sábado, 30 de agosto de 2008

ESQUINA EQUIVOCADA

ESQUINA EQUIVOCADA




Una extensión de mí, primitiva y primaria quedó en esa esquina. El viento pica en remolinos igual que tu sombra danzando en cuchillos. Aún la sangre sigue y gira en un laberinto ciego de memoria por dentro. Era esta la esquina antes que se abrieran los ojos de ver el olvido despeñarse en piedras, de caminar al revés de todo el mundo, mucho antes de abrazarte afuera dónde te dije que a la intemperie no existe acurrucarse. Antes de anunciarte en las noches móviles dónde tu palabra era un secreto, música sabia y abrazo a cualquier hora.
La esquina insiste con su luz rabiosa y perisitente pero tu voz la desconozco porque está en ninguna parte. Y camino con esa manía de no saber cuidar el paso breve tratando de reconocer alguna otra alcantarilla. Y un tango me ata a un farol con una música tan suave que quisiera convertirme en rehen excusa para quedarme un rato.
Pero es inocente la hora en que pienso que voy a encontrarte. Pero esta esquina no es y es muy tarde para quedarme hablando sola.
Tal vez un día oigas mi voz y no reconozca la tuya. Pensaré mientras con el mismo amor que te cuides antes de llegar al fin del mundo.


Mercedes Sáenz

martes, 26 de agosto de 2008

CAMPANA DE LARGADA

CAMPANA DE LARGADA


(Fragmento)


CAMPANA DE LARGADA






Había quedado boca abajo.
Empezó a despertarse y los ojos eran dos líneas de tierra que no se rompía. Todo lo que estaba adentro de la piel, despedazado mil veces y ya no importaba porque alguna vez dejó de partirse. Los dientes habían sobrevivido, tal vez por herencia. Empezó a moverse lentamente y cada dolor se recordaba solo, cada dolor dividido en terrenos con memoria propia.
Pasa la brisa a esa hora de la mañana, como la caricia que se le hace en la cabeza a un chico cuándo se le ha muerto su perro.
Diez años después de estar en un campo de detención la soltaron en el suelo, a campo libre y abierto, sin zapatos, con una pollera de extraña largura. Alguna vez en el futuro se preguntaría por qué no pantalones. Tal vez por la cesárea que le hicieron para sacarle trillizas mujeres con un tajo antiguo y vertical.
Juntaba fuerzas para moverse mientras las últimas palabras de quién sementó su vientre a la fuerza estaban sepultadas en sus oídos como dos moscas podridas.
- ¿Cómo les querés poner? Es la única pregunta que voy a hacerte.
- ¿Puedo verlas? - Dijo en un llanto de humo oscuro del dolor que hacía hasta en las paredes.
- No. Están bien pero no las vas a ver nunca.
- Sólo un ratito, son tres mujeres… Tengo frío… - Quiso mover las manos pero estaba esposada a la camilla.
- Quiero saber los nombres antes de irme- dijo masculinamente feo.
La perversión permanente también entrena, y más que recordar el aire fresco, sus fosas nasales buscaban olor a fruta fresca, cuando podían abrirse.
- Laura, Emilia y Yiny.
- ¿Yiny? ¿Cómo lo vas a escribir? - Estaba preguntando… y con una esperanza oscura cómo un murciélago en el pelo, pensó que por un segundo algo cambiaría.
- Que poco original, ya entendí, por las trillizas de oro, pero si querés… te lo voy a escribir con G y las dos veces con i latina.
No pudo ver más nada. La puerta se cerró y una endovenosa tibia empezó a recorrer su cuerpo.
Después de diez años parecía estar despertando de aquella vez. Sintió el olor a tomates frescos y, no sabe cómo, empezó a arrastrase hacia ellos. Una sola voz de campana de largada para internarse, primero, entre matorrales de verdes ásperos no importa y de abrojos de abejas de miel y de olor a tomates frescos, para después darse cuenta de que recién empezaba todo. Desesperadamente.

