martes, 2 de mayo de 2023

     Tal vez tendría que empezar ... para vos de yo

Diálogo que existió
CON GALERA
Paso por su puerta, (en realidad no tiene puerta). La única ventana llega en su parte de abajo a unos cuarenta centímetros de la vereda. Hay un número arriba que dice 1926.
Es una planta baja, pero él dice que es el piso ochenta y que desde ahí no se piensa bajar.
Esa ventana parecía sin él una de esas calles sin vida antes de llegar a dónde acaban, Abierta, entraba un pedazo de cielo y las cortinas se volvían de puntilla.
Paso todas las mañanas y sin golpear los vidrios sabe que estoy allí parada, indefensa y tonta.
No salía a hacer compras, ni el diario, Igual estaba enterado de todo.
Varias vueltas di, queriendo buscar otra entrada, No encontré otra. Según los vecinos era parte de una casa que se vendió, con una historia confusa y cuestionable.
Nadie parece verlo nunca ni a mí tampoco cuándo estoy ahí.
Una vez intenté llegar en puntas de pie, con saltos pequeños para sortear pedacitos de agujeros del suelo, pero la ventana se abrió como si la hubiera movido un soplido de seda.
Dice que su nombre es lo que menos importa.
Le dejo lo que escribí de noche y a la mañana siguiente hace una devolución de lo que le entregué.
Esta mañana, mientras me devolvía mis escritos con las correcciones, cambiamos palabras extrañas y se puso una galera.
Extendió la mano con los papeles y vociferó una fea palabra. No sabe darse cuenta de la cara que pongo.
Este fue el diálogo:
¿Se acuerda la última vez que la vi, en San Juan?
- Sí, usted quería darme unos pocos de luna, pero no del valle de arcilla, quería sacarle un pedazo de piedra a esa masa de luz generosamente prestada.
-No me hable en verso.
- Le quiero pedir un favor -suavizó en la voz como si cambiara de tema
Contesté con mi “claro” más amable.
- Quiero tomar el té, -me dijo- uno bueno.
- Traigo todo, no se mueva - enfaticé.
- Todo no- me aclaró- usamos de bandeja el borde de la ventana. Eso sí, por favor, los bollos los quiero con crema pastelera.
Obedecí feliz paseando mi rareza de caminar entre todos con cosas en las manos como si nadie me viera.
Los dos de pie, con la ventana de bandeja, más que mirar al té sobre la mesa de cemento sin patas, nos mirábamos a los ojos.
¿Por qué se puso galera? -pregunté
- Para poder hacer una reverencia, una sola, y que quepan allí todos los pensamientos que voy a soltarle, es la pala más grande de sombrero que se me ocurrió y creo que me queda bien para despedirme.
¿Y por qué?
-No me preguntaste por qué el día en que empezaste a verme.
No vio mi cara cuándo me la tapé con todo el pelo. Era la primera vez que me tuteaba. El pelo es buen telón para la tristeza.
¿Y a dónde te vas ahora? Pregunté sin saber si iba a responderme.
- A Córdoba, Hay una escritora ahí que necesita un poco de ayuda, pero ella sabe escribir, vos estás aprendiendo.
- ¿Y ella va a poder verte?
No creo, voy a hacerlo a través de uno de sus alumnos, que seguro, seguro, ya sabe que estoy llegando.
¿Y yo me voy nomás?
- ¿De dónde? Si nada te impide estar en todas partes.
- Gracias por el té, contesté con un nudo casi infantil.
¿Por el té? -Vociferó dejando bien clarito que no había sido lo importante
- Perdón. (Es una linda palabra que a veces es sólo un mandato o un resorte.)
Me di vuelta con lágrimas que seguro las sabía y me fui rápido a tratar de escribir esto, esto que para nadie iba a ser cierto.
A la mañana siguiente una bolsa de papel cartón llena de migas esperaba en el suelo. Y la ventana, verde y descascarada, con los postigos cerrados, acunaba un gato placenteramente al sol.
…Me olvidé de hacerle una pregunta; ¿eligió el 13 de junio para llegar y el 11 de septiembre para irse a otro lado?
Es una de las tantas aristas que desconozco.
Mercedes Sáenz
Puede ser una imagen de cascada
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jueves, 27 de abril de 2023

