jueves, 8 de octubre de 2020

SILBIDO





Cuadro de Marcela Baubeau de Secondigné

SILBIDO

El hombre bordeó con la cadera la mesada de la cocina. Eligió el paquete que abriría y el aroma de café bueno. Soltó despacio un silbido de su aire poco para espantar el silencio con un sonido de color que se huele hasta en la piel y pasa por la garganta en el primer minuto de la mañana.

Sus palabras ya quedaban cortas y los adjetivos solos. Ya no le era compañía contestarse. Las ideas claras, las pocas, se fatigaban cómo mujeres sosteniendo una red de pesca.

Su única propiedad privada era una maceta apoyada en el piso, no muy grande, para poder trasladarla él solo hasta cualquiera de sus lugares pequeños.

Nunca le puso nombre pero la paraba frente a lo que estuviera haciendo. Alguien que lo mirara cuando el espejo ya se vuelve borroso y mudo. Las hojas de tanto en tanto aleteaban con alguna ventana abierta.

El hombre bordeó la parte más finita de la cocina, esa que todos los días se achicaba un poquito y con el tranco y el pantalón empujó sin querer la maceta al piso.

Se inclinó hacia el suelo y emitió un sonido, (un respiro piadoso cómo los de hospital cuándo no es la muerte.)

Sobre la tierra esparcida una lombriz de mil cinturas surgió de la negrura fresca, bailando o nadando en sólido, pero quiso el hombre creer que eran movimientos felices.

Caminó despacio hasta la mesa de luz y sin sacar el cajón vació las cosas que tenía adentro. Lo llenó de diarios alisaditos del tamaño justo y con una taza fue juntando tierra de la maceta hasta cubrir una capa que lo dejó contento. En el último acarreo llenó su mano, la que tiembla menos, y levantó con ella la lombriz que esta vez dejó de bailar y se quedó quietita. Cuándo la encerró en el cajón emitió un silbido cancionero. Se preguntó sin tan chiquito escucharía uno igual cuándo con tierra en el bolsillo del saco lo llevara a cobrar su jubilación o de paseo.

Volvió a la cocina, trastabilló con la planta que ignoraba que moriría y sin querer con el pie le movió una de sus hojas.

Es un hombre que cada tanto tropieza con la razón que le dejó una guerra y anda por ahí, silbando.

Mercedes Sáenz


miércoles, 30 de septiembre de 2020

SIETE OJOS EN SU LUNA

 


SIETE OJOS EN SU LUNA - 


El jardín dormía el pasto blanco de frío. Especula la luz como un viejo trapo sacando lustre apenas por arriba. Hace rato las paredes de la casa hicieron silencio para las hormigas mientras crece verde entre baldosas.

Puntas de pie para mirarse los dientes y el pelo que mucha falta no hace peinarlo. Ignora al perro que atraviesa y deja nomás la puerta abierta. Sale con pantuflas de conejo más grandes que el empeine y envuelve las manos en el camisón. Los ojos algo cansados de mantenerse despierta. A los cuatro años todavía se duerme cuándo se tiene sueño pero no esta noche. 

La luna se veía y se paró sobre una silla tropezando un poco con las bocas del conejo. Corrió el pelo para atrás pintando una delicia de coqueteo sin saber. Perfil de niña mirando hacia arriba las velas prendidas tan liviana cómo las sobras huéspedes de esa noche. Ningún contorno quería escapatoria.

Los nombres modernos suenan suaves y se llamaba Abril. Pero así se llamaba.

Bajó a la silla en un sólo movimiento de pincel sin tocar el suelo. Sacó del bolsillo dos tacitas que prolongan besos del color de los corales, dos cucharas chiquititas y en un plato puso dos pancitos de su marca preferida. Los tapó con las manos escondiendo su timidez última

- No los hice yo Luna. ¿Cómo está tu ojo? ¿Te creció un poquito? ¿Cuánto falta? ¿Duele que te crezca un ojo?

La luna mira. 

- En el cole nos dijeron que ahí no hay viento. No importa si no tenés pestañas. Pero no me creen que te vi crecer los ojos. Ya conté siete ¿todos miran para este lado? ¿Por qué hace rato que tenés uno suelto? ¿No usas de a dos para ver cómo nosotros?

La luna mira.

Un grito envasado por este siglo de la psicología se oyó desde adentro.

- Estoy tomando el té, mamá. A esta hora ella toma el té y le está creciendo un ojo! No tengo frío! Ya entro. Vos cuándo estás tomando el té no te levantas por nada. Ya entro.

Bajó de la silla obedeciendo a los conejos. 

- Te dejo el té y te miro por la ventana luna. No lluevas hasta mañana. ¿La noche que no te vi, no te habrán sacado uno? Y se fue para adentro.

Y la luna mira lo que ve en los contornos de una sola escapatoria. 


Mercedes Sáenz


jueves, 24 de septiembre de 2020

DECIR DECIR

 DECIR DECIR




Era la boca de los olvidos, la de alguna vez besos. Era el vacío hueco que dejaba de ser sordo. Era quién hablaba con las manos y junto con los gestos deshacía palabras. Era la postergada insistencia del atropello. Era.

La última prohibición golpeaba y las últimas leguas se hacían vuelo. Era quién debía decir.

Caminó hacia la esquina de las dudas, el único lugar en que empezaba el silencio. Decir, decir, le golpeaba el pecho.

Preