martes, 25 de mayo de 2021

EL BARÓN Y LA MANZANA

 

EL BARON Y LA MANZANA


En la silla de su cuarto dejó prolijamente apoyada la pollera de ayer. Los zapatos de taco alto paralelos y en la misma línea un saco del mismo color, un cinturón y algunos colgantes discretos. Cambiar la camisa blanca era lo más fácil para estar siempre bien vestida cada mañana. Ser agente notificador de un juzgado a veces no era liviano, pero era lo que mejor creía saber hacer después de tantos años.

Hoy era sábado al mediodía, el sol caía vertical sobre su cabeza, su médula y sus sentidos. Quiso pararse y le temblaron las piernas. La mano intentó frenar cuándo el sol de todos lados intentó pasar por la rendija de los ojos. Volvió a sentarse en una reposera común no esas que parecen asientos de avión de primera. Supo en un ratito que se quedaba sola toda la tarde, no por fugas estrepitosas ni enojos, solamente edades (inclusive marido) en que las ideas se aceptan si vienen cómodas ese día. Ideas de esas a ella no le había llegado ninguna. Más bien iban a quedarse a almorzar un asado los seis que vivían en esa casa.

La mano tocó el Barón un poco más a la sombra y el frió no era un alivio.

Se levantó cómo pudo sin antes besar con los dedos la boca del Barón que esperaba en la sombra. Juntó los pedazos de carne sueltos y en cinco minutos preparó todo para que en más o menos dos horas y media un asado completo para seis estuviera listo. Le era complicado moverse, la presencia del Barón la confundía un poco, pero el rito del asado lo hacía de memoria. Rápido, lento, alto, bajo, en el medio de un potrero.

Armaba una torre de maderitas cruzadas, tiraba carbón en el medio y echaba dos pastillas de combustible sólido. En media hora el carbón era un solo rojo dispuesto a seguir muriendo y matando lo que le pusieran por arriba o por debajo.


Ser agente notificador de un juzgado no le era fácil, no le era fácil ya volver a casa. Y eso que por años tan tranquila confió en la técnica de la manzana. Cada vez que llegaba a un lugar embargable usaba su truco de llegar con la fruta en la mano. Desconcertaba un poco en el medio de las carpetas de abajo del brazo y dos señores que en general ponían cara de malos y usaban anteojos. En cuánto entraba decía que era diabática que debía comerla enseguida. Pedía una herramienta para poder pelarla y en la actitud de los gestos de los que habitaban la casa venía en esa voz (de olor tan rico) todo lo que ella quería averiguar fuera de lo que dijera el expediente. La primera oferta era hacérsela llegar pelada, al borde del filo sin desperdiciar nada. Ver si la cáscara no se quebraba. Si la miraban fijo mientras los colores pegados caían sin titubear en un tacho precario. Si algún espacio negro entre la madurez y la virtud se sacaba de punta. Hasta ayer.

La mano ya media cansada de moverse en el calor tanteó su Barón B y lo sacó del balde de hielo. Le dió un beso en la boca a la botella de champagne como si fuera un príncipe que la rescataría de algún conjuro.

Hasta ayer, cuándo un padre confuso y ofuscado con una leve señal de la cabeza le pidió a su hija de seis años que pelara la manzana. La chiquita la miró fijo, recorrió su estatura desde los tacos hasta el pelo, ignoró su mirada y simplemente empezó a sacar la cáscara con los dientes.

Sábado al mediodía y su cuerpo era un huésped sobre sus huesos.

Volvería por última vez el lunes a la oficina para dejar por escrito que en el último lugar visitado nada era embargable.

Se abrazó al Barón y tomó directamente el último beso, la botella fría le suavizó la cara.

El olor a carne asada flotaba en el aire como una gigantesca alfombra mágica mientras buscaba la segunda botella de champagne de Barón B, tal vez la llevara a algún lado. Era bueno no festejar sola hoy si el lunes iba a estar desempleada.

Mercedes Sáenz


jueves, 6 de mayo de 2021

ESTRELLA DE AZÚCAR

 

ESTRELLA DE AZÚCAR



Era de noche ya y la hora del cansancio de las manos. Terminaba su rutina, sacudía de los guantes de goma las últimas gotas para colgarlos a secar.

El delantal apretaba flojo en la cintura pero así quedaba hasta la hora de irse a la cama.

Una viudez no de esa noche ni la mitad de la noche que fue, ni de la que viene, -un auto sin querer se ocupó de su marido viniendo de frente- la habían encerrado casi sus treinta y nueve años en la cocina. 

Era común antes, en la siesta de Venancio, caminar descalza hasta la sombra del caldén y tomar juntos unos mates sin decir una palabra. Con ese mismo silencio, siempre el mismo silencio, él se levantaba y echaba su cuerpo bajo la propia sombra o en otra parte

Varias veces le había pedido que después de la noche la acompañara a compartir un café. Las dos tacitas blancas en la mesa, una carpetita de hilo fino, bordada por su madre hace años ya, una azucarera que brillaba cómo si nunca hubiera conocido otro color.