 HUÉSPED QUE NO AVISA

Amanecerás de nuevo,
sin ninguna palabra.
transparente
cómo una lámina de aire que puede doblarse.
cómo un absurdo inútil sin forma.
Impiadosa hacia mí
me miras
con un versículo en un ojo
que mi fe desconoce.
y te miro, tristeza,
cómo un mojado cartón,
una montaña invisible
que no modifica
ninguna escena.
Es un ruego tal vez
que des vuelta la silla,
ya soy testigo de mí
inventando nombre a las fisuras.
Él me ha perdido
pero en cada quebradura
él sigue ahí,
dónde los huesos queman
porque ha mordido el dolor
todo lo blando
sin detenerse, sin distinguir.
Si no te vas, no me mires al menos,
la silla esa es mía.
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viernes, 3 de marzo de 2023

 

PARANOIA

 

 

 

Caminó por el costado de la cama salteando la jarra de plástico verde, una cacerola azul en dónde en general hervía las salchichas, un balde colorado fuerte y gastado y pudo dar la vuelta hasta llegar a la cómoda chiquita, que también estaba a apartada de la pared. Las goteras se habían quedado quietas por un rato, sin antes molestarla dejando varios pedacitos de agua sucia que bajaba del techo en hilos de oscuritos desconocidos.

- ¿A dónde vas?

 

- Al Uruguay me voy, voy a salir por el Tigre eso lo sé hacer. Miran mucho en las lanchas, la gente es la que mira, no tanto la prefectura. Me tengo que disfrazar un poco.

 

¿A qué te vas al Uruguay? A escaparme de vos pareció que dijo.

Se sentó en la cama húmeda y empezó a diagramar su cara. Tal vez una vincha tirante y un sombrero medio feo le taparan el pelo recogido y entonces no estaba obligada a usar tintura.

El viento suele jugar a las escondidas, anda girando por ahí en el medio de las casuarinas, va y vuelve un poco desorientado porque hoy ha tenido que volar más bajo, hace giros coqueteando con ella cómo si no la conociera. Ese andar suave que usa ya le tiene tomado el tiempo. Es enemigo cuándo es más arriba, cuando la aparta del sendero de lo que anda buscando. Suele ponerles nombre a sus sonidos y verlo bailar.

 

Un disfraz de algo tonto tengo que hacerme, siento miedo pero tampoco es una historia tan extraña, a todos le suceden cosas rarísimas y parece que pasan a ser cosas normales, bueno no normales, estoy hablando así porque alguien me mira.

Tal vez me ponga a escribir algo y después lo tiro, mejor para mi cabeza pensar en que fueron tirados en el medio del Río de la Plata, en dónde esté más turbulento. En ese revoltijo de tierra y agua, nada de río piel de león cuándo me asusta, sólo revoltijo, tan alto a veces que dan ganas  de ser parte de él para no tener que competirle ni contestarle. Para no temerle.

 

El aire está tan lindo, odia tener atado el pelo, le gusta cuándo hace una máscara sobre la cara, haciendo caminos que marcan, se levantan y vuelan y vuelven a instalarse no sé si igual cuándo su pelo parece un sereno maestro infantil poniendo sin abrir la boca los alumnos pequeños en orden.

´

¿Por qué hago esas frases tan largas? ¿Por eso tengo que llamarla a la otra para corregir? ¿Por eso escribo de más y después no encuentro el eje de las ideas? Nunca hay un eje, es la desesperación de necesitar escribir todo el día, esa locura de sacar fotos de todo lo que veo cómo si quisiera explicarme a la gente.

Curiosa necesidad de querer trascender en el anonimato en una tontera liviana que no da ni para escupir el suelo.

