lunes, 29 de diciembre de 2008

GRACIAS GRIBALFARO

N.º 58
NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2008
2






DECIR CÓMO, DECIR QUÉ
Por Mercedes Sáenz


Atendía su consultorio con esmero y un cierto grado de alegría. Era psicóloga y se llamaba Andrea..
Por las noches, se sentaba sola en una silla frente a un público numeroso y esperaba que creciera el silencio absoluto y entonces, desde esa silla, iluminada por una lámpara derecho a su cabeza, separaba su pelo en hermosas colinas y descendía sobre su cara como un torrente de agua incierta, y se convertía en la imagen de lo que estaba dispuesta a contar.




Si se ponía de pie, podía ser una estatua perfecta. Si osaba mover los brazos, era como un flamenco sobre el agua plateada.


Música, sonido del viento, olores, tristeza y alegría, cabían debajo de sus párpados, al cerrarse o al abrirse o al dejarlos quietos como dos mariposas de arena.
En sus narraciones podía llevarte a un pequeño pueblo de Turquía, descalza, por el sur argentino o marearte en un barco holandés.
Desde la misma silla podía ser una inmigrante con un vestido gris esperando en Retiro que la pasen a buscar, las piernas cruzadas y las manos escondiendo todas las expectativas sobre sus faldas.
Si se ponía de pie, podía ser una estatua perfecta. Si osaba mover los brazos, era como un flamenco sobre el agua plateada. Tremenda la dignidad de su cuello, para ser un perfil que duraba sólo unos segundos.
Algunas de sus historias eran de autores famosos o no, de Las Mil y una noches, de gente que esperaba en el subte o de amores que volaban y morían.
Una noche, yo estaba sola. Tenía ante mí una copa de buen vino que convidaba la casa. No la toqué por no romper el juego de luces que había sobre ella. Siempre pensé en el vino tinto como la sangre y el en vino blanco, lágrimas.
Esa noche, Andrea, con una copa de vidrio en la mano, contó una historia árabe de las más sugestivas que oí en mi vida, y un aplauso insistente y continuo provocó que algunos reflectores se prendieran.
Ella no se movió agradeciendo al público, que estaba casi todo de pie. Giró lentamente su cabeza hacia la izquierda y una luz indecisa la iluminó levemente amarilla. Brillaba su pelo, pero, sobre nosotros, el silencio negro. Su cara, mezcla de cera e incienso, como una virgen legendaria.
—Viene a cuento —dijo lentamente. Levantó las manos y las cruzó como una paloma sobre su pecho. No movió sus párpados y dos lágrimas gruesas le cayeron de los ojos. Miró fijamente un sólo lugar y dijo con ternura:
—Yo tenía un amor que se llamaba Javier…
Sólo de una de sus manos salía sangre cada vez más roja, que entraba por la manga negra de su vestido y se deslizaba por sus dedos con una lenta velocidad maldita.
—Estoy muriendo por la mitad —dijo sin bajar la cabeza.
Nadie se movió.
Era una estatua doblada en dos como un libro, la curva de su espalda una línea recta y ahora la sangre corría por sus piernas.
La cara de Andrea desaparecía en capas transparentes. Y sus ojos cerrados.
Su brazo, el del tajo alevosamente abierto, quedó suspendido en el aire como un adiós imperceptible, como si desde la borda de un bote tocara el agua con la punta de los dedos. Con algún Javier, supongo, salieron de la luz y de mí para siempre.
No me moví ni tomé la copa de vino. Cuando pude levantarme supe que como un ciego para siempre llevaría esas voces conmigo.



Mercedes Sáenz (Buenos Aires, 1952). Ha cursado estudios de filosofía. En su haber literario cuenta con pequeñas publicaciones para las editoriales Atlántida y VYR y diversas colaboraciones para revistas virtuales, especialmente para Artesanías Literarias, del editor Andrés Aldao. No participa en concursos. Es autora del libro Filos de Lata, publicado por la Editorial Vela al Viento, del editor Eduardo Gómez. Actualmente está preparando un segundo libro.


GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VII. Número 58. Noviembre-Diciembre 2008. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2008 Mercedes Sáenz. © 2002-2008 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.


Gracias a GRIBALFARO por haber incluído este texto de "filos de lata" en su última publicación.
Un afectuoso saludo

Mercedes Sáenz

viernes, 26 de diciembre de 2008

CUANDO SE CIERRA LA ÚLTIMA HOJA


CUANDO SE CIERRA LA ÚLTIMA HOJA






Por ahí anda vestida de pollera ancha, siempre con bolsillos para poner la navaja. Con zapatos bajos y si el espesor del pelo molesta, se hace una trenza sin atar, se queda sola sin que ni el viento se la mueva. Sale en general de día y vuelve a la tardecita la cazadora de posibilidades.
Salio de colegio bueno, bueno para algunos porque no siempre lo que establecen que es portarse bien deja buenas marcas. Dicen que se debe hacer y poco para el razonamiento, estonces al alma le echan una medida que da miedo discutirle cuándo las edades son tempranas.
Empezaban a olvidarse las luces del día y las pupilas ya no distinguen dónde los amarillos no van a quedarse. Empezó a subir la barranca que la llevaba a su casa, en medio de una villa de emergencia. Entro en su cuarto de lata, la chapa no era otra cosa para ella que algo metálico, decirle de una forma u otra no cambiaba el frío.
En su cuarto de una sola cama y varios colchones apilados, existían sábanas, mejor usarlas poco, la puerta quedaba abierta, nada había para sacar con excepción de algunas velas y unos fósforos.
Un solo episodio pasó para que al lugar dónde ella vivía no entrara nadie.
Hay cosas que son más fuertes que lo que pueden soportar los más guapos, cuándo las posibilidades de maldiciones pueden extenderse a las madres, a las niñas, a las viudas,
Lo supo un día después de haber llorado toda una noche, todo un día, de haberle quedado los ojos flaquitos y turbios, Ni de resfrío parecían. La nariz aguileña se había ensanchado y no se acordaba cómo tenía normalmente su pelo que para ella era un símbolo importante
Se acuerda porque lloró, no la causa.
Llegó un día hasta la villa con un bebe alzado, ni dos años tenía, lo levantó sin poner la conciencia dónde se debe y a pedido de los gritos de la madre lo llevó en su propio auto hasta dónde vivían. Toda la educación que había cabido en su cabeza de llevarlo a un hospital, de no complicarse con accidente de terceros desapareció ante los gritos desesperados de una madre muy joven, de una belleza casi de cuadro. Pedía a los gritos que a ningún médico por favor. Parecía tener más miedo por ella que por su propio hijo.
Llegó con la madre y con el hijo ensangrentados a un cuarto de lata. El auto bastante nuevo que dejó en la puerta nunca más volvió a encontrarlo.




Dos días encerrada estuvo con ese hijo en los brazos.
Algunas mujeres le traían cosas, inclusive algunos trapos limpios y pañales. Se los tiraban por las ventanas que la podían abrir desde afuera y volver a cerrarla Se sorprendió un día que le limpió la frente con un paño de hilo bordado con unas iniciales también blancas y fue el único minuto que su pensamiento se distrajo de pensar de dónde había salido.
La madre nunca se movió de ahí. No comió. Parece no haber ido nunca al baño. Salvo que se corriera la pollera y haciendo a un costado la bombacha hiciera pis sobre la tierra del cuarto.
El bebe estuvo inconciente dos días con un tajo en la cabeza que la cazadora fue curando con agua traída de escaleras arriba. Una sola vez a las tres de la mañana le abrieron la ventana intentando en vano no hacer ruido y le dejaron una bolsa con toda clase de remedios sacados probablemente a punta de pistola y pidiendo a los gritos cualquier clase de drogas para un bebe herido.
Nunca se supo quién lo hizo, supuso que era un adolescente por la largura de la pierna que vio a media luz.
La madre siempre sentada en el suelo arropaba un poco mejor sus propias mantas. En dos días no emitió palabra.
Cada tanto la miraba a la cazadora que en posición de india, con las piernas cruzadas tenia al bebe cómo si fuera una cuna, desde ahí apenas lo movía para cambiarlo un poco, limpiar la herida y acomodar las mantas y su pollera que también en este caso hacían de abrigo.
Después del segundo día abrió los ojos, no buscó los de la madre. La madre no se movió del suelo. Una de las manos del chiquito primero reconoció la herida del lado izquierdo de la cabeza, con el mismo gesto de aplastar el arena jugando, la lengua salió de su boca no en llanto, el labio de color mejor ahora era mojado apenas. De un cuenco de lata abollada y chata la cazadora sacó con su mano en forma de canasta un poco de agua fresca, la poca cayó sobre el labio que alivió lo que fuera.
Se abrió la puerta y una luz tan clara y celeste iluminó por un ratito hasta que la madre saltó como si la hubiera mordido la rata que anoche le pasó cerca sin que cuenta se diera.
Salió con la cara hundida en los hombros intentando agrandar los ojos lo más posible-encanto de un antes que ahora probablemente no tuvieran efecto.
En cuánto salió, le dio un cachetazo que además de marcarle la cara la tiro al piso.
- ¿Está bien el pibe? Dijo, con un tamaño que cualquiera temblaría, con la camisa abierta, dos tatuajes que no se inmutaban con el frío y unos dientes tan sanos y blancos que muchos decían que se los habían puesto los espíritus.
Dicen que una vez un policía lo soltó solamente porque a una amenaza le contestó con una media sonrisa irónica y en esa boca no podían estar esos dientes.
- ¿Qué dice? Le preguntó a la del suelo.
- Nada, nunca dijo nada, pero nada malo tampoco. ´
- ¿Podré entrar? Y se abotonó la camisa.
Desde el suelo la voz llorosa dijo que ella nunca había salido que no sabía que hacer ahora.
Por las dudas él tiró una patada hacia la mujer del suelo pero sólo levanto un polvo sonso.
Se paró con su mejor elegancia debajo del marco de la puerta. Arqueó un poco la espalda y casi sumisión de gato en sus movimientos torpes.
Entró despacio cómo si todo el respeto no aprendido en ningún lado tuviera ahí sin saber siquiera por qué.
La mujer que tenía al hijo de este hombre acostado en sus piernas cruzadas en el suelo, no levantó la mirada.
El hombre grande se agachó, en su tamaño, quedó a unos treinta centímetros de ella, no se le vieron los dientes y preguntó
- Con su permiso, ¿está bien el pibe?
Ella giró la cintura levantó al bebe y en sobrada agilidad se puso de pie y sin articular palabra lo depositó tiernamente en esos otros brazos que solos parecían formar un bote.
El niño empezó a llorar y el padre cómo chúcaro en el palenque lo devolvió enseguida a la mujer que no había emitido palabra. Y entonces del llanto fuerte pasó a un gemido de gato pequeño hasta emitir un sonido casi de contento.
Ella lo miró a los ojos, esta vez el no los bajó y desarrepolló la bravura igual que un animal que ya no tiene que hacer alarde de nada cuándo anda suelto porque solo va a ejercer los movimientos que le tienen permitidos.
- Dos días más y lo lleva nomás. ¿Está de acuerdo?
Si, sí contestó el hombre grande sintiendo en el pecho que en cierta forma en ese acuerdo le estaban pidiendo permiso.
Se hizo en la cabeza de pelo negro un gesto como si se tocara una boina, -ninguna puesta-pero era su forma de hacer una reverencia. Y salió del cuarto de lata.
Parecía que por ahí no había pasado nadie.
Era una tarde de esas grises medias plomizas, cuándo la tarde intentó pararse sobre los cables robados de luz y algunas casillas se iluminaban cómo si fueran mágicas y lo más fácil del mundo.
Se oían el chillar de las cacerolas y no se oían los pies chiquitos que buscaban agua en las canillas de afuera.
Los perros empezaron a quedarse quietos y sólo alguno que otro molestaba con ladridos de perro aguado.
La ropa ya no quedaba colgada y los pocos que habían comido lo habían hecho temprano y con mate, dispuestos a levantarse temprano para ir a trabajar.
La mujer que no hablaba casi, se llamaba Leila, pero con esa cosa muy del barrio de cambiarse los nombres le decían Lashira, así todo junto. La palabra la trajo uno del norte y junto dos, algo que era una mezcla del cielo y la tierra. No supo explicarlo, tal vez solamente porque estaba parada sobre ella y debajo del universo como todos.
Lashira tenía una casa de lata en la que todo se oía, una ventana que cerraba tan mal cómo el baño de un subte y las temperaturas jugaban a los extremos más duros sin importar quien estuviera adentro.
Había que acercarse con cuidado porque nadie sabía de qué manera arreglaba las cosas. Le traían personas después de pasar por el consenso de los más fuertes del caserío y sólo algunos podían ir a verla.
El miedo colectivo era que Lashira un día se fuera, o un día fallara, o un día dijera que no, o un día roto ese misticismo alguien la matara.
Sucedió una vez con una madre de cuarenta años- doscientos sobre la espalda, mil quinientos sobe los dientes y ovarios de mil guerreras- más o menos que parecía tener un ataque de locura, de epilepsia o algo así. Se la llevaron que casi no pasaba por la puerta y desparramaba castañazos a cualquiera que intentara sujetarla. La metieron en el cuarto y cerraron la puerta. Alguien quiso quedarse cerca, creo que era un hijo, pero el más guapote turno porque había el que más, pero ausente éste, había postas con sólo apoyarle una mano en la espalda lo alejó del lugar. La mujer entró a los tumbos, mucho no había para llevarse por delante.
Lashira solo la sujetó del pelo, oscuro y largo y la locura bailó a los gritos hasta cansarse. Sus manos en un intento de agarrar cualquier cosa se desesperaban peleando con el aire, pero no llegaban hasta ella.
Seis horas la tuvo encerrada. De afuera se sentían los gritos hasta que levemente empezaron a oírse unos gemidos. Después la dejó dormir sobre unos de los colchones viejos.
Cuando salió sus ojos estaban cansados, el color de su piel algo transparente y los kilos de más de su cuerpo parecían pesar poco. La esperaban dos comadres afuera y su diálogo además de fluido fue terriblemente mentiroso creyendo que contaba la verdad.
- Me dijo palabras indias, no sé a que dioses invocó, me hizo dar un montón de vueltas para un lado y para el otro cómo las agujas del reloj, después me tiró en un colchón y me hipnotizó. Le hizo prometer a mi cabeza que jamás, nadie sabría quien es el padre de Kevin. Así que en eso estoy salvada si me vuelve a hipnotizar, ya sé que no se lo digo a nadie.
- ¿y te puso alguna pasta porque ahí adentro parece no tener nada?
- Y dormida no lo sé y enfiló instintivamente por las calles finitas que llevaban a la propia.




