domingo, 11 de abril de 2021

APENAS UNA IDEA

 

APENAS UNA IDEA

demorarte duele,

pensarte allí, después de volver la hora,

la misma de ayer, quieta y ambigua.

otra vez el cuándo

mi tierra tiembla

y después esa meseta,

ese campo raso en dónde los pies inmóviles

quedan solos arriba del pasto

sin mi.

me hace bien pensarte

aunque no sepa qué hacer con vos.

ignorar siempre antes que todo

pero me hace estar viva,

saberme.

juega la luz y te hacés mármol

piedra y barro,

hilitos

y no aprendí a conjugarte

y vos menos un tampoco.

Mercedes Sáenz

sábado, 27 de marzo de 2021

UN DÍA

 



UN DÍA


Por más que esté en un monte el líder necesita levantar  su brazo, no le basta con saber que está ahí, debe levantar algo más alto al cielo, debe someter su imagen contra su propio dios que de a ratos es él mismo.

Dónde crees que irán los pensamientos cuándo no pueden sanarse? Es una rara obsesión la de no dejar de pensar nunca, nadie deja nunca de pensar. El tema es a dónde nos llevan cuando bailan en un día de tristeza. Cuando se tropiezan con lindos  recuerdos de la memoria.

No puedo modificar alguna historia ni usar palabras laterales para las ideas y las verticales suelen ser espadas. Casi todo tiene una mezcla rara de amor y de insulto.

Los ojos se convierten en pequeñas costaneras y pueden desbordar ríos.

Los siglos vuelven a mí y mi afuera ha envejecido.

La tristeza  tiene grietas y escapan por ahí los pedacitos de la realidad.

Sería lindo poder hablar y entendernos.

Pucha que es una tristeza...si supieras.

Mercedes Sáenz




sábado, 13 de marzo de 2021

POR DORIS

 


POR DORIS


La primera vez lo vi de atrás. Su espalda, a rayas de madera por el banco que la sostenía. De los antebrazos caminos de estrías anchas terminaban en sus manos rugosas de venas oscuras latiendo con prisa la vida, la vida ya casi no pasaba por ahí aunque sus uñas impecables dijeran lo contrario.

Yo estaba parada en la loma del río buscando donde sentarme en el pasto. Bajo mi brazo una lona cualquiera, un repelente de mosquitos, alcohol en gel, (es casi cómo llevar llavero por estos días de pandemia desdibujados, existentes y ocultos) un agua mineral grande, cuaderno y birome y un equipo de mate. Todo un inventario

.

Tosió algo fuerte, un sacudón en su espalda, la mano en la boca no llegue a verla protegida por el ángulo que formó su codo.

Escupió algo de color inmundo, hizo dar vueltas mis ojos hacia adentro de mis huesos hasta encontrarme con una oscuridad absoluta de alivio.

Algo rodó hacia abajo más allá de un metro.

Y se quedó quieto, tan quieto, con la cabeza muerta sobre el pecho. Parecía que habían cerrado una puerta, o bajado un telón para siempre. Creo que era tanto su esfuerzo por desaparecer que era una ausencia.

Sólo unos respirones de su espalda a rayas entre agitada y lenta tartamudeaban que la vida estaba sentada ahí por alguna causa queriendo parecer muerto.

Miedo no era, pero con el mismo cuidado con que me acercaba a ver una herida de bebe me senté a su lado.

Se tensaron primero sus muslos que sus manos. Y el sombrero era su cara. Acomodé mi inventario al costado del banco y me puse a mirar el río cómo si nos hubiéramos invitado.


Largos segundos creo.


Hasta que lo ví, de puro color marfil, en un semicirculo perfecto, quietos como un cachorro dormido con su pancita rosada al sol. Treinta dos serían supongo, era lo que me habían enseñado de chica. No sé si los postizos de ahora tienen ese mismo número.

Me levanté sin que él se moviera. Levanté los dientes postizos con la misma naturalidad con que levanto la gomita que se me cae del pelo.

Creo que algo en mis movimientos no salió muy bien, volví a sentarme en el banco con una naturalidad fingida y creo que no hay nada que sea más notorio que una pésima actuación hecha con esas intenciones.

Llené la tapa del termo (esos con forma de vaso) con agua mineral, un poco, como para despegar el pasto o la tierra que intentaban acorralarse especialmente en las partes que parecían más suaves.

No levantó el sombrero. De la parte más baja de su cara unas lágrimas chiquitas no terminaban de caerse.

De mi inventario saqué el alcohol en gel y en una servilleta descartable limpié pausadamente lado por lado, diente por diente (tan lejos aquí de ser ojo por ojo, pues no nos habíamos mirado siquiera)

Imaginé su cara cuándo sintió el olor a alcohol pero creo que lo más difícil para él y para mí era cómo seguía el momento siguiente.

Terminé de enjuagarlos con agua fresca.

En la tapa del termo, tapados con una servilleta descartable pero tan blanca como las de misa, dejé mi ofrenda con miedo pues la apoyé sobre el nido de sus manos y el recipiente se inclinó un poco.

Algo volvió a su vida pero a mi me lo tapó el miedo.

En un solo movimiento casi de mago el recipiente quedó vacío.

Yo miraba para adelante con esa tonta actitud de creer que no había pasado nada y el aire era fresco y el río bailaba despejando de su piel las botellas que flotaban. El sol estaba por todas partes cómo un dios invisible y bueno, no eterno.

- ¿Quién eres? Dijo sin levantar el sombrero

- María, contesté sin acento español.

- Gracias María, dijo sin levantar el sombrero ¿por qué has hecho esto?

Ese momento era lo que más temía.

- Por Doris, por el diario de una buena vecina.

- ¿Te gusta leer? Y -¡Dios mío! Levantó el sombrero.

- Y escribir y miré sus ojos, eran muy lindos sus ojos.

- Yo soy corrector y de los buenos ¿te gustaría que alguna mañana lea algo que hayas escrito?

- Me encantaría, pero al menos ¿nos presentamos?

- No, tu eres María y nunca, pero nunca, sabrás quién es el dueño de mis dientes.

Bajo un oscuro sombrero sonó su alegría, pasó la mano con un gesto exagerado como si despejara toneladas de pelo. No era así su pelo.

-No sé que decir.

- Lo dudo, pero dime dime cuándo me hables.

- Te diré dime cuándo te hable, pero no me es tan fácil y además no escribo así.

- ¡Que sonseras niña!¡Sólo cuándo me hables!

Y volvió a reir su vida levantando su sombrero.

¿Niña? ¿Sabés la edad que tengo?

- Acentuando así no tienes nada de nada, me tratas de tu, te olvidas del che, del vos, ni asomes palabras que usan por ahí como ¡que buena onda! Y principalmente no me contestes ninguna pregunta que va a tener cierto valor en su respuesta diciendo “ bueno, nada..”

Yo hablo en mi español y te corrijo en criollo ¿estáis de acuerdo?

- Bueno, contesté, sin agregar más nada.


Mercedes Sáenz

lunes, 22 de febrero de 2021

POR HOY SÓLO POR HOY

 POR HOY, SÓLO POR HOY



Era mi vecino. Costado izquierdo de la medianera

Dejó el camión en el lado oscuro de la calle. Se bajó despacio, me miró a las cejas no a los ojos, e inclinó su cabeza.

Con el golpe de la puerta y el motor en marcha cayeron desde el techo algunas hojas pegadas por la lluvia y el viento de hace un rato, desplazo un ruido con la nariz en lentitud lasciva y un chasquido leve de una bahía de whisky en la boca, (parecía el primer hombre queriendo decir palabras).




Escondió la cara y el olor a rancio. Se olía igual

- Sólo por hoy voy a seguir bebiendo, sólo por hoy.

De un cuerpo sensato colgaban brazos con tatuajes simétricos, dos absurdos presagios de un feliz futuro. Una diosa madre y una diosa niña que sólo las vi sobre su piel.

Hice un saludo tonto, ni aliviador siquiera, un murmullo forzado (último rehén de mi boca, último cuándo ya no se sabe que decir) y quedó cómo si pudiera tocarlo, un fuerte olor a kerosene en el aire.

Volvió a subirse al camión. Es algo que puedo decir aunque no mirara.

Un susto de frente abrazó mi cara, un fogonazo naranja y tremendo.

Conceder, conceder hasta cuándo. Quién le habrá enseñado que todo mal puede ser finito nutrido siempre por la paciencia. Quién le habrá enseñado a no darse por vencido.

Por un segundo pensé que un ángel color mandarina vino a llevarse todo. Después la calle quedó azul sólo de mirarla tanto.


Mercedes Sáenz 


domingo, 14 de febrero de 2021

 POEMA PARA EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS

A Willie

Los ojos negros se hunden en mí y suelen prenderse con la ternura de una lámpara de aceite tibio titilando bordes de oscuridades, símbolos de derrumbar muros cuándo soy vulnerable a cualquier hora que empieza el alba. Los ojos negros me llevaban por el mundo, por los indios, por los moros, por esa redondez dónde no hay límite de color en la pupilas.

Pero los tuyos son el azul bruto del mar más embravecido y el último celeste de la tarde antes de que se acabe el cielo, antes de girar sobre mis latidos cómo una noria incansable curando mis heridas.

Esa placer de encontrarme en tu mirada, me hacen volver con la sed de mi propio sudario a empaparme con sólo el rumor del agua tuya.

Esos que me hacen una vez más despertarme con vos y hacer un poema acostado por saber que el sabor del pan sigue siendo el mismo.

Ojos azules, una mañana de estas salpicaré con besos algunos trazos negros detrás de tus pestañas y creeré entonces que estoy dando la vuelta al mundo. Al tuyo y al mío.

Mercedes Sáenz


jueves, 28 de enero de 2021

HUMO

 


HUMO




La prohibición de fumar festejaba instalada en casi todo lugar cerrado de Buenos Aires, no aquí, dónde el humo era el aliento de todas las bocas, era el silencio sin movimiento, la espesa caricia de todas las manos en las caras, la última palabra, callada y muerta, la que no discute, un espacio en el aire capaz de contener todos los mensajes sin dueños.

Yo los miraba detrás del mostrador, oculta por una máquina de cerveza tirada que tenía casi mi misma anatomía. Más de una vez no se daban cuenta de mi presencia, ni de mi escote más subido, ni de mi boca pintada, ni del amor al que alguna vez jugué con casi todos ellos, eso sí, de a unito.


Los veía medio girado el cuerpo y el codo sobre la madera, arrugada ya la camisa sucia con olores rancios, la boca seca y algunos músculos que solitos ya sabían donde descansarse.

Frascos de colores vagos en la curva del mostrador y una vela corta en un plato de barro. Ya no hay botellas después de las últimas embestidas, emboscadas.

Ya no se buscaba el estaño después de algunos golpes en la nuca de quiénes no volvieron a levantarse

No se daban vuelta, los triángulos de espejos detrás de la barra partían sus caras en callecitas poco iluminadas, partidas así cómo pequeñas cicatrices.


- ¿La dejaste?

Los párpados bajos apretaron la mirada contra el suelo sabiendo que el piso a veces se nubla, a veces se mueve y es bueno pensar que no son los ojos los ariscos.

- Tengo que sacar un papel antes de contarte, traté de anotarlo.

Metió la mano en el bolsillo y escuchó la candorosa amabilidad de las monedas, su salvoconducto en las tardes de rabiosas borracheras. Llevaba el cambio justo y en un confuso desorden de palabras le extendían un boleto hasta dónde alcanzara. Podía dormirse tranquilo sabiendo que lo despertarían cerca de su barrio.

- La dejé –continuó-, empezó a hablarme raro, cada vez que quería estar un rato con ella me salía con cosas como- levantó el papel a la luz de la vela y leyó: estudiarse para adentro, ver el interior de cada uno, tratar de hacer un proyecto para cambiar mi vida aunque no fuera con ella. Parecía la secretaría general de un sindicato que integraba yo solo. No es que no le entendía, las iglesias ésas que pasan por televisión a las mil de la madrugada de brasileros que no se les entiende ni una jota, dicen lo mismo.

- ¿Y todo eso para qué?

- Dice que es para ser mejor, que lo único que conoce de nosotros es la forma de tomar hasta que nos sacan arrastrados de los brazos hasta el callejón. Que nunca vamos a ser nadie.

- ¿Por qué me hablas en plural si se supone que se trata de vos solo?

- ¡No me vas a dejar solo en esta podrida! Si me dejas vas a tener que buscar palabras en el diccionario para entenderme.

¿Qué les pasa a todas que hasta mi señora habla de plantar zapallos en un balde?


Hablaban de lo que decía mi boca, la mía, la de tantos besos sobre sus heridas, la de tantos murmullos en diminutivos para que pudieran entender los oídos que seguramente sangraban alcohol por dentro, mi boca, la mía, empezó a torcerse hacia un costado en dónde mi lengua moja mis labios antes de vociferar sin detenerse. Y no hablaron de mis brazos, no hablaron, ni de mi pecho, ni de mi cama. Y entonces, nada dijo mi boca.

En mi memoria el silencio se desbocó desesperadamente en olvido.

Tiré el libro que me enseñaba esas cosas en el mismo callejón de barro cerca del Riachuelo, muy pegado a la basura, dónde los hombres que no levanto quedan por mucho rato.

Cualquiera desde la calle de la otra orilla, mirando salir el sol sobre el río menos oscuro, pueda ver tal vez como la luz de una vela me deforma la cara, hasta divinizar esta expresión un poco bestial, la de advertir este cementerio lento, esta tristeza dónde un cielo de humo baja pegajoso como un ojo feroz en la noche hasta rozar mis polleras otra vez mañana y otra vez después de mañana.


viernes, 15 de enero de 2021

NO SÉ

 NO SÉ


he visto campanarios  sin campanas

y caminar animales sobre estepas de cielo

tengo todavía los ásperos sueños

de creer que entenderse se entendía.


no leo como vos la luna 

y he visto

cómo se posterga siempre  lejos

el jardín en que creí  creía.


antes de pronunciar mamá

ya era la duda.

y soy ahora, sin flores, sin diosas griegas

loca de varias casas.


no soy por elección la que parieron

ni la que me hicieron, ni la que me hice hacer.

No creo que nadie sepa

si mi bipolaridad tiene más de dos vértices,

yo cuento siete,

siete sin ninguna valentía.


sentada en el suelo, 

estoy parada sola

sin saber qué hacer 

en un dudoso silencio

conmigo.



Mercedes Sáenz