martes, 21 de diciembre de 2010

MUY BUENOS Y MUY FELICES

CREAS EN LO QUE CREAS
TE DESEO LO MEJOR PARA ESTE AÑO QUE EMPIEZA.
SI CREES EN EL TATA DIOS
QUE TE ACOMPAÑE SIEMPRE,
SI CREES EN OTRA FORMA DE DIOS QUE TU DIOS SEA EL QUE NO SE SEPARE DE VOS
EN TANTO NO TE SEPARES DE LA GENTE DEL MUNDO.
TRATEMOS DE SER CADA VEZ MÁS BUENOS
SIMPLEMENTE
CREO
ES LA MEJOR MANERA DE SER FELIZ.

UN ABRAZO MUY FUERTE
REDONDO
SIN MEDIDA.

MERCEDES

miércoles, 15 de diciembre de 2010

GANADORES DE LOS PREMIOS SUR ¡FELICITACIONES MARCELA SÁENZ!

:05 - ESPECTACULOS

¡FELICITACIONES A TODOS!

Todos los ganadores de los Premios Sur


Nómina completa de los ganadores de los Premios Sur, entregados anoche por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina.


- Película: "El hombre de al lado", de Mariano Cohn-Gastón Duprat.

- Opera prima: "Sin retorno", de Miguel Cohan.

- Documental: "Un fueguito, la historia de César Milstein", de Ana Fraile.

- Director: Mariano Cohn-Gastón Duprat ("El hombre de al lado").

- Actriz protagónica: Erica Rivas ("Por tu culpa").

- Actor protagónico: Daniel Aráoz ("El hombre de al lado").

- Actriz de reparto: Claudia Fontán ("Igualita a mí").

- Actor de reparto: Martín Slipak ("Sin retorno").

- Actriz revelación: Julieta Zylberberg ("La mirada invisible").

- Actor revelación: Daniel Araoz ("El hombre de al lado").

- Guión original: Andrés Duprat ("El hombre de al lado").

- Guión adaptado: Roberto Fontanarrosa - Rodrigo Grande ("Cuestión de principios").

- Fotografía: Félix "Chango" Monti ("El mural").

- Montaje: Marcela Sáenz ("El mural").

- Dirección de arte: Emilio Basaldúa ("El mural").

- Diseño de vestuario: Graciela Galán ("El mural").

- Maquillaje y caracterización: Beatuska Stanislaw ("El mural").

- Música original: Sergio Pángaro ("El hombre de al lado").

- Sonido: José Luis Díaz ("Igualita a mí").

- Película extranjera: "La Cinta Blanca" (Michael Haneke-Alemania).

domingo, 12 de diciembre de 2010

TRES







A queridísimas tres señoras, especialísimas.
A esta largura incoherente las queridísimas señoras me pidieron que agregara la palabra "especialísimas".
Ahi quedó pues.




AVISO





SE OFRECE TRABAJO A PERSONAS DECENTES SIN LIMITES DE EDAD. ESPECIFICAR CONDICIONES PERSONALES PARA DESARROLLAR TAREAS PRECISAS. PRESENTARSE EN EL TEATRO SANTA MARIA LOS MARTES Y LOS JUEVES DE 12 A l 5 HORAS. ANOTARSE LOS LUNES DE 14 A 15 HORAS. TRANSMITA ESTE AVISO PARA QUIENES NO SEPAN LEER.



Sentadas sobre maderas gastadas y tablones caminados por tanta gente importante que ni el barniz ni la cera podrían haberse llevado sus huellas. Las tres.
En sillas viejas, diferentes, con respaldos que dejaban los cuellos a distintas alturas, en donde la dignidad de años anteriores, cada tanto, descubrían posturas de señoritas enseñadas por sus abuelas.
El teatro había sido importante en los años ochenta. Ahora se utilizaba para quien lo pidiera si el destino era cultural, benéfico, o dejaba algún rédito.
Ellas, las tres, lo solicitaron dos veces por semana, para entrevistar gente de pocos recursos y conseguirles trabajo.
Un foco de luz que venía de alguna parte invisible del techo dejaba sombras sin delimitar contornos. Las tres, ubicaron las sillas como en un cuadro. Mezcla de tribunal de justicia, mesa examinadora, selectoras de un casting de producción muy cara. Otorgadoras selectivas del bien común. Las tres. Vestidas con sus mejores ropas, utilizando gestos amables y atinados parecían haberse olvidado de los remedios y de los geriátricos.
Ahora vivían en sus casas, la menor tenía setenta y tres años, la más grande setenta y nueve.
Las dejaban salir un rato solas y el teatro estaba a cuadra y media de sus casas, y esa distancia era muy corta comparada con los grandes jardines de los psiquiátricos, en los que caminaban muy poco tiempo antes de salir, sin acompañantes.






PRIMERA ENTREVISTA


Fue una vendedora de flores de unos veintiocho años seguramente con varios hijos, pero no lo dijo. Se presentó vestida como estaba, de remera negra y jogging gris, con el pelo despeinado y una cola que le caía sobre el hombro derecho.
La sentaron en una silla a una distancia prudencial de forma tal que el escenario no dejara de tener cierta religiosidad. Las tres damas templarias conservaban su aspecto de imponente inocencia, de serena seguridad, como las figuras de un cuadro rígido y con la posibilidad de imaginar cualquier sensación humana por una precaria luz que descendía del techo.
La mujer parecía no entender nada. Se miraron con gesto serio.
Le preguntaron su nombre y se llamaba Mirta.
-¿Está usted sana?
-¿En qué sentido? Digo, me los pregunta. El aviso decía sin requisitos.
-Bueno en el sentido de no tener ninguna enfermedad rara
-Bueno, si es rara yo que sé. Vendo flores, soy fuerte, nunca me enfermo ¿Qué tengo que hacer?
-Ya va, ya va. Sólo queremos asegurarnos de proporcionarle lo que necesita antes de empezar a trabajar.
-Miren Doñas, como faltar me falta de todo, ocúpense de darme trabajo que de lo que me haga falta me ocupo yo.
Las tres volvieron a mirarse. Una de ellas con una mano prolija detuvo una tos algo áspera que parecía escapar de su boca.
-¿Usted sabe lo que es el agua “VIRTUOSA”?
-¿Y eso con que se toma con hostia?
-M’hija, m’hija, la paciencia ante todo. Le explico, nosotros como somos damas voluntarias conseguimos un agua milagrosa. Usted lo único que tiene que juntar son las botellas de agua mineral vacías, las de medio litro ¿vio? Nosotros las llenamos y usted las vende.
La vendedora se paró dando un giro resuelto y enojado
- ¿Y para esta joda ustedes hacen todo este quilombo? Les voy a avisar a todos los que no saben leer, que ni se acerquen
Una de las tres se paró con aire solemne y ofendido.-
- Siéntese por favor.
-Señora, no me joda. Que ese cuento ya lo hicieron en mi barrio.
- Seguro que no. Usted acá no deja un peso, se lo guarda todo. Ese es el primer Milagro.
-Bueno, ¿cómo qué no traigo nada? ¿Si ustedes la dan gratis por qué yo la vendo?
¿Ustedes que ganan?
- Hacer el bien, querida.
- ¿Y si es milagrosa por qué no la regalan y no arman todo este despelote?
- Le voy a explicar de nuevo: Nuestro Señor dice “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente.” Debemos enseñarle a la gente a conseguir su propio sustento, pero como la vida está tan difícil y necesitamos que a la gente se le arreglen tantos problemas que tiene. ¡Ay Dios mío, no se puede vivir más así!
La vendedora se sonrió por dentro. La Iglesia sólo la conoce porque le d.C. de comer.
-¿La iglesia ésta, la grandota de la plaza, sabe que ustedes hacen esto?
- Por supuesto, es quien nos proporciona el material, las instrucciones, las etiquetas. Controla todo. Nosotros podemos fallar como cualquier ser humano
-Ustedes un poco más porque son más viejas
-Pero más sabias.
-¿En qué? Y arrugó los dedos en un típico gesto italiano. - ¿Y quién hace la propaganda y todas esas cosas que se hacen para hacerla conocer? Si yo digo que esa cosa es milagrosa, no me van a creer. Me van a tomar por chorra.
- Está muy equivocada. La primera que debe creer es usted. Como corresponde
- Le vamos a dar una dosis pequeña en un frasquito y usted enseguida notará los efectos.
- Déme una ahora entonce, la tomo delante de ustedes y vamos a ver que me cambia.
Las tres se pusieron de pie juntas, como si las hubiera picado un escorpión.
- Si usted cree que esto es un incordio, no vale la pena seguir hablando y agregó en seguida:-Usted cuando hizo la primera comunión, porque me imagino que la hizo. ¿La tomó a la ligera? Pues acá es lo mismo. Porque el subconsciente colectivo…
Una de la tres interrumpió:
-Amanda, dijimos que nada de explicaciones complicadas, sólo íbamos a hablar de la fe. La fe es algo sencillo entendible para todos.
- Doña, si me quiere tomar por bruta, hágalo, pero la televisión explica cualquier cosa que uno quiera saber, no hace falta la fe ni la no se qué. Lo único que necesita es un mate y estar un poco distraída, porque si se concentra demasiado no entiende una papa. Pero si escucha así como al pasar, cuando terminan, seguro que sabe de qué estaban hablando y a uno le queda solamente lo que tiene ganas. UD. habla de la fe como algo fácil, ¿vio la cantidad de palabras que usan esos pastores en el cable? No para de decir cosas y lo único que quieren es que se acerquen a esas iglesias para dejarles guita.
- Esto no es lo mismo, nosotros no le pedimos plata, usted va a pedir plata, trabajando, para sanar y aliviar a la mayor cantidad de gente posible y todo lo que debe hacer es creer.
- En ustedes no creo ni en lo que estoy viendo. No me fui porque quiero descubrir la trampa. Pensé que podía limpiar, hacer una changa. Para atriz no vine.
- ¿Usted no oyó hablar de los mellizos curados en La Matanza? ¿Ni del terremoto que no llegó al centro de San Juan hace dos semanas? ¿Y que me dice de su hijo cuando pensó que se ahogaba y en la salita se salvó? Toda esa gente toma agua VIRTUOSA. No le gusta decir que lo hacen porque la gente después no cree en sus habilidades personales, que por supuesto también la tienen. Eso si, Mitra, esta agua no sirve para rejuvenecer, eso sólo es obra de Dios y nada tiene que ver con la estética.
- Tengo 28, Doña, ¿qué quiere que me arregle?
- Pero no sabe que edad tenemos nosotras, mucho más de la que se imagina. Hemos tomado el agua, pero no en el sentido estético. La paz d.a. una luz especial y uno parece más joven.
Mitra se calló un segundo.
-¿Cómo supo lo de mi hijo la semana pasada?
- Le dije que éramos más sabias.
Se hizo otro silencio.
- No me convence, Doña, pero voy a probar esa agua. ¿No tiene alguna porquería, no?
- M`hija, por favor.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Se lleva este frasquito, no deje que lo toque nadie y mañana en ayunas, cuando el alma está más limpia porque no ha tenido tiempo de hacer ni de pensar malas acciones, se lo toma despacito. Que cada sorbo que entra en su cuerpo sea un pedacito de Dios que la visita personalmente. Piense en todo lo bueno que quiera, primero sólo para usted, así podrá después cuando tenga pruebas transmitirlo a otros.
Mirta no se acordó de sus noches de cama ni de las puteadas nocturnas a hijos insomnes, tomó el frasquito y se fue.