Ya dormían las cosas del otro lado, ni siquiera la canilla bocaneaba blandos monosílabos.

- Un café Venanzio, vos sólo mirame. Yo me cruzo de piernas y me levanto el pelo, hasta tengo un peine en el bolsillo. Quiero hablar cómo esas de televisión, que no toman mate, que juegan con la cucharita dos horas con la tacita en las faldas. Pero yo a vos te doy café en serio y te cuento mientras lo que dice la radio del clima igualito que va a haber mañana.

Hasta la noche de afuera la dejó sola.

- Otra vez no han podido llegar, los caminos se han puesto feos de nuevo-dijo y levantó la azucarera hasta la altura de los ojos, con un movimiento redondo la estrelló contra el piso mientras con los pies descalzos, sin escoba, barría los pedacitos de color blanco que lastimaban cómo el colmillo de un lobo luna.

Afuera la canilla bocaneaba llantos.


Mercedes Sáenz


viernes, 30 de abril de 2021

INSOMNIO

 INSOMNIO



Una noche tiré piedras a un vacío

caminé con un palito dibujando la tierra

(palabra que la tierra reza )

hice en el aire paredes de algodón y tiza

(la luna mareaba el agua)

y vos seguías ahí

con silencio de baldosas

muriendo en la vereda.

¿No te cansa resbalar sobre mi cada noche?

perfilar el declive de mi cara sin luz hasta mi boca

espiar la abertura de los ojos

tocar mi pelo

soplando negro suave

como si quisieras seducirme.

Creo que ya te amigo,

en esas noches de segundos largos.

Si vas a seducirme,

acompañame, 

adiviname 

en silencio ciego

tu secreto de azúcar,

tu intimidad leve y 

mañana…

déjame dormir.

Mercedes Sáenz

lunes, 19 de abril de 2021

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO





ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE, INDIO


He dormido bajo tu mismo brazo, quebrado alguna vez y torcido. Las manos de llagas secas y en tus ojos huellas milenarias.
Te han dicho de todo, lo aprendido en facultades, en organizaciones en tu defensa. Te han escrito bellos y verdaderos poemas. Te han puesto orgullo, el que surge de defender tu memoria, intentando ponerte de pie, queriendo no olvidar tu valentía.´
Autores de importancia te estudiaron, planifican aún cómo devolverte la dignidad en este mundo.


Aún quiero decirte que dormí bajo tu brazo, con el telar de tus manos bajo el cielo negro y antes de cerrarse tus ojos estaban llenos de estrellas que les soplaste a los míos.
Aún quiero decirte hombre anciano, que esa fue la primera comunión que tomé en la vida. Silenciosamente, mientras nuestras almas  se tocaban.
Aprendí mientras dormía algunos cantos de tu tierra sin saber siquiera que significan, mientras la tierra madre nos acunaba cómo hace millones de años, pero sin guerras.
Me iré cuándo amanezca, hombre indio, cómo una hija de los vientos del sur, con la mitad del alma y ese silencio todo.


Mercedes Sáenz

domingo, 11 de abril de 2021

APENAS UNA IDEA

 

APENAS UNA IDEA

demorarte duele,

pensarte allí, después de volver la hora,

la misma de ayer, quieta y ambigua.

otra vez el cuándo

mi tierra tiembla

y después esa meseta,

ese campo raso en dónde los pies inmóviles

quedan solos arriba del pasto

sin mi.

me hace bien pensarte

aunque no sepa qué hacer con vos.

ignorar siempre antes que todo

pero me hace estar viva,

saberme.

juega la luz y te hacés mármol

piedra y barro,

hilitos

y no aprendí a conjugarte

y vos menos un tampoco.

Mercedes Sáenz

sábado, 27 de marzo de 2021

UN DÍA

 



UN DÍA


Por más que esté en un monte el líder necesita levantar  su brazo, no le basta con saber que está ahí, debe levantar algo más alto al cielo, debe someter su imagen contra su propio dios que de a ratos es él mismo.

Dónde crees que irán los pensamientos cuándo no pueden sanarse? Es una rara obsesión la de no dejar de pensar nunca, nadie deja nunca de pensar. El tema es a dónde nos llevan cuando bailan en un día de tristeza. Cuando se tropiezan con lindos  recuerdos de la memoria.

No puedo modificar alguna historia ni usar palabras laterales para las ideas y las verticales suelen ser espadas. Casi todo tiene una mezcla rara de amor y de insulto.

Los ojos se convierten en pequeñas costaneras y pueden desbordar ríos.

Los siglos vuelven a mí y mi afuera ha envejecido.

La tristeza  tiene grietas y escapan por ahí los pedacitos de la realidad.

Sería lindo poder hablar y entendernos.

Pucha que es una tristeza...si supieras.

Mercedes Sáenz




sábado, 13 de marzo de 2021

POR DORIS

 


POR DORIS


La primera vez lo vi de atrás. Su espalda, a rayas de madera por el banco que la sostenía. De los antebrazos caminos de estrías anchas terminaban en sus manos rugosas de venas oscuras latiendo con prisa la vida, la vida ya casi no pasaba por ahí aunque sus uñas impecables dijeran lo contrario.