Tal vez volver atrás a una noche de Callao y Alvear, en pleno centro de Buenos Aires con una llovizna que empinaba la barranca de Callao más hacia la derecha porque los edificios reflejaban unas paredes extrañas a los costados. Leila venía con unos de esos autos nuevos de luces amarillentas y ellos, la madre de anchas polleras y un chico cruzaban la calle con un carro de supermercado con las ruedas tan poco dóciles cómo suelen serlo.
Los cartones venían mojándose, de ahí el apuro y el choque. Todo saltó por el aire menos los cartones que ordenados y apretados ofrecieron una resistencia de quedarse como estaban.
La frenada fue rápida, el coche quedó torcido y la mujer de afuera en el suelo sin quebrarse las piernas, al menos una, por la cantidad de género que tenía su pollera. El bebe, con un llanto muy fuerte seguía dentro del carro del supermercado
La llovizna era lo que estaba por encima de todo pero no parecía. Todo se deslizaba bajo su matiz y la tragedia hacía otro dibujo, fue así que el niño fue levantado en un ataque de confusión y locura, en el medio de los gritos de la madre que decía que a un médico no por favor.
La mujer que manejaba abrió su impermeable como dos puertas y apretó contra su pecho al niño que sangraba sin parar, como si esa fuera la primer entrada a una posible mejoría.
La mujer de impermeable y pavor las subió al auto temblando invisiblemente.¨
- ¿A dónde quiere que la lleve?... el chiquito sangra mucho.
- A la treinta y uno. Y allí se dirigieron. El auto chocado anduvo cómo pudo pero la mejor hizo el camino hasta la villa de emergencia cómo si lo conociera.
Llegaron hasta una casilla de lata empinada un poco por la barranca.
En muy pocos minutos después del choque media villa sabía que el niño había tenido un accidente.
Una noche loba acostumbrada, con olor animal en el aire, turbio se respiraba y la figura hacía una silueta extraña en el equilibrio al bajar las barrancas en el apuro con el impermeable abierto. La sangre de la cabeza del chiquito nada se veía. Era demasiada grande la oscuridad para distinguir colores, más que ver había que tener apuro.
Desde el día que llegó supo que de ahí jamás se movería, aunque la dejaran irse.
Las posibilidades venían solas. No hay depredadora que busque.
Mercedes Sáenz

jueves, 18 de diciembre de 2008

QUIÉN SOLO DE NOCHE



No se despidió de su mujer después de cenar Tomó un sombrero y se tapò hasta la frente cómo si eso le permitiera pensar un poco menos. No hacía frío pero se puso lo más parecido sobre los hombros cómo si fuera una capa. Miraba su sombra por las calles vacías. Cómo un fantasma empecinado en encontrar a quién poder asustar para sacarse su propio miedoUn pueblo dormía con las cosas casi todas en su mismo lugar. Sombras y lunas no competían con nadie. Algún par de enamorados que ya se sabía jugaba al escondite de no ser descubiertos. Las voces de los animales, que a esa hora tienen voces, se oían de tanto en tanto.Sólo cuatro mil habitantes. No es número tan chquito para decir que en su estadística tenía el cero por ciento de desocupación.Su intendente salía de noche vestido de cuento y espanto.Sólo su mujer lo sabía que algo de televisión veía, tejía un poco y casi sin darse cuenta se quedaba dormida.Cero desocupación en un pueblo. Robar desde su intendencia no se robaba y mirar las alcantarillas y el titilar de amarillo los semáforos todas las noches cansa un poco.Es que duermen en paz.El miedo del hombre fantasma es que la única fábrica de maní que le había dado trabajo a todo el pueblo una noche desapareciera.Es que sucede en un pueblo de Córdoba dónde parece otra Argentina.¿Será por qué los santos más grandes, más hermosos, con el cincel más esmerado, hermosamente vestidos a los costados del altar se llaman cómo los que donaron una bellísima capilla? Para la iglesia no existen. Parece que sí para un pueblo que puede dormir en paz.
Mercedes SÁENZ

jueves, 11 de diciembre de 2008

RINCON DE PIEDRA



RINCÓN DE PIEDRA








Viene el viento tocando el hombro, empujando apenas con el aliento que no alcanza ni a moverle el pelo. Susurra palabras de algún coreuta desprevenido en un teatro primero mientras oye instrumentos que no conoce.
El aire baja por la cabeza cómo un manto sutil que nadie sostiene pero acompaña el paso de apuro hasta llegar.
Bordea la costa del río dónde Buenos Aires se pierda en pleno día.
Baja hasta las piedras gigantes que alguien ordenó con esmero, y se sienta a mirar dibujos parecidos a los laberintos de un mandala. Tapitas de gaseosa y de cerveza levantados de la desidia y del suelo en terminables caminos de colores aferrados a la muda y milenaria resistencia de la piedra.
Septiembre empuja hacia el río, involuntario, inocente. Y el día, todavía pleno día, estalla placenteramente hasta los ojos.
Un fuego prendido tal vez desde la noche, para asegurarse un lugar.
La mano tantea el recorrido del dibujo haciendo memoria y no es el mismo de ayer, ni la curva hacia la izquierda ni los últimos destiñes.
Parecen sin dueño mutar los dibujos por las noches.
Alguien le pide un cigarrillo y no sabe cómo hacer para decirle al cuidador del fuego y del rincón de piedra que quiere quedarse. Y mira el paquete y alcanzan.
Es que septiembre empuja hacia el río y alcanza sólo con quedarse, sentada, feliz sobre alguna parte del rincón de piedra.

Mercedes Sáenz

lunes, 8 de diciembre de 2008

ERAN PERSONAS


ERAN PERSONAS





Mi abuelo tenía una biblioteca importante, hombre del mil ochocientos, sus libros eran más antiguos todavía. Jamás pude tocar ninguno. Las tapas de cuero, los lomos en letras doradas y varios en idiomas que con el tiempo supe al menos distinguir. Dos cuartos de bibliotecas y un solo santuario prohibido para niños más que obedientes pero con la posibilidad de que algún resquicio de chocolate o de tierra de la que simplemente vuela pudiera existir en las uñas. Había una escalera enorme para llegar a los estantes. Jamás pisamos un escalón. Dicen los hijos de mi abuelo que todo lo había leído. Yo los miraba sin decir una palabra, pensando que ahí adentro, en esos volúmenes había personas, que eran ellos, los que por expresa orden de mi abuelo no podían salir de su lugar, como palomas obedientes en una pajarera. Que tenían mil voces repletas de alas para salir a volar y no lo hacían.
Imaginaba que cuándo quedaban solos conversaban entre si, cómo un irónico cuarto de Babel, entendiéndose, diciéndose cosas que sus lectores no se habían percatado. Hablaban de sus autores, de sus inmensas genialidades en sus oscuras debilidades. Algunos compadreaban por ser ejemplares únicos. Otros habían viajado kilómetros en demorados tiempos de la época para caer en los ojos ávidos del entendedor y después a un prolijo estante cómo un sarcófago de pie. Después de morir mi abuelo se donó intacta a un lugar que la mereciera. Pareciera que la familia no era acreedora de semejante maravilla.
¿Dónde pongo este texto ahora? ¿Asesinatos de papel? ¿dictadura de no poder elegir ? La familia estaba llena de lectores y de escritores y nadie hizo nada. Los dejaron ir, tal vez fue una manera de liberarlos, castigarlos cómo a personas por una obediencia ciega y debida a una cierta rigidez. Horarios de biblioteca en que a los libros les permiten las visitas casi cómo a los presos. Deje su documento por acá por favor, no entre con bolsas, haga silencio por favor. Nunca supe si ese silencio era para que los libros pudieran abrir sus voces para que la democrática invasión de los asistentes no hablaran de las peluquerías o de los pelos que perdió el perro mientras tenían abierto ante sus ojos palabras con sentidos maravillosos.
Más grande ya las bibliotecas en casa eran lugares desmembrados, libres tal vez, por semejante dictadura. Había libros por todos lados, sin orden alguno. Mamá en esas centenarias formas de paciencia nos daba para leer de acuerdo a la edad lo que creía que era bueno, ella nunca estaba sin leer, pasara lo que pasara, tejía sin mirar en sus pocos ratos libre con un libro abierto en alguna posición extraña sobre sus faldas.
Mi primera biblioteca fue ambulante. En las pocas oportunidades de quedarme sola, mi plaza era el piso de un cuarto muy grande, me sentaba en el suelo, rodeada por algunos especialmente no muy grandes. Algunos ya los había leído, otros no. Pero los hacía conversar cómo en pequeñas piezas de teatro. Abría alguno en una página y le contestaba con la de otro. Me sentía en una isla en que los mares eran sólo personas, personas con palabras que tenían para contarme los secretos propios y los del infinito A veces hacía trampa, los hacía dialogar en textos que conocía casi de memoria.
Un día crecí y las bibliotecas públicas llegaron a tenerme hasta cuatro horas seguidas sólo por placer.
En la mañana leve de vigilia y susurros, algunos elegidos están conmigo.
Son personas que tienen la virtud de saberme decir justo lo que quiero escuchar y eso no lo encontré en ningún otro lugar del mundo.
Después leer, cómo adulta, fue otra cosa, autor por autor, análisis de las textos, doble lectura, opiniones, preferencias.
Ningún autor, hasta ahora, me ha contado algún secreto al oído. Parece que ellos también crecieron y se olvidaron de nuestra complicidad.
Todavía los espero disfrazados de duendes y de música.