DIALOGO CON UN CARTONERO


Duró apenas unos minutos. La habilidad de las repuestas fueron concretas, habilidosas, inteligentes e irónicas. Un hombre de 42 años que presentaba a su hijo de 16 para ver que otras tareas podían sumarse en la familia, mezclando un poco que vinieran de parte de la Iglesia y ese tema de la contención y de que le pongan algún límite o le llenen la cabeza con otras cosas ya que al pibe mucho no le gustaba el deporte, trabajar menos y las drogas le pegaban muy cerca, menos que la policía, pero muy cerca .Sólo les dijo:
-Poco zapato gastado señora, es imposible creerles nada, con la vida que imagino que han tenido, me equivoque o no, todo esto es casi perdonable porque son mas viejas que la escarapela, porque alguna de ustedes podría ser mi vieja y porque en realidad no sé si son esos cuentos que hace Tinelli o cualquiera de esos. Pero a mi pibe no lo van a joder. La calle está jodida, pero por lo menos estoy en ella y a mi pibe lo tengo cerca. Y eso del sudor de la frente, guárdenselo para los pelados que ganan guiíta, nosotros transpiramos los pies. Se fue caminando.
Una de las tres dijo:
-¿ Amanda, de los cartoneros tenemos que preocuparnos poco por que están bastante organizados no te parece?


DIALOGO CON UNA CHIQUITA DE UNOS ONCE AÑOS


No es el mismo día que otros, las tres son las mismas pero ya las luces se ven diferentes. Alguien cambió las sillas de lugar. Están en el mismo espacio del escenario pero quien estaba en el medio quedó a la derecha o la izquierda, según se mire de adelante o de atrás.
Juegan un poco a la Santísima Trinidad, eso de no entenderla, de estar en todas partes, de querer ser una sola. Nadie se anima a ser el Espíritu Santo.
Se sentó solita, con una manzana en la mano, bajo esa luz que todo lo hacía parecer como una buena fotografía, en vez de considerar una realidad que debería llenar la cabeza de piojos, para que desaparezcan las ideas de no considerar el mundo que nos rodea, para concientizar que el problema de la niñez ni siquiera está ya en manos de los adultos. Los chicos tratan de cambiar sus propios destinos, modificar sus mundos, atravesando historias minimizadas porque a esas edades todo parece moverse entre juegos. La resilencia, palabra difícil que poco resultado da porque los grandes jugamos al gallo ciego. Y no digo gallito porque todos somos dueños de distintos gallineros y para eso ¿hay que llamarse gallo, no?
¿Qué puede preguntarle una trilogía de esta naturaleza a una niña de once años?
Pero una de ellas se levantó, se acercó alejando sus tacos del piso, caminando en puntas de pie y llegó hasta la silla.
A la mujer grande le costó inclinarse y arrodillarse en el suelo, ante el asombro de las otras dos porque se ensuciaba la pollera y se enganchaba en los tablones cargados de cera vieja y tierra nueva, tierra disimulada, la que se junta de a poquito.
Tomó a la chiquita de la mano y la hizo sentarse con ella en el piso. Era una buena fotografía.
Por un momento algún escenógrafo lamentaría no haber conformado ese cuadro de dos estatuas mortecinas, en la que una manzana de colorado pálido encerrada en una mano, parecía la única ostentación de pecado.
- Los niños no deben trabajar, chiquita. Los adultos los tenemos que ayudar. No deberías estar acá.
Los pequeños párpados se levantaron, la mirada respondió a frases de todos los días, mezclándose en unas pupilas negras, lo que mamá y un supuesto papá habían enseñado. Tener siempre la mirada triste.
- Por mi casa trabajan todos, también voy al colegio y el papelito del árbol, ese aviso, decía sin límites de edad.
- Bueno porque es para gente grande, bueno, en realidad…ahora cuando salimos de acá, ¿ te venís conmigo a mi casa y hablamos tranquilas querés?
- Yo tengo que volver a las seis más o menos y con plata. Si voy a lo de alguien raro me cagan a palos.
La mujer se levantó como pudo, ya no en puntas de pié se acercó a su cartera, encerró en su puño, abollado contra la piel de la mano, un billete de diez pesos y se lo dio a la chiquita.
- Gracias, Doña .Y se levantó estirando perezosamente su cola de caballo y se fue. Se levantó y la dejaron irse.
Las otras dos desde sus sillas, descruzaron las piernas haciendo un poco de ruido. No estaba previsto que Amanda actuara así. El juego se rompía y la realidad que alguna vez, someramente en tiempos de mentes lúcidas, había estado rondando por sus cabezas, desaparecía con un billete arrugado de diez pesos.
- Ay, Amanda - dijo una que se llamaba Angélica- dijimos que nada de darles plata, que les íbamos a enseñar cosas, no a darles plata.
- Nos tendríamos que ir todos a la puta sociedad que nos parió.
- ¿Amanda¡ gritó Aurora.
Amanda se fue arrastrando su silla porque debían dejar todo ordenado cuando terminaban. Los tacos se clavaron en el piso, con algún resabio demostrativo de cuando sus enojos eran elegantes.
En el murmullo de las otras dos se escuchó bajito:
- Ahora la mesa la vamos a llevar nosotras dos solas, que viva.


DIALOGO ENTRE ELLAS


Se habían retirado del teatro y decidieron ir a tomar un café. El bar quedaba en frente.
Sentadas en una mesa cuadrada, se miraron las manos, algunas tenían anillos de maridos que ya no existían. Ya ni en sus memorias porque se mezclaban con amigos, con actores y a veces con personajes de la historia.
Esas mesas en donde siempre planeaban el mundo, antes de su locura, después de su incertidumbre.
- Amanda, no te parece que tenemos que repasar un poquito esto de la caridad, eso que hiciste hoy no es lo que habíamos hablado. Tenemos una misión que cumplir, ante Dios, ante la sociedad y también ante nosotras.
- Quiero hacer justicia, no caridad, con esto no hacemos más que acrecentar el desborde social que desde nuestras familias hemos visto pasar como en un noticiero, en que alguien es degollado y como no lo conocemos y no salió en sociales, oímos la siguiente noticia como si nada.
- Que absurdo contestó Angélica.
Aurora nada dijo. Apretó sus dedos en actitud de rezo, implorando que del tema no se siguiera hablando, odiaba las polémicas, las discusiones y los confrontos. Nunca entendía de qué estaban hablando y prefería no hacerlo.
- Amanda, dijo Angélica, tenemos la oportunidad de ayudar, de hacerle creer a la gente necesitada que puede estar mejor no entendés que es una cuestión de actitud, de sensación térmica, de ser positivos. Eso hay que enseñarlos, sino, pobres, ¿cómo van a salir de situaciones tan difíciles?
Aurora esta vez con el mismo gesto elevó las manos por encima de su cabeza como implorando al cielo.
Mujeres de corto o de largo alcance, iniciadoras de situaciones que no se sabe si llegan a algún lado. Sobre sus espaldas, algo redondas, no porque la vida las hubiera tratado bien, sino que a todo lo sucedido lo disfrazó de forma amable.
Esta mezcla empobrecida de querer ayudar a los pobres, esta mezcla de poder hacerlo de la única manera que saben. Esta mezcla de no tener un horizonte claro, de pedir por piedad, de predicar la piedad.
Y dos mundos paralelos surgen, porque hacer, hacen muchísimo y muchas en forma callada. Y entonces surge una pregunta que golpea como un hacha, ¿la realidad la ven mejor que otros? Los severos análisis de la situación social que piden a grito cualquier paliativo en vez de pedir prevención o curación.
Saber se sabe. Puede cambiar la mirada o mirarse para otro costado, pero en este caso es demasiado fuerte y el pecho se oprime y se aprietan los puños. No se sabe bien si porque uno quiere golpear algo, o porque nada tiene para dar.
Las tres anduvieron descalzas por jardines de asépticos psiquiátricos, bajo normas de orden y tranquilidad, en donde nada tenía que pensar porque todo les era proveído. En su vida anterior, antes de la locura, las carencias no eran materiales, los vacíos llenaban cualquier rincón que se mirara y las familias posponían muy lentamente cualquier decisión que con respecto a ellas fuera importante. Como calentar el agua un poquito más, apenas, apenas y de pronto las burbujas ya están arriba y el agua ya está hirviendo y no es posible meter el dedo, y sólo resta esperar a que se enfríe, pero ya es tarde.


DIALOGO ENTRE ELLAS, DOS

Amanda y Angélica quedaron solas, Aurora estaba por ahí, pero más bien parecía una sombra, o una luz viscosa que cambiaba de colores a medida que se trataba de ubicarla. Esta vez no armaron la mesa ni las tres sillas. Se sentaron en las butacas gastadas de la primera fila del Teatro Santa Maria, con las agendas cerradas y las piernas paralelas y prolijas, Tenían poco espacio.
Miraron el escenario como si fuera el mundo sobre el que les hubiera gustado trabajar, tan plano, tan derecho, sin obstáculos, sólo los que el hombre pone para actuar según su conveniencia.
Amanda y Angélica comentaron entre si que el efecto se había multiplicado. No sabían que había sucedido pero las curaciones, empezaron a comentarse por los barrios marginados. Algunas personas venían a buscarlas en el horario en que ellas no estaban. La Municipalidad empezó a mandar inspectores, el sacerdote de ideas innovadoras había pasado por allí. Nada presentó en la Catedral por miedo atener que tomar decisiones que no tenía muy en claro.
Se levantaron despacio, cada una con sus cosas en la mano. Llegaron a la puerta. La luz del sol tibio ya no contraía ojos cansados.
Miraron más las veredas que sus caras y apenas con tono bajito una de ellas dijo
-¿Jugamos a la canasta mañana? Las otras dos no contestaron
- Me parece, continuó con su monólogo- que es mejor volver a
tomar café en cualquier bar y discutir cuántos ravioles tiene el el plato que compartimos y empezar a criticarnos por estar cansadas de vernos todos los días-
-Yo no quiero volver al psiquiátrico, bueno a eso que ellos le dicen geriátrico.

martes, 7 de diciembre de 2010

EXPOSICIÓN

EXPOSICIÓN




Entera de ébano, generoso vestido blanco, dos gestos la cara.
Raulí hasta las manos y el hierro sostiene la nueva escultura.
El mármol no es blanco, los pies por debajo de la otra ropa.
Quebracho caliente, en otra, casi de mi media altura, con moño anudado y meses de trapos de lija y ceras.
Candel que me mira, hartos y quietos, la mano me roza.
Y más allá un cuadro, en todo un espacio, esperando algo.
Eran troncos de una sola pieza y con maestría le pusieron caras y manos.
Y los vistieron decentes, como un domingo en la plaza del pueblo
Pintadas hay dos bailarinas detrás de los vidrios.
Y su escultora camina en un pueblo de palos y ellos la miran,
Como si el trabajo duro pesara liviano.
Cuando apagan la luz, tienen miedo, se los van llevando.
Las manos son grandes, se tocan un poco.
No saben mañana si los pies enormes sirvieron de algo.
Marisa Insúa y la eternidad –ternura- del árbol y el mármol.

Mercedes Sáenz

miércoles, 24 de noviembre de 2010

A PENAS YA, APENAS UNA IDEA



MUCHAS SON LAS SOMBRAS, MUCHAS LAS IDEAS, A TODAS MIS SOMBRAS Y A TODAS MIS IDEAS, POR AL SÓLO HECHO DE HABER SIDO, LES DESEO LA MEJOR VIDA QUE PUEDAN TENER.
HASTA OTRO PRONTO.


