientes y otra vez por teléfono la voz pegajosa. Se me paró el corazón. -¿Te querés hacer la viva? Te voy a cortar las manos, las piernas y los ojos. - ¡Pero si yo la dejé, dije casi a los gritos! Más problemas deberían hacerse por las fotos que saqué de los chiquitos bamboleándose entre el hambre, el mendigar y los que duermen afuera. Afuera vas a quedar vos, me contestó seco. Y colgó. Bajé las escaleras cómo pude con la mochila cruzándome el pecho De pasada le pregunté a José si habían pasado a buscar la máquina. Lo peor es que me dijo que sí. No estaba cerca pero corrí hasta Retiro. Y acá estoy sin saber que hacer. Quisiera preguntar si alguien me conoce, si pueden ayudarme, si se les ocurre algo, pero hay tantos policías de los que parecen y de los que no parecen que creo que todos me miran a mí. El miedo va trepando sobre mi cómo un vendaje negro hasta convertirme en momia. Tengo un palpito leve pero se me cruzó que la máquina se la guardó José. ¿Cuánto tiempo tengo para estar sentada en una escalera de Retiro? Los primeros que se van a acercar… seguro que son policía o señores ogros de voces pegajosas. Entonces no sé si empezar por el llanto o por el sueño. Mercedes Sáenz

viernes, 25 de junio de 2021

CUANDO TODO EXISTE

 CUANDO TODO EXISTE

 

Húmeda y negra la tierra espera por el pié cansado, 

se hunde apenas y el barro es suave entre los dedos.

La mirada arrastra tan lejos cómo empuja el viento y el agua es viva.

El cielo es remanso de la tierra brote.

Perfilan sombras indias los cerros

y todo crece en silencio, 

la savia y la sangre.

 

Sucede un día

como un absurdo bramido

que hace la tierra

y nada se oye.

Sucede un día

que pueden perderse

los ojos de antes,

el valor inútil

de necesitar.

Suceden las últimas palabras

imperceptibles como llovizna

en un vidrio lejos de la historia.

sucede un día 

que una mujer

pone en la boca

dibujos nacientes

y la voz murmura

el final 

de la ceguera interminable.

 

Allá en el sur, cuándo todo existe y no se conoce la última palabra

 

Mercedes Sáenz.

 

sábado, 12 de junio de 2021

CON GALERA

 


Tal vez tendría que empezar ... para vos de yo



CON GALERA


Pasé por su puerta, (es realidad no tiene puerta). La única ventana llega en su parte de abajo a unos cuarenta centímetros de la vereda. Hay un número arriba que dice 1926

Siempre creí que eso era una planta baja, pero él dice que es el piso ochenta y que desde ahí no se piensa bajar.


Esa ventana parecía sin él tan sola cómo una de esas calles que se ven sin vida antes de llegar a dónde acaban. Cuando él la abría, las cortinas sonreían limpias como las de las abuelas de puntillas y no hacían ruidos las maderas ni las bisagras cuando su pedazo de espacio dejaba que el mundo le entrara a visitarlo como si fuera de fiesta...

Nunca salía a hacer compras, no compraba el diario, pero siempre estaba enterado de todo. Varias vueltas manzanas di queriendo buscar otra entrada, pero todos los que vivían  por allí me habían visto nacer, y juraban que esa ventana era un pequeño depósito que quedó cerrado para siempre, Según los vecinos era parte de una casa que se vendió, con una historia confusa y cuestionable que nadie intentó averiguar ni siquiera para tirarla abajo.



Yo paso todas las mañanas 

No golpeo los vidrios, es cómo si supiera mi llegada.

Nadie parece verlo nunca ni a mí tampoco cuándo estoy ahí.


La única vez que intenté llegar (muy despacio,) haciendo el mínimo ruido, en puntas de pie, con esos saltitos de sortear pedacitos de agujeros del suelo, la ventana se abrió como si la hubiera movido un soplido de seda.


Le dejo lo que escribí la noche anterior y a la mañana siguiente me hace una devolución de lo que entregué. Varias veces le pregunté su nombre pero misterioso o terco juega conmigo a que su nombre es lo menos importante. Nunca supe porque me parecía inteligente.


Esta mañana, mientras me devolvía mis escritos con las correcciones atinadas,  cambiábamos palabras extrañas en su rutina. 

Se puso una galera. Extendió la mano con los papeles y vociferó una fea palabra. No sabe delante de mí aquietarse por la cara que le pongo. 

es uno de las tantas aristas que desconozco. 



¿Se acuerda la última vez que la vi? ¿En San Juan?- me dijo

- Sí, usted quería darme unos pocos de luna, pero no del valle de arcilla, quería sacarle un pedazo de piedra a esa masa de luz generosamente prestada.

- Le quiero pedir un favor-suavizó en la voz como si cambiara de tema

Contesté mi claro más amable.

- Quiero tomar el té, uno bueno.

- Traigo todo, no se mueva.

- Todo no- me aclaró- usamos de bandeja el borde de la ventana. Eso sí, por favor, los bollos los quiero con crema pastelera.

Obedecí feliz paseando mi rareza de caminar entre todos con cosas en las manos como si nadie me viera.


Los dos de pie, con la ventana asomándose en los cuerpos cómo por la borda de un barco, nos mirábamos más a los ojos, más que al té sobre la mesa de cemento sin patas.

-¿Por qué se puso galera?

- Para poder hacer una reverencia, una sola, y que quepan allí todos los pensamientos que voy a soltarle, es la pala más grande de sombrero que se me ocurrió. Además me queda bien para despedirme.

¿Y por qué?

-No preguntaste por qué el día en que empezaste a verme.

No vio mi cara cuándo me la tapé con todo el pelo. Era la primera vez que me tuteaba. El pelo es buen telón para la tristeza.

¿Y a dónde te vas ahora? Pregunté sin saber si iba a responderme

- A Córdoba, hay una escritora ahí que necesita un poco de ayuda, está dejando el tiempo que no tiene para ayudar a escritores que no pueden hacer llegar sus letras hacia otros lados. Pero ella sabe escribir, vos estás aprendiendo.

- ¿Y ella va a poder verte?

No creo, voy a tener que llegar a través de uno de sus alumnos, que seguro, seguro, ya sabe que estoy llegando.

¿Y yo me voy nomás?

- ¿De dónde? Si nada te impidió jamás estar en todas partes.

- Gracias por el té contesté con un nudo casi infantil

¿Por el té? -Vociferó dejando bien clarito que no había sido lo importante

Perdón. Es una linda palabra que a veces es sólo un mandato o un resorte.


Me di vuelta con lágrimas que seguro las sabía y me fui rápido a tratar de escribir esto, esto que para nadie era cierto.

A la mañana siguiente una bolsa de papel cartón llena de migas esperaba ocupando muy poco espacio que alguien la pasara a buscar.

Me olvidé de hacerte una pregunta…vos elegiste el 13 de junio  para llegar y el 11 de septiembre para irte a otro lado?

Y la ventana, verde y descascarada, con los postigos cerrados acunaba un gato placenteramente al sol.  



Mercedes Sáenz


martes, 25 de mayo de 2021

EL BARÓN Y LA MANZANA

 

EL BARON Y LA MANZANA


En la silla de su cuarto dejó prolijamente apoyada la pollera de ayer. Los zapatos de taco alto paralelos y en la misma línea un saco del mismo color, un cinturón y algunos colgantes discretos. Cambiar la camisa blanca era lo más fácil para estar siempre bien vestida cada mañana. Ser agente notificador de un juzgado a veces no era liviano, pero era lo que mejor creía saber hacer después de tantos años.

Hoy era sábado al mediodía, el sol caía vertical sobre su cabeza, su médula y sus sentidos. Quiso pararse y le temblaron las piernas. La mano intentó frenar cuándo el sol de todos lados intentó pasar por la rendija de los ojos. Volvió a sentarse en una reposera común no esas que parecen asientos de avión de primera. Supo en un ratito que se quedaba sola toda la tarde, no por fugas estrepitosas ni enojos, solamente edades (inclusive marido) en que las ideas se aceptan si vienen cómodas ese día. Ideas de esas a ella no le había llegado ninguna. Más bien iban a quedarse a almorzar un asado los seis que vivían en esa casa.

La mano tocó el Barón un poco más a la sombra y el frió no era un alivio.

Se levantó cómo pudo sin antes besar con los dedos la boca del Barón que esperaba en la sombra. Juntó los pedazos de carne sueltos y en cinco minutos preparó todo para que en más o menos dos horas y media un asado completo para seis estuviera listo. Le era complicado moverse, la presencia del Barón la confundía un poco, pero el rito del asado lo hacía de memoria. Rápido, lento, alto, bajo, en el medio de un potrero.

Armaba una torre de maderitas cruzadas, tiraba carbón en el medio y echaba dos pastillas de combustible sólido. En media hora el carbón era un solo rojo dispuesto a seguir muriendo y matando lo que le pusieran por arriba o por debajo.


Ser agente notificador de un juzgado no le era fácil, no le era fácil ya volver a casa. Y eso que por años tan tranquila confió en la técnica de la manzana. Cada vez que llegaba a un lugar embargable usaba su truco de llegar con la fruta en la mano. Desconcertaba un poco en el medio de las carpetas de abajo del brazo y dos señores que en general ponían cara de malos y usaban anteojos. En cuánto entraba decía que era diabática que debía comerla enseguida. Pedía una herramienta para poder pelarla y en la actitud de los gestos de los que habitaban la casa venía en esa voz (de olor tan rico) todo lo que ella quería averiguar fuera de lo que dijera el expediente. La primera oferta era hacérsela llegar pelada, al borde del filo sin desperdiciar nada. Ver si la cáscara no se quebraba. Si la miraban fijo mientras los colores pegados caían sin titubear en un tacho precario. Si algún espacio negro entre la madurez y la virtud se sacaba de punta. Hasta ayer.

La mano ya media cansada de moverse en el calor tanteó su Barón B y lo sacó del balde de hielo. Le dió un beso en la boca a la botella de champagne como si fuera un príncipe que la rescataría de algún conjuro.

Hasta ayer, cuándo un padre confuso y ofuscado con una leve señal de la cabeza le pidió a su hija de seis años que pelara la manzana. La chiquita la miró fijo, recorrió su estatura desde los tacos hasta el pelo, ignoró su mirada y simplemente empezó a sacar la cáscara con los dientes.

Sábado al mediodía y su cuerpo era un huésped sobre sus huesos.

Volvería por última vez el lunes a la oficina para dejar por escrito que en el último lugar visitado nada era embargable.

Se abrazó al Barón y tomó directamente el último beso, la botella fría le suavizó la cara.

El olor a carne asada flotaba en el aire como una gigantesca alfombra mágica mientras buscaba la segunda botella de champagne de Barón B, tal vez la llevara a algún lado. Era bueno no festejar sola hoy si el lunes iba a estar desempleada.

Mercedes Sáenz


jueves, 6 de mayo de 2021

ESTRELLA DE AZÚCAR

 

ESTRELLA DE AZÚCAR



Era de noche ya y la hora del cansancio de las manos. Terminaba su rutina, sacudía de los guantes de goma las últimas gotas para colgarlos a secar.

El delantal apretaba flojo en la cintura pero así quedaba hasta la hora de irse a la cama.

Una viudez no de esa noche ni la mitad de la noche que fue, ni de la que viene, -un auto sin querer se ocupó de su marido viniendo de frente- la habían encerrado casi sus treinta y nueve años en la cocina. 

Era común antes, en la siesta de Venancio, caminar descalza hasta la sombra del caldén y tomar juntos unos mates sin decir una palabra. Con ese mismo silencio, siempre el mismo silencio, él se levantaba y echaba su cuerpo bajo la propia sombra o en otra parte

Varias veces le había pedido que después de la noche la acompañara a compartir un café. Las dos tacitas blancas en la mesa, una carpetita de hilo fino, bordada por su madre hace años ya, una azucarera que brillaba cómo si nunca hubiera conocido otro color.

Ya dormían las cosas del otro lado, ni siquiera la canilla bocaneaba blandos monosílabos.

- Un café Venanzio, vos sólo mirame. Yo me cruzo de piernas y me levanto el pelo, hasta tengo un peine en el bolsillo. Quiero hablar cómo esas de televisión, que no toman mate, que juegan con la cucharita dos horas con la tacita en las faldas. Pero yo a vos te doy café en serio y te cuento mientras lo que dice la radio del clima igualito que va a haber mañana.

Hasta la noche de afuera la dejó sola.