Mercedes Sáenz

lunes, 1 de diciembre de 2008

UNOS MATES A LA TARDE


UNOS MATES A LA TARDE




La ayudaron a levantarse del piso, cómo a una herida que no sabe en que parte del cuerpo la tiene. La ayudaron a caminar sin que abriera la boca ni los ojos. Una vez adentro la acostaron en una cama, se dejó atender sin decir una palabra por una mujer que después confirmaría que era tan dulce cómo ancha y por una chica apenas pasada la adolescencia que parecía manejarse con mucha soltura y decisión. La lavaron cómo a un Cristo, pasando trapos limpios y tibios por sus heridas. Con una suavidad puntillosa, cirujana, sin presionar fuerte sobre las heridas.
Le pusieron una almohada en la espalda para levantarla levemente. Unas manos le sacaron la tierra pegada de los ojos y en la contractura de la cara se notó que intentaba abrirlos. Logró abrirlos ante unas caras que le parecieron llenas de amor.
Le acercaron algo tibio con gusto a casi nada por miedo a que su estómago no resistiera. Lo bebió despacio pasando suavemente por la garganta el primer alivio que caminaba por dentro.
Primero dijo “gracias” cómo pudo y después en un hilo de voz pidió mate.
Una de las mujeres se apuró en prepararlo y después de meter la bombilla de metal se acordó que en alguna parte tenía las de plástico descartable. La cambió por una de ellas pensando que la boca herida la recibiría con mayor facilidad.
Le pusieron otra almohada debajo del brazo y fue tomando uno a uno sin decir una palabra.
Se sucedieron así en el más absoluto silencio. No sabe cuántos mates se tomó. La largura de esta mujer despistaba y su color gris en tremenda largura.
Se advertía en la cara una sensación de paz y la creyeron dormida.
La dejaron sola en el cuarto sin ponerle nombre a su anonimato.
Ella había salido a tomar unos mates a otro lado, pero la violencia del conurbano abre más sucursales que los monopolios.
La dejaron dormir, era demasiado linda para soportar las preguntas sobre una violación masacre de la policía.
Cuándo despierte tal vez, cuando despierte. Cuándo la luna vuelva a hacerse paloma.

Mercedes Sáenz

jueves, 27 de noviembre de 2008

sobre FILOS DE LATA

RECIBI DEL AMIGO CARLOS EDUARDO ROJAS ARCINIEGAS, CASELO, DE COLOMBIA, UN COMENTARIO MÁS QUE AMIGO SOBRE "FILOS DE LATA".
AGRADEZCO EN EL ALMA, MÁS BIEN DESDE EL CORAZÓN, TODAS SUS PALABRAS.
EL TEXTO COMPLETO PUEDE LEERSE EN http://www.elmagodetucorazon.blogspot.com/

MUCHAS GRACIAS CARLOS Y UN FUERTE ABRAZO. Merci

lunes, 24 de noviembre de 2008

EL DESAMPARO


EL DESAMPARO



Aturde muda su fuerza de arrancar toda el alma. Es una línea quebrada, un silencio de músicos, tosco cómo un ebrio de agua. Una cuerda que estrangula hasta el desconcierto dónde no se puede definir el dolor. Perdura en una pregunta larga del deseo muerto.
Y dónde el niño de la panza hambre. Y dónde la madre sin su niño y qué del desaparecido y del de dos ruedas por pies. Y qué del que no puede, y qué del frío que es más, y qué de no cantar en abecedario. Y qué del verde que se quema. Y del agua que no es lluvia. Y qué de mi cuándo encuentro el desamparo cubriendo el mundo un domingo con mal tiempo.
No se dice el desamparo. El de uno es nada, ni ay se dice.

Mercedes Sáenz

martes, 18 de noviembre de 2008

UNA NOCHE A CAMPO ABIERTO


UNA NOCHE A CAMPO ABIERTO










Maniquí desnudo entre escombros. Incendiaron la vidriera, te abandonaron en posición de ángel petrificado. No invento: esto que digo es una imitación de la naturaleza, una naturaleza muerta. Hablo de mí, naturalmente. Alejandra Pizarnik






Oscuro cielo de estrellas a ponchadas tan grandes cómo las quiera. Una brisa, no suelo usar esa palabra, tanto más me gusta el viento suave. La brisa me parece un suspiro siempre aunque se sostenga unos segundos, el viento suave es un secreto, un susurro, un canto de río en el aire. Sucede que cerré los ojos y tiré la cabeza para atrás, tal vez algo cansada de escribir y me pinté una noche de olores y pasto dónde se apoyan las palmas de las manos para sentir que la tierra se ha quedado quieta por un segundo, aunque uno se sienta volando.
Pero abrí los ojos.Y sucede también que estoy sentada en una silla. Frente a un bicho enchufado sin patas que va a hacer exactamente lo que le diga, sí sé decirlo, y a la mayor velocidad posible.Mi cuarto está a oscuras sólo con la luz cuadrada de la pantalla, estoy esperando que amanezca.
En esos momentos mis recreos suelen ser recorrer espacios cibernéticos de otros sitios, todo en minutos de menos segundos, doy vueltas un rato por un Octavio que están escribiendo y que me encanta y vuelvo a cruzarme de piernas cómo una india y a seguir escribiendo.Cuándo no puedo hacerlo de día intento leer por las noches.Pero en el inventario de mis disparates tengo dos o tres libros que abro en cualquier hoja, ya leídos unas tantas veces. Uno de Onetti, el que primero alcance la mano, unas calles de Aldao que ya casi lo sé de memoria y un severo John Irving que me encanta pero debo de prestarle más atención si hay mucho cansancio en mi cuerpo.
Pero a la que vuelvo loca es la amable Alejandra que quiera o no quiera necesito abrirla al menos un ratito. Y me levanté de la silla y derechito abrí, porque solito el cerebro lleva cuándo ya conoce el camino y además los libros tienen esa permanente amabilidad de abrirse dónde más se los ha marcado.
“Se prohíbe mirar el césped”, leí una vez más, algo publicado en Sur en el 63, lo sé de memoria, y horas pueden hablarse de lo que esta mujer hizo con las palabras en su corta y atormentada vida, pero voy sólo a su título aunque el texto tiene tres renglones maravillosos.
Sacar de contexto cualquier frase de Alejandra es un riesgo terrible porque dónde la pongas, la digas, la recuerdes, la recites o la escribas ,va a traspasar tantas cortezas desconocidas del cuerpo que lo último que vas a recordar es que cada tanto uno debe dormir algo.Suelo decir malas palabras cuándo un escrito se lleva toda mi emoción y toda mi adrenalina, es para contrarrestar un poco.Creo que en realidad estoy tan cansada que no puedo escribir, tampoco leer mucho y entonces me fui a pasear un poco por esos laberintos de la vigilia. Alejandra en general es la responsable de esos paseos, por sus palabras impetuosas y puras, violentas y sencillas, por ese adn propio que no le conozco a otra escritora. Me sucede con poco éxito en el papel pero una sola frase de ella me dispara un montón de historias.
Me imaginé su frase “se prohíbe mirar el césped” pegada en enormes ventanales en las aulas de un colegio inglés, dónde el edificio es una isla en el medio de un verde sedoso, silencioso y parejo.Me acordé de un cartel en el bar de unos dignísimos gallegos frente a la facultad de medicina, que decía "prohibido estudiar" queriendo sólo que no les ocupen las mesas un millón de horas sin consumir nada.Esto tiene la palabra paseando por la vigilia. Volveré a mi noche de mil estrellas y veré dentro de un rato que hago con ellas.


Mercedes Sáenz

martes, 11 de noviembre de 2008

AYER


AYER






Nadie en este oscuro cemento
que lamenta sus grietas en tierra y basura
Nadie que devuelva mi nombre desde la alcantarilla
y la voracidad de la última lluvia
Pregunté por mi cuerpo quién tenía
la oscura mudez de llorar mi nombre.
no hay sobrevivientes en la voz mendiga
que dice
nada.
Ayer lo oí.
cuándo la tarde intentaba resumirse
dejando una sola línea de horizonte
ancha y circular
yo era isla de borde en los azules
pisó mis pies
sin decir nada su espuma,
con un dejo de inmensidad.
tiernamente,
con la mirada plana de unos dioses.
Sacó espinas de mi boca
los párpados volaron pájaros
y yo sabía que me iría primero, obediente
detrás del vidrio blando,
dónde no puedo verme.

Mercedes Sáenz

martes, 4 de noviembre de 2008

LA VOZ SILENCIOSA

LA VOZ SILENCIOSA




Buscaba un lugar dónde colgar la pregunta, tal vez en esos oscuros de carnicería dónde los ganchos parecen cómo signos de interrogación, tan inocentes, tan duros, tan poco flexibles. ¿Por qué se escribe preguntaste? El mundo dejó de ser viejo cuándo la sociedad cambió esa pregunta al para qué. Cómo tantas idiomas existan, cómo tantos corazones, cómo tantas rebeldías, el por qué va ser siempre un adn propio e intransferible, imposible arrimarse a su verdadera razón.

Maravillosa escritura que permite bucear y entender, conocer un poco del alma nuestra, de los otros, de los inventados, de dejarlos en papel o en cd. Y tal vez alguna historia fantástica se convertirá en cierta. Creo que considero sagrado ese misterio porque en cuánto se sepa porque exactamente, pasa a ser la voz de la piedra, del papiro y de la historia. Esos por qué los agradezco en inmensidades pero tanto me hubiera gustado estar cerca del que lo escribía, ver si era por mandato, poniendo tal vez su mejor poesía o simplemente su mayor claridad. Con los siglos que vinieron, la modernidad, la facilidad de poder cambiar lo escrito, llevarlo a millones de ojos y a millones de dinero, escribir es sólo una manera de hablar, estática en un papel o en tecnología, descartable y modificable. El escrito puede habitar siglos pero quién lo hace permanente y eterno es el que escucha. El lector es quién se apodera de él, es su único dueño, su amante y su tirano.