APENAS UNA IDEA

demorarte duele,
pensarte allí, después de volver la hora,
la misma de ayer, quieta y ambigua.

otra vez el cuándo
mi tierra tiembla
y después esa meseta,
ese campo raso en dónde los pies inmóviles
quedan solos arriba del pasto
sin mi.


me hace bien pensarte
aunque no sepa qué hacer con vos.
ignorar siempre antes que todo
pero me hace estar viva,
saberme.


juega la luz y te hacés mármol
piedra y barro,
hilitos

y no aprendí a conjugarte
y vos menos un tampoco.

Mercedes Sáenz

lunes, 22 de noviembre de 2010

DESCONOCER



DESCONOCER

Estoy aquí, invocando a los dioses que aún permanecen debajo de la tierra, imaginando un azul maya, más profundo que los mayas todavía.
Por unos días los poetas de mis amores han quedado en los costados oscuros de mi cama,
Un leve movimiento diario, caricia imperceptible de la punta de los dedos en los libros… están allí, siempre, dónde nos abandonamos.
Se han detenido mis guerras, los amores no pueden hablarse, Kayyam ha vuelto a su siglo, los latinos hablan otros idiomas, un efímero soplido intenta volarme parada en la curva de un junco más liviana que una libélula.
Es una defensa contra el dolor dice Biön y dibuja mi arquetipo invocando imágenes de la infancia … una conducta de orden
silenciosa que no siempre se advierte.
El sentido de la palabra de Heráclito, verdad, ser, realidad.
En el medio del silencio de un libro que no puedo soltar y del que no entiendo nada, desmenuzo a Jung y con el aliento tibio de Freud desde su contratapa.
Estoy aquí, como un pan de avena olvidado en la mesada, oscureciendo de a poco, precipitándose a toda esa geografía molecular que ni siquiera conozco.
Estoy aquí, prisionera de la avidez de saber, saber… sin entender.
Estoy aquí, dónde danzan los átomos detrás de la negrura de lo que ignoro, estoy aquí, parcela de mí o toda.
Aprendiendo a desconocer. Pero la palabra de tantos autores me hace feliz, aunque igual desconozco.


Mercedes Sáenz

sábado, 20 de noviembre de 2010

LA TORTUGA ESCOCESA

PARA MI HERMANA DOLORES SÁENZ


LA TORTUGA ESCOCESA


Era la menor de cinco mujeres,flanquada por nueve hermanos,el mayor hombre, también los últimos tres.
A las mujeres nos vestían de escocés y por ser la menor, se ligaba todas las polleras que por tamaño venían del resto de nosotras. Le costaba caminar porque su tierna redondez la hacía girar más por el mundo que sostenerse sobre sus propios pies.
Cuando intentó dar sus primeros pasos, se caía al suelo, le costaba darse vuelta, pararse y volver a empezar como si nada hubiese pasado. Decíamos jugando, igual a las tortugas. Le decíamos Lola y pocas veces por su nombre verdadero.
Teníamos un perro ovejero alemán adiestrado y buenísimo, casi daba pena el concepto de obediencia debida que le había sido incorporado. Sabíamos que sobre él había caído porque volvía de sus recorridos, de un pasillo que entonces nos parecía largo, con las mangas mojadas. Jamás la mordió. Solamente le avisaba que en determinado rincón debía pegar la vuelta, porque el tamaño del perro para Lola era como caerse en la mitad de la popular de la Cancha de Boca.
Y es a propósito que escribo la palabra Cancha y la palabra Boca.
En esa selva inmensa que era nuestra vida, empezó bastante silenciosamente a abrirse paso y su cuerpo y su cara, tal vez la convirtieron en la más linda de todas nosotras.
No existía el azul en nuestros escoceses sin embargo con una letra bastante particular, escribió una simple composición para el colegio, que se llamaba Azul.
Ojalá yo la tuviera. Y por sobre todo, haber tenido esa facilidad para describir con tanta sencillez e inteligencia algo tan infinito e inatrapable como el Azul.
La vida la atrapó en un cuerpo fuerte y menudo, le dio la boca más linda que hayas conocido y un cerebro que no puedo definirlo con la exactitud que quisiera porque aún no deja de sorprenderme.
Un día volvió de colegio, esta vez con una obligatoria pollera gris y dijo que quería ser psiquiatra. Después de haber sido una buena alumna y de haber hecho las averiguaciones que la facultad le exigía, volvió a casa diciendo que para ser psiquiatra, primero debía recibirse de Médica.
Con la misma simpleza que describió el color Azul, dijo, estudiaré primero Medicina, tan luego. Y lo hizo, acompañada de un mate y de noches eternas con poca luz, y libros que eran más grandes que sus antebrazos.
Poco daba el sol en esa cara porque las horas de estudio se lo llevaban todo.
Yo no entendía como hacía cuando tenía un casamiento o algún evento especial con el que siempre fue su novio en esa época, porque salía de ese cuarto, toda vestida de negro, a veces, con pañuelos de lentejuelas en la cabeza, igual que una diosa chiquita y menuda, con una fuerza y una luz que no coincidían con el encierro de las horas de estudio. Sólo decía: “de negro y algo de pintura no se nota que el sol no ha pasado por mi cuerpo”. Decía que habría tiempo. Y se lo tomó.
No conocí a nadie que recorriera las letras de los libros de cualquier tema, con la misma facilidad que discurría y analizaba los idiomas del cerebro.




No conocí a nadie que tuviera tanta fuerza en un envase tan pequeño, ni que en esa fuerza pusiera tanta ternura cuando indefectiblemente toda esta gigante familia de enredos, la consultaba por los temas más difíciles o más triviales.
Cambiaba el tono de voz, se inclinaba si hacía falta hacia el problema o se montaba en un ejército de elefantes orientales para ponerse a la altura de las circunstancias.
Nunca supe si usó la sabiduría de las tortugas o le llegó desde el universo una caparazón transparente que la hizo convertirse en la mujer que es hoy.
No sé si esa caparazón le pesa o simplemente ya la lleva puesta como la capa de una imaginaria heroína, ya que cualquier cosa que pasa, valga la rima, en casa se dice “preguntale a Lola”.
No sé si pertenece del todo a este planeta porque cuando dice o hace cosas geniales, y uno le pregunta quién lo dijo, de dónde lo sacó, en que libro lo leíste, cómo lo conociste o un complicado por qué, simplemente dice “no sé”, alguien me lo debe de haber soplado, como de banco a banco, a escondidas de un gran maestro.
Yo tengo la suerte de tenerla de hermana.
Mercedes Sáenz.

sábado, 13 de noviembre de 2010

POR AHORA




Se bajó del colectivo, arrastrando un poco los pies cansados.
Por las bolsas que llevaba se le juntaban las rodillas al caminar. El peso se desplazó hasta los codos y con ninguna mano libre se corrió el pelo de la cara, que le llegaba a los ojos.
Terminaba el día sin su propia sombra, y los ojos veían ese minuto sagrado en donde todo enmudece y pareciera que se perdiera el aliento, que todo va a respirar por última vez porque la luz se escapa en ese minuto de silencio, ese, que concede la luz antes de llevarse lo que toca en honor a la cosas que van muriendo, después de recorrer su inventario. Les deja apenas un contorno difuso, hilvanado contra la oscuridad.
No podía volver a casa después de haber sacado un billete de seis números del tercer cajón del escritorio de la que le dicen Cuqui, la del escritorio del fondo, la que la otra semana −ella sabía− había salido a escondidas con su jefe.
Ella también había salido con él, no hace mucho, de vestido blanco y tacos altos, con el pelo rubio recién estrenado, con la mejor sonrisa colgada de su brazo, con velas de colores y manteles lacios. (El esmalte de sus uñas color claro, era lo más oscuro entre su hombre, su noche y su vaso).
La noche llegó y, como una isla tosca, la plaza. Se sentó en un banco negro de cuatro patas, de acero trenzado y un respaldo blando. La luz alta de un farol francés dibujaba en el piso una lívida rayuela donde los pies, alguna vez chiquitos, bajo el sol, jugaban a llegar al cielo.
Se fue la luz pero quedaba el viento, a soplidos tartamudos sobre su cuerpo, como la mano distraída de su hombre, que dibujaba letras y bailaba geometrías con índices y pulgares sobre su piel de colores.
Por primera vez levantó la cabeza y quedó por ahi su perfil sin que lo viera nadie. Un árbol amable desde su enorme estura le tocó la frente, despeinó claridad, y el llanto bajó sin apuro por sus pómulos sin pintura. ( Cuqui, despacio, la descascaraba)
Se guardó un billete de seis números que ahora tenía en su mano, y gritaba por encima del mundo un oscuro 23 entre otros que nada decían, del mismo color y del mismo tamaño. (Cuqui debía cobrarlo al día diguiente)
Se acomodó en el banco; ese número era su aniversario. De noches de promesas, de juegos de amor y de labios temblando. (Cuqui ahora tenía su propia fecha. No sabía si estaba escrita en ese papel). (Cuqui sabía que ella era la única que la había visto guardarlo)
La noche enmudece flores y arbustos y la fuente salpica no sabe qué colores sobre el corazón incienso, plata, rosado.
Un hombre cualquiera se acercó.
- No puede dormir aquí −le dijo sin ver su cara.
Para atrás calló el pelo rubio y la dignidad. Sólo las pupilas plateadas. Lo miró fijo, le dio el billete y dijo:
-Por ahora, no puedo volver a casa. (Por ahora dijo, sabiendo que jamás lo haría)

Mercedes Sáenz

martes, 19 de octubre de 2010

CUANDO TODO EXISTE



CUANDO TODO EXISTE



Húmeda y negra la tierra espera por el pié cansado, se hunde apenas y el barro es suave entre los dedos. La mirada arrastra tan lejos cómo empuja el viento y el agua es viva.
El cielo es remanso de la tierra brote.
Perfilan sombras indias los cerros y todo crece en silencio, la savia y la sangre.

sucede un día
como un absurdo bramido
que hace la tierra
y nada se oye.
sucede un día
que pueden perderse
los ojos de antes,
el valor inútil
de necesitar.
suceden las últimas palabras
imperceptibles como llovizna
en un vidrio lejos de historia
sucede un día
que pone en la boca
dibujos muertos
y la voz murmura
la ceguera interminable.


Allá en el sur, cuándo todo existe y no se conoce la última palabra.

Mercedes Sáenz

viernes, 15 de octubre de 2010

UNA

UNA




Te prometo que esto no va a leerlo nadie. Se prenderá una galera de mago porque el fin de año dice que se acerca y no hace otra cosa que cumplir sus promesas. De esa galera no saldrán mis sueños porque algo cansada estoy de soñarlos. La vida me hace burla y lejos de darme tristeza me encabrita como una cobra atacando en el frío. Debo escribir más claro me dijeron y no sé si tengo ganas. Los negros para mi son azules. Y el azul es tan profundo que llega más lejos que el negro. La pena es que por ahí se llega sola. ¿En dónde están todos? Ya ni los oigo ni los siento. Se han escapado de mi cómo las gotas que se van del cuerpo, silenciosas pero igual se sienten. Nada de lo que ocurre es porque sí. Todo se trenza como en manos de una abuela con ojos cansados, todo empieza a desdibujarse. Algún día me reiré de este tiempo. Las palabras se me vuelven en contra. No me da bajón, lo que me da es rabia no manejar la precisión cuando la necesito.