- Otra vez no han podido llegar, los caminos se han puesto feos de nuevo-dijo y levantó la azucarera hasta la altura de los ojos, con un movimiento redondo la estrelló contra el piso mientras con los pies descalzos, sin escoba, barría los pedacitos de color blanco que lastimaban cómo el colmillo de un lobo luna.

Afuera la canilla bocaneaba llantos.


Mercedes Sáenz


viernes, 30 de abril de 2021

INSOMNIO

 INSOMNIO



Una noche tiré piedras a un vacío

caminé con un palito dibujando la tierra

(palabra que la tierra reza )

hice en el aire paredes de algodón y tiza

(la luna mareaba el agua)

y vos seguías ahí

con silencio de baldosas

muriendo en la vereda.

¿No te cansa resbalar sobre mi cada noche?

perfilar el declive de mi cara sin luz hasta mi boca

espiar la abertura de los ojos

tocar mi pelo

soplando negro suave

como si quisieras seducirme.

Creo que ya te amigo,

en esas noches de segundos largos.

Si vas a seducirme,

acompañame, 

adiviname 

en silencio ciego

tu secreto de azúcar,

tu intimidad leve y 

mañana…

déjame dormir.

Mercedes Sáenz

lunes, 19 de abril de 2021

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO





ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE, INDIO


He dormido bajo tu mismo brazo, quebrado alguna vez y torcido. Las manos de llagas secas y en tus ojos huellas milenarias.
Te han dicho de todo, lo aprendido en facultades, en organizaciones en tu defensa. Te han escrito bellos y verdaderos poemas. Te han puesto orgullo, el que surge de defender tu memoria, intentando ponerte de pie, queriendo no olvidar tu valentía.´
Autores de importancia te estudiaron, planifican aún cómo devolverte la dignidad en este mundo.


Aún quiero decirte que dormí bajo tu brazo, con el telar de tus manos bajo el cielo negro y antes de cerrarse tus ojos estaban llenos de estrellas que les soplaste a los míos.
Aún quiero decirte hombre anciano, que esa fue la primera comunión que tomé en la vida. Silenciosamente, mientras nuestras almas  se tocaban.
Aprendí mientras dormía algunos cantos de tu tierra sin saber siquiera que significan, mientras la tierra madre nos acunaba cómo hace millones de años, pero sin guerras.
Me iré cuándo amanezca, hombre indio, cómo una hija de los vientos del sur, con la mitad del alma y ese silencio todo.


Mercedes Sáenz

domingo, 11 de abril de 2021

APENAS UNA IDEA

 

APENAS UNA IDEA

demorarte duele,

pensarte allí, después de volver la hora,

la misma de ayer, quieta y ambigua.

otra vez el cuándo

mi tierra tiembla

y después esa meseta,

ese campo raso en dónde los pies inmóviles

quedan solos arriba del pasto

sin mi.

me hace bien pensarte

aunque no sepa qué hacer con vos.

ignorar siempre antes que todo

pero me hace estar viva,

saberme.

juega la luz y te hacés mármol

piedra y barro,

hilitos

y no aprendí a conjugarte

y vos menos un tampoco.

Mercedes Sáenz

sábado, 27 de marzo de 2021

UN DÍA

 



UN DÍA


Por más que esté en un monte el líder necesita levantar  su brazo, no le basta con saber que está ahí, debe levantar algo más alto al cielo, debe someter su imagen contra su propio dios que de a ratos es él mismo.

Dónde crees que irán los pensamientos cuándo no pueden sanarse? Es una rara obsesión la de no dejar de pensar nunca, nadie deja nunca de pensar. El tema es a dónde nos llevan cuando bailan en un día de tristeza. Cuando se tropiezan con lindos  recuerdos de la memoria.

No puedo modificar alguna historia ni usar palabras laterales para las ideas y las verticales suelen ser espadas. Casi todo tiene una mezcla rara de amor y de insulto.

Los ojos se convierten en pequeñas costaneras y pueden desbordar ríos.

Los siglos vuelven a mí y mi afuera ha envejecido.

La tristeza  tiene grietas y escapan por ahí los pedacitos de la realidad.

Sería lindo poder hablar y entendernos.

Pucha que es una tristeza...si supieras.