Una forma eterna de escribir tal vez sean los mitos que cruzando los siglos todo el mundo pone algo de su autoría. Quién escribe un mito lo encierra, tal vez cómo una forma de guardarlo y de que no se pierda, pero entonces será repetido sin la música mejor que es la voz del hombre.
¿Por qué se lee preguntaste? Porque es la voz escrita. Avidez insaciable del alma humana, generalmente. Aunque el adios que te dije nunca preferí dejarlo por escrito.

Mercedes Sáenz

martes, 28 de octubre de 2008

CONVERSANDO CON UN DURMIENTE


CONVERSANDO CON UN DURMIENTE



Cuelgan los pies en un andén vacío, mas vacío aún por ese frío de madrugada. Recuerda los bancos de las plazas cuándo camino al colegio se sentaba un rato a pensar y balanceaba cómo una muñeca con cuerda lenta todo su cuerpo. Era más fácil todo entonces.
Ahora la mochila con algunas cosas no imprescindibles pegadas a su espalda como amigos que apoyan las manos en los hombros o que abrazan.

Decidir ahora, sin hablarlo con nadie.

Ella fue la que murió en alguna parte y nadie se dio cuenta. Ella fue la que habló de frente y nunca le creyeron. Ella fue la que vio gris en sus ojos cuándo afuera el aire bailaba en colores.
¿Qué era esto de no poder explicar la palabra? ¿Quién la escribe?¿Quién la dice? ¿Quién la entiende? ¿Quién es dueño de decir, de acusar sin saber, quién es la voz que en vez de sonido o sentido tiene espadas y cuchillos y estiletes y lanzas? ¿Quién tiene todo eso si sólo puede clavarse algo una vez con la palabra?
La boca de una negra noche se abrió de quién no era sordo y no entender se hizo un grito. Nunca había comprendido demasiado a las mujeres, pero esta vez fue un hombre, que se fue rompiendo a pedazos porque la verdad importa siempre pero a veces se la ve por la mirilla de una puerta o por la mira de un fusil.
Abrió los ojos y miró a las vías.
- ¿Querés ser por este rato mi bello durmiente? Tan callado… cómo si entendieras todo.
Bajó a darle un beso y se acostó de perfil paralela al quebracho. Se acurrucó un poco para no tocar el acero. Una mano se extendió para abrazar la madera.
Cerró los ojos y con un beso silencioso que no es una palabra, esperaría.

Mercedes Sáenz
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viernes, 24 de octubre de 2008

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE, INDIO


ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE, INDIO


He dormido bajo tu mismo brazo, quebrado alguna vez y torcido. Las manos de llagas secas y en tus ojos huellas milenarias.
Te han dicho de todo, lo aprendido en facultades, en organizaciones en tu defensa. Te han escrito bellos y verdaderos poemas. Te han puesto orgullo, el que surge de defender tu memoria, intentando ponerte de pie, queriendo no olvidar tu valentía.´
Autores de importancia te estudiaron, planifican aún cómo devolverte la dignidad en este mundo.


Aún quiero decirte que dormí bajo tu brazo, con el telar de tus manos bajo el cielo negro y antes de cerrarse tus ojos estaban llenos de estrellas que les soplaste a los míos.
Aún quiero decirte hombre anciano, que esa fue la primera comunión que tomé en la vida. Silenciosamente, sin que nuestros cuerpos se tocaran.
Aprendí mientras dormía algunos cantos de tu tierra sin saber siquiera que significan, mientras la tierra madre nos acunaba cómo hace millones de años, pero sin guerras.
Me iré cuándo amanezca, hombre indio, cómo una hija de los vientos del sur, con la mitad del alma y ese silencio todo.


Mercedes Sáenz

miércoles, 22 de octubre de 2008

UN BREVE TODO EL TIEMPO


UN BREVE TODO EL TIEMPO




La cara sobre el hombro sin girar el cuerpo. No es mi sombra y lo siento respirar.
Esperó para ser cómo un dios.
Se hacen duras las ofrendas que no pide, las sabe suyas. El color se lo estoy dando, no recuerdo igual la última hoja de roble si no la veo.
Me sacará el mar…
Me envolverá en un capote largo hasta convertirme en una milésima de alguna eternidad.
Guardaré mi otra curiosidad hasta que llegue el momento.

Mercedes Sáenz

domingo, 19 de octubre de 2008

SOBRE FILOS DE LATA

ABRAHAM MÉNDEZ VARGAS, POETA Y NARRADAROR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA ME HA HECHO LLEGAR UN ENSAYO SOBRE "FILOS DE LATA".
TODO MI AGRADECIMIENTO Y MI ADMIRACIÓN AL FUNDADOR DEL MOVIMIENTO DE LA POESÍA INFORMALISTA POR ESTE ELABORADO TRABAJO QUE PUEDE LEERSE COMPLETO EN www.poemasacostados.blogspot.com.
UN CÁLIDO ABRAZO AL HERMANO Y AMIGO DE LO QUE INTENTAN SER MIS LETRAS.
Mercedes Sáenz

miércoles, 15 de octubre de 2008

UNA NOCHE A CAMPO ABIERTO

UNA NOCHE A CAMPO ABIERTO


Maniquí desnudo entre escombros. Incendiaron la vidriera, te abandonaron en posición de ángel petrificado. No invento: esto que digo es una imitación de la naturaleza, una naturaleza muerta. Hablo de mí, naturalmente. Alejandra Pizarnik




Oscuro cielo de estrellas a ponchadas tan grandes cómo las quiera. Una brisa, no suelo usar esa palabra, tanto más me gusta el viento suave. La brisa me parece un suspiro siempre aunque se sostenga unos segundos, el viento suave es un secreto, un susurro, un canto de río en el aire. Sucede que cerré los ojos y tiré la cabeza para atrás, tal vez algo cansada de escribir y me pinté una noche de olores y pasto dónde se apoyan las palmas de las manos para sentir que la tierra se ha quedado quieta por un segundo, aunque uno se sienta volando. Pero abrí los ojos.
Y sucede también que estoy sentada en una silla. Frente a un bicho enchufado sin patas que va a hacer exactamente lo que le diga, sí sé decirlo, y a la mayor velocidad posible.
Mi cuarto está a oscuras sólo con la luz cuadrada de la pantalla, estoy esperando que amanezca. En esos momentos mis recreos suelen ser recorrer espacios cibernéticos de otros sitios, todo en minutos de menos segundos, doy vueltas un rato por un Octavio que están escribiendo y que me encanta y vuelvo a cruzarme de piernas cómo una india y a seguir escribiendo.
Cuándo no puedo hacerlo de día intento leer por las noches.
Pero en el inventario de mis disparates tengo dos o tres libros que abro en cualquier hoja, ya leídos unas tantas veces. Uno de Onetti, el que primero alcance la mano, unas calles de Aldao que ya casi lo sé de memoria y un severo John Irving que me encanta pero debo de prestarle más atención si hay mucho cansancio en mi cuerpo.
Pero a la que vuelvo loca es a la amable Alejandra que quiera o no quiera, necesito abrirla al menos un ratito. Y me levanté de la silla y derechito abrí, porque solito el cerebro lleva cuándo ya conoce el camino y además los libros tienen esa permanente amabilidad de abrirse dónde más se los ha marcado. “Se prohíbe mirar el césped”, leí una vez más, algo publicado en Sur en el 63, lo sé de memoria, y horas pueden hablarse de lo que esta mujer hizo con las palabras en su corta y atormentada vida, pero voy sólo a su título aunque el texto tiene tres renglones maravillosos. Sacar de contexto cualquier frase de Alejandra es un riesgo terrible porque dónde la pongas, la digas, la recuerdes, la recites o la escribas ,va a traspasar tantas cortezas desconocidas del cuerpo que lo último que vas a recordar es que cada tanto uno debe dormir algo.
Suelo decir malas palabras cuándo un escrito se lleva toda mi emoción y toda mi adrenalina, es para contrarrestar un poco.
Creo que en realidad estoy tan cansada que no puedo escribir, tampoco leer mucho y entonces me fui a pasear un poco por esos laberintos de la vigilia. Alejandra en general es la responsable de esos paseos, por sus palabras impetuosas y puras, violentas y sencillas, por ese adn propio que no le conozco a otra escritora. Me sucede con poco éxito en el papel pero una sola frase de ella me dispara un montón de historias.
Me imaginé su frase “se prohíbe mirar el césped” pegada en enormes ventanales en las aulas de un colegio inglés, dónde el edificio es una isla en el medio de un verde sedoso, silencioso y parejo.
Me acordé de un cartel en el bar de unos dignísimos gallegos frente a la facultad de medicina, que decía "prohibido estudiar" queriendo sólo que no les ocupen las mesas un millón de horas sin consumir nada.
Esto tiene la palabra paseando por la vigilia. Volveré a mi noche de mil estrellas y veré dentro de un rato que hago con ellas.

Mercedes Sáenz

lunes, 13 de octubre de 2008

OCHENTA CÓMO NINGUNA

OCHENTA CÓMO NINGUNA



Que quede tu valentía en un costado, tu cuerpo antes que el de cualquiera para parar un golpe, tu paciencia de noche, tu buen modo auque muchas veces no supieras que decir, este no es un escrito de honores mamá, ni de tus heroísmos, ni de tus insomnios, menos de tus largos llantos en silencio. Ni de tus vigilias, ni de tus enormes esfuerzos por hacer de la vida de cada uno de nosotros lo mejor que pudiste. Nada de eso madre. Este escrito, no puedo ni siquiera decirle poema acostado, es… sobre tus disparates.
Cumplis ochenta mamita y sumamos tantos años entre todos tus hijos que cuándo empecé a pensar la cantidad de virtudes que tenías para cada uno de nosotros no me alcanzaban las hojas. Y empecé a acordarme de otras…
¿Quién hace las señas de truco al revés? En el medio de un partido chivo, claro.
¿Quién tiñe con té los flecos de su vestido de madrina tomando sol en una terraza tres horas antes del primer casamiento de una tus hijas mujeres?
¿Te dieron ya premio al mérito por ser la mujer que con mayor habilidad se ha colgado del colectivo sesenta en horario pico? Es un segundo decías, no cuesta nada, creo que en el fondo hacías gimnasia gratuita y paseando.
¿Quién camina por la vereda del sol en pleno verano con cuarenta y dos grados cantando una parte de la Traviata?
Otro hubiera sido el final del cuento de Cenicienta si hubieras andando por esos pagos mi viejita querida, porque tu pie tomaba el número del zapato que hacía falta ese día, sobre todo si era prestado.
¿Quién a fuerza de decir “yo llevo pecetos con ensalada de papa y huevo duro” a cualquier evento multitudinario y familiar aprendió cómo nadie a que fueran los más ricos del mundo? Le corro a Leguizamo, a Fangio y al que esté de turno en Ferrari., Bueno al Gato Dumas, a Peter o a Aguiñano.
¿Quién a los setenta y cinco dijo “tengo ganas de ponerme un top”? Aunque físicamente parecías de ocho mil menos.
¿Quién ,mamita , firmaba en una revista de humor famosa sus escritos como mima mamemima?
¿Quién hacía las tortas más torcidas del mundo y disfrazaba lo que parecían plegamientos terrestres con mil kilos de chocolate?
¿Quién le tiraba por debajo de la puerta cuentos escritos de su puño y letra absolutamente salidos de tu imaginación a sus hermanos haciéndoles creer que eran la suscripción de algún diario?
¿Quién contaba las porciones de algo rico antes de servirla y si faltaba una, decretabas que ese día, ese producto justo a esa hora te daba alergia?
¿Quién dice mil veces “yo voy, no me cuesta nada, quién dice mil veces, elijan lo que quieran porque me da lo mismo?
¿Quién puede querer tanto de esa manera?
¿Quién después de haberse viajado el mundo y haberse leído la mitad del otro sigue prefiriedo su primer libro de la adolescencia?
No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, todas murieron; si alguna lo hubiera necesitado también le hubieras prestado toda tu piel y toda tu voz.
La vida es un disparate madre, pero que placer que existas cumpliendo ochenta!!!