Tal vez debería escribir prolijo y semejarme a las pocas mujeres silvestres –perdón, que quisieron hacerse silvestres al salir de la ciudad (la mayoría con  más plata para empezar a vivir cómo si no necesitaran del dinero). Decoran sus casas con géneros todos blancos sutiles y esponjosos, grandes verdes verdaderos o falsos y en algún rincón una huerta modernísima.

Cuándo sus hijos tienen un resfrío en la lancha propia se vuelven a tierra y allí se quedan en un buen lugar hasta que el pánico se va, aparece eso que creen que es paz interior y con todos los remedios comprados vuelven a la tranquilidad de escondite- (no tan escondite porque con la frase “vengan cuando quieran, nos encanta que venga gente” están siempre pertrechados de grandes posibilidades de agasajos domésticos, anti hombre, anti frío y sobre todo buenas cantidades de alcohol de gustosísima calidad).

 

Pero otra vez se fue de tema. Hay una señora mirándola. Va a cerrar los ojos fingiendo dormir. Nunca sabrá cuánto la mira. A veces así se queda dormida. Ya no contesta.

 

Me desperté cuándo el sol inclinaba sobre mis ojos. Palpé a mano abierta, cómo si fuera un poco más ancha que mi cuerpo, tenía mi mochila, otra bolsa media deforme que llevo y un único abrigo.

Falta poco para bajarme, después de la segunda curva y lo bueno de estas lanchas es que paran en el muelle que uno les pida, eso sí, después si alguien pregunta se acuerdan perfectamente dónde te dejaron, de manera tal que me bajaré en uno que sé que es bastante sólido, no hay nadie todavía y recorreré por adentro la isla que conozco (hay un arroyo feo que suele estar bajo, pero nada lo quiero porque mis pies siempre se tropiezan con cosas dentro del agua que parece mansa) …

Antes de que oscurezca tengo que llegar a ese muelle, después la noche se hace boca de monstruo y mis pies parecen separados de mi, no responden, quieren caminar más ligero tanto cómo les pide mi cabeza pero abajo del agua siempre hay cosas extrañas. Y sino las imagino.

 

Se bajó en el muelle nomás. No sabe que la sigo.


Mercedes Sáenz

 

 


domingo, 19 de febrero de 2023

 POR DORIS


La primera vez lo vi de atrás. Su espalda, a rayas de madera por el banco que la sostenía. De los antebrazos caminos de estrías anchas terminaban en sus manos rugosas de venas oscuras latiendo con prisa la vida, la vida ya casi no pasaba por ahí aunque sus uñas impecables dijeran lo contrario.

Yo estaba parada en la loma del río buscando donde sentarme en el pasto. Bajo mi brazo una lona cualquiera, un repelente de mosquitos, alcohol en gel, (es casi cómo llevar llavero por estos días de pandemia desdibujados, existentes y ocultos) un agua mineral grande, cuaderno y birome y un equipo de mate. Todo un inventario

.

Tosió algo fuerte, un sacudón en su espalda, la mano en la boca no llegue a verla protegida por el ángulo que formó su codo.

Escupió algo de color inmundo, hizo dar vueltas mis ojos hacia adentro de mis huesos hasta encontrarme con una oscuridad absoluta de alivio.

Algo rodó hacia abajo más allá de un metro.

Y se quedó quieto, tan quieto, con la cabeza muerta sobre el pecho. Parecía que habían cerrado una puerta, o bajado un telón para siempre. Creo que era tanto su esfuerzo por desaparecer que era una ausencia.

Sólo unos respirones de su espalda a rayas entre agitada y lenta tartamudeaban que la vida estaba sentada ahí por alguna causa queriendo parecer muerto.

Miedo no era, pero con el mismo cuidado con que me acercaba a ver una herida de bebe me senté a su lado.

Se tensaron primero sus muslos que sus manos. Y el sombrero era su cara. Acomodé mi inventario al costado del banco y me puse a mirar el río cómo si nos hubiéramos invitado.


Largos segundos creo.


Hasta que lo ví, de puro color marfil, en un semicirculo perfecto, quietos como un cachorro dormido con su pancita rosada al sol. Treinta dos serían supongo, era lo que me habían enseñado de chica. No sé si los postizos de ahora tienen ese mismo número.