Mercedes Sáenz




sábado, 13 de marzo de 2021

POR DORIS

 


POR DORIS


La primera vez lo vi de atrás. Su espalda, a rayas de madera por el banco que la sostenía. De los antebrazos caminos de estrías anchas terminaban en sus manos rugosas de venas oscuras latiendo con prisa la vida, la vida ya casi no pasaba por ahí aunque sus uñas impecables dijeran lo contrario.

Yo estaba parada en la loma del río buscando donde sentarme en el pasto. Bajo mi brazo una lona cualquiera, un repelente de mosquitos, alcohol en gel, (es casi cómo llevar llavero por estos días de pandemia desdibujados, existentes y ocultos) un agua mineral grande, cuaderno y birome y un equipo de mate. Todo un inventario

.

Tosió algo fuerte, un sacudón en su espalda, la mano en la boca no llegue a verla protegida por el ángulo que formó su codo.

Escupió algo de color inmundo, hizo dar vueltas mis ojos hacia adentro de mis huesos hasta encontrarme con una oscuridad absoluta de alivio.

Algo rodó hacia abajo más allá de un metro.

Y se quedó quieto, tan quieto, con la cabeza muerta sobre el pecho. Parecía que habían cerrado una puerta, o bajado un telón para siempre. Creo que era tanto su esfuerzo por desaparecer que era una ausencia.

Sólo unos respirones de su espalda a rayas entre agitada y lenta tartamudeaban que la vida estaba sentada ahí por alguna causa queriendo parecer muerto.

Miedo no era, pero con el mismo cuidado con que me acercaba a ver una herida de bebe me senté a su lado.

Se tensaron primero sus muslos que sus manos. Y el sombrero era su cara. Acomodé mi inventario al costado del banco y me puse a mirar el río cómo si nos hubiéramos invitado.


Largos segundos creo.


Hasta que lo ví, de puro color marfil, en un semicirculo perfecto, quietos como un cachorro dormido con su pancita rosada al sol. Treinta dos serían supongo, era lo que me habían enseñado de chica. No sé si los postizos de ahora tienen ese mismo número.

Me levanté sin que él se moviera. Levanté los dientes postizos con la misma naturalidad con que levanto la gomita que se me cae del pelo.

Creo que algo en mis movimientos no salió muy bien, volví a sentarme en el banco con una naturalidad fingida y creo que no hay nada que sea más notorio que una pésima actuación hecha con esas intenciones.

Llené la tapa del termo (esos con forma de vaso) con agua mineral, un poco, como para despegar el pasto o la tierra que intentaban acorralarse especialmente en las partes que parecían más suaves.

No levantó el sombrero. De la parte más baja de su cara unas lágrimas chiquitas no terminaban de caerse.

De mi inventario saqué el alcohol en gel y en una servilleta descartable limpié pausadamente lado por lado, diente por diente (tan lejos aquí de ser ojo por ojo, pues no nos habíamos mirado siquiera)

Imaginé su cara cuándo sintió el olor a alcohol pero creo que lo más difícil para él y para mí era cómo seguía el momento siguiente.

Terminé de enjuagarlos con agua fresca.

En la tapa del termo, tapados con una servilleta descartable pero tan blanca como las de misa, dejé mi ofrenda con miedo pues la apoyé sobre el nido de sus manos y el recipiente se inclinó un poco.

Algo volvió a su vida pero a mi me lo tapó el miedo.

En un solo movimiento casi de mago el recipiente quedó vacío.

Yo miraba para adelante con esa tonta actitud de creer que no había pasado nada y el aire era fresco y el río bailaba despejando de su piel las botellas que flotaban. El sol estaba por todas partes cómo un dios invisible y bueno, no eterno.

- ¿Quién eres? Dijo sin levantar el sombrero

- María, contesté sin acento español.

- Gracias María, dijo sin levantar el sombrero ¿por qué has hecho esto?

Ese momento era lo que más temía.

- Por Doris, por el diario de una buena vecina.

- ¿Te gusta leer? Y -¡Dios mío! Levantó el sombrero.

- Y escribir y miré sus ojos, eran muy lindos sus ojos.

- Yo soy corrector y de los buenos ¿te gustaría que alguna mañana lea algo que hayas escrito?

- Me encantaría, pero al menos ¿nos presentamos?

- No, tu eres María y nunca, pero nunca, sabrás quién es el dueño de mis dientes.

Bajo un oscuro sombrero sonó su alegría, pasó la mano con un gesto exagerado como si despejara toneladas de pelo. No era así su pelo.

