martes, 20 de diciembre de 2011

PAPEL PICADO DE PALABRAS

Es sin fotos pues quiero dejar palabras. Todo lo más bueno es lo que quiero pedir para todos y para mí también. Todo lo que se deba ser y hacer, hacerlo con la bondad. Para los que crean en Navidad, una más muy feliz y el mejor año que se pueda tener. Para los que quiero, más cariño, para los que respeto, más respeto y para otros me gustaría también llegar por esos mismos caminos. Mercedes Sáenz

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA PATRIA EQUIVOCADA

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-4461-2011-10-30.html

Hombres de a caballo


La patria equivocada es uno de los mejores libros de Dalmiro Sáenz y uno de los más injustamente olvidados. Por eso fue una sorpresa cuando se anunció que Carlos Galletini pensaba adaptarla al cine y estrenarla para el Bicentenario. Los problemas familiares de su protagonista, Juana Viale, postergaron el estreno hasta el lunes pasado. Radar asistió junto a Dalmiro Sáenz y charló con él sobre por qué el film no lo traicionó tanto como hubiera deseado. Por Juan Pablo BertazzaEl lunes pasado, poco antes de que comenzara la avant première de La patria equivocada en el reconstruido cine de Recoleta, permanecía parado en la calle Vicente López un hombre mayor, jovial y sonriente, muy alejado del hall del Village, a resguardo de todos los flashes.Estaba previsto que esta película, cuyo guión fue premiado por el concurso del Incaa, formara parte de los festejos por el Bicentenario de la patria, pero algunos retrasos y, luego, las incontrolables consecuencias de la vida personal de Juanita Viale, su excluyente protagonista, hicieron que el film llegara algo retrasado y recién ahora a los cines. Se trata, claro, de la versión cinematográfica de una de las novelas más interesantes de un autor tan prolífico como sorprendente, La patria equivocada (1991), una de las obras en las que Dalmiro Sáenz indagó en vida y obra de caudillos y luchadores históricos argentinos, algunos de los cuales no tienen nombre propio; un trabajo que continuaría, especialmente, con Malón blanco (1995) y Mis olvidos o lo que no dijo el general Paz en sus memorias (1998).Es así que La patria equivocada de Carlos Galletini llegó tarde a la fiesta bicentenaria, pero justo a tiempo para el vigésimo aniversario de esta excelente novela histórica.No es que la película sea exactamente floja; se trata más bien de una versión corriente y correcta, acaso demasiado fiel al libro. Sobre todo teniendo en cuenta el mismísimo comienzo del libro, donde queda totalmente explícita su temática principal, pero también su espíritu: “Al arte y a la historia sólo se entra por la puerta de la traición; los personajes de este libro llevan un sello común, la necesidad de traicionar, la imposibilidad de aceptar el mandato de los otros, incluso el de su autor”. Si hay un mandato que la película no cumple, es el de la traición.Es así que, a lo largo de sus páginas, La patria equivocada da cuenta de una serie de personajes que “galoparon gran parte de la historia argentina”, muñidos de traiciones, plagados de coraje. Noventa años de historia de nuestro país, desde 1807 hasta 1898, años durante los cuales se dieron acontecimientos históricos fundamentales como las Invasiones Inglesas y la resistencia, la Guerra del Paraguay y la llamada Conquista del Desierto. Dado ese contexto, los protagonistas rutilantes son Clarita, su hijo Clorindo y su nieta Clara, tres personajes unidos no sólo por los lazos de sangre sino también por una profunda necesidad de justicia que se termina llevando a cabo por mano propia a partir de Clarita, un acto que tal vez prefigura el notable desenlace de El secreto de sus ojos, otro libro que terminó convertido en película.Pero en torno de estos personajes se van alternando otras historias por demás atractivas, como la de un maestro rural que apenas llega a la quebrada de Humahuaca se enamora justamente de Clarita, quien lo seduce a cambio de su educación para poder perpetrar su venganza y luego lo abandona. A lo largo de todo el libro, las intervenciones de Dalmiro Sáenz nos muestran ese núcleo indistinguible que conforma la buena literatura, a partir de oposiciones profundas y totales, por ejemplo, entre los hombres de a pie (los humillados, hombres que aceptan sin protestar su rol) y los hombres de a caballo (los que miran al mundo desde las alturas, hombres que no hacen lo que les piden).Más allá de su valorable fotografía y algunas actuaciones muy destacadas (sobre todo la de Adrián Navarro), la belleza de Juanita Viale –quien encarna tanto a Clarita como a Clara, y que había sorprendido gratamente en Las viudas de los jueves– no resulta suficiente para terminar de moldear la personalidad de la película de Carlos Galletini.“Creo que puedo opinar porque mi literatura tiene mucho que ver con las imágenes y pienso mucho en el cine. En general no me gustó la película, aunque rescato la fotografía y la actuación de Juana Viale, pero me pareció un poco pesada teniendo en cuenta que el libro, uno de los que más quiero, tiene mucho ritmo y hasta podría decirse que es divertido”, contesta Dalmiro Sáenz, a quien, en general, no le gustaron casi ninguna de las adaptaciones de sus novelas y relatos, a excepción de Nadie oyó gritar a Cecilio Fuentes, de Fernando Siro, ganadora de la Concha de Plata en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y basada en El pecado necesario. Pero, más allá de los gustos, resulta llamativo que no es ésta la primera vez que el destino de Dalmiro Sáenz se cruza con la familia de Juana Viale. Todo empezó cuando realizó los diálogos para Kuma–Ching, una extraña película dirigida por Daniel Tinayre y protagonizada por Sandrini, cuyo rodaje esconde una anécdota imperdible: “A Tinayre lo conocí en la casa de Mirtha Legrand, era un hombre tan insoportable como caballero. Esa noche estuvo bastante antipático conmigo y me ofendí. Me acuerdo de que había dejado mi moto en el jardín de Mirtha y cuando enfilaba para irme, pasó algo increíble. Tinayre fue a buscar el auto y me empezó a seguir por todo el barrio hasta que se instaló y se me puso en el medio de una calle muy angosta, acorralándome con el auto para que no pudiera salir: todo eso hizo para pedirme disculpas. Para mí fue muy raro que un tipo tan soberbio me pidiera disculpas de semejante manera”, cuenta todavía sorprendido Dalmiro Sáenz, el hombre que se encontraba en el cine.Acaso una de las mejores ventajas que tiene para ofrecer la película La patria equivocada es rescatar una de esas grandes novelas de la literatura argentina que, tal vez, no muchos tengan presente. Y eso no significa para nada una falta de méritos, ya que, como dice la misma novela en uno de sus altísimos momentos, “las banderas pertenecen menos a las ideas que las enarbolan que a los brazos que las defienden”.