La otra noche nos sentamos seis mujeres de distintas características a conversar sobre lo que nos pasaba. Los tres últimos cafés de la ronda y probablemente del restaurante, quedaron vacíos frente a nosotros. Hubo un intento de hablar corto y superficial con lo que teníamos, pero los temas se imponen más fuerte cuándo se los evade.
Hablamos de cuánto intentamos parecernos y no parecernos a nuestras madres.

Parece que después de la cuarta pareja -¿cuarta?-se busca reivindicar lo que no pudo disfrutarse con la parte femenina de parte de nuestros autores, o sea la madre. ¡No sé porque hace falta decirlo así con decir madre era suficiente! ¿no?
-A mi novio a veces le digo Má, dijo una.
Después de una carcajada general, el silencio, por un momento sólo, se instaló en la mesa.
-No tiene cara de mina tu novio.
-Ya lo sé. No tengo idea porque me sale. Pero en realidad es él cómo era mi madre conmigo y ya para nada soy como era yo con mi madre.´
-Decilo en criollo.
-El es parecido, muy, a mi vieja, protector, absorbente, meticuloso, demandante y tremendamente cariñoso y yo ante esa forma de cuidado y de cariño en vez de actuar cómo mi vieja, soy amorosa, paciente, condescendiente, amable.
-¿Qué decís, que como mujer también querés parecerte a tu vieja? ¿o sos la virgen de Luján?
-Quiero decir que una forma de amor materno difícil igual saca cosas buenas de mí, después de todo eso, con mi novio hacemos el amor y te aseguro que ni soñando debe de ser parecido a mi vieja.
-¡No entiendo!¿vos o él?¡Traductor!!!!
-¿Qué será eso?
-No te enojes pero siempre en la mitad de un tema hacés esa pregunta ¿no sería mejor que la pensaras y no la dijeras?
-¿Y no sería mejor que vos también la pensaras y te callaras la boca? A mi me sirve para arrancara a pensar. Tengo siempre que hacerme una pregunta y esa es la más fácil. Caballito de batalla.
-¿Caballito de madera con hamaca, medio infantil, no te parece?
-¿Sabes qué? Si estamos boludeando tanto es que tenemos que decir cosas importantes. Que una empiece.
-Empiezo yo chicas, dije jodiendo –aclaro, ninguna tiene menos de cincuenta años-me encantaría en un montón de cosas parecerme a mamá. No te rías, pará, que estoy hablando en serio. Si yo lo puedo decir tan fácil es porque no tengo rollo opa, sino me haría cruces. (Creo no me creyó nadie)
-Dale, hablá.
-Bueno, única hija mujer con varios varones y padre militar. Tenía que se manduti, no voy a hablar haciendo preguntas porque si no me contestan, pierdo el hilo. Bueno, a la vieja la volvía loca. Pensaba que era una forra. No sé si porque era ella la que estaba casada con papá pero es lo que me acuerdo.
-¿Vas a arrancar con el complejo de Electra y esas cosas espantosas?
-No sé cómo querés decirle con la modernidad pero a todo el mundo le pasa algo con eso.
-Pará que con eso de la integración en el colegio, todas las psico no sé que hay y todas las explicaciones que encima te las hacen fáciles para que todos pensemos igual.
-¿Cómo?
-Y te dicen una teoría complicada que justifica comportamientos en forma sencilla y uno con tal de calmar el hambre ese de la ignorancia moderna que marea tanto, cree que entiende. Bueno, o quiere entender algo para no quedarse afuera.
-¿Vos decis que en todos los casos es así?
-Acá tenemos a una psico.
-En todos los casos es así.
-No sé a ustedes yo estoy seca de los palabreríos explicativos, con perdón de usté doña psico.
La psico se sonrió nunca sabremos si por complacencia o por que éramos de librito.
-Vos por ejemplo ¿por qué no escribis cómo quisieras?
-Escribo cómo quiero. No me leen cómo quiero. Y por momentos no sé que hacer. Pero siempre pienso que va a arreglarse.
-Ese pensamiento es de idiota y no me digas que tengo mala onda, es real lo que digo. Con esa galerita de las fantasías crees que todo puede arreglarse
-¿Qué? Será real lo que decís, pero es de mala onda. (Acá me gustaría escribir honda con hache, una “y” griega de tres palitos que puede dispararse de mil formas)
-Eso pasa con las mujeres ¿ves? Por eso hablamos tanto, parece necesario repetir lo que el otro ya dijo, en vez de un si o un no. Se llena el planeta de lo dicho.
Una sonrió, estaba pasando otra vez.
-Escribir no importa porque acá otra no lo hace, pero sirve cómo cosa de lo que le gusta a alguien y no lo puede hacer como quisiera.

-Y dale con lo mismo…¿cómo van a festejar el día de la madre?

-Como mejor se pueda, mi vieja es única y yo como hija soy única.

-¿No tenés un montón de hermanos?

-Mi vieja es lo que dice y siempre le hago caso.

Se fueron apagando las luces. Se deshicieron nuestras posturas y con el cansancio a cuestas cada una se fue por su lado, como se fueron las palabras que no puedo organizar como quisiera.
Probablemente el café lo pagaríamos mañana.
Lo único que tenía en mi cabeza es cuánto amor le tengo a mi vieja y este domingo, calendario comercial mediante, no importa, me quedé pensando un año más como decirle que la quiero tanto.

Mercedes Sáenz

Este diálogo por suerte no es real. Tal vez yo existo a medias, pero mi vieja...es UNA.

miércoles, 13 de octubre de 2010

¡FELICITACIONES A LOS PREMIADOS EN JUNÍNPAÍS 2010!

¡FELICITACIONES A TODOS, UN FUERTE ABRAZO!

Fuente: Diario Democaracia de Junín

Escritores, poetas y ensayistas de nuestra ciudad y de distintos puntos de la Argentina y del exterior estuvieron ayer en Junín para participar del acto de entrega de premios del certamen JunínPaís 2010, que se hizo ayer en el Teatro de la Ranchería, organizado por Ediciones de las Tres Lagunas.
Además de los primeros premios, hubo cien menciones de honor en la categoría “Cuento”, y la misma cantidad en el rubro “Poesía”.

Cuento

Los premios en Cuento fueron para: 1º Guillermo Tonelli Cejas, de La Toma (San Luis) con "Todas las noches cambian las cosas de lugar"; 2º Lidia Inés Nicolai, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con "El cuarto escalón"; y 3º Susana Cruells, de Martínez (Buenos Aires), con "Mudanza".
En la categoría “cuento juninense destacado" recibió el premio Laura Sonia Morando con "Confesión".

Poesía

En el rubro Poesía, 1º Rafaela Pinto, de la ciudad de Buenos Aires, con "Silencios"; 2º Jorge Romero, de Baradero (Buenos Aires), con "Oficinista"; y 3º Aurora Olmedo, de Mar del Plata (Buenos Aires), con "La despedida".
En "Poema juninense destacado" recibió el premio Elio Suárez, con "Casi sin darse cuenta".

Ensayo

Respecto al Certamen de Ensayo, resultó primera Ana María Bertuzzi, de nuestra ciudad, con el trabajo "Horacio Quiroga, prisionero de la tierra"; segunda resultó Ana Alejandra Carmona, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con "La mujer argentina desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX"; y tercera Silvia Graciela Oliverio, de Zavalía (Buenos Aires), con "Los Toldos 1810-1910, todo es nostalgia".
Los Jurados que llegaron a estas conclusiones finales fueron Beatriz Isoldi, Silvia Long Ohni, Fernando Sánchez Zinny y Tomás Barna.

martes, 12 de octubre de 2010

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO


He dormido bajo tu mismo brazo, quebrado alguna vez y torcido. Las manos de llagas secas y en tus ojos huellas milenarias.
Te han dicho de todo, lo aprendido en facultades, en organizaciones en tu defensa. Te han escrito bellos y verdaderos poemas. Te han puesto orgullo, el que surge de defender tu memoria, intentando ponerte de pie, queriendo no olvidar tu valentía.´
Autores de importancia te estudiaron, planifican aún cómo devolverte la dignidad en este mundo.


Aún quiero decirte que dormí bajo tu brazo, con el telar de tus manos bajo el cielo negro y antes de cerrarse tus ojos estaban llenos de estrellas que les soplaste a los míos.
Aún quiero decirte hombre anciano, que esa fue la primera comunión que tomé en la vida. Silenciosamente, sin que nuestros cuerpos se tocaran.
Aprendí mientras dormía algunos cantos de tu tierra sin saber siquiera que significan, mientras la tierra madre nos acunaba cómo hace millones de años, pero sin guerras.
Me iré cuándo amanezca, hombre indio, cómo una hija de los vientos del sur, con la mitad del alma y ese silencio todo.

jueves, 7 de octubre de 2010

GRACIAS JUNÍNPAÍS 2010

AMORES DESTEMPLADOS


Eran los tiempos
en que yo no era otra cosa
que respirar amores.
una toga me llegaba al cuello
y yo no era, sólo no era,
y un día la oí caer
cómo un pequeño acordeón muerto
sin ruido,
Sonido de una pequeña sombra
de hierro transparente, derretido.
unida en frío que cerró mis pies.

(nadie invisible detrás de mi,
los objetos no salen a mirarme).

No hay último gesto, ni beso en el aire
(soplido de niño), ni ofrenda


Rotan oscuros, segmentados
en la memoria de la noche,
huyendo con el apuro
del animal que lejos
mutará su piel

¿Han olvidado mi nombre?
Tal vez nunca les dije quién soy.
O no supe saberlos
y se desnudan de mí.

Hace frío.


Mercedes Sáenz


NO POTRILLO PAMPA




No eran de siete colores, los ojos no sabían que cantidad acumulaban en su retina, pero da tantas vueltas el sol cuando uno es chico que es poco frecuente mirar para arriba. Solíamos tirarnos de espaldas sobre la tierra húmeda y mirar las nubes. Y quedaban los retazos de los cerros, adivinando que forma tenían y si daba el tiempo, decir el parecido a uno de nosotros.
Había pocos caballos en ese campo y una yegua sola que le decían la de tiro.
Era la que más trabajaba, decían los de ahí. Yo la recuerdo llevando detrás de su cola una telaraña de ramas finitas que enganchaban entre sí, como un manto de novia viejo y cansado. Pasaba cerca de los galpones, por eso la veía, las otras cosas que hacía estaban fuera de nuestro alcance.
Éramos un montón de hermanos, el más grande de ocho y el más chico de meses y vivíamos en un campo que se llamaba “El potrillo pampa”, en las afueras de Comodoro Rivadavia, cerca de Caleta Olivia.
Pocas veces andábamos a caballo ya que los hijos del capataz también eran siete y no importan la edad que tuvieran, varones y muy chicos, trabajaban todos.
Nos enteramos un día que la yegua esperaba un bebito. Le decíamos así a cualquier cosa que fuera a nacer de persona, animal o árbol.
El alboroto fue grande en el momento en que estaba por nacer. Habíamos visto con poca frecuencia parir perros, alguna vez ovejas, pero nunca caballos.
A mamá la veíamos todos los años embarazada y nunca ni aún siendo chiquitos las explicaciones que nos daba de acuerdo a la edad que teníamos, eran sin medio grado de fábula. Nos parecía una consecuencia de la vida. Precisamente de la vida.
Un día papá nos llamó a todos y los que estábamos en edad de caminar, avanzamos por una larga calle de árboles que separaba la casa del verdadero lugar del campo. Del lugar en donde todo sucedía.
La asistieron. Con la sencillez y la sabiduría de la gente de allí. Con movimientos pausados, casi higiénicos y con absoluta serenidad.
Lo vimos salir de un agujero que parecía inmenso y conocimos sus patas antes que su cabeza. No sabíamos el color quizás porque estaba mojado pero logró ponerse de pie sin entender porque debía hacerlo, ni porque a esa edad sus piernas eran tan largas, no creo que tuviera conciencia que era la tierra por la que se andaría toda su vida.
Los más grandes nos acercamos a tocarlo y sus ojos se alteraron. Con mezcla de desconfianza y algo de miedo, se apoyó en su madre que cansada, parecía ignorar todo.
Dos días después quisimos ir verlo. No sabemos con que genética pero lo que había nacido era un potrillo pampa.
La yegua de tiro estaba en el palenque, en el que más se usaba y su potrillo cerca de ella oliendo su cuerpo, buscando sus mamas.
Se acercó Don Rosas, así le decían, mezcla de gaucho y de indio, mezcla de mito para nosotros porque poco nos dejaban acercarnos a los peones. No le costó tomarlo del cogote, pero por algo que nosotros no entendíamos, la yegua más tranquila, la de tiro, la más vieja, empezó a tirar patadas y a intentar levantar la cabeza de un cabresto corto que no se lo permitía..
Don Rosas simplemente levantó su mano con un facón afilado y se lo clavó en el cuello. La sangre brotó en un segundo y en el segundo siguiente ya sin fuerza el potrillo pampa estaba todo colorado. Lo vimos doblar sus patas, no sirvió que se hincara para pedir tiempo o clemencia.
Nos largamos a llorar todos al mismo tiempo. Nos quisieron explicar después que si la yegua le daba de mamar no iba a tener fuerza para trabajar.
No pudimos ni quisimos entender.
Yo a veces me escapaba a mirar la yegua. Dicen que estuvo dos días sin comer, yo sólo ví, que pasaba con su manto de novia y leña con el tranco más lento.
Mercedes Sáenz

miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL BARÓN Y LA MANZANA




EL BARON Y LA MANZANA




En la silla de su cuarto dejó prolijamente apoyada la pollera de ayer. Los zapatos de taco alto paralelos y en la misma línea un saco del mismo color, un cinturón y algunos colgantes discretos. Cambiar la camisa blanca era lo más fácil para estar siempre bien vestida cada mañana. Ser agente notificador de un juzgado a veces no era liviano, pero era lo que mejor creía saber hacer después de tantos años.
Hoy era sábado al mediodía, el sol caía vertical sobre su cabeza, su médula y sus sentidos. Quiso pararse y le temblaron las piernas. La mano intentó frenar cuándo el sol de todos lados intentó pasar por la rendija de los ojos. Volvió a sentarse en una reposera común no esas que parecen asientos de avión de primera. Supo en un ratito que se quedaba sola toda la tarde, no por fugas estrepitosas ni enojos, solamente edades (inclusive marido) en que las ideas se aceptan si vienen cómodas ese día. Ideas de esas a ella no le había llegado ninguna. Más bien iban a quedarse a almorzar un asado los seis que vivían en esa casa.
La mano tocó el Barón un poco más a la sombra y el frió no era un alivio.
Se levantó cómo pudo sin antes besar con los dedos la boca del Barón que esperaba en la sombra. Juntó los pedazos de carne sueltos y en cinco minutos preparó todo para que en más o menos dos horas y media un asado completo para seis estuviera listo. Le era complicado moverse, la presencia del Barón la confundía un poco, pero el rito del asado lo hacía de memoria. Rápido, lento, alto, bajo, en el medio de un potrero.
Armaba una torre de maderitas cruzadas, tiraba carbón en el medio y echaba dos pastillas de combustible sólido. En media hora el carbón era un solo rojo dispuesto a seguir muriendo y matando lo que le pusieran por arriba o por debajo.

Ser agente notificador de un juzgado no le era fácil, no le era fácil ya volver a casa. Y eso que por años tan tranquila confió en la técnica de la manzana. Cada vez que llegaba a un lugar embargable usaba su truco de llegar con la fruta en la mano. Desconcertaba un poco en el medio de las carpetas de abajo del brazo y dos señores que en general ponían cara de malos y usaban anteojos. En cuánto entraba decía que era diabática que debía comerla enseguida. Pedía una herramienta para poder pelarla y en la actitud de los gestos de los que habitaban la casa venía en esa voz (de olor tan rico) todo lo que ella quería averiguar fuera de lo que dijera el expediente. La primera oferta era hacérsela llegar pelada, al borde del filo sin desperdiciar nada. Ver si la cáscara no se quebraba. Si la miraban fijo mientras los colores pegados caían sin titubear en un tacho precario. Si algún espacio negro entre la madurez y la virtud se sacaba de punta. Hasta ayer.
La mano ya media cansada de moverse en el calor tanteó su Barón B y lo sacó del balde de hielo. Le dió un beso en la boca a la botella de champagne como si fuera un príncipe que la rescataría de algún conjuro.
Hasta ayer, cuándo un padre confuso y ofuscado con una leve señal de la cabeza le pidió a su hija de seis años que pelara la manzana. La chiquita la miró fijo, recorrió su estatura desde los tacos hasta el pelo, ignoró su mirada y simplemente empezó a sacar la cáscara con los dientes.
Sábado al mediodía y su cuerpo era un huésped sobre sus huesos.
Volvería por última vez el lunes a la oficina para dejar por escrito que en el último lugar visitado nada era embargable.
Se abrazó al Barón y tomó directamente el último beso, la botella fría le suavizó la cara.
El olor a carne asada flotaba en el aire como una gigantesca alfombra mágica mientras buscaba la segunda botella de champagne de Barón B, tal vez la llevara a algún lado. Era bueno no festejar sola hoy si el lunes iba a estar desempleada.
Mercedes Sáenz

CONTRASEÑA




CONTRASEÑA




Estamos perdidos, sí ¿no?
Ay Dios, que esto de andar leyendo por todos lados en vez de liberar aprieta. Me cansé de poner contraseñas porque además me aburren, no me las acuerdo, nunca es un nombre o una fecha relacionadas conmigo, son vacas que saltan, guitarras de perfil, tres cuartos de cogote, entonces después escribo una percha en el escote y así no es, tampoco bajo la nuez, palabras en quechua que después no me acuerdo como las escribí, letras griegas que siempre me creo que las sé de memoria porque jugaba con ellas y en la ita, en la thita o en la iota, yo idiota creo, me las confundo siempre!!!!
Las cambio y no sé para qué porque reciba el mail que reciba, ¡¡¡las propagandas del costado me hacen creer que todos los ojos del mundo están sobre nuestras letras!!
No es que las propagandas de los costados aparezcan en el asunto, también son palabras del texto. No sé si imaginarme que una cibernética infernal e infinita puede leer cada vez que repito una palabra y después amablemente devolverme de parte de los que nos hacen creer que si consumimos todo está bien, pero son de cariñosos y persuasivos, si escribo sal de salir o de salero toma las dos formas. Son muy comprensivos….
Si escribo algo poco usual haciendo metáforas disparatosas como escaleras mecánicas, algo aparece ¿me quieren vender una?
Esto de los sitios virtuales son como playas de estacionamiento subterráneas y nocturnas, en espiral y en caracol y siempre hacia abajo. La curiosidad me hace abrir cosas y entonces parece que un gnomo me señalara con el dedo: ¡oye tú! (siempre hablan de tú, hay que respetar) ¿te has fijado el spam? ¿esta casilla puede estar abierta en otro lado?¿has cambiado la contraseña?
Y ahí voy de nuevo inventando frases que después debo hacer un esfuerzo para recordarlas. Ni que decir de los sitios en dónde una vez registrada para participar en algo, pido que me recuerden la contraseña y después resulta que la estoy usando para otra cosa. Amablemente me la mandan y curiosamente con palabras de propaganda que tiene que ver con mi extraña contraseña. No son originales, no son indescifrables, son largas porque me divierto al escribirlas. Una vez escribí “unpiolinqueatounarbol” me gustaba su sentido y su musicalidad pero ver todo eso sin acentos, ay, que duele al ojo. Sucede que me hace gracia que una frase absurda llena de colores y muchas veces a contramano del castellano me permita abrir mis propias puertas y cambiar la cerradura cuantas veces quiera, eso sí, parece que supervisada por los ojos de la cibernética.
Ni que probar palabras en lunfardo o al vesre, sale de allí un rosario tan agradable que puedo reírme de mi un buen rato.
¿Tiempo para esto? No, no lo tengo, pero lo invento, hacerse camaleón, no estar en ningún lado, no ser, perder la verdadera identidad y la individualidad parecen ser el idioma de los que inventaron estas cosas y uno las elige, las usa, nos usan, las aprende moderadamente porque la cabeza da para poco más de lo necesario. Detrás de ellas o ellos están los que saben leer las instrucciones para volar un avión a la velocidad de la luz.
Es rara la sensación de parecer tan conectados, algunos, no es mi caso, con millones de amigos compartiendo pedazos del mundo, momentos, espacios. Momentos irrepetibles en la sensación digo, porque en el archivo pueden quedar hasta que en el espacio, sin oxígeno, pierdan la voz.
Indiscutiblemente, por más cámara, video, fotos, libros y todo cuanto se quiera utilizar podremos estar frente a otro, ver su color, oír su respiración y sus palabras y sentirnos felices sin ser pretenciosos. Pero eso, así.
Se las ingeniarán para que un día lleguen los olores, eso sí con autorización del usuario.
En tanto, nos dejan cambiar, mutar, elegir, compartir la llave que nos prestan, la contraseña.
Se olvidan de la gente que pierde las llaves todo el tiempo…

Mercedes Sáenz

lunes, 20 de septiembre de 2010

¡¡¡FELICITACIONES A LOS ELEGIDOS DE API 2010!!!









UN ABRAZO GIGANTE REDONDO Y CUADRADO (PUES ESTOY UN POCO LEJOS PERO NO TANTO)Y MIS MÁS SINCERAS FELCITACIONES A LOS ELEGIDOS POR LOS ARTISTAS Y PENSADORES INDEPENDIENTES (API)
ES TODO UN ORGULLO Y UNA ALEGRÍA PARA TODOS.


CLAUDIA TEJEDA

ALICIA BEATRIZ QUIROGA

FERNANDO DE ZÁRATE

SUSANA ZAZZETTI


Mercedes Sáenz

martes, 24 de agosto de 2010

HUÉSPED QUE NO AVISA

HUÉSPED QUE NO AVISA



Amanecerás de nuevo,
sin ninguna palabra.
transparente
cómo una lámina de aire que puede doblarse.
cómo un absurdo inútil sin forma.
Impiadosa hacia mí
me miras
con un versículo en un ojo
que mi fe desconoce.
y te miro, tristeza,
cómo un mojado cartón,
una montaña invisible
que no modifica
ninguna escena.
Es un ruego tal vez
que des vuelta la silla,
ya soy testigo de mí
inventando nombre a la fisuras.
Él me ha perdido
pero en cada quebradura
él sigue ahí,
dónde los huesos queman
porque ha mordido el dolor
todo lo blando
sin detenerse, sin distinguir.
Si no te vas, no me mires al menos,
la silla esa es mía.