Me levanté sin que él se moviera. Levanté los dientes postizos con la misma naturalidad con que levanto la gomita que se me cae del pelo.

Creo que algo en mis movimientos no salió muy bien, volví a sentarme en el banco con una naturalidad fingida y creo que no hay nada que sea más notorio que una pésima actuación hecha con esas intenciones.

Llené la tapa del termo (esos con forma de vaso) con agua mineral, un poco, como para despegar el pasto o la tierra que intentaban acorralarse especialmente en las partes que parecían más suaves.

No levantó el sombrero. De la parte más baja de su cara unas lágrimas chiquitas no terminaban de caerse.

De mi inventario saqué el alcohol en gel y en una servilleta descartable limpié pausadamente lado por lado, diente por diente (tan lejos aquí de ser ojo por ojo, pues no nos habíamos mirado siquiera)

Imaginé su cara cuándo sintió el olor a alcohol pero creo que lo más difícil para él y para mí era cómo seguía el momento siguiente.

Terminé de enjuagarlos con agua fresca.

En la tapa del termo, tapados con una servilleta descartable pero tan blanca como las de misa, dejé mi ofrenda con miedo pues la apoyé sobre el nido de sus manos y el recipiente se inclinó un poco.

Algo volvió a su vida pero a mi me lo tapó el miedo.

En un solo movimiento casi de mago el recipiente quedó vacío.

Yo miraba para adelante con esa tonta actitud de creer que no había pasado nada y el aire era fresco y el río bailaba despejando de su piel las botellas que flotaban. El sol estaba por todas partes cómo un dios invisible y bueno, no eterno.

- ¿Quién eres? Dijo sin levantar el sombrero

- María, contesté sin acento español.

- Gracias María, dijo sin levantar el sombrero ¿por qué has hecho esto?

Ese momento era lo que más temía.

- Por Doris, por el diario de una buena vecina.

- ¿Te gusta leer? Y -¡Dios mío! Levantó el sombrero.

- Y escribir y miré sus ojos, eran muy lindos sus ojos.

- Yo soy corrector y de los buenos ¿te gustaría que alguna mañana lea algo que hayas escrito?

- Me encantaría, pero al menos ¿nos presentamos?

- No, tu eres María y nunca, pero nunca, sabrás quién es el dueño de mis dientes.

Bajo un oscuro sombrero sonó su alegría, pasó la mano con un gesto exagerado como si despejara toneladas de pelo. No era así su pelo.

-No sé que decir.

- Lo dudo, pero dime dime cuándo me hables.

- Te diré dime cuándo te hable, pero no me es tan fácil y además no escribo así.

- ¡Que sonseras niña!¡Sólo cuándo me hables!

Y volvió a reir su vida levantando su sombrero.

¿Niña? ¿Sabés la edad que tengo?

- Acentuando así no tienes nada de nada, me tratas de tu, te olvidas del che, del vos, ni asomes palabras que usan por ahí como ¡que buena onda! Y principalmente no me contestes ninguna pregunta que va a tener cierto valor en su respuesta diciendo “ bueno, nada..”

Yo hablo en mi español y te corrijo en criollo ¿estáis de acuerdo?

- Bueno, contesté, sin agregar más nada.


Mercedes Sáenz

domingo, 12 de febrero de 2023

 FACUNDO SÁENZ

 

Un día aparecieron sus ojos claros debajo de su flequillo, rubio y lacio.

Sostenía la mirada como un adulto.

Fue padre de su hijo y de otros

Montando a caballo en las sierras cordobesas.

En esa curva de su vida fue “el aquí estoy”

Bastaba sospechar su presencia y toda su persona necesaria aparecía.

No me importa si hay otro norte en sus ideas

No importa si tengo o no brújula para medirlas-

Defendió con uñas y dientes y una inteligencia muy particular su filosofía.

Importa que de su alma siempre quedó un pedacito en la mía, inalterable, sostenida, continua.

El menor de mis cachorros, escondía su corazón en un vozarrón tan fuerte, dispuesto, apasionado.  