Merci

sábado, 11 de octubre de 2008

UN SÓLO RENGLÓN

Para agradecerle a Carlitos Paez Villaró el sol que me entregó en las manos. Un abrazo. Mercedes Sáenz.

miércoles, 8 de octubre de 2008

QUERÍAN DECIR VOSOTROS

Desde este lugar chiquito, es mi pequeño retazo de memoria,
tratando de cuidar las palabras para que no sean estiletes que acusan sin razón
a los que nada tuvieron que ver. Para recordar a los verdaderos valientes, no a los que se embaderan en justicieras cruzadas si tener la menor idea de lo sucedido. Este texto simple
podría escribirlo en quechua, pero llegaría sólo a unos pocos y creo que todos de alguna manera
con el corazón debemos rendirles homenaje y en lo que nos compete a cada uno, reparar el genocidio.
Para todos mis indios, antes de un 12 de octubre


QUERIAN DECIROS VOSOTROS



Piel de la tierra
espaldas anchas
descalzo por siglos,
lanza y piedra
bravura de honor,
era quiénes habitaban
de norte a sur.
El oro
parte
de lo que daba la tierra
se descolgaba del sol
para hacerlo eterno
en las manos.
La plata, hembra metal
tan fuerte cómo sus mujeres.
El mundo era uno
en los campos sembrados
de dónde sacar sólo
lo que se necesitaba.
Universo imperfecto tal vez
bautizados por los ríos
por los siglos de los siglos,
de norte a sur.
Y llegaron ustedes de encaje y arcabuces
blancos y sedosos y
querían decir vosotros
antes de matar, matar, matar.


Mercedes Sáenz

lunes, 6 de octubre de 2008

ESTA NOCHE TAL VEZ




ESTA NOCHE TAL VEZ




Hay una casa que empieza en la ochava de una esquina, de columnas labradas y ángeles niños con las narices rotas. Dos puertas de madera que a nada le temen porque el tiempo poco les ha hecho. La cadena que cuelga con un candado abierto es una tonta ironía pues nadie se anima a tocar siquiera la pintura de afuera, harapos de mariposas, astillas que el viento hará volar cuando se le antoja.
Dos escalones de belleza pura y ancha reparados por un techo en que los tirantes se trenzan más arriba con moños de clavos gruesos imperturbables.
Ahí está ella y no llora. Esperando cada noche. Envuelta en mantas y cartones sosteniendo un jarro de lata con guantes que no cubren la punta de los dedos. A veces el vino que cae del jarro se vuelca y se pega en el pelo cuándo la cabeza se inclina soñando con su nombre en el mármol que no llega a cubrirla para siempre.
Hace años su hijo murió de un tiro en esa esquina, en esa puerta.
Han querido sacarla mil veces y dicen que sólo contesta con una mirada de ceniza.
Esta ahí y no llora cómo un embrión que un soplido hará nacer más lejos.
Está siempre ahí, dicen también que la casa es suya.
El campanario de la catedral cercana azota antes que amanezca y entonces ella llora.
Cuándo oscurezca de nuevo esta noche esperará , y tal vez…

Mercedes Sáenz

martes, 30 de septiembre de 2008

CARAMELOS SUCIOS




CARAMELOS SUCIOS



Se levantó cómo siempre de un tumulto y barullo. Sin espejo, más que el chiquito del baño. Algunos de los diez y seis de su familia se habían ido por el día, por unas horas o por un tiempo. No sabía de quién era una cara nueva que dormía en uno de los únicos dos cuartos.
Sacó de abajo del colchón una bolsa pegajosa de caramelos ácidos y unos papelitos de colores rosa liviano y casi transparentes. Los puso arriba de dónde dormía por ratos, si estaba vacío. Envolvió con habilidad uno por uno y los guardó en una mochila que usaba sin saber su dueño. La panza ya hacía ruido y tal vez la otra señora del kiosco, la otra, la que está cerca de la estación, le diera un mate cocido con pan fresco y manteca con olor a derretida. Era el trato si lo veía todos los días vendiendo caramelos.
Se subió al tren después de un día de paro ferroviario. No lo mires dijo la señora parada al lado con una chiquita. Y no lo toques aunque se pare cerca.
En tanto sin que lo viera, uno de sus hermanos envolvía pacos y la señora esa y la otra seguían con sus vidas. ¿Quién quiere mirarlo? Saberlo

Mercedes Sáenz

jueves, 25 de septiembre de 2008

UN DIOS Y SEPTIEMBRE









UN DIOS Y SEPTIEMBRE





Sube y baja el agua por los siglos de los siglos. Se hace desierto la memoria. El sol lo es y tan fuerte que todo lo aquieta. El ruego pide y acude un silencio sin respuesta. Se sueña siempre con las manos que trabajan hasta la otra orilla.
El hombre aquí parece haber olvidado el mundo, no se va de él.
Vuelve sin rencor aún cuándo todo queda disperso en tierra de inocencia blanda. Perdona cuándo la raíz invade con lentitud cómo un impulso anunciado irrefrenable. Después de todo, todo crece mil veces.
Y a mi me dió los ojos y no sé en dónde están mis manos.


Mercedes Sáenz






domingo, 14 de septiembre de 2008

POEMA PARA EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS



POEMA PARA EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS




Los ojos negros se hunden en mí y suelen prenderse con la ternura de una lámpara de aceite tibio titilando bordes de oscuridades, símbolos de derrumbar muros cuándo soy vulnerable a cualquier hora que empieza el alba. Los ojos negros me llevaban por el mundo, por los indios, por los moros, por esa redondez dónde no hay límite de color en la pupilas.
Pero los tuyos son el azul bruto del mar más embravecido y el último celeste de la tarde antes de que se acabe el cielo, antes de girar sobre mis latidos cómo una noria incansable curando mis heridas.
Esa delicia de encontrarme en tu mirada que me hacen volver con la sed de mi propio sudario a empaparme con sólo el rumor del agua tuya.
Esos que me hacen una vez más despertarme con vos y hacer un poema acostado por saber que el sabor del pan sigue siendo el mismo.
Ojos azules, una mañana de estas salpicaré con besos algunos trazos negros detrás de tus pestañas y creeré entonces que estoy dando la vuelta al mundo. Al tuyo y al mío, amor.


Mercedes Sáenz

sábado, 13 de septiembre de 2008

MIS DUENDES INOPORTUNOS







MIS DUENDES INOPORTUNOS



La mirada se resbala en vacilación y matices, no sabe dónde detenerse. Mira con lento amor los rincones y cree ver las sombras de dioses pequeños-¿duendes?-que habitaron ángulos que parecen convertidos ahora en lugares minúsculos.
Bailan con temor a distraerme. Sus voces de niños protestan por la desventura de no atender su universo. Son tan pequeños que a veces caben en mi mano.
Les propongo un después porque estoy feliz escribiendo ahora.
Se sienta uno en el borde de la hoja, acaricia su barba con un gesto muy serio, quiere hablar de las inclemencias inmorales del mundo.
- Quiero hacer un verso de amor, estoy feliz- le digo- Ya he leído mucho hoy sobre el dolor, lo he vivido y nunca se va del todo.
Se bajó de la hoja empujado por un pequeño soplido.
“es tu mano, la de anoche, la que aún recorre mi espalda, es tu voz la que no habla y se reclina en secreto en mis oídos y es tu beso el que fabricó mil zonas descubriendo las partes mas invulnerables de mi cuerpo. Es el agua que se acurruca en las cavernas de las bocas para desparramarse en el último pedazo de carne que ya no es otra cosa que el alma. Es que amarte me extiende por el mundo cómo una orilla que se detiene cuándo hay un paraíso, es que te amo, a lo largo del día y con la última copa de vino. Es que te amo y lo único que me pediste es que no te diera tregua. Es que te amo, feliz.”
- Esta bien, ¿pero después me lo prestas? La que está sobre tu hombro, la de trencitas rubias, me ha pedido un verso y no sé que ponerle.
Se sentaron los dos sobre mis manos, movían los pies colgando hacia el suelo tan lejano, como los niños impacientes esperando que arranque la calesita.
- Hablen tranquilos – les dije. Sólo voy a escucharlos. Mañana les escribiré lo que han dicho. No hay verso de amor más grande que hablarse a los ojos queriendo decirse todo.
Los miraba y mi verso de amor, esperando.

Mercedes Sáenz

jueves, 11 de septiembre de 2008

DIA POR MEDIO DE LOS PARTIDOS

DIA POR MEDIO DE LOS PARTIDOS

Los oigo caminar por el pasillo. Parece que hoy no tocarán mi puerta. Se han salteado el día por medio y es más el miedo que me ocupa. No sé si están esperando a que junte fuerzas porque la última vez, me dicen, estuve inconciente dos días. No puedo saberlo. Les gusta buscarme cada día y medio y hoy no han aparecido. Desde que me avisaron de mi embarazo hay partes de mi cuerpo que no tocan. Cuelgan pesas de mis tobillos que quedan flotando en el aire fuera de la camilla mientras juegan al truco sobre mi panza, haciendo apuestas sobre cuántos varones nacerán o si serán todas mujeres.
- Hay que cuidarle en envase al Capitán -les oí decir una vez-, pero no se esmeraron demasiado.
Debajo de la capucha sólo intento imaginar olores de frutas que se mezclan con el del tabaco, el alcohol y algún fiambre que ese día está más fuerte.
- Pará con el pucho, animal, el Capi te va a matar, dijo que no le fumáramos.
La capucha entibia mi aliento y el frío parece menos húmedo.
Antes de mi embarazo lo único que sostenía el dolor era saber que tenía un día y medio para recuperarme.
No sé que planes tienen ahora en mi agenda tan ocupada debajo de este submarino de miles de metros cuadrados de concreto dónde se pasean con sus uniformes blancos impecables por arriba de nuestras cabezas, de los que aún no sé si la tienen viva aunque estén medio pegadas al cuello.
Ahí está, ellos no lo sienten, está llegando a mi nariz el olor frescos de los tomates que se llevan por la garganta la finitud de los límites.