Mercedes Sáenz

lunes, 23 de agosto de 2010

NO DICE

NO DICE


que en alguna parte
su cuerpo era
aire tibio


una fruta que rodaba
hasta los pies
sin que nadie la buscara
y podía ser blanda
hasta el carozo
no hacerse piedra.


No le digas
que eligió decir palabras


ya no es libre
ya no es aire

ni manzana.


Mercedes Sáenz

EL CERO EN EL TIEMPO




EL CERO EN EL TIEMPO




Estaba leyendo Tierra de nadie y un Mauricio en el capítulo once inclinó mi cabeza. Seguir hubiera querido pero el cansancio era muy fuerte. Las ruedas se movían por mí y un espesor parecido al sueño hizo de manta y ovillo dejando mis botas fuera del asiento de esos ómnibus que desde afuera se detestan. Piden que se cierren las cortinas seguramente para no tener noción del tiempo.
Adentro de ellos hay algo de malacrianza disimulada y uno no sabe si es uno o hay doscientos millones iguales a uno viajando hacia alguna parte.
A no sé que rato de salir se detuvo, casi no se oía ruido ni siquiera cuando frenó la marcha.
Los gritos en el silencio cobraban fuerza a medida que mi cerebro empezaba a ubicarme en situación y tiempo, venían de abajo, de gente que todavía no había subido a esos especies de tiburones blancos o pintados de colores que se deslizan por las rutas con una elegancia casi agresiva por su suavidad y tamaño.
- Yo no puedo hacer nada, hable con la pasajera. ¡No tengo nada que ver y va a despertar a todo el mundo!
Esos de atrás del vidrio del lado de adentro si éramos la mitad del mundo ya estábamos despiertos.
Prendieron sólo una luz muy cerca de mi asiento.
Subió un hombre muy fuerte, no de tantos años, el trabajo en el campo se había ocupado seguramente de cambiar su fisonomía. La cara roja, con aspecto de alemán o polaco, un temblor en los ojos y en los labios hicieron que lentamente mezcla de miedo y frío me enderezara en el asiento. Por eso creo que hablé primero.
- Buenas noches (no sé para quién, pero salió solo)
- Señora ¿usted tiene el asiento número uno verdad?
- Sí- contesté con una cara que no pude verme pero seguro que parecía la última porción de pizza fría.
- Yo soy -dijo el polaco un nombre que no entendí. Necesito por favor ese asiento. Fui ya veintitrés veces a Buenos Aires, al Garraham por mi chico. Chico de unos diez y ocho o veinte años que asomaba su enorme estatura por las escaleras del ómnibus ese acompañado por alguien de la empresa con cara de no querer participar en nada.
El polaco siguió hablando confuso castellano con desesperado acento y lo único que entendí era que su hijo venía peleando desde que nació con un tumor inoperable y maligno dentro de su cabeza. Que necesitaba ese lugar porque era el único que contemplaba una fila de dos asientos frente a los vidrios anchos del primer piso y un tercero, solo, que separado por el pasillo también quedaba de frente a esos vidrios enormes de la parte más alta de ómnibus. No habló de claustrofobia ni de sensación de ahogo pero tal vez parte de mi ignorancia fue lo que supuso.
-¿Me lo puede cambiar señora? Siempre saco los tres juntos con mucha anticipación, no sé que pasó esta vez- en un confuso pero más tranquilo castellano.
- Por supuesto, contesté sin saber que asiento me iba a tocar en suerte. Empecé a desatar mi cuerpo, a levantar la bolsa que uno nunca quiere soltar por si se queda dormida y obediente casi me instalé en el asiento de atrás de ellos. La otra persona que iba a ocupar esa fila de tres era la madre, que por deducción y por cara de pánico, no era otra cosa.


Quedé del lado del pasillo en exacta diagonal al hijo de los polacos.
Me sacaron la ventana, no ligué ni siquiera ventanilla, pero no es tan malo si el que se sienta al lado de uno duerme toda la noche.
El ómnibus arrancó con un destino que al menos yo conocía.
Se apagaron las luces y quedó prendida esa que parece más un intento tozudo que otra cosa, pero los pies parecen tener ojos en los escalones porque no tropiezan.
Hablaron en polaco o en alemán, tomaron mate comiendo algo con sonrisas de agradecimientos hacia mí, con mi negativa de aceptar alguno. Tomo siempre con cualquiera pero tengo que tener ganas.
Calma en el mundo parecía, cómo si todos hubiéramos dejado la vida afuera. Cómo los ceros de antes de que avancen los segundos. Tenía la sensación de estar sostenida más en un tiempo inmóvil que en el aire. Como los ceros antes de que avancen los segundos.
Los padres polacos y amables ya estiraron sus cuerpos hasta dónde el placer les permitió dormirse.
Creí que también yo iba a poder hacerlo. Acomodé mi estatura que no es muy exigente cuándo hay que hacerse caracol y cerré los ojos.
Girar para cualquier costado es algo tan natural en esos submarinos de aire y ruedas que cómo la pasajera del asiento no sé ni que número, lo hice.
La manta me tapaba casi toda la cara, algo del pelo se había ocupado de que no se vieran mis ojos. Y lo vi. Clarito que lo vi.
Diez y ocho o veinte, no lo sabré nunca, sacó todo lo que tenía sobre sus faldas, celulares, un jueguito de esos de usar los pulgares todo el tiempo y una revista algo doblada en dos. Puso la mano en el bolsillo de atrás y sacó un redondo y enorme opaco fajo de dólares. ¿Por qué será que aún con poca luz uno cree reconocerlos? Los miró sin desarmarlo. Sin saber si eran verdaderos o de alguna clase de juego los volvió a guardar. Se agachó un poco hacia el costado que había entre la pared de ese supositorio gigante y su asiento y de algún lado sacó una pistola y la apoyó sobre sus faldas. No entiendo de calibres pero la tanteó con las manos y los ojos. La acarició despacio, abrió su cargador y creo que sacó siete balas, pero no puedo asegurarlo. Sí puedo asegurar a esta altura que las que había volvió a guardarlas y que mi corazón de latir tan fuerte solo había saltado derritiéndose por algún agujero hasta el asfalto.
No me moví pero creo que ya no me quedaba con que respirar.
Se levantó sin mirar para abajo. Su camisa celeste pasó cerca de mi cabeza y en esos absurdos momentos, sin aire y sin corazón, no pude dejar de sentir esos perfumes que se le ponen a la ropa cuándo el planchado queda impecable.
Yo no me moví. Lento y ágil con una sola manija como cómplice bajó las escaleras y en vez de doblar para el único sentido permitido que es el lugar del baño, desapareció hacia la cabina de los conductores.
No sabía que hacer, menos supe si estaba pensando en alguna reacción posible.
El ómnibus bajó la velocidad sin hacer todo ese despliegue de árboles de navidad prendidos en plena noche buena. Sólo se detuvo.
Algunos movimientos percibí mientras mi cuerpo de estatua quería convertirse precisamente en eso y con un hombre de la empresa por delante, ese diez y ocho o veinte se paró frente a mí y levantó apenas la manta que tapaba hasta mi cabeza y que movió también mi flequillo.
- Usted, agarre su bolsa de mano, la manta y esa almohadita que nos dan, campera, lo que tenga y baje.
Las puertas ya estaban haciendo ese suspiro neumático para darme en este caso la despedida.
Bajé con todo enroscado en los brazos cómo pude y las puertas se cerraron antes de que yo pudiera poner los dos pies en el asfalto.
El ómnibus arrancó con esa elegancia silenciosa y ese desplazarse tan sereno que parece que siempre nos van a llevar cómodamente hasta alguna parte.
El frío podía separarme las costillas y no se veía luz por ninguna parte. Solo la de la luna que amé profundamente. No tenía batería en el celular pero el reloj común de mi mano decía que faltaba más o menos una hora para que empiece a amanecer.
Con todo lo que podía ponerme me senté sobre esas almohaditas en el suelo al costado de la ruta en posición de india, tratando de que la bendita lana argentina me cubriera casi como el amante más tibio que había tenido. Con eso hubiera sido suficiente, era tanto el frío que en este momento ese recuerdo era la hoguera de Juana de Arco.
Ni una luz que no sea la de la luna. Las del ómnibus las ví por última vez cuándo en una curva salieron de la ruta y se perdieron detrás de los árboles.
Sentí cómo si me hubieran descolgado del tiempo. Me pusieron en el cero del principio de algún conteo en el medio de la nada.
Media muerta de frío, totalmente muerta de miedo, en un cuaderno que llevo siempre me puse a escribir esto. Seguramente la tecnología de alguna manera ya se estaba ocupando de mí empezando desde algún cero.

Mercedes Sáenz

martes, 17 de agosto de 2010

LA SILLA

EL 17 DE AGOSTO SE CONMEMORA AL PADRE DE LOS ARGENTINOS, AL LIBERTADOR DE PARTE DE AMÉRICA DEL SUR, JOSÉ DE SAN MARTÍN

La Silla


No es fácil olvidar lo que ocurre debajo de los flequillos, cuando los ojos asoman apenas y uno deja entrar los pensamientos sin saber que hará la cabeza con ellos.
En esa época de alguna manera todos teníamos flequillo.

Veníamos del sur de un campo en Comodoro Rivadavia. No fue difícil Buenos Aires en esos años, colegio a media cuadra, todos con delantal blanco, palmeras en el jardín, pájaros y peces y el mejor humor que a esa edad se puede conocer.

Tenía once años cuando me pidieron por primera vez que dijera un verso el 17 de agosto
-Papa tengo fiebre
-La fiebre es una sensación térmica m´hija y el miedo no. No se levante de esa silla hasta que haga correctamente el verso de mañana.
-Quiero diez minutos para pensar, dije.-
-Cómo no, - contestó- pero que sean los mejores de su vida, porque tengo poco tiempo.
Yo tenía once años, una silla, y tres minutos para convencer a ese padre que parecía salido de una enciclopedia cualquiera.
Me encerré en el baño y me acosté en la bañadera como en una hamaca paraguaya. Las manos detrás de mi nuca me daban la impresión de estar pensando como los inteligentes. Empezaron a aparecer palabras, pero papá era escritor y sabía como usarlas para sostener sus argumentos.
Ya eran las 18.30. Si lograba que ese señor padre cambiara de opinión me eximía de ese aparato docente organizativo cada vez que había un acto. Este era peor, porque yo actuaba.

Pero sólo tenia una silla (actriz yo no era) y un espectador que hacía de juez y jurado.
Salí del baño sin que me viera, me puse el delantal planchado con almidón, las medias hasta las rodillas, la escarapela y prolija las colitas de caballo.
No lo llamé.
Llevé la silla hasta donde él estaba y me acomodé sentadita como una secretaria en entrevista nueva.
Mi postura se deshizo poco a poco. Mis brazos fueron enormes horizontes. Mis manos y mi cuerpo hablaban historias. Sentí todos los cielos cuando crucé la cordillera. Un balazo a mi caballo y no me dieron otro. Sostuve la escarapela en un nido de patria nueva.
Dí vuelta la silla y puse mi cuerpo apretado entre las patas de madera y lloré no muy silenciosamente sobre los duros mares que me llevaron a morir a Francia.
Nunca dije una palabra. Papá tampoco

Al dia siguiente en el colegio lo ví en primera fila.
En el momento de subir al escenario pedí una silla. Pareció algo confuso pero me la dieron.
Sabía que un espectador tenía miedo pero yo tenia once años.
Me senté en el borde derecha y prolija y dije con voz fuerte: “Padre nuestro que estás en el bronce y en la primera fila también” y seguí con mi texto de manera enfática y como mejor lo creí conveniente.
Después llegó un 18 de agosto cualquiera.