Mercedes Sáenz

miércoles, 20 de agosto de 2008

NINGUNA PALABRA

NINGUNA PALABRA



No me esperes en ninguna palabra. Están vivos los alacranes que arrancaron mis pestañas y el brillo desesperado en mis pupilas. La incertidumbre, cómo la copa que ha de servirse para el que no llega, Yo soy el instante en que la certeza ya no puede voltearse Ya no me dibujo letras de agonía en una noche que se hace cada vez más lejos.
No me esperes en ninguna palabra. Tu nombre ha sido primero el de los dioses, después un sonido, un inmenso grito en una playa solitaria contra el viento. Sin eco.
Yo puedo hablarte sobre la luna que en su mes de ronda corta la palabra cuándo se hace pedacitos. Y el silencio cubre todo en una leve llovizna sobre el brillo de acero de mi figura que casi me hace sentir bella. No me esperes en ninguna palabra.
Este amor fue hecho en principio de palabras, antes, muchos antes de dibujarnos los cuerpos, con el índice y las lenguas. El silencio es todo ahora.

Mercedes Sáenz

martes, 12 de agosto de 2008

DESPUÉS DE RECIÉN BAÑADO




DESPUÉS DE RECIEN BAÑADO



Se inclina ladeando la espalda hacia un costado, la posición de manejar empieza a pesar porque se han estirado las horas y la memoria conoce esa ruta provincial entre Concordia y Paraná. El cuerpo respira con una rara sensación, ya no se distingue a si mismo cómo ser vivo, hay un letargo que le sale al cruce cada vez que el trabajo en las producciones de cine por el medio del país lo deja casi anestesiado.
La ventana abierta va recortando de soslayo pequeños cuadros del campo abierto. Faltaban más de cincuenta kilómetros, distancia pequeña para lo que está acostumbrado a recorrer.
Un cambio en la velocidad esperada y el auto se convirtió en un suspiro sin fuerza, en una flecha cuándo se cae del arco sin haberla disparado. En ese modelo de auto las posibilidades podían ser tantas cómo las soluciones, infinitas.
Lo sacó del camino y cuando se bajó, el campo parecía un lugar al que le habían saqueado toda su belleza, no llegó a ver ni siquiera una casa. Miró vacío el asiento del acompañante y oblicua y redonda la botella de agua estaba en el mismo lugar del piso.
Se animó a bajar con sus dos mitades, la furia y el cansancio. No pensó en la impotencia, salía vencedor en general en el mano a mano de los tropiezos en la ruta.
Levantó el capó, se sacó la remera y la enroscó como guante. El instinto recorrió primero todos los lugares calientes, los fríos, los tibios. Probó todo lo que sabía sin tocar la caja de herramientas. “La mágica” le decía porque las cajas de los productores de cine tienen cosas inimaginables.
Rodó por el suelo y en la piel de la espalda sintió como si le clavaran una peregrinación de maderas y hachas trabajando al mismo tiempo. Tampoco vio nada. Intentó incorporarse sin esforzar las rodillas y percibió algo parecido al espanto, ese que dura unos pocos segundos, ese que parece que la vida de uno la tomara otro.
Cerró el capó pegando contra la chapa. Asustada y confusa la fuerza bruta nunca es casual y respiro un poco. Contuvo el aliento y el cansancio bajó despacio hasta las curtidas pantorrillas. Movió la cabeza sin severidad, resignada, obedeciendo a la idea de quedarse a dormir en el auto hasta mañana.
Se apoyó en la puerta abierta y cerró los ojos casi con vergüenza por la luz, la tierra era media redonda y se desplegaba suave en un viento de colores violetas y rosados.
Estaba por sentarse cuándo vio la boina verde, la camisa a rayas de manga corta, un pantalón impecable y las manos en los bolsillos. No sabía si el olor a fresco venía del campo.
La imagen persuasiva de mugre y cansancio esbozó una sonrisa que se adelantó a un cabezazo amable de saludo y de alivio.
- Ni idea que tiene -dijo Facundo y no puedo pedirte nada hermano, con esa facha parece que te vas de fiesta y la luz también esta por irse.
- Soy Eusebio- dijo y se sacó la boina verde. ¿No tiene señal en el celular?
- No. Y se acercó a darle la mano. Primer atajo contra cualquier cosa fea.
- Acá nomás, dijo Eusebio, tengo un cuarto vació, Mi hijo está estudiando medicina en Santa Fé y no viene hasta el fin de semana. Le hizo una señal con la cabeza y eso fue todo.
Facundo caminó atrás de Eusebio dócil cómo el agua poca y miraba como el gaucho no se ensuciaba ni las alpargatas. Las mitades de Facundo caminaban juntas hasta llegar a la casa que antes de decirle nada la mujer de Eusebio le puso un mate en la mano.
- Este es el cuarto, péguese un baño, en un ratito nomás comemos.
Facundo manoteó la bolsa que había bajado del auto muerto, sacó algo de ropa, dejó afuera una máquina de fotos de esas que parecen tortas de cumpleaños de quince, pero negra.
Por un rato murió el cansancio que se llevó el agua y en la cena se conversó poco de cine y poco de los primeros años de Facundo muy chico viviendo sólo en un campo de Córdoba.
- Gracias por todo Doña-aunque se llamara Marta- se ve que la sabe, estaba todo muy bueno, mañana en cuánto usted se despierte me levanta nomás. Y se durmió cómo si tuviera que despertarse después del fin del mundo.
Hace rato que la luz estaba en el cuarto de Facundo cuándo abrió los ojos. El reloj disparaba el tiempo esta vez como flechas de arcos arqueados. El pecho se agitó, se vistió rápido y abrió la puerta. No había nadie.
- Buenos días -dijo largo cómo para recibir respuesta. Contestó un silencio lindo porque a esa hora no hay nada en el campo que no ande cantando algo, los árboles, los perros, los ruidos más lejos que no se adivinan del todo.
Sobre la mesa un mate preparado y una pava que sin tocarla se sabía caliente. Se tomó dos, medio de apurada, medio de cortesía.
Hizo a tranco largo el camino inverso de las casuarinas y la bolsa colgando y la máquina de fotos y un buzo que colgaba de alguna parte hasta que llegó a la ruta.
Eusebio apoyado en el auto como un gato montés parpadeaba manchas de tierra y grasa de todos los tamaños. El auto estaba prendido y regulando y la botella de agua de adentro apoyada en el asiento un poco más vacía.
- Amigo, no sé cómo agradecerle, dígame usted cuánto.
- Nada – dijo sonriendo y señaló con los ojos la máquina de fotos- En la próxima me la saca cuándo estoy recién bañado.
Y eso fue todo después de un abrazo largo.