Fragmento de CAMPANA

Mercedes Sáenz

lunes, 8 de septiembre de 2008

CUÁNDO


CUÁNDO


Ya no vas a decir nada, cuándo se siente dónde respiran los otros y mis latidos no se escuchan ni cómo campanarios lejanos. Cuándo ahora si, después de saltar el dolor por todos los pedazos de mi cuerpo me cubris cómo una inmensa manta de lava y hielo y ya nada lastima. Cuándo te recuerdo tan cerca cómo el aliento pegado al frío.
Cuando me es feliz agradecerte porque te has ido tan despacio y con eso has evitado que te despida. Cuándo sólo tengo el impulso y las ganas de guardar los buenos momentos.
Tu luz es verde ahora. Mis ojos ya pueden ver más allá de los otros ojos y de las palabras,
cuando un séquito de susurros se agolpen en tu oído queriendo escuchar lo que todos queremos, azúcar en verso, cálido abrazo, miradas huérfanas que sólo buscan tu destino.
Cada noche me acordaré de vos, sin apuro, sin necesitarte, con gestos levísimos, transparentes.
Cada noche me acordaré de no olvidarte, después de todo ni siquiera sabés cuándo te he querido. Pero mi alma sí y ese estreno no quiere perderlo. Es lo que me va a hace amar a todo lo que quiera en calma. Ahora festejo la noche, sola y feliz, aún cuándo te quiera con todo el alma.

Mercedes Sáenz

´SUBIR O BAJAR ESCALERAS


SUBIR O BAJAR ESCALERAS




Tengo que contar una historia y no sé si debo hacerlo. Estoy sentada en una de las escaleras de Retiro. Mi pollera ya se ha llevado por delante cuánta forma de basura se ha encontrado y ya me tiemblan las piernas por lo que creo que mi postura ya dejó de ser femenina.
Salí hace rato de una pensión de la que sé me recuerdan perfectamente.
Sentada como si fuera en una platea de cine, mirando más que nada los hombros, en este lugar es lo primero que miro.
Se oyen muy pocas risas por acá. Todo cae sobre los hombros y allí se queda. Me gustaría más de una vez parecer esas noteras que con cara de estar interesadas preguntan por la historia de cada uno.
No entiendo eso de preguntarles ¿de dónde vienen? ¿A dónde van? Cuánto más me gustaría preguntarle ¿Qué hizo antes de ayer? Ayer no, porque tendría el apuro del poco tiempo transcurrido o la sensación todavía muy cerca de la piel. El antes de ayer, con esa pequeña diferencia se hace mochila, se cargó en los hombros, y Dios, la historias que saldarían de allí.
Mi historia tiene dos semanas, o sea varios antes de ayer.
No es que me quedé si un peso, me quedé sin vida. Tengo que irme a algún lado pero me van a encontrar, hace poco que sé de estas cosas, pero las de la vida real son mucho peores.
Soy curiosa y creo que me he metido en líos. Todo por unas fotos. Y ahora no pasan esas cosas de que te sacan los negativos y demás. Te sacan la máquina o el chip o te dan un navajazo.
Las noches de enero son largas en Buenos Aires adentro de una pensión, no de las peores.
Una tarde estaba sacando fotos en plaza de Mayo, pero una tarde cualquiera de esas de cuarenta grados, había gente entre ellos muchos turistas y yo saco fotos, ni siquiera sé si soy fotógrafa, no me pregunten ahora la diferencia porque estoy muerta de miedo y no estoy para explicar desde una escalera linda y sucia sentada en Retiro mientras intento pensar qué hago. El miedo está empezando a no soltarme y a pegarse en mis dientes.
Sin querer, porque casi no los conozco, le saqué una foto con teleobjetivo a un ministro importante dándole un jugoso beso en la boca a una ministra. Bueno a una quién, me enteré después, no debía. Son digitales, ni siquiera las revelo, pero el señor que estaba parado al lado de mi banco, mientras yo veía una por una la vio.
A la noche me llamaron a la pensión.
Una voz pegajosa me dijo que quería la máquina entera. Que saliera cuatro horas, que la dejara en el mostrador del pequeño hotel, que la iban a pasar a buscar. Lo hice. Se la dejé al Encargado cómo si nada, tanto que él me preguntó el nombre de quién venía a buscarla. Le contesté “no importa José, por favor se la da a quien pregunte, no mas de uno va a preguntar por esa máquina”.
Me fui más de cuatro horas. Volví y casi con un cabezazo le pregunté a José; “sí, sí pasaron” y me fui a encontrar mi cuarto exhausta por tanto nervio suelto sin razón.
Terminé de lavarme los dientes y otra vez por teléfono la voz pegajosa. Se me paró el corazón.
-¿Te querés hacer la viva? Te voy a cortar las manos, las piernas y los ojos.
- ¡Pero si yo la dejé, dije casi a los gritos! Más problemas deberían hacerse por las fotos que saqué de los chiquitos bamboleándose entre el hambre, el mendigar y los que duermen afuera.
Afuera vas a quedar vos, me contestó seco. Y colgó.
Bajé las escaleras cómo pude con la mochila cruzándome el pecho De pasada le pregunté a José si habían pasado a buscar la máquina. Lo peor es que me dijo que si.
No estaba cerca pero corrí hasta Retiro. Y acá estoy sin saber que hacer.
Quisiera preguntar si alguien me conoce, si pueden ayudarme, si se les ocurre algo, pero hay tantos policías de los que parecen y de los que no parecen que creo que todos me miran a mí.
El miedo va trepando sobre mi cómo un vendaje negro hasta convertirme en momia. Tengo un palpito leve pero se me cruzó que la máquina se la guardó José.
¿Cuánto tiempo tengo para estar sentada en una escalera de Retiro?
Los primeros que se van a acercar… seguro que son policía o señores ogros de voces pegajosas. Entonce no sé si empezar por el llanto o por el sueño.

Mercedes Sáenz


GRACIAS!

a FRID desde http://www.peluquinrojo,blogspot,com/ por extenderme el premio MORILANDA, agumenta que es a causas de mis escritos y de crear mundos. Mil gracias Frid!

Lo extiendo a http://www.ojohumano.blogspot.com/ de Laura Elizalde, extraordinaria escritora argentina, principalmente por sus trabajos en cine y fotografía en ese sitio.
a Marita Ragozza, que siembra paz en cada texto wwwespiritu-enlared.blogspot.com a través de excelentes textos e imágenes. (Atención que no hay punto despues de la triple doble w).
A josé López por su blog http://www.corazonurbano.blogspot.com/ por su calidez, su tranparencia, sus escritos llenos de música y de corazón abierto si una gota de soberbia. A ese José que pronto va a editar un libro.
A Sonia Figueras, por su blog http://www.soniacautiva.blogspot.com/ por luchar a doble brazo, cuándo su espíritu se ha partido a la mitad por la pérdida de su compañero de toda la vida y sin embargo lucha por las cosas que cree justas y las escribe con valentía.
A Virginia Perrone por su blog http://www.virginaperrone,blogspot.com/ por su Trazos que jamás dejarán de escribirse, darán la vuelta al mundo y siempre tendrán algo que decir. Por todo el resto de sus escritos, por toda su poesía, que es todo poesía.
A Viviana Alvarez por su blog http://www.entonceslapoesía.blogspot.com/ por ser un gneroso canto a la vida, porque sus poemas tienen siempre un más allá indescifrable que convergen en todos los sentimientos con un estilo muy bello y personal.

Nuevamente gracias Frid! Un abrazo enorme. Mercedes Sáenz

viernes, 5 de septiembre de 2008

UNA SOLA

UNA SOLA


Buenos Aires amanece nublado sobre mí . Estoy tomando el último café antes de volver para volver a dónde. Mis ojos, sobre sus antiguos edificios. Mirar al este buscando el río y cantar con la memoria "el último café" y saber que estoy bebiendo poesía pura. Es cuándo Buenos Aires besa, suave, cómo saberse que no tiene dueño. Una frase sola, cómo nunca es Buenos Aires.

Mercedes Sáenz

miércoles, 3 de septiembre de 2008

SUEÑO


SUEÑO

.


Los ruidos de la fábrica murmuraban sílabas de insultos, de repetir y repetir sus maniobras de cansancio.
Llegar colgado de un tren que ya ni lata sin cerrar parecía. Las sardinas viajaban aceitadas en lustrosas sales, cómo piezas de género a un taller. Los hombres lustraban las cosas en el taller.
Apretaba corto el trayecto hasta el trabajo y asfixiaba el no saber después dónde meterse.
Estiró las piernas, cruzó los pies y alargó la visera. Cuando se tapó la cara cerró los ojos.
Posición de sueño pensó y dormir no era fácil. Una sensación de calesita lo conducía a algún lado. Los ojos cerrados cruzaron la noche de su ceguera de no ver la vida y llegó hasta el lago que sí existía, pero no cuándo estaba sentado en esa silla. Ahí frente al agua solía pararse cuando los sueños se enfadaban con ofensa de retraso en un domingo.

La tarde anterior su hijo de catorce le dijo que no podía ayudarlo con la pared del fondo, que para ir al psicólogo debía tomarse la tarde entera.
- Psicólogo ¿de qué? Preguntó Armando que en su tierra era solamente Nando, o el Negro o el que había salido más borracho la última noche. Psicólogo de qué.
- Tengo que revisar el vínculo materno-le había dicho su hijo. Me tomo la tarde entera porque es lejos, habla hasta por las etiquetas de los frascos y todavía después me falta la lavandina de bochos del colegio. Nos dejan tener el pelo de colores y después nos dicen cien veces lo mismo.
Nando abrió los ojos para seguir trabajando y recordó los carros que llegaban cargados de naranjas a su pueblo y se llevaban los canastos trenzados por su gente. Alguna vez dejaban una pelota número cinco si la de trapo había pegado fuerte contra un vidrio abierto de los camiones cocodrilos. Cómo una indulgencia plenaria.
La vida sobre un lago del oeste, cuando el sueño de dormir se iba solo y los párpados abiertos apretaban Buenos Aires. Uno más qué le hace…
Mercedes Sáenz




sábado, 30 de agosto de 2008

ESQUINA EQUIVOCADA

ESQUINA EQUIVOCADA




Una extensión de mí, primitiva y primaria quedó en esa esquina. El viento pica en remolinos igual que tu sombra danzando en cuchillos. Aún la sangre sigue y gira en un laberinto ciego de memoria por dentro. Era esta la esquina antes que se abrieran los ojos de ver el olvido despeñarse en piedras, de caminar al revés de todo el mundo, mucho antes de abrazarte afuera dónde te dije que a la intemperie no existe acurrucarse. Antes de anunciarte en las noches móviles dónde tu palabra era un secreto, música sabia y abrazo a cualquier hora.
La esquina insiste con su luz rabiosa y perisitente pero tu voz la desconozco porque está en ninguna parte. Y camino con esa manía de no saber cuidar el paso breve tratando de reconocer alguna otra alcantarilla. Y un tango me ata a un farol con una música tan suave que quisiera convertirme en rehen excusa para quedarme un rato.
Pero es inocente la hora en que pienso que voy a encontrarte. Pero esta esquina no es y es muy tarde para quedarme hablando sola.
Tal vez un día oigas mi voz y no reconozca la tuya. Pensaré mientras con el mismo amor que te cuides antes de llegar al fin del mundo.