sábado, 27 de agosto de 2011

ESTRELLA DE AZÚCAR

PUBLICO ESTO QUE FUE ESCRITO HACE UN TIEMPO. UN HOMBRE, EXTRAÑO PARA MI, HIZO UNA INTERPRETACIÓN DE ESTE TEXTO SORPRENDENTE. ME HA PEDIDO QUE LO PUBLIQUE DE NUEVO Y AQUÍ LO DEJO.
TAL VEZ ME PERMITA EN UNOS DÍAS PUBLICAR TAMBIÉN SUS DICHOS.
EN TANTO, MUCHAS GRACIAS.




Era de noche ya y la hora del cansancio de las manos. Terminaba su rutina, sacudía de los guantes de goma las últimas gotas para colgarlos a secar.
El delantal apretaba flojo en la cintura pero así quedaba hasta la hora de irse a la cama.
Una viudez no de esa noche ni la mitad de la noche que fue, ni de la que viene, -un auto sin querer se ocupó de su marido viniendo de frente- la habían encerrado casi sus treinta y nueve años en la cocina.
Era común antes, en la siesta de Venancio, caminar descalza hasta la sombra del caldén y tomar juntos unos mates sin decir una palabra. Con ese mismo silencio, siempre el mismo silencio, él se levantaba y echaba su cuerpo bajo la propia sombra o en otra parte
Varias veces le había pedido que después de la noche la acompañara a compartir un café. Las dos tacitas blancas en la mesa, una carpetita de hilo fino, bordada por su madre hace años ya, una azucarera que brillaba cómo si nunca hubiera conocido otro color.
Ya dormían las cosas del otro lado, ni siquiera la canilla bocaneaba blandos monosílabos.
- Un café Venanzio, vos sólo mirame. Yo me cruzo de piernas y me levanto el pelo, hasta tengo un peine en el bolsillo. Quiero hablar cómo esas de televisión, que no toman mate, que juegan con la cucharita dos horas con la tacita en las faldas. Pero yo a vos te doy café en serio y te cuento mientras lo que dice la radio del clima igualito que va a haber mañana.
Hasta la noche de afuera la dejó sola.
- Otra vez no han podido llegar, los caminos se han puesto feos de nuevo-dijo y levantó la azucarera hasta la altura de los ojos, con un movimiento redondo la estrelló contra el piso mientras con los pies descalzos, sin escoba, barría los pedacitos de color blanco que lastimaban cómo el colmillo de un lobo luna.
Afuera la canilla bocaneaba llantos.