Mercedes Sáenz



lunes, 11 de agosto de 2008

HUESPED QUE NO AVISA, EN UN CATALÁN GENEROSO DE PÉRE BESSO



PÉRE BESSO



No quisiera presentar en este pequeño lugar a Pére Besso cómo el famoso filólogo nacido en Valencia, ni sus importantísimas cátedras, ni sus frondrosísima producción literaria ni el tremendo valor de su poesía.
Datos todos ellos que Artesanias Argentinas tan claramente dejó expuestos. He leído tantos buenos poemas de su autoría, tantas traducciones al catalán de autores que merecen
más que mi respeto y mi cariño que ésta mañana me ha sorprendido. No creía posible que su tiempo y su generosidad pudieran hacerlo sobrevolar lo que escribo, eso que les llamo poemas acostados porque todavía mis escritos no se levantan muchos centímetros del suelo.
Pues a este poema que hoy les presentó, en dónde su traducción al catalán fue una absoluta sorpresa para mí, hace que al menos mi corazón y mi alma junto con el poema se sientan volando muy alto de placer y de agradecimiento. Cuándo le escribí para decirle gracias contestó: ¿el poema no era tuyo y se llamaba “huésped que no avisa”? Muchas gracias, Pére. Suena bellísimo.
HOSTE QUE NO AVISA
Llostrejaràs de nou,
sense cap paraula.
transparent
com una llàmina d’aire que pot peglar-se.
com un absurd inútil sense forma.
Impietosa cap a mi
em mires
amb un versicle en un ull
que la meua fe desconeix.
i et mire, tristesa,
com un cartró mullat,
una muntanya invisible
que no modifica
cap escena.
És un prec tal volta
que giravoltes la cadira,
ja sóc testimoni de mi
inventant nom a les fissures.
Ell m’ha perdut
però en cada trencadura
ell resta,
on els ossos cremen
perquè ha mossegat el dolor
tot allò moll
sense detindre’s, sense distingir.
Si no te’n vas, almenys no em mires,
aqueixa cadira és meua.
HUÉSPED QUE NO AVISA
Amanecerás de nuevo,sin ninguna palabra.transparente cómo una lámina de aire que puede doblarse.cómo un absurdo inútil sin forma.Impiadosa hacia mí me miras con un versículo en un ojo que mi fe desconoce y te miro, tristeza,cómo un mojado cartón,una montaña invisibleque no modifica ninguna escena.Es un ruego tal vezque des vuelta la silla,ya soy testigo de mí inventando nombre a las fisuras. Él me ha perdido pero en cada quebradura él sigue ahí,dónde los huesos queman porque ha mordido el dolor todo lo blando sin detenerse, sin distinguir.Si no te vas, no me mires al menos,la silla esa es mía.
Mercedes Sáenz

