viernes, 21 de agosto de 2020

SENTATE FRENTE A MI

         SENTATE FRENTE A MÍ


          

Vos en tu mejor silla,  los pies mecedores te hamacaban como a alguna vez un bebé.       

Las manos cruzadas arriba de tus muslos sostenían una plegaria muda a tu dios personal

Conversábamos así, sentada yo en el suelo con tus manos hermanadas en las mías, juntas y sin apretarse, como un lazo que traducía las cosas incomprensibles del mundo después de hablar durante tiempos y tiempos.

Eras mi padre, uno, con el que ni siquiera se había tenido una complicidad siempre inalterable y sagrada.

Eras mi amigo, uno mucho más grande de quién aprendí la verdad por sobre todas las cosas y sé que en mí tenías puesta la confianza humana que se puede conocer.

Yo escondía la admiración que te tengo detrás de tus años y muchas veces callé cosas para no lastimarte.

Hoy me pediste que acercara mi oído a tu boca, rozaste con un beso leve mi mejilla y tan lento cómo pudiste me preguntaste si alguna vez vos me habías traicionado y la sangre que nos recorre en esos momentos, suele quedarse quieta.

Desde el suelo, te miré mucho más allá de los ojos y te dije que sí.

Bajaste los párpados sin soltar mis manos y yo sabía que aunque me quedara viva nunca más ibas a abrirlos. Las manos ya no eran puentes que podían salvarnos de toda clase de abismos.

La verdad no traiciona, dijiste una vez y tus manos se deslizaron de mí. Desde el suelo intenté hamacarte un poco, es ensordecedora la quietud, (mis lágrimas no hacen ruido) y no sé quién ahora me hará saber la diferencia

Mercedes Sáenz

1 comentario:

josé lopez romero dijo...

Es este momento una sorpresa encontrar a una amiga que aún considero de esta forma, pese a la distancia y el tiempo. Hermoso texto, como todo lo que escribes, Mercedes.