Mercedes Sáenz

lunes, 8 de agosto de 2011




CARTA ABIERTA AL SILENCIO


´

Que silencia el silencio de aquel otro silencio desde
desde el día que al día convertiste en noche (DS)


Existe un idioma universal en el mundo, abarcando generaciones y siglos, cruzando paralelos y meridianos, incluyendo sin distinción a los hombres y a todos los que de una u otra manera estamos en el mundo. Todos sin excepción en invisibles infnitos de la propia existencia individual estamos en silencio.
He leído algunos libros que se ocupan de detallar el silencio voluntario, el premeditado, el silencio obligado a golpes, el que hace guardia junto a una cama cuándo los virus en otro cuerpo también están en silencio.
El de los cobardes, el de las tumbas que contestan en nuestras cabezas los que queremos oír cómo si pudieran hablarnos.
El maravilloso silencio del sueño. El silencio que escuchamos cuándo leemos un libro.
Son tantos los colores del silencio.
El del escondite, el del exilio. El del desamparo. El de la respuesta qué no sabe que decir. El de la gratitud si es montaña.
El de la sentencia cuándo la injusticia no acepta réplica.
Para algunos el silencio largo cuándo Dios no contesta.
Pero el más difícil de describir es el silencio sin explicación de un amigo. El tiempo pasa y cuánto más larga se hace la espera más se olvida el silencio cómplice, el de miradas de un mundo, el cuerpo a tierra mirando los cielos. El silencio se convierte en asesino de los recuerdos.
Uno empieza a ser silencio, ese, que es capaz de decirlo todo, aunque el otro no esté para percibirlo y entonces uno, enmudece.
Y el silencio todo lo habita cómo una luz de un propio universo.
Esta carta termina en silencio amigo mío de alguna vez. Tu silencio empieza a llegar y te hace persona difusa, confundible y callada.
Levanto mi copa sin el menor ruido, en dónde estés, sonríe, gesto que aún puedo imaginar sin que nos sorprenda ningún sonido.

Mercedes Sáenz

jueves, 7 de julio de 2011

SILBIDO

SILBIDO


El hombre bordeó con la cadera la mesada de la cocina. Eligió el paquete que abriría y el aroma de café bueno. Soltó despacio un silbido de su aire poco para espantar el silencio con un sonido de color que se huele hasta en la piel y pasa por la garganta en el primer minuto de la mañana.
Sus palabras ya quedaban cortas y los adjetivos solos. Ya no le era compañía contestarse. Las ideas claras, las pocas, se fatigaban cómo mujeres sosteniendo una red de pesca.
Su única propiedad privada era una maceta apoyada en el piso, no muy grande, para poder trasladarla él solo hasta cualquiera de sus lugares pequeños.
Nunca le puso nombre pero la paraba frente a lo que estuviera haciendo. Alguien que lo mirara cuando el espejo ya se vuelve borroso y mudo. Las hojas de tanto en tanto aleteaban con alguna ventana abierta.
El hombre bordeó la parte más finita de la cocina, esa que todos los días se achicaba un poquito y con el tranco y el pantalón empujó sin querer la maceta al piso.
Se inclinó hacia el suelo y emitió un sonido, (un respiro piadoso cómo los de hospital cuándo no es la muerte.)
Sobre la tierra esparcida una lombriz de mil cinturas surgió de la negrura fresca, bailando o nadando en sólido, pero quiso el hombre creer que eran movimientos felices.
Caminó despacio hasta la mesa de luz y sin sacar el cajón vació las cosas que tenía adentro. Lo llenó de diarios alisaditos del tamaño justo y con una taza fue juntando tierra de la maceta hasta cubrir una capa que lo dejó contento. En el último acarreo llenó su mano, la que tiembla menos, y levantó con ella la lombriz que esta vez dejó de bailar y se quedó quietita. Cuándo la encerró en el cajón emitió un silbido cancionero. Se preguntó sin tan chiquito escucharía uno igual cuándo con tierra en el bolsillo del saco lo llevara a cobrar su jubilación o de paseo.
Volvió a la cocina, trastabilló con la planta que ignoraba que moriría y sin querer con el pie le movió una de sus hojas.
Es un hombre que cada tanto tropieza con la razón que le dejó una guerra y anda por ahí, silbando.
Mercedes Sáenz

