Vuelan suaves, desde el fondo silban una transparencia leve. Imagen de Marcela Baubeau de Secondigne
sábado, 24 de julio de 2021
ESCALERA
Tengo que contar una historia y no sé si debo hacerlo. Estoy sentada en una de las escaleras de Retiro. Mi pollera ya se ha llevado por delante cuánta forma de basura se ha encontrado y ya me tiemblan las piernas por lo que creo que mi postura ya dejó de ser femenina.
Salí hace rato de una pensión de la que sé me recuerdan perfectamente.
Sentada como si fuera en una platea de cine, mirando más que nada los hombros, en este lugar es lo primero que miro.
Se oyen muy pocas risas por acá. Todo cae sobre los hombros y allí se queda. Me gustaría más de una vez parecer esas noteras que con cara de estar interesadas preguntan por la historia de cada uno.
No entiendo eso de preguntarles ¿de dónde vienen? ¿A dónde van? Cuánto más me gustaría preguntarle ¿Qué hizo antes de ayer? Ayer no, porque tendría el apuro del poco tiempo transcurrido o la sensación todavía muy cerca de la piel. El antes de ayer, con esa pequeña diferencia se hace mochila, se cargó en los hombros, y Dios, la historias que saldarían de allí.
Mi historia tiene dos semanas, o sea varios antes de ayer.
No es que me quedé si un peso, me quedé sin vida. Tengo que irme a algún lado pero me van a encontrar, hace poco que sé de estas cosas, pero las de la vida real son mucho peores.
Soy curiosa y creo que me he metido en líos. Todo por unas fotos. Y ahora no pasan esas cosas de que te sacan los negativos y demás. Te sacan la máquina o el chip o te dan un navajazo.
Las noches de enero son largas en Buenos Aires adentro de una pensión, no de las peores.
Una tarde estaba sacando fotos en plaza de Mayo, pero una tarde cualquiera de esas de cuarenta grados, había gente entre ellos muchos turistas y yo saco fotos, ni siquiera sé si soy fotógrafa, no me pregunten ahora la diferencia porque estoy muerta de miedo y no estoy para explicar desde una escalera linda y sucia sentada en Retiro mientras intento pensar qué hago. El miedo está empezando a no soltarme y a pegarse en mis dientes.
Sin querer, porque casi no los conozco, le saqué una foto con teleobjetivo a un ministro importante dándole un jugoso beso en la boca a una ministra. Bueno a una quién, me enteré después, no debía. Son digitales, ni siquiera las revelo, pero el señor que estaba parado al lado de mi banco, mientras yo veía una por una la vio.
A la noche me llamaron a la pensión.
Una voz pegajosa me dijo que quería la máquina entera. Que saliera cuatro horas, que la dejara en el mostrador del pequeño hotel, que la iban a pasar a buscar. Lo hice. Se la dejé al Encargado cómo si nada, tanto que él me preguntó el nombre de quién venía a buscarla. Le contesté “no importa José, por favor se la da a quien pregunte, no mas de uno va a preguntar por esa máquina”.
Me fui más de cuatro horas. Volví y casi con un cabezazo le pregunté a José; “sí, sí pasaron” y me fui a encontrar mi cuarto exhausta por tanto nervio suelto sin razón.
Terminé de lavarme los dientes y otra vez por teléfono la voz pegajosa. Se me paró el corazón.
-¿Te querés hacer la viva? Te voy a cortar las manos, las piernas y los ojos.
- ¡Pero si yo la dejé, dije casi a los gritos! Más problemas deberían hacerse por las fotos que saqué de los chiquitos bamboleándose entre el hambre, el mendigar y los que duermen afuera.
Afuera vas a quedar vos, me contestó seco. Y colgó.
Bajé las escaleras cómo pude con la mochila cruzándome el pecho De pasada le pregunté a José si habían pasado a buscar la máquina. Lo peor es que me dijo que sí.
No estaba cerca pero corrí hasta Retiro. Y acá estoy sin saber que hacer.
Quisiera preguntar si alguien me conoce, si pueden ayudarme, si se les ocurre algo, pero hay tantos policías de los que parecen y de los que no parecen que creo que todos me miran a mí.
El miedo va trepando sobre mi cómo un vendaje negro hasta convertirme en momia. Tengo un palpito leve pero se me cruzó que la máquina se la guardó José.
¿Cuánto tiempo tengo para estar sentada en una escalera de Retiro?
Los primeros que se van a acercar… seguro que son policía o señores ogros de voces pegajosas. Entonces no sé si empezar por el llanto o por el sueño.
Mercedes Sáenz
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