viernes, 8 de agosto de 2008

UNA BONSAI

UNA BONSAI




Botas bajas se puso. Pantalón apretado sí porque ya era una rutina diaria. No se pintó nada en la cara por miedo a que sus gestos o su mirada dijeran otra cosa. Tapó la mitad de su cuerpo con un poncho liviano color maíz. Respiró algo más profundo y tocó el timbre en un consultorio que no tenía secretaria.
La puerta respondió suave al empujarla después de un breve sonido. La sala de espera era chiquita con un cuadro abstracto que más de una vez en los minutos previos a su consulta le habían servido de licuadora. Metía en él un montón de palabras que después generosas salían para hacer historias. Una silla de caño negra y una mesa impersonal con un bonsai verdadero que nunca entendió que hacía allí.
El médico psiquiatra abrió la puerta antes de que se sentara y con un gesto de amabilidad repetido la invitó a pasar.
- ¿Cómo estamos hoy Lucía?
Le dio un beso que también era parte del rito porque nunca tuvo ganas de saludar a su médico de esa manera. No contestó. Una vez adentro ella preguntó:
- ¿Me puedo sentar en el suelo?
- Por supuesto Lucía, como siempre. No me contestaste cómo estamos.
- De eso quería hablarle. ¿Por qué siempre me pregunta en plural? ¿es algo de complicidad? ¿Es alguna técnica aprendida para que no me sienta sola con los problemas que traigo? Usted supuestamente me ayuda, pero no es mi amigo.
-No estoy acá para ser su amigo. Soy su médico, su orientador, quién puede ayudarla a decidir que es lo bueno y que es lo malo.
-De eso le quería hablar.´
-¿De qué?
- Lo bueno y lo malo, no coincidimos. Usted se apega a las reglas de todo el mundo y yo algunas de ellas no las quiero.
- Tengo cuarenta cincuenta. -continuó Lucía-
- ¿Qué cuarenta cincuenta?
- ¿Ve lo que le digo? Usted habla en plural cuándo me saluda y ni siquiera entiende, y eso que sabe la edad exacta que tengo. Me es lo mismo cuarenta y no sé que, que cincuenta y no sé que. El cuerpo dirá cosas en momentos distintos, pero más variaciones y modificaciones que las que tiene mi cabeza no va a tener. Estoy pensando que tal vez su saludo en plural tenga algún sentido, yo no sé nada de usted, pero imagino, usted en cambio sabe de mi lo que le hicieron estudiar. Pero sobre mi no imagina, sólo proyecta la línea recta de lo que es mi cura.
-¿Esto es por qué íbamos a empezar con el litio? – interrumpió el psiquiatra.
- ¿Íbamos? La receta estaba sólo a mi nombre.
Lucia bajó la cabeza, metió las manos debajo del poncho con las piernas cruzadas y la voz le salió llorosa. Una pirámide color maíz dónde apenas asomaban dos líneas de muslos, dos caminos que parecían no juntarse en ninguna parte.
- No lo entiendo- dijo Lucía- Esa sala de espera tan chiquita que parece una caja vacía de bombones que alguien se guarda para darle otro uso, un cuadro sólo que ni lindo ni feo no para de decir cosas cuándo hay tiempo de mirarlo. Una sola silla de caño negro. Un bonsai verdadero que ni luz tiene. Por más que sea un arte, no me gusta verlo, lo cortan despacito, con todas las técnicas que aunque no lo crea conozco bastante. Usted hace lo necesario para verlo así, cómo usted quiere. Pregúntele a la semilla si hubiera querido crecer así. Traté de imaginar algunas posibilidades, sala chiquita para que el que viene se sienta protegido, cuadro abstracto de colores pasteles para que nadie se sienta identificado, una sola silla para que el paciente piense que es único y ese bonsai vivo, que es cómo decir, con paciencia y esmero se puede ser un ser vivo con la misma forma de los otros, pero dependiente y preso. No sé que árbol es, pero ya no me importa. No quiero ser eso. Quiero quedarme así. Hoy no voy a pagarle la consulta, porque sólo me vine a despedir.
Se levantó despacio y se dirigió a la puerta, temblando, porque se abría con el portero eléctrico desde el consultorio, tocó la manija y un ruido conocido le permitió abrirla.
Mientras pasaba por el marco de la puerta, la voz desde adentro dijo:
- No es verdadero, es una réplica perfecta. Y se cerró la puerta
Las botas bajas se dirigían al ascensor mientras las manos salían de abajo del poncho color maíz para secar lágrimas que iban a caer no se sabe hasta cuándo.

