viernes, 12 de febrero de 2010

CONFLUENCIA



CONFLUENCIA



Lo juro. Todo el viaje de vuelta estuve pensando en que dos palabras usar para empezar a escribir esto. Una no quería.
No podes oír mi tono de voz, creo que lo mejor es jurarte.
Volví liviana de huesos, sin oscuridades en ninguna parte del cuerpo ni siquiera a las que no les llega luz.
Éramos varios pero eso no importa, la que soy sola cuándo algo me saca del mundo, es la que sola vuelve de esas cosas.
Colgaban cortinas de colores livianas como vuelos que no ves más que cómo un soplido, atadas a los troncos que sostienen el techo del lugar.
Empezaron debajo de ese techo a deslizarse las manos cómo gatitos, (seguros pero nunca se sabe a dónde van) por los timbales, órganos, guitarras acústicas, cajones peruanos, un saxo tan dulce y discreto, un instrumento que suele llevarse todos los decibeles a los oídos desplazando otros.
Mucho no entendí la confluencia, eran siete, uno el dueño del lugar, otro un guitarrista famoso, otro era un maestro pizzero que estudia música desde que camina solo, un ejecutivo de alguna empresa por lo que supe, otro al que nunca le vi bien la cara que hacía temblar maravillosamente un bajo , también el hombre del saxo.
Y una voz.
Y Dios que me quedé sin mí., sin nada de mi.
Y esa voz que ya es un hombre nació de mi no sé cómo hace para producir esos momentos.
No creo que estés muy lejos si lees esto, creo que lo vas a entender, o decir al final, ah, sí, es una emoción muy linda, si, muy linda.
Pues no.
Si sólo te dijera eso, estaría hablando de dónde pone la voz cuando canta el tango volver, o un vestido y un amor, o Eulogia Tapia, o la mejor versión de Yolanda que oi en mi vida y no creo ni que él mismo la pueda volver a repetir. De las voces que sonaban de atrás con tanta armonía.
Claro que te diría que ese Federico Heine ya no es el hombre que nació de mi, ya no es sólo la voz que más me gusta oír. Ya no es el que cada vez que lo oigo canta mejor, usando instrumentos que antes jamás le vi en sus manos o en sus pies.
Hablo del mágico instante en que hombres sin órbitas visibles de sus vidas, a esa hora pueden juntarse porque sí un miércoles a la noche, sin ensayos previos, más bien con acuerdos telefónicos y hacer que desaparezca cualquier cosa del mundo que no sean la música y la timidez cada vez más débil de la luz de las velas.
Ellos parecen sostenidos en el aire, descalzos de cualquier piedra o paraíso que tengan a cuestas, ellos tampoco parecen conocer las fronteras de sus cuerpos.
Creo que dioses sin saberse hacen un cielo dónde tal vez deciden destinos de nosotros en un idioma que ni por piel desciframos.
Creo que Federico Heine tiene mucho de eso.
Te lo juro. Porque no sé de que otra forma decirlo

Mercedes Sáenz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, decir que fue linda la emoción, sí. pero me importa el ir más de allá de los encuentros casuales provocados por quién un día fue niño hijo. La confluencia no es sola de él.Creo que eso es leer el enigma de la vida y asombrarse.Me gustó mucho Mercedes. Un fuerte abrazo. María José=

Anónimo dijo...

abrazo a federico heine, que se parece a vos, por toda esa vida que sigue despertando dentro tuyo y que permite este conmovedor texto. abracito, ahora, a vos. susana zazzetti.