lunes, 6 de junio de 2011

DECIR DECIR

Era la boca de los olvidos, la de alguna vez besos. Era el vacío hueco que dejaba de ser sordo. Era quién hablaba con las manos y junto con los gestos deshacía palabras. Era la postergada insistencia del atropello. Era.
La última prohibición golpeaba y las últimas leguas se hacían vuelo. Era quién debía decir.
Caminó hacia la esquina de las dudas, el único lugar en que empezaba el silencio. Decir, decir, le golpeaba el pecho.
Preguntó en que banco del colegio se sentaba. Era lo mismo después de llegar afuera del patio liso cruzado por baldosas. Tan inmenso el espacio que protege, tan diminuto dónde sostener los pies.
Con la tarde viniéndose encima jugó con el llavero del apuro en las manos sin abrir. Decir, decir.
El salió con la camisa fuera del cinturón sosteniendo el pelo de la frente como si estuviera largo, los cordones sueltos y algo que jugaba con su boca.
Ese sol hacía más larga la figura de crecer y la adolescencia no terminaba en sus piernas largas continuando hasta el balanceo de la cintura. Los ojos de más alto se concentran, apresuran un salir de clases que esa edad no espera si es la madre que perturba.
Le vio los ojos con la pintura algo corrida por el llanto.
-Mamá. – Y le extendió los ojos.
-Quería decirte…
-No hablamos de la separación hoy con el psicólogo y papá. Hablamos de mí. Ya sé que te adopté a los tres días.
Decir, decir. Las llaves se cayeron en el suelo. Y un solo abrazo que a esa edad perturba.
Mercedes Sáenz

miércoles, 1 de junio de 2011

LA ÚLTIMA TARDE


Se cruzó de piernas cómo suele hacerlo. Un ruido imperceptible desvió sus ojos, el cigarrillo cómo un insecto pesado voló del cenicero. Lo tomó con las brazas mirando hacia él. Ese lo apagó para siempre.
Se levantó de escribir y salió a despedir una leve tarde que se iba húmeda en pasto.
No gravitaban los colores en esos círculos que parecen jugar silbando en el cielo con un resto de luz, no decían nada.
Bueno, hoy nada.
Hoy las letras se deslizaban por el camino del desconcierto, se movían mareadas hacia algún lado para no detenerse en el humo de la pipa con las volutas que suelen hacer poemas sin que nadie les diga.
No sabía cómo, con qué argumentos sostener la última tarde que pensaba escribirle.
Que no se haga silencio por favor, es lo único que pedía mirando al cielo y al piso, frotándose las manos. Buscando algún movimiento que lo detenga un rato, más.
Lo que está debajo de la piel si no se escribe se vuelve grito.
Nunca había conocido una mujer con tanta luz blanca.
Después de haber estado cuatro años en el Uruguay volvió a la Argentina. Con otra cara y otro nombre y con esa esa mujer que en unos minutos saldría del baño vestida de blanco impecable y con una toalla en la cabeza, que sin saberlo ella le había llenado cada hueco del infierno que él había dejado en los campos de detención de los pedazos de hombres que estaban en las cuevas de la dictadura.
Años juntos con la mujer de luz fueron de amor y de lucha-típica y doméstica- en dónde hubo secretos, códigos, felices claves en los ojos incapaces de leerse desde afuera.
Nunca se animó a decírselo a la mujer de luz blanca. Parecía esos hombres que porque sí se sientan en algún banco de plaza a conversar con un anciano.

La única condición que puso para entregarse era que jamás la mujer de luz blanca supiera nada. Entonces decidió no escribirle.
Golpeó la puerta del baño y ella se asomó con una bata impecable y otra toalla blanca también en la cabeza que asomó por la puerta a medio abrir.
- ¿Que? dijo suavemente-
- Sacate la toalla del pelo.
-¿Por?
- Me gusta verte el pelo mojado.
-Ya salgo.
- No, un segundo, ahora, estaba por escribir algo y antes quería verte el pelo.
-Bueno, sonrió y un pelo enredado y húmedo largó sonrió con ella.
- No te apures, ya tengo la imagen que quiero. Ella cerró la puerta con una risa franca que apenas se oyó.
Se dirigió a la la salida, sintió su trasero húmedo junto a una escuálida sensación de emociones. Ofrenda de consuelo tal vez.
Afuera en un auto lo esperaban tres sobrevivientes de algún pozo negro, de esos en dónde él mismo había cortado la muerte en pedacitos, en dónde más de una vez le pidieron al menos un minuto de respiro antes de que expirar sea la última palabra. La justicia esta vez iba a ser decidida por los que no la tuvieron.
El auto arrancó despacio y silencioso y ya ni siquiera pudo apoyar la cara contra el vidrio, el golpazo aplastó su nariz contra un plástico que empezaba a entibiarse por las primeras gotas de sangre.
Cuándo ella saliera del baño terminaría la última tarde. Nunca sabría la mujer de luz blanca que se entregó a la gente que él tuvo en cautiverio , mientras el pelo empezaba a humedecerse desapareciendo lo último que los ojos le escribieron, inocentemente se sentó al sol que empezó a secarlo en silencio.
MERCEDES SÁENZ