Mercedes Sáenz



miércoles, 6 de agosto de 2008

LÁGRIMAS NEGRAS

LÁGRIMAS NEGRAS



No llores por mí, le dijo. Siempre intentó que no lo hicieran. El llanto mejor, sólo es cuando emociona, también decía, que el recién nacido lo hacía por no saber comunicarse cómo después lo hacen los adultos. El llanto de inmensa necesidad.
Corresponsal de guerra era y el peor viaje estaba por venir. Poca valija para poner los pies como sin zapatos. Vueltas por el mundo sin paz. Quedar siempre como un ombligo dividiendo la mitad del cuerpo entre un llanto de anestesia y ese macabro muestrario de las lágrimas. La protegían de los ruidos pero le llegaban solos cuando sus sábanas se convertían en dos láminas de acero sabiendo que estaba viva. Por la mañana, después de frutas y colores en el desayuno caminaba hacia pedazos de muerte.
La torera, le decían. Quebraba la cintura, doblaba las piernas, hasta quedar tan invisible como arena en la arena, cuerpo a tierra casi cómo los soldados de guerras ajenas. Y los toros, eso parecían las imágenes, aunque fuera uno que parecieran muchos, cómo un 7 de julio en Pamplona. Tal vez no lastimaban su cuerpo o no se daba cuenta, pero en el cristal de la máquina por dónde miraba todo se hacía trizas.
Sonsas maneras de morir, a veces solapadas porque a veces el instinto también se asusta y ni siquiera se da vuelta. Pero la torera volvía siempre, sólo que con lágrimas negras.
Sonsa manera de seguir viviendo cuando volvió como tantas veces explicando la muerte detalladamente y a él no lo encontró.
No llores por mí, le había dicho una vez, no hay llanto tuyo que lo valga.
Sonsa manera de sobrevivir, ahora.

Mercedes Sáenz

viernes, 1 de agosto de 2008

HUÉSPED QUE NO AVISA


HUÉSPED QUE NO AVISA





Amanecerás de nuevo,
sin ninguna palabra.
transparente
cómo una lámina de aire que puede doblarse.
cómo un absurdo inútil sin forma.
Impiadosa hacia mí
me miras
con un versículo en un ojo
que mi fe desconoce.
y te miro, tristeza,
cómo un mojado cartón,
una montaña invisible
que no modifica
ninguna escena.
Es un ruego tal vez
que des vuelta la silla,
ya soy testigo de mí
inventando nombre a la fisuras.
Él me ha perdido
pero en cada quebradura
él sigue ahí,
dónde los huesos queman
porque ha mordido el dolor
todo lo blando
sin detenerse, sin distinguir.
Si no te vas, no me mires al menos,
la silla esa es mía.

Mercedes Sáenz