Yo estaba parada en la loma del río buscando donde sentarme en el pasto. Bajo mi brazo una lona cualquiera, un repelente de mosquitos, alcohol en gel, (es casi cómo llevar llavero por estos días de pandemia desdibujados, existentes y ocultos) un agua mineral grande, cuaderno y birome y un equipo de mate. Todo un inventario

.

Tosió algo fuerte, un sacudón en su espalda, la mano en la boca no llegue a verla protegida por el ángulo que formó su codo.

Escupió algo de color inmundo, hizo dar vueltas mis ojos hacia adentro de mis huesos hasta encontrarme con una oscuridad absoluta de alivio.

Algo rodó hacia abajo más allá de un metro.

Y se quedó quieto, tan quieto, con la cabeza muerta sobre el pecho. Parecía que habían cerrado una puerta, o bajado un telón para siempre. Creo que era tanto su esfuerzo por desaparecer que era una ausencia.

Sólo unos respirones de su espalda a rayas entre agitada y lenta tartamudeaban que la vida estaba sentada ahí por alguna causa queriendo parecer muerto.

Miedo no era, pero con el mismo cuidado con que me acercaba a ver una herida de bebe me senté a su lado.

Se tensaron primero sus muslos que sus manos. Y el sombrero era su cara. Acomodé mi inventario al costado del banco y me puse a mirar el río cómo si nos hubiéramos invitado.


Largos segundos creo.


Hasta que lo ví, de puro color marfil, en un semicirculo perfecto, quietos como un cachorro dormido con su pancita rosada al sol. Treinta dos serían supongo, era lo que me habían enseñado de chica. No sé si los postizos de ahora tienen ese mismo número.

Me levanté sin que él se moviera. Levanté los dientes postizos con la misma naturalidad con que levanto la gomita que se me cae del pelo.

Creo que algo en mis movimientos no salió muy bien, volví a sentarme en el banco con una naturalidad fingida y creo que no hay nada que sea más notorio que una pésima actuación hecha con esas intenciones.

Llené la tapa del termo (esos con forma de vaso) con agua mineral, un poco, como para despegar el pasto o la tierra que intentaban acorralarse especialmente en las partes que parecían más suaves.

No levantó el sombrero. De la parte más baja de su cara unas lágrimas chiquitas no terminaban de caerse.

De mi inventario saqué el alcohol en gel y en una servilleta descartable limpié pausadamente lado por lado, diente por diente (tan lejos aquí de ser ojo por ojo, pues no nos habíamos mirado siquiera)

Imaginé su cara cuándo sintió el olor a alcohol pero creo que lo más difícil para él y para mí era cómo seguía el momento siguiente.

Terminé de enjuagarlos con agua fresca.

En la tapa del termo, tapados con una servilleta descartable pero tan blanca como las de misa, dejé mi ofrenda con miedo pues la apoyé sobre el nido de sus manos y el recipiente se inclinó un poco.

Algo volvió a su vida pero a mi me lo tapó el miedo.

En un solo movimiento casi de mago el recipiente quedó vacío.

Yo miraba para adelante con esa tonta actitud de creer que no había pasado nada y el aire era fresco y el río bailaba despejando de su piel las botellas que flotaban. El sol estaba por todas partes cómo un dios invisible y bueno, no eterno.

- ¿Quién eres? Dijo sin levantar el sombrero

- María, contesté sin acento español.

- Gracias María, dijo sin levantar el sombrero ¿por qué has hecho esto?

Ese momento era lo que más temía.

- Por Doris, por el diario de una buena vecina.

- ¿Te gusta leer? Y -¡Dios mío! Levantó el sombrero.

- Y escribir y miré sus ojos, eran muy lindos sus ojos.

- Yo soy corrector y de los buenos ¿te gustaría que alguna mañana lea algo que hayas escrito?

- Me encantaría, pero al menos ¿nos presentamos?

- No, tu eres María y nunca, pero nunca, sabrás quién es el dueño de mis dientes.

Bajo un oscuro sombrero sonó su alegría, pasó la mano con un gesto exagerado como si despejara toneladas de pelo. No era así su pelo.

-No sé que decir.

- Lo dudo, pero dime dime cuándo me hables.

- Te diré dime cuándo te hable, pero no me es tan fácil y además no escribo así.

- ¡Que sonseras niña!¡Sólo cuándo me hables!

Y volvió a reir su vida levantando su sombrero.

¿Niña? ¿Sabés la edad que tengo?

- Acentuando así no tienes nada de nada, me tratas de tu, te olvidas del che, del vos, ni asomes palabras que usan por ahí como ¡que buena onda! Y principalmente no me contestes ninguna pregunta que va a tener cierto valor en su respuesta diciendo “ bueno, nada..”

Yo hablo en mi español y te corrijo en criollo ¿estáis de acuerdo?

- Bueno, contesté, sin agregar más nada.


Mercedes Sáenz