UN BONSAI
Botas bajas se puso. Pantalón apretado sí porque ya era una rutina diaria. No se pintó nada en la cara por miedo a que sus gestos o su mirada dijeran otra cosa. Tapó la mitad de su cuerpo con un poncho liviano color maíz. Respiró algo más profundo y tocó el timbre en un consultorio que no tenía secretaria.
La puerta respondió suave al empujarla después de un breve sonido. La sala de espera era chiquita con un cuadro abstracto que más de una vez en los minutos previos a su consulta le habían servido de licuadora. Metía en él un montón de palabras que después generosas salían para hacer historias. Una silla de caño negra y una mesa impersonal con un bonsai verdadero que nunca entendió que hacía allí.
El médico psiquiatra abrió la puerta antes de que se sentara y con un gesto de amabilidad repetido la invitó a pasar.
- ¿Cómo estamos hoy Lucía?
Le dio un beso que también era parte del rito porque nunca tuvo ganas de saludar a su médico de esa manera. No contestó. Una vez adentro ella preguntó:
- ¿Me puedo sentar en el suelo?
- Por supuesto Lucía, como siempre. No me contestaste cómo estamos.
- De eso quería hablarle. ¿Por qué siempre me pregunta en plural? ¿es algo de complicidad? ¿Es alguna técnica aprendida para que no me sienta sola con los problemas que traigo? Usted supuestamente me ayuda, pero no es mi amigo.
-No estoy acá para ser su amigo. Soy su médico, su orientador, quién puede ayudarla a decidir que es lo bueno y que es lo malo.
-De eso le quería hablar.´
-¿De qué?
- Lo bueno y lo malo, no coincidimos. Usted se apega a las reglas de todo el mundo y yo algunas de ellas no las quiero.
- Tengo cuarenta cincuenta. -continuó Lucía-
- ¿Qué cuarenta cincuenta?
- ¿Ve lo que le digo? Usted habla en plural cuándo me saluda y ni siquiera entiende, y eso que sabe la edad exacta que tengo. Me es lo mismo cuarenta y no sé que, que cincuenta y no sé que. El cuerpo dirá cosas en momentos distintos, pero más variaciones y modificaciones que las que tiene mi cabeza no va a tener. Estoy pensando que tal vez su saludo en plural tenga algún sentido, yo no sé nada de usted, pero imagino, usted en cambio sabe de mi lo que le hicieron estudiar. Pero sobre mi no imagina, sólo proyecta la línea recta de lo que es mi cura.
-¿Esto es por qué íbamos a empezar con el litio? – interrumpió el psiquiatra.
- ¿Íbamos? La receta estaba sólo a mi nombre.
Lucia bajó la cabeza, metió las manos debajo del poncho con las piernas cruzadas y la voz le salió llorosa. Una pirámide color maíz dónde apenas asomaban dos líneas de muslos, dos caminos que parecían no juntarse en ninguna parte.
- No lo entiendo- dijo Lucía- Esa sala de espera tan chiquita que parece una caja vacía de bombones que alguien se guarda para darle otro uso, un cuadro sólo que ni lindo ni feo no para de decir cosas cuándo hay tiempo de mirarlo. Una sola silla de caño negro. Un bonsai verdadero que ni luz tiene. Por más que sea un arte, no me gusta verlo, lo cortan despacito, con todas las técnicas que aunque no lo crea conozco bastante. Usted hace lo necesario para verlo así, cómo usted quiere. Pregúntele a la semilla si hubiera querido crecer así. Traté de imaginar algunas posibilidades, sala chiquita para que el que viene se sienta protegido, cuadro abstracto de colores pasteles para que nadie se sienta identificado, una sola silla para que el paciente piense que es único y ese bonsai vivo, que es cómo decir, con paciencia y esmero se puede ser un ser vivo con la misma forma de los otros, pero dependiente y preso. No sé que árbol es, pero ya no me importa. No quiero ser eso. Quiero quedarme así. Hoy no voy a pagarle la consulta, porque sólo me vine a despedir.
Se levantó despacio y se dirigió a la puerta, temblando, porque se abría con el portero eléctrico desde el consultorio, tocó la manija y un ruido conocido le permitió abrirla.
Mientras pasaba por el marco de la puerta, la voz desde adentro dijo:
- No es verdadero, es una réplica perfecta. Y se cerró la puerta
Las botas bajas se dirigían al ascensor mientras las manos salían de abajo del poncho color maíz para secar lágrimas que iban a caer no se sabe hasta cuándo.
Mercedes Sáenz