-No sé que decir.

- Lo dudo, pero dime dime cuándo me hables.

- Te diré dime cuándo te hable, pero no me es tan fácil y además no escribo así.

- ¡Que sonseras niña!¡Sólo cuándo me hables!

Y volvió a reir su vida levantando su sombrero.

¿Niña? ¿Sabés la edad que tengo?

- Acentuando así no tienes nada de nada, me tratas de tu, te olvidas del che, del vos, ni asomes palabras que usan por ahí como ¡que buena onda! Y principalmente no me contestes ninguna pregunta que va a tener cierto valor en su respuesta diciendo “ bueno, nada..”

Yo hablo en mi español y te corrijo en criollo ¿estáis de acuerdo?

- Bueno, contesté, sin agregar más nada.


Mercedes Sáenz

lunes, 22 de febrero de 2021

POR HOY SÓLO POR HOY

 POR HOY, SÓLO POR HOY



Era mi vecino. Costado izquierdo de la medianera

Dejó el camión en el lado oscuro de la calle. Se bajó despacio, me miró a las cejas no a los ojos, e inclinó su cabeza.

Con el golpe de la puerta y el motor en marcha cayeron desde el techo algunas hojas pegadas por la lluvia y el viento de hace un rato, desplazo un ruido con la nariz en lentitud lasciva y un chasquido leve de una bahía de whisky en la boca, (parecía el primer hombre queriendo decir palabras).




Escondió la cara y el olor a rancio. Se olía igual

- Sólo por hoy voy a seguir bebiendo, sólo por hoy.

De un cuerpo sensato colgaban brazos con tatuajes simétricos, dos absurdos presagios de un feliz futuro. Una diosa madre y una diosa niña que sólo las vi sobre su piel.

Hice un saludo tonto, ni aliviador siquiera, un murmullo forzado (último rehén de mi boca, último cuándo ya no se sabe que decir) y quedó cómo si pudiera tocarlo, un fuerte olor a kerosene en el aire.

Volvió a subirse al camión. Es algo que puedo decir aunque no mirara.

Un susto de frente abrazó mi cara, un fogonazo naranja y tremendo.

Conceder, conceder hasta cuándo. Quién le habrá enseñado que todo mal puede ser finito nutrido siempre por la paciencia. Quién le habrá enseñado a no darse por vencido.

Por un segundo pensé que un ángel color mandarina vino a llevarse todo. Después la calle quedó azul sólo de mirarla tanto.


Mercedes Sáenz 


domingo, 14 de febrero de 2021

 POEMA PARA EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS

A Willie

Los ojos negros se hunden en mí y suelen prenderse con la ternura de una lámpara de aceite tibio titilando bordes de oscuridades, símbolos de derrumbar muros cuándo soy vulnerable a cualquier hora que empieza el alba. Los ojos negros me llevaban por el mundo, por los indios, por los moros, por esa redondez dónde no hay límite de color en la pupilas.

Pero los tuyos son el azul bruto del mar más embravecido y el último celeste de la tarde antes de que se acabe el cielo, antes de girar sobre mis latidos cómo una noria incansable curando mis heridas.

Esa placer de encontrarme en tu mirada, me hacen volver con la sed de mi propio sudario a empaparme con sólo el rumor del agua tuya.

Esos que me hacen una vez más despertarme con vos y hacer un poema acostado por saber que el sabor del pan sigue siendo el mismo.

Ojos azules, una mañana de estas salpicaré con besos algunos trazos negros detrás de tus pestañas y creeré entonces que estoy dando la vuelta al mundo. Al tuyo y al mío.

Mercedes Sáenz


jueves, 28 de enero de 2021

HUMO

 


HUMO




La prohibición de fumar festejaba instalada en casi todo lugar cerrado de Buenos Aires, no aquí, dónde el humo era el aliento de todas las bocas, era el silencio sin movimiento, la espesa caricia de todas las manos en las caras, la última palabra, callada y muerta, la que no discute, un espacio en el aire capaz de contener todos los mensajes sin dueños.

Yo los miraba detrás del mostrador, oculta por una máquina de cerveza tirada que tenía casi mi misma anatomía. Más de una vez no se daban cuenta de mi presencia, ni de mi escote más subido, ni de mi boca pintada, ni del amor al que alguna vez jugué con casi todos ellos, eso sí, de a unito.


