FACUNDO SÁENZ
Un día aparecieron sus ojos claros debajo de su flequillo, rubio y lacio.
Sostenía la mirada como un adulto.
Fue padre de su hijo y de otros
Montando a caballo en las sierras cordobesas.
En esa curva de su vida fue “el aquí estoy”
Bastaba sospechar su presencia y toda su persona necesaria aparecía.
No me importa si hay otro norte en sus ideas
No importa si tengo o no brújula para medirlas-
Defendió con uñas y dientes y una inteligencia muy particular su filosofía.
Importa que de su alma siempre quedó un pedacito en la mía, inalterable, sostenida, continua.
El menor de mis cachorros, escondía su corazón en un vozarrón tan fuerte, dispuesto, apasionado.
Parecía que para él nada fuera imposible. Aún en su trabajo de productor de cine, conseguía el disparate más absurdo, a horas que ni siquiera se leían en el país.
Somos nueve hermanos y siempre se suele mirar al primero y al último con cierta incógnita imprevista. Los que estamos en el entretiempo de esas fronteras, somos identidad sin principio ni final en esa historia.
Ellos lo son.
Nosotros, los otros, por más que brillen algunos con una luz que jamás ha de apagarse… somos el medio.
Querido hermano, último bastión de esta muralla que a veces desborda de amor entre hermanos y otras una zanahoria suele ser el conflicto entre nueve conejos.
El que nació último no nació mejor como la risa en el refrán. Se abrió camino a coraje en campos que en ese momento estaban muy lejos de casa.
Se llevó su casa a cuestas para poder pelear varias vidas.
Por suerte dejó su inmenso corazón y cada tanto, muy de tanto en tanto, viene de visita con toda su humanidad.
Tanto tiene de eso.
Mercedes Sáenz
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