
UNA HISTORIA CUALQUIERA
Por una historia cualquiera voy a llorar un día, sólo una vez. Le pondré primero tibieza, después ojos en otras partes además de en la cara, después un amor. Tendré que imaginarme cómo hubiera sido tu voz conmigo y si la mía se hubiera quedado callada. Si atropella en remolino ante manos que imagino. Soñarte en la mitad de una vida, en el medio de la tierra, entendiendo palabras que invento. Amando esto de escribir cuando la luz no aparece. Escribir da un amor tan inmenso que tengo que ponerte en el medio de una historia. Cualquiera. Sin nombre ni apellido. Y hacerte desaparecer después no como los desaparecidos.
Escribir cartas sobre papel rescatando del aire letras. En un tren que va a ninguna parte, que se detiene en estaciones cuando mi cabeza se da vuelta, imaginando, cómo será el andar de tu paso. Creerte frente a un vaso de vino, una ginebra o tomando un helado en algún desganado del piso. Entrando a una cocina, arquitectura de alquimia, donde tus olores gravitan más que los míos. Poner tus ojos en la pantalla de un cine y esperar en qué parte habrán de derramarse. Peleando por lo que crees y compartiendo una lucha. Barriendo migas de cotidianos que no levantan inspiración del suelo. Leyendo con ansiedad qué libros.
El amor me hace tan feliz. Todas las historias se lloran alguna vez. Prefiero inventar las mías. Protegen del amor inesperado, del llanto que estalla en panal de abejas, hacen miel y en su defensa, trizas. Es más fácil pensar en lo que se acaba cuando no se ha tenido. Entrenamiento del sufrir de uno. Cuotas de este mundo en globo al que no puedo acostumbrarme.
Pongo que te conocí en alguna tarde de mi memoria, que te senté al lado mío para leer, escribir, respirar. Sin eso el día no empieza más que en el almanaque. Te invento un espacio y un cuerpo que se acomodan al mío. Cómo llorar por una historia cualquiera, aunque la invente, ya te has ido.
Mercedes Sáenz