Los veía medio girado el cuerpo y el codo sobre la madera, arrugada ya la camisa sucia con olores rancios, la boca seca y algunos músculos que solitos ya sabían donde descansarse.

Frascos de colores vagos en la curva del mostrador y una vela corta en un plato de barro. Ya no hay botellas después de las últimas embestidas, emboscadas.

Ya no se buscaba el estaño después de algunos golpes en la nuca de quiénes no volvieron a levantarse

No se daban vuelta, los triángulos de espejos detrás de la barra partían sus caras en callecitas poco iluminadas, partidas así cómo pequeñas cicatrices.


- ¿La dejaste?

Los párpados bajos apretaron la mirada contra el suelo sabiendo que el piso a veces se nubla, a veces se mueve y es bueno pensar que no son los ojos los ariscos.

- Tengo que sacar un papel antes de contarte, traté de anotarlo.

Metió la mano en el bolsillo y escuchó la candorosa amabilidad de las monedas, su salvoconducto en las tardes de rabiosas borracheras. Llevaba el cambio justo y en un confuso desorden de palabras le extendían un boleto hasta dónde alcanzara. Podía dormirse tranquilo sabiendo que lo despertarían cerca de su barrio.

- La dejé –continuó-, empezó a hablarme raro, cada vez que quería estar un rato con ella me salía con cosas como- levantó el papel a la luz de la vela y leyó: estudiarse para adentro, ver el interior de cada uno, tratar de hacer un proyecto para cambiar mi vida aunque no fuera con ella. Parecía la secretaría general de un sindicato que integraba yo solo. No es que no le entendía, las iglesias ésas que pasan por televisión a las mil de la madrugada de brasileros que no se les entiende ni una jota, dicen lo mismo.

- ¿Y todo eso para qué?

- Dice que es para ser mejor, que lo único que conoce de nosotros es la forma de tomar hasta que nos sacan arrastrados de los brazos hasta el callejón. Que nunca vamos a ser nadie.

- ¿Por qué me hablas en plural si se supone que se trata de vos solo?

- ¡No me vas a dejar solo en esta podrida! Si me dejas vas a tener que buscar palabras en el diccionario para entenderme.

¿Qué les pasa a todas que hasta mi señora habla de plantar zapallos en un balde?


Hablaban de lo que decía mi boca, la mía, la de tantos besos sobre sus heridas, la de tantos murmullos en diminutivos para que pudieran entender los oídos que seguramente sangraban alcohol por dentro, mi boca, la mía, empezó a torcerse hacia un costado en dónde mi lengua moja mis labios antes de vociferar sin detenerse. Y no hablaron de mis brazos, no hablaron, ni de mi pecho, ni de mi cama. Y entonces, nada dijo mi boca.

En mi memoria el silencio se desbocó desesperadamente en olvido.

Tiré el libro que me enseñaba esas cosas en el mismo callejón de barro cerca del Riachuelo, muy pegado a la basura, dónde los hombres que no levanto quedan por mucho rato.

Cualquiera desde la calle de la otra orilla, mirando salir el sol sobre el río menos oscuro, pueda ver tal vez como la luz de una vela me deforma la cara, hasta divinizar esta expresión un poco bestial, la de advertir este cementerio lento, esta tristeza dónde un cielo de humo baja pegajoso como un ojo feroz en la noche hasta rozar mis polleras otra vez mañana y otra vez después de mañana.


viernes, 15 de enero de 2021

NO SÉ

 NO SÉ


he visto campanarios  sin campanas

y caminar animales sobre estepas de cielo

tengo todavía los ásperos sueños

de creer que entenderse se entendía.


no leo como vos la luna 

y he visto

cómo se posterga siempre  lejos

el jardín en que creí  creía.


antes de pronunciar mamá

ya era la duda.

y soy ahora, sin flores, sin diosas griegas

loca de varias casas.


no soy por elección la que parieron

ni la que me hicieron, ni la que me hice hacer.

No creo que nadie sepa

si mi bipolaridad tiene más de dos vértices,

yo cuento siete,

siete sin ninguna valentía.


sentada en el suelo, 

estoy parada sola

sin saber qué hacer 

en un dudoso silencio

conmigo.



Mercedes Sáenz