Mercedes Sáenz

martes, 26 de agosto de 2008

CAMPANA DE LARGADA

CAMPANA DE LARGADA


(Fragmento)


CAMPANA DE LARGADA






Había quedado boca abajo.
Empezó a despertarse y los ojos eran dos líneas de tierra que no se rompía. Todo lo que estaba adentro de la piel, despedazado mil veces y ya no importaba porque alguna vez dejó de partirse. Los dientes habían sobrevivido, tal vez por herencia. Empezó a moverse lentamente y cada dolor se recordaba solo, cada dolor dividido en terrenos con memoria propia.
Pasa la brisa a esa hora de la mañana, como la caricia que se le hace en la cabeza a un chico cuándo se le ha muerto su perro.
Diez años después de estar en un campo de detención la soltaron en el suelo, a campo libre y abierto, sin zapatos, con una pollera de extraña largura. Alguna vez en el futuro se preguntaría por qué no pantalones. Tal vez por la cesárea que le hicieron para sacarle trillizas mujeres con un tajo antiguo y vertical.
Juntaba fuerzas para moverse mientras las últimas palabras de quién sementó su vientre a la fuerza estaban sepultadas en sus oídos como dos moscas podridas.
- ¿Cómo les querés poner? Es la única pregunta que voy a hacerte.
- ¿Puedo verlas? - Dijo en un llanto de humo oscuro del dolor que hacía hasta en las paredes.
- No. Están bien pero no las vas a ver nunca.
- Sólo un ratito, son tres mujeres… Tengo frío… - Quiso mover las manos pero estaba esposada a la camilla.
- Quiero saber los nombres antes de irme- dijo masculinamente feo.
La perversión permanente también entrena, y más que recordar el aire fresco, sus fosas nasales buscaban olor a fruta fresca, cuando podían abrirse.
- Laura, Emilia y Yiny.
- ¿Yiny? ¿Cómo lo vas a escribir? - Estaba preguntando… y con una esperanza oscura cómo un murciélago en el pelo, pensó que por un segundo algo cambiaría.
- Que poco original, ya entendí, por las trillizas de oro, pero si querés… te lo voy a escribir con G y las dos veces con i latina.
No pudo ver más nada. La puerta se cerró y una endovenosa tibia empezó a recorrer su cuerpo.
Después de diez años parecía estar despertando de aquella vez. Sintió el olor a tomates frescos y, no sabe cómo, empezó a arrastrase hacia ellos. Una sola voz de campana de largada para internarse, primero, entre matorrales de verdes ásperos no importa y de abrojos de abejas de miel y de olor a tomates frescos, para después darse cuenta de que recién empezaba todo. Desesperadamente.

Mercedes Sáenz

miércoles, 20 de agosto de 2008

NINGUNA PALABRA

NINGUNA PALABRA



No me esperes en ninguna palabra. Están vivos los alacranes que arrancaron mis pestañas y el brillo desesperado en mis pupilas. La incertidumbre, cómo la copa que ha de servirse para el que no llega, Yo soy el instante en que la certeza ya no puede voltearse Ya no me dibujo letras de agonía en una noche que se hace cada vez más lejos.
No me esperes en ninguna palabra. Tu nombre ha sido primero el de los dioses, después un sonido, un inmenso grito en una playa solitaria contra el viento. Sin eco.
Yo puedo hablarte sobre la luna que en su mes de ronda corta la palabra cuándo se hace pedacitos. Y el silencio cubre todo en una leve llovizna sobre el brillo de acero de mi figura que casi me hace sentir bella. No me esperes en ninguna palabra.
Este amor fue hecho en principio de palabras, antes, muchos antes de dibujarnos los cuerpos, con el índice y las lenguas. El silencio es todo ahora.

Mercedes Sáenz

martes, 12 de agosto de 2008

DESPUÉS DE RECIÉN BAÑADO




DESPUÉS DE RECIEN BAÑADO



Se inclina ladeando la espalda hacia un costado, la posición de manejar empieza a pesar porque se han estirado las horas y la memoria conoce esa ruta provincial entre Concordia y Paraná. El cuerpo respira con una rara sensación, ya no se distingue a si mismo cómo ser vivo, hay un letargo que le sale al cruce cada vez que el trabajo en las producciones de cine por el medio del país lo deja casi anestesiado.
La ventana abierta va recortando de soslayo pequeños cuadros del campo abierto. Faltaban más de cincuenta kilómetros, distancia pequeña para lo que está acostumbrado a recorrer.
Un cambio en la velocidad esperada y el auto se convirtió en un suspiro sin fuerza, en una flecha cuándo se cae del arco sin haberla disparado. En ese modelo de auto las posibilidades podían ser tantas cómo las soluciones, infinitas.
Lo sacó del camino y cuando se bajó, el campo parecía un lugar al que le habían saqueado toda su belleza, no llegó a ver ni siquiera una casa. Miró vacío el asiento del acompañante y oblicua y redonda la botella de agua estaba en el mismo lugar del piso.
Se animó a bajar con sus dos mitades, la furia y el cansancio. No pensó en la impotencia, salía vencedor en general en el mano a mano de los tropiezos en la ruta.
Levantó el capó, se sacó la remera y la enroscó como guante. El instinto recorrió primero todos los lugares calientes, los fríos, los tibios. Probó todo lo que sabía sin tocar la caja de herramientas. “La mágica” le decía porque las cajas de los productores de cine tienen cosas inimaginables.
Rodó por el suelo y en la piel de la espalda sintió como si le clavaran una peregrinación de maderas y hachas trabajando al mismo tiempo. Tampoco vio nada. Intentó incorporarse sin esforzar las rodillas y percibió algo parecido al espanto, ese que dura unos pocos segundos, ese que parece que la vida de uno la tomara otro.
Cerró el capó pegando contra la chapa. Asustada y confusa la fuerza bruta nunca es casual y respiro un poco. Contuvo el aliento y el cansancio bajó despacio hasta las curtidas pantorrillas. Movió la cabeza sin severidad, resignada, obedeciendo a la idea de quedarse a dormir en el auto hasta mañana.
Se apoyó en la puerta abierta y cerró los ojos casi con vergüenza por la luz, la tierra era media redonda y se desplegaba suave en un viento de colores violetas y rosados.
Estaba por sentarse cuándo vio la boina verde, la camisa a rayas de manga corta, un pantalón impecable y las manos en los bolsillos. No sabía si el olor a fresco venía del campo.
La imagen persuasiva de mugre y cansancio esbozó una sonrisa que se adelantó a un cabezazo amable de saludo y de alivio.
- Ni idea que tiene -dijo Facundo y no puedo pedirte nada hermano, con esa facha parece que te vas de fiesta y la luz también esta por irse.
- Soy Eusebio- dijo y se sacó la boina verde. ¿No tiene señal en el celular?
- No. Y se acercó a darle la mano. Primer atajo contra cualquier cosa fea.
- Acá nomás, dijo Eusebio, tengo un cuarto vació, Mi hijo está estudiando medicina en Santa Fé y no viene hasta el fin de semana. Le hizo una señal con la cabeza y eso fue todo.
Facundo caminó atrás de Eusebio dócil cómo el agua poca y miraba como el gaucho no se ensuciaba ni las alpargatas. Las mitades de Facundo caminaban juntas hasta llegar a la casa que antes de decirle nada la mujer de Eusebio le puso un mate en la mano.
- Este es el cuarto, péguese un baño, en un ratito nomás comemos.
Facundo manoteó la bolsa que había bajado del auto muerto, sacó algo de ropa, dejó afuera una máquina de fotos de esas que parecen tortas de cumpleaños de quince, pero negra.
Por un rato murió el cansancio que se llevó el agua y en la cena se conversó poco de cine y poco de los primeros años de Facundo muy chico viviendo sólo en un campo de Córdoba.
- Gracias por todo Doña-aunque se llamara Marta- se ve que la sabe, estaba todo muy bueno, mañana en cuánto usted se despierte me levanta nomás. Y se durmió cómo si tuviera que despertarse después del fin del mundo.
Hace rato que la luz estaba en el cuarto de Facundo cuándo abrió los ojos. El reloj disparaba el tiempo esta vez como flechas de arcos arqueados. El pecho se agitó, se vistió rápido y abrió la puerta. No había nadie.
- Buenos días -dijo largo cómo para recibir respuesta. Contestó un silencio lindo porque a esa hora no hay nada en el campo que no ande cantando algo, los árboles, los perros, los ruidos más lejos que no se adivinan del todo.
Sobre la mesa un mate preparado y una pava que sin tocarla se sabía caliente. Se tomó dos, medio de apurada, medio de cortesía.
Hizo a tranco largo el camino inverso de las casuarinas y la bolsa colgando y la máquina de fotos y un buzo que colgaba de alguna parte hasta que llegó a la ruta.
Eusebio apoyado en el auto como un gato montés parpadeaba manchas de tierra y grasa de todos los tamaños. El auto estaba prendido y regulando y la botella de agua de adentro apoyada en el asiento un poco más vacía.
- Amigo, no sé cómo agradecerle, dígame usted cuánto.
- Nada – dijo sonriendo y señaló con los ojos la máquina de fotos- En la próxima me la saca cuándo estoy recién bañado.
Y eso fue todo después de un abrazo largo.

Mercedes Sáenz



lunes, 11 de agosto de 2008

HUESPED QUE NO AVISA, EN UN CATALÁN GENEROSO DE PÉRE BESSO



PÉRE BESSO



No quisiera presentar en este pequeño lugar a Pére Besso cómo el famoso filólogo nacido en Valencia, ni sus importantísimas cátedras, ni sus frondrosísima producción literaria ni el tremendo valor de su poesía.
Datos todos ellos que Artesanias Argentinas tan claramente dejó expuestos. He leído tantos buenos poemas de su autoría, tantas traducciones al catalán de autores que merecen
más que mi respeto y mi cariño que ésta mañana me ha sorprendido. No creía posible que su tiempo y su generosidad pudieran hacerlo sobrevolar lo que escribo, eso que les llamo poemas acostados porque todavía mis escritos no se levantan muchos centímetros del suelo.
Pues a este poema que hoy les presentó, en dónde su traducción al catalán fue una absoluta sorpresa para mí, hace que al menos mi corazón y mi alma junto con el poema se sientan volando muy alto de placer y de agradecimiento. Cuándo le escribí para decirle gracias contestó: ¿el poema no era tuyo y se llamaba “huésped que no avisa”? Muchas gracias, Pére. Suena bellísimo.
HOSTE QUE NO AVISA
Llostrejaràs de nou,
sense cap paraula.
transparent
com una llàmina d’aire que pot peglar-se.
com un absurd inútil sense forma.
Impietosa cap a mi
em mires
amb un versicle en un ull
que la meua fe desconeix.
i et mire, tristesa,
com un cartró mullat,
una muntanya invisible
que no modifica
cap escena.
És un prec tal volta
que giravoltes la cadira,
ja sóc testimoni de mi
inventant nom a les fissures.
Ell m’ha perdut
però en cada trencadura
ell resta,
on els ossos cremen
perquè ha mossegat el dolor
tot allò moll
sense detindre’s, sense distingir.
Si no te’n vas, almenys no em mires,
aqueixa cadira és meua.
HUÉSPED QUE NO AVISA
Amanecerás de nuevo,sin ninguna palabra.transparente cómo una lámina de aire que puede doblarse.cómo un absurdo inútil sin forma.Impiadosa hacia mí me miras con un versículo en un ojo que mi fe desconoce y te miro, tristeza,cómo un mojado cartón,una montaña invisibleque no modifica ninguna escena.Es un ruego tal vezque des vuelta la silla,ya soy testigo de mí inventando nombre a las fisuras. Él me ha perdido pero en cada quebradura él sigue ahí,dónde los huesos queman porque ha mordido el dolor todo lo blando sin detenerse, sin distinguir.Si no te vas, no me mires al menos,la silla esa es mía.
Mercedes Sáenz

viernes, 8 de agosto de 2008

UNA BONSAI

UNA BONSAI




Botas bajas se puso. Pantalón apretado sí porque ya era una rutina diaria. No se pintó nada en la cara por miedo a que sus gestos o su mirada dijeran otra cosa. Tapó la mitad de su cuerpo con un poncho liviano color maíz. Respiró algo más profundo y tocó el timbre en un consultorio que no tenía secretaria.
La puerta respondió suave al empujarla después de un breve sonido. La sala de espera era chiquita con un cuadro abstracto que más de una vez en los minutos previos a su consulta le habían servido de licuadora. Metía en él un montón de palabras que después generosas salían para hacer historias. Una silla de caño negra y una mesa impersonal con un bonsai verdadero que nunca entendió que hacía allí.
El médico psiquiatra abrió la puerta antes de que se sentara y con un gesto de amabilidad repetido la invitó a pasar.
- ¿Cómo estamos hoy Lucía?
Le dio un beso que también era parte del rito porque nunca tuvo ganas de saludar a su médico de esa manera. No contestó. Una vez adentro ella preguntó:
- ¿Me puedo sentar en el suelo?
- Por supuesto Lucía, como siempre. No me contestaste cómo estamos.
- De eso quería hablarle. ¿Por qué siempre me pregunta en plural? ¿es algo de complicidad? ¿Es alguna técnica aprendida para que no me sienta sola con los problemas que traigo? Usted supuestamente me ayuda, pero no es mi amigo.
-No estoy acá para ser su amigo. Soy su médico, su orientador, quién puede ayudarla a decidir que es lo bueno y que es lo malo.
-De eso le quería hablar.´
-¿De qué?
- Lo bueno y lo malo, no coincidimos. Usted se apega a las reglas de todo el mundo y yo algunas de ellas no las quiero.
- Tengo cuarenta cincuenta. -continuó Lucía-
- ¿Qué cuarenta cincuenta?
- ¿Ve lo que le digo? Usted habla en plural cuándo me saluda y ni siquiera entiende, y eso que sabe la edad exacta que tengo. Me es lo mismo cuarenta y no sé que, que cincuenta y no sé que. El cuerpo dirá cosas en momentos distintos, pero más variaciones y modificaciones que las que tiene mi cabeza no va a tener. Estoy pensando que tal vez su saludo en plural tenga algún sentido, yo no sé nada de usted, pero imagino, usted en cambio sabe de mi lo que le hicieron estudiar. Pero sobre mi no imagina, sólo proyecta la línea recta de lo que es mi cura.
-¿Esto es por qué íbamos a empezar con el litio? – interrumpió el psiquiatra.
- ¿Íbamos? La receta estaba sólo a mi nombre.
Lucia bajó la cabeza, metió las manos debajo del poncho con las piernas cruzadas y la voz le salió llorosa. Una pirámide color maíz dónde apenas asomaban dos líneas de muslos, dos caminos que parecían no juntarse en ninguna parte.
- No lo entiendo- dijo Lucía- Esa sala de espera tan chiquita que parece una caja vacía de bombones que alguien se guarda para darle otro uso, un cuadro sólo que ni lindo ni feo no para de decir cosas cuándo hay tiempo de mirarlo. Una sola silla de caño negro. Un bonsai verdadero que ni luz tiene. Por más que sea un arte, no me gusta verlo, lo cortan despacito, con todas las técnicas que aunque no lo crea conozco bastante. Usted hace lo necesario para verlo así, cómo usted quiere. Pregúntele a la semilla si hubiera querido crecer así. Traté de imaginar algunas posibilidades, sala chiquita para que el que viene se sienta protegido, cuadro abstracto de colores pasteles para que nadie se sienta identificado, una sola silla para que el paciente piense que es único y ese bonsai vivo, que es cómo decir, con paciencia y esmero se puede ser un ser vivo con la misma forma de los otros, pero dependiente y preso. No sé que árbol es, pero ya no me importa. No quiero ser eso. Quiero quedarme así. Hoy no voy a pagarle la consulta, porque sólo me vine a despedir.
Se levantó despacio y se dirigió a la puerta, temblando, porque se abría con el portero eléctrico desde el consultorio, tocó la manija y un ruido conocido le permitió abrirla.
Mientras pasaba por el marco de la puerta, la voz desde adentro dijo:
- No es verdadero, es una réplica perfecta. Y se cerró la puerta
Las botas bajas se dirigían al ascensor mientras las manos salían de abajo del poncho color maíz para secar lágrimas que iban a caer no se sabe hasta cuándo.

Mercedes Sáenz



miércoles, 6 de agosto de 2008

LÁGRIMAS NEGRAS

LÁGRIMAS NEGRAS



No llores por mí, le dijo. Siempre intentó que no lo hicieran. El llanto mejor, sólo es cuando emociona, también decía, que el recién nacido lo hacía por no saber comunicarse cómo después lo hacen los adultos. El llanto de inmensa necesidad.
Corresponsal de guerra era y el peor viaje estaba por venir. Poca valija para poner los pies como sin zapatos. Vueltas por el mundo sin paz. Quedar siempre como un ombligo dividiendo la mitad del cuerpo entre un llanto de anestesia y ese macabro muestrario de las lágrimas. La protegían de los ruidos pero le llegaban solos cuando sus sábanas se convertían en dos láminas de acero sabiendo que estaba viva. Por la mañana, después de frutas y colores en el desayuno caminaba hacia pedazos de muerte.
La torera, le decían. Quebraba la cintura, doblaba las piernas, hasta quedar tan invisible como arena en la arena, cuerpo a tierra casi cómo los soldados de guerras ajenas. Y los toros, eso parecían las imágenes, aunque fuera uno que parecieran muchos, cómo un 7 de julio en Pamplona. Tal vez no lastimaban su cuerpo o no se daba cuenta, pero en el cristal de la máquina por dónde miraba todo se hacía trizas.
Sonsas maneras de morir, a veces solapadas porque a veces el instinto también se asusta y ni siquiera se da vuelta. Pero la torera volvía siempre, sólo que con lágrimas negras.
Sonsa manera de seguir viviendo cuando volvió como tantas veces explicando la muerte detalladamente y a él no lo encontró.
No llores por mí, le había dicho una vez, no hay llanto tuyo que lo valga.
Sonsa manera de sobrevivir, ahora.

Mercedes Sáenz

viernes, 1 de agosto de 2008

HUÉSPED QUE NO AVISA


HUÉSPED QUE NO AVISA





Amanecerás de nuevo,
sin ninguna palabra.
transparente
cómo una lámina de aire que puede doblarse.
cómo un absurdo inútil sin forma.
Impiadosa hacia mí
me miras
con un versículo en un ojo
que mi fe desconoce.
y te miro, tristeza,
cómo un mojado cartón,
una montaña invisible
que no modifica
ninguna escena.
Es un ruego tal vez
que des vuelta la silla,
ya soy testigo de mí
inventando nombre a la fisuras.
Él me ha perdido
pero en cada quebradura
él sigue ahí,
dónde los huesos queman
porque ha mordido el dolor
todo lo blando
sin detenerse, sin distinguir.
Si no te vas, no me mires al menos,
la silla esa es mía.

Mercedes Sáenz


martes, 29 de julio de 2008

LA ÚLTIMA TARDE

LA ÚLTIMA TARDE






Se cruzó de piernas cómo suele hacerlo. Un ruido imperceptible desvió sus ojos, el cigarrillo cómo un insecto pesado voló del cenicero. Lo tomó con las brazas mirando hacia él. Ese lo apagó para siempre.
Se levantó de escribir y salió a despedir y una leve tarde la que se iba húmeda en pasto.
No gravitaban los colores en esos círculos que parecen jugar silbando en el cielo con un resto de luz, no decían nada.
Bueno, hoy nada.
Hoy, las letras se deslizaban por el camino del desconcierto, enfilaban para algún lado para no detenerse en el humo de la pipa con las volutas que suelen hacer poemas sin que nadie les diga.
No sabía cómo, con qué argumentos sostener la última tarde que pensaba escribirle.
Que no se haga silencio por favor, es lo único que pedía mirando al cielo y al piso, frotándose las manos. Buscando algún movimiento que lo detenga un rato, más.
Lo que está debajo de la piel si no se escribe se vuelve grito.
Nunca había conocido una mujer con tanta luz blanca.
Después de haber estado cuatro años en el Uruguay volvió a la Argentina. Con otra cara y otro nombre y con esa esa mujer que en unos minutos saldría del baño vestida de blanco impecable y con una toalla en la cabeza, que sin saberlo ella le había llenado cada hueco del infierno que él había dejado en los campos de detención de los pedazos de hombres que estaban en las cuevas de la dictadura.
Años juntos con la mujer de luz fueron de amor y de lucha-típica y doméstica- en dónde hubo secretos, códigos, felices claves en los ojos incapaces de leerse desde afuera.
Nunca se animó a decírselo a la mujer de luz blanca. Parecía esos hombres que porque sí se sientan en algún banco de plaza a conversar con un anciano.

La única condición que puso para entregarse era que jamás la mujer de luz blanca supiera nada. Entonces decidió no escribirle.
Golpeó la puerta del baño y ella se asomó con una bata impecable y otra toalla blanca también en la cabeza que asomó por la puerta a medio abrir.
- ¿Que? dijo suavemente-
- Sacate la toalla del pelo.
-¿Por?
- Me gusta verte el pelo mojado.
-Ya salgo.
- No, un segundo, ahora, estaba por escribir algo y antes quería verte el pelo.
-Bueno, sonrió y un pelo enredado y húmedo largó sonrió con ella.
- No te apures, ya tengo la imagen que quiero. Ella cerró la puerta con una risa franca que apenas se oyó.
Se dirigió a la puerta de la salida, sintió su trasero húmedo junto a una escuálida sensación de emociones. Ofrenda de consuelo tal vez.
Afuera en un auto lo esperaban tres sobrevivientes de algún pozo negro, de esos en dónde él mismo había cortado la muerte en pedacitos, en dónde más de una vez le pidieron al menos un minuto de respiro antes de que expirar sea la última palabra. La justicia esta vez iba a ser decidida por los que no la tuvieron.
El auto arrancó despacio y silencioso y ya ni siquiera pudo apoyar la cara contra el vidrio, el golpazo aplastó su nariz contra un plástico que empezaba a entibiarse por las primeras gotas de sangre.
Cuándo ella saliera del baño terminaría la última tarde. Nunca sabría la mujer de luz blanca que se entregó a la gente que él tuvo en cautiverio , mientras el pelo empezaba a humedecerse desapareciendo lo último que los ojos le escribieron, inocentemente se sentó al sol que empezó a secarlo en silencio.


Mercedes Sáenz