Mercedes Sáenz

miércoles, 28 de julio de 2010

SOPLIDO





SOPLIDO




no buscaba tu primera forma,
como la astucia del agua y el sediento
no la sabía,
en los cuerpos desnudos en piel sola
la miseria pequeñez desaparece
la hueca verbosidad
esa, vagamente pérfida
esa ironía simulacro
ese anzuelo mentiroso
de todo lo que ven mis ojos no abiertos

Tu soplido en mis párpados
es despertarse feliz,

puede no saberse de murciélagos
(tontos ángeles negros)


me imaginan amores
y no es nuevo tu amor.

como cualquiera
cualquier día
por cualquier calle,
no es nuevo tu amor,
te amo tanto nuevo
como ese leve soplido en mis ojos
en mis vitrales oscuros tatuados por el miedo.

Mercedes Sáenz

miércoles, 21 de julio de 2010




¿YSI NO VUELVO A VERLO?



Esto fue así, así cómo lo digo.
Era la primera vez que lo veía por aquí. Venía caminando en un día de bastante frío, con un buzo oscuro y nada más que se viera. Un poco los ojos dieron vueltas para arriba, no sé si miraba el cielo o la parte de arriba de la pizzería en dónde yo estaba trabajando.
El sol a mí me daba tibio lindo sobre el vidrio.
Se paró entre un poste de luz de la esquina y un árbol pegadito que en esta época se pone totalmente colorado. Exactamente al lado de un basurero de hierro con tapa del tamaño de un baúl grande. Más grande que él.
Lo miré un momento y le sonreí. No contestó a mi saludo. Miles de razones deben de haber habido de las cuales algunas se me cruzaron pero seguí escribiendo sobre una máquina que es lo que en ese momento estaba haciendo.
Cada tanto cruzábamos miradas muy cortas, no sé cómo era la mía, pero las de sus ocho años, le calculo, eran cómo si no me viera.
No oí el ruido pero mis manos se levantaron de las teclas en el momento en que la tapa del basurero se cerraba sin nadie del lado de afuera. Nadie en la esquina.
Me levanté con la velocidad que pude pues no alcanza la claridad para pensar todo junto, son sólo unos metros nomás, sólo unos metros, sólo unos metros…
La abrí intentando ignorar su peso y desde adentro cómo un gatito asustado saltó con un embrollo sostenido en las manos y un pedazo de bolsa negra de residuos rota que se voló de uno de sus hombros.
No quise gritar para que no pensara que era un reto. Dije un tonto “vení por favor” pero corrió cruzando en diagonal el asfalto por dónde circulan toda clase de motores en ambos sentidos.
Lo vi. doblarse en la esquina creo que para que no se le cayeran las cosas que tenía dentro de su buzo doblado cómo una bolsa. Se le veía la piel de la panza.
La tierra quieta por arriba del mundo, dónde todo no parece pasar.
Si no vuelvo a verlo, mi llanto no sería ni un menos…

Mercedes Sáenz

viernes, 9 de julio de 2010

PAREDÓN PENITENCIA



No es tan oscuro cuando apoyo la espalda
se hace duro de frente
si el cielo es lo único claro cuándo no llueve.

Paredón de todas aunque se sabe que está prohibido escribir.

cuando no nos miran la birome muerde el granito espeso, el mismo
que se hace almohadón de pelo y frente si alguna llora

la tierra floja en los pies siempre sin apuro
siempre hay dónde ir, siempre nos dicen

Antes de ver los los ojos, los últimos ojos
se hacen ciruelos, de fruta y flor.

Sol temprano de mate cocido, reloj de comida en plato de lata.

Alguna vez quise ser seda blanca, antes,
antes que mis manos apretaran su garganta.

Las bocas preguntan y no hay labios ni lenguas

La impotencia de las noches ya no es furia y el cielo
ya no tiene estrellas para llevar


Suele disolverse el paredón en la noche.

Pero el miedo suele ocuparse de todo.


Mercedes Sáenz

martes, 6 de julio de 2010

LO QUE NUNCA SE SABE



Hay veces en la vida que no nos entendemos con palabras, que sería necesario que los ojos estuvieran cerca de los ojos, las manos tal vez pudieran tocarse con la fraternidad de un amigo y seguramente todo aún lo inentendible estaría todo dicho, sin dar explicaciones que por escrito no tienen ni siquiera la cadencia de la voz.
Lo vivido y lo imaginado tienen límites muy finitos. Ante esa frontera sólo pongo el amor y la gratitud y sólo quiero que quién lo merezca tenga lo mejor que pueda tener en el mundo.
Esas cosas que nunca se saben suelen saberse con un abrazo. A veces no es posible darse ese abrazo.
Una vez usé la frase de Mario Benedetti, no es una lástima, es una tristeza.

Y estoy triste.

Mercedes Sáenz

sábado, 26 de junio de 2010

EVOCARTE




EVOCARTE


Hace tanto tiempo ya que no sé de vos, que no es a mi a quién descolgadas del universo llegan tus palabras. Que leerte hoy es así, un montón de arena que se levanta de los desiertos, una inmensa nube sin viento ni tormenta, un enjambre de tus letras que ya de memoria sé y que veo caer en lenta espiral cerca o lejos de mis pies detenidos en alguna parte.
Tuve todas tus cosas y se fueron abandonando en las nuevas lunas, en otras noches de sonrisas más anchas que mis leves comisuras. No se sonríe igual cuándo se las sabe perdidas en otros ojos y en otras bocas.
Quien quiera evocar conmigo será también con el mismo amor que la admiración provoca, el cariño inalterable como el hierro de la prehistoria, con la gratitud –esa incógnita- que sabe quedarse en uno de manera incuestionable.
Sucede que por ordenar borradores viejos me di cuenta que te encontraba por todas partes, y que yo había crecido o que tus escritos cada vez más profundos ya no eran, ya no eran para mi ni en el más mínimo renglón.
La sombra lenta de tus palabras muriendo en el patio de atrás, trepando la medianera, escapándose en puntas de pie para que no pudieran lastimarme.
Evocarte en vida, sin los rigores de la angustia pertinaz, es saberte de todas maneras vivo.
Evocarte es, saberte cuánto te he querido. Saberte es que mi corazón muchas veces allí se demora.

Mercedes Sáenz

jueves, 27 de mayo de 2010

CARTA PARA NO HABLARNOS




CARTA PARA NO HABLARNOS



Últimos y primeros, en que orden si son puestos en un desierto.
Por más que esté en un monte el líder necesita levantar su brazo, no basta con saber que está ahí, debe levantar algo más alto al cielo, debe someter su imagen contra su propio dios que de a ratos es él.

Casi todos tenemos una mezcla de amor y de insulto.
Esa aburrida y dulce somnolencia que produce a veces una amistad y aun así no es posible desprenderse de ella.

Las costaneras son breves contornos de los ojos.

De todas maneras los siglos vuelven a mí y mi afuera ha envejecido
La agonía tiene grietas, se escapa por ahi la realidad.
Hay algo que puedo modificar de mi historia porque la tuya la es la que me lee.
No uses las palabras laterales de tus ideas, las verticales suelen ser más profundas.

Necesito detenerme en algo tan sonso cómo un plástico, hablar por ejemplo de uno simple olvidado en el suelo. Necesito decir algo tan tonto como la inercia de no hablarse.
El plástico está roto, muerto sobre la vereda, alguien lo ha pateado en la molestia de su camino. Alguno lo levantó a ver si todavía había alguna función en su vida. Y volvió a los siglos vuelven a nosotros cómo si nunca hubieran nacido.
Especialmente se escudan dentro de la rabia de los puños inútiles.
No hay nada que apacigüe sin la diéresis los escombros de los ojos, se amontonan, parecen tierras de volquetes, no quiero adormecerme sobre el río flotar sobre esa dulce somnolencia, flotar en agua color madera y respirar con cuidado porque uno ya se sabe ahogado.
Lo hombres invertidos de sacos cruzados, que cruzan delante de mi con una sonrisa color rosa, difícil que sea de una flor, más bien de los se llenan la panza sin mirar por los vidrios oscuros
No vale la pena
Por dónde crees que van los pensamientos cuándo no pueden sanarse. Es una rara obsesión la de no dejar de pensar nunca, nadie deja nunca de pensar. El tema es adónde nos lleva lo que surge en la cabeza, no puedo entrar en el diario del dolor que estaba escribiendo, hay algo que me lo impide en mi memoria.
Un imperativo perdurable en la memoria de la barbarie, en esa que se forma todos los días, con todo esto de la globalización, ya no nos pertenecen ni las propias células
Paro acá ahora y escribo suelta, un verso que salga sólo de las entrañas ¿será posible que no hable de dolor, tienen que ser especialmente algo que retuerza las entrañas?
No lo sé, voy a intentarlo con un tirarlo más lejos, sin dejarlo caer al agua que está cerca. Tal vez ahí hubiera flotado y sólo la mitad de su aspecto quedaría al descubierto, no es tal vez una mala manera, que flote solo con lo que puede leerse, la otra parte la cantará el río.
Dios como me hace falta hoy otra presencia, cómo necesito la sencillez de otros y no esta cabeza que va a mil al ruedo y nadie entiende y lo peor hay gente que dice que es veloz y yo no quiero darme cuenta. Veloz ya no es si no me doy cuenta.
Que lindo sería poder hablarnos y entendernos.
Pero las cosas están dichas cómo para que no nos entendamos.
Es eso es bueno recurrir a la buena lectura, preguntas lo que quieras, cuantas veces quieras, parece que repiten lo mismo pero tu tono cambia siempre. Y siempre están ahí, dispuestos a que los abraces llevándolos debajo del brazo (se conforman con un abrazo amarrete).
Beso la contratapa del libro que me hace vivir un pequeño momento de gloria.
A veces, más me gustaría besar un pedazo distraído de tu cara, pero aunque jures que estás presente, mi alma no la estás mirando.
¿Te importa si aunque no existas todavía te empiezo a decir Pedro?

lunes, 17 de mayo de 2010

HUMO




HUMO





La prohibición de fumar festejaba instalada en casi todo lugar cerrado de Buenos Aires, no aquí, dónde el humo era el aliento de todas las bocas, era el silencio sin movimiento, la espesa caricia de todas las manos en las caras, la última palabra, callada y muerta, la que no discute, un espacio en el aire capaz de contener todos los mensajes sin dueños.
Yo los miraba detrás del mostrador, oculta por una máquina de cerveza tirada que tenía casi mi misma anatomía. Más de una vez no se daban cuenta de mi presencia, ni de mi escote más subido, ni de mi boca pintada, ni del amor al que alguna vez jugué con casi todos ellos, eso sí, de a unito.

Los veía medio girado el cuerpo y el codo sobre la madera, arrugada ya la camisa sucia con olores rancios, la boca seca y algunos músculos que solitos ya sabían donde descansarse.
Frascos de colores vagos en la curva del mostrador y una vela corta en un plato de barro. Ya no hay botellas después de las últimas embestidas, emboscadas.
Ya no se buscaba el estaño después de algunos golpes en la nuca de quiénes no volvieron a levantarse
No se daban vuelta, los triángulos de espejos detrás de la barra partían sus caras en callecitas poco iluminadas, partidas así cómo pequeñas cicatrices.

- ¿La dejaste?
Los párpados bajos apretaron la mirada contra el suelo sabiendo que el piso a veces se nubla, a veces se mueve y es bueno pensar que no son los ojos los ariscos.
- Tengo que sacar un papel antes de contarte, traté de anotarlo.
Metió la mano en el bolsillo y escuchó la candorosa amabilidad de las monedas, su salvoconducto en las tardes de rabiosas borracheras. Llevaba el cambio justo y en un confuso desorden de palabras le extendían un boleto hasta dónde alcanzara. Podía dormirse tranquilo sabiendo que lo despertarían cerca de su barrio.
- La dejé –continuó-, empezó a hablarme raro, cada vez que quería estar un rato con ella me salía con cosas como- levantó el papel a la luz de la vela y leyó: estudiarse para adentro, ver el interior de cada uno, tratar de hacer un proyecto para cambiar mi vida aunque no fuera con ella. Parecía la secretaría general de un sindicato que integraba yo solo. No es que no le entendía, las iglesias ésas que pasan por televisión a las mil de la madrugada de brasileros que no se les entiende ni una jota, dicen lo mismo.
- ¿Y todo eso para qué?
- Dice que es para ser mejor, que lo único que conoce de nosotros es la forma de tomar hasta que nos sacan arrastrados de los brazos hasta el callejón. Que nunca vamos a ser nadie.
- ¿Por qué me hablas en plural si se supone que se trata de vos solo?
- ¡No me vas a dejar solo en esta podrida! Si me dejas vas a tener que buscar palabras en el diccionario para entenderme.
¿Qué les pasa a todas que hasta mi señora habla de plantar zapallos en un balde?

Hablaban de lo que decía mi boca, la mía, la de tantos besos sobre sus heridas, la de tantos murmullos en diminutivos para que pudieran entender los oídos que seguramente sangraban alcohol por dentro, mi boca, la mía, empezó a torcerse hacia un costado en dónde mi lengua moja mis labios antes de vociferar sin detenerse. Y no hablaron de mis brazos, no hablaron, ni de mi pecho, ni de mi cama. Y entonces, nada dijo mi boca.
En mi memoria el silencio se desbocó desesperadamente en olvido.
Tiré el libro que me enseñaba esas cosas en el mismo callejón de barro cerca del Riachuelo, muy pegado a la basura, dónde los hombres que no levanto quedan por mucho rato.
Cualquiera desde la calle de la otra orilla, mirando salir el sol sobre el río menos oscuro, pueda ver tal vez como la luz de una vela me deforma la cara, hasta divinizar esta expresión un poco bestial, la de advertir este cementerio lento, esta tristeza dónde un cielo de humo baja pegajoso como un ojo feroz en la noche hasta rozar mis polleras otra vez mañana y otra vez después de mañana.

Mercedes Sáenz

sábado, 15 de mayo de 2010

¡FELICITACIONES LAURA ELIZALDE!

FONDO NACIONAL DE LAS ARTES


GANADORES DEL REGIMEN DE FOMENTO A LA PRODUCCION LITERARIA NACIONAL Y ESTIMULO A LA INDUSTRIA EDITORIAL AÑO 2009

GENERO NOVELA
1º Premio:

Título: “De nada. Pericles de Atenas”

Seud: Snorri Nº88

Autor: LAURA ELIZALDE, de CABA

Importe:$10.000.-

el jurado fue:


Jurados: Carlos Chernov, Guillermo Martínez y Jorge Accame.


FELICITACIONES DE NUEVO LAURA ELIZALDE.
UN ABRAZO TRIPLE.
MERCI

ALGO DE LAURA


Muestras de trabajo

El Profanador Novela, narrativa histórica No puedo pensar como un hombre, tiendo a pensar como un Dios, como ese Dios a quien no conozco..." En un texto cargado
El Profanador
Grijalbo

narrativa historica

Novel Narrativ a histórica Ptolomeo II, hijo de un general de Alejandro Magno, coronado rey de Egipto hacia el 280 AC, es el que habla. Conoceremos la intimidad de sus pensam
Novel Narrativ a histórica
Grijalbo

narrativa historica
Un día fue nadie
Cuento corto


Un actor va a una prueba por un papel en una obra de teatro, en el trayecto le sucederan algunas cosas y finalmente alcanzará su personaje.




Cuento corto
Ver todas >
Datos de Escritores
Especialidades Narrativa

Poesía

Relato breve

Teatro

Libros electrónicos no he editado libros electronicos
Audiolibros no he editado audiolibros
EditorialesLlevo dos libros publicados con Ed Grijalbo Random HOuse Mondadori

Títulos publicadosEl Depredador . Ptolomeo II de Egipto.

El Profanador. Herodes El Grande

Otros serviciosAsesoramiento en la lectura de borradores, corrección de textos.

ReseñasComentario en el diario La Nación suplemento de Cultura (papel y online)

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=446222



Ptolomeo II Filadelfo, Señor de Alejandría, hijo de un general de Alejandro Magno y educado por preceptores griegos, reina en Egipto hacia fines del siglo III a. C. Guerrero cruel y al mismo tiempo protector de las letras y las artes, es un hombre extremadamente bello que vive enamorado de su esposa y de su hermana -con las que da forma a un raro triángulo erótico-, tanto como de las palabras y las bellas estatuas. Respetuoso adorador de los dioses, atraído por las cosmogonías orientales es, a la vez, un filósofo capaz de sentir la emoción estética del pensamiento; un ser sensual y refinado que prefiere el pensar al saber porque el que sabe está condenado a la soledad, lo que no logra eximirlo de la angustia de enfrentarse a la idea de la degradación del cuerpo, la enfermedad y, finalmente, la nada.

Ya desde el primer capítulo el relato atrapa. En él el protagonista, que vive un episodio amoroso con una esclava ciega, asiste a un banquete iniciático con su padre. Producida la muerte de éste (es conmovedora la descripción del hijo llevando el cadáver embalsamado de su progenitor por las aguas del Nilo), Ptolomeo libra un combate victorioso contra los asirios.

La historia abunda en momentos de insoslayable interés y belleza literaria, como los diálogos de Ptolomeo con el poeta Calímaco y los que mantiene con el geómetra Euclides, que le ayuda a ganar una desigual batalla naval mediante el cálculo científico; la descripción de la mítica Biblioteca de Alejandría y la del cuerpo desnudo de su hermana Arsinoe II, así como su amor por la antigua Grecia: "La Grecia de Atenas, la Grecia que quería ser y no tener. La Grecia que no acumulaba ni países ni conocimientos, la Grecia que prefería las preguntas a las respuestas, porque en las preguntas hay belleza. El que pregunta es un buscador de asombros, el que responde es un abastecedor de certezas, y la certeza tal vez sea la asesina del pensamiento".

Todo el texto tiene el mismo tono elevado, un estilo majestuoso, de inusual calidad estética, enjoyado de imágenes y paradojas que descubren la secreta relación o identidad entre conceptos aparentemente contradictorios. Esta novela del poder y la guerra, del erotismo y la fascinación del pensamiento, enmarcada en la sugestiva evocación del antiguo Egipto, constituye un hito extraño y valioso en la amplia y despareja producción del conocido escritor y, a la vez, un comienzo auspicioso para la joven Laura Elizalde.

Antonio Requeni

lunes, 10 de mayo de 2010

APENAS UNA IDEA



APENAS UNA IDEA

demorarte duele,
pensarte allí, después de volver la hora,
la misma de ayer, quieta y ambigua.

otra vez el cuándo
mi tierra tiembla
y después esa meseta,
ese campo raso en dónde los pies inmóviles
quedan solos arriba del pasto
sin mi.


me hace bien pensarte
aunque no sepa qué hacer con vos.
ignorar siempre antes que todo
pero me hace estar viva
saberte.


juega la luz y te hacés mármol
piedra y barro,
hilitos

y no aprendí a conjugarte.

Mercedes Sáenz

jueves, 29 de abril de 2010

POEMA DE MIRARTE


Poema De Mirarte

El vino busca en la boca inclinada
un beso de vidrio
color ébano.
no recuerda el verso
confunde las lunas
los pies no alcanzan la rueca.
la ira no es ya
tormenta brutal
queriendo verse cómo el hombre
que –yo- sigo viendo.
un estilete cortés marcó los
hilos en el tapiz de su cara
dibujó su tierra en dónde palidecen
sus dioses oscuros en una blancura
desmedida.
Será su último día.
No existirá mañana.
Y yo lo miro…
tiemblo, también en mi copa
-creo que quiso mirar allí sus propios latidos-


me pidió que no lo toque
hasta que la muerte lo toque primero.

Mercedes Sáenz

lunes, 12 de abril de 2010

MIEDO






MIEDO




Frente al puente colgante, un niño arrodillado pidiendo con su rezo.
Las sogas empezaron a correrle por los ojos, tocan el hombro, mueven su cabeza. Las piernas, pie de álamos desnudos contra la tierra por dónde una vez, tan altivos, anduvieron los caballos pisando en dónde ahora, no se levanta alguien hincado.
El puente arriba del río hondo, turbulento silencioso abajo.
Cerrar los ojos por no fiar. Tocar con el dedo la boca que se abría de frío para repetir la memoria que tenía en otro lado de una cruz.
Las canastas que lleva tejidas con carrizos, como gaviones contra el agua, no atajan avergonzarse de ser miedo niño. Los pantalones pasan el muslo y esa forma de camisa que tapa su pecho flaco lleno de moretones. Un silbido se arremolina perverso para rodar un poco por encima de su sombrero y no hacer ruido al pisar las hojas. Ese viento destemplado le acaricia la cabeza.
Aflojó la bolsa de grasa que tenía en la cintura y sus dedos la esparcieron con suavidad en la base de las canastas que tocaban el suelo. Las ató muy fuerte con una misma soga, dejándolas en fila india, no por miedo al viento.
Después de que el niño se aferrara con las dos manos y recorriera sentado todo el puente hasta llegar al otro lado, quedó diosita sola sin la menor importancia.
Tuvo un poco menos del miedo del que la humanidad dispone desde toda la eternidad.


Mercedes Sáenz

jueves, 1 de abril de 2010

NIÑA SOLA Y MUELLE






NIÑA SOLA Y MUELLE

Son oblicuas las sombras esta tarde,
(ya es calle sola sobre el río)
silencio desnudo en los senderos
y la niña de ahí, la niña sola.
Sentadita en la escalera
juega
con sus pies pintados de tierra
y toda el agua
y canta
o reza
o murmura
o repite del árbol
la noche de una luna oscura.
Trenzas de niña que si no las soñó las tuvo
dibujadas torpemente por mi antes,
antes de que empujara descalza su inmenso carro de cartones.
Es suyo ese muelle ahora
mientras la espero,
todavía la espero.

Mercedes Sáenz

sábado, 20 de marzo de 2010

LOS MUDOS DE OTROS





LOS MUDOS DE OTROS






En marzo soy todo el mes,
un enorme oso flaco en un agujero


en marzo
canto a escondidas un llanto absurdo,
hablo con dioses que no conozco
(encierro palomas en pinturas cubistas)
los ojos, blandos a mi, abandonan las formas de la memoria.
en los párpados fierros como si nada viera.
impotencia es la cárcel más pequeña
todo vuelve en la negrura de los sueños y el dolor siempre.
las manos se secan, ya no se tiembla.
marzo, minúscula me dijeron,
(siempre con minúscula)
las fechas así se escriben y porque
quiero aprender obedezco

Tal vez es lo único que escriba
(porque ni hablar puedo
del dolor siempre).


Mercedes Sáenz