Parecía que para él nada fuera imposible. Aún en su trabajo de productor de cine, conseguía el disparate más absurdo, a horas que ni siquiera se leían en el país.

Somos nueve hermanos y siempre se suele mirar al primero y al último con cierta  incógnita imprevista. Los que estamos en el entretiempo de esas fronteras, somos identidad sin principio ni final en esa historia.

Ellos lo son.

Nosotros, los otros, por más que brillen algunos con una luz que jamás ha de apagarse… somos el medio.

Querido hermano, último bastión de esta muralla que a veces desborda de amor entre hermanos y otras una zanahoria suele ser el conflicto entre nueve conejos.

El que nació último no nació mejor como la risa en el refrán. Se abrió camino a coraje en campos que en ese momento estaban muy lejos de casa.   

Se llevó su casa a cuestas para poder pelear varias vidas.

Por suerte dejó su inmenso corazón y cada tanto, muy de tanto en tanto, viene de visita con toda su humanidad.

Tanto tiene de eso.

Mercedes Sáenz

miércoles, 1 de febrero de 2023

  TABAS


 Su infancia fue toda en el campo pero desde chico la desobediencia fue lo que mejor hacía. Nunca se puso bombacha ni chambergo, ni botas ni alpargatas. Su caballo era un jeep viejo y su sol no era diana a las cinco. Sus ojos de aguilucho insertados disimuladamente en su cara reconocían cualquier cosa que sucediera en el campo antes que cualquier baqueano. La tradición no se rompe decía su tata y el castigo fue mandarlo a estudiar mucho más lejos que Buenos Aires. Y se llevó las tabas. Las figuritas se daban vuelta, caían de canto o desaparecían. Le burlaban el cara y ceca de los astrágalos de vaca. Estaban a prudente distancia una de la otra en una biblioteca lustrosa, algunas cubiertas con barniz, otras pintadas con cera o con aceites. Pero una estaba cómo la dejó la tierra. El hueso pelado contra el viento y el agua, resistiendo un tanto a las narices insistidoras que buscaban carne. Cada vez que la curiosidad de una mano se alargaba, aunque sólo el índice las rozara, cada quién que las tocara le hacía saltar su corazón cómo una hembra defendiendo sus crías de un lobo malo.

Cada mano extraña le era brutal, desgarraba su historia rompiendo cómo al arqueólogo la tierra con un trépano. Y no decía nada, esperando que algún día una mano sola del otro lado del potrero las tocara Años de camisa y corbata y el saco colgado en sillas de colegio inglés que también sabían hacer estudiar la tierra en un idioma que rápido dejó de ser extraño, pero le carraspeaba la garganta por ausencia de mate y bombilla.

 Mandó los bultos, los libros nuevos, los archivos de computadora, todo lo que pudiera llegar a su casa antes de que él lo hiciera. Volvió con atuendo citadino y antes de llegar a los pagos se vistió, casi de fiesta. Lustrosas las botas y la camisa más blanca. Rastra de plata buena, chaleco y bombachas de gaucho. Se anudó el pañuelo bien rojo al cuello para tapar cómo sangre seca el llanto. Entró al escritorio de la biblioteca brillosa y allí estaban. Las tabas y un dedo índice de mujer suave se paseaba por ellas. El amor de toda su vida, de toda su vida, la del otro lado del potrero. 

Apenas se dio vuelta le volvieron los ojos tan negros y el pelo a incrustarse derecho al corazón cómo cuchillo que acierta dónde. - Me aprendí la palabra Tomás. Dicen que ahora a las tabas les decís astrágalos. Te han pintado feo Tomás, te han pintado feo. ¿Dónde has visto que las tabas tengan pintura? En un giro lo abrazó hasta la espalda haciendo un solo pecho y le inclinó la cabeza en el hombro. La boca ya hablaba sobre la piel rozando el pañuelo. - 

Sacate esa ropa Tomás. Tu tata se murió ayer y a mi me da lo mismo cómo digas, cómo hagas. 

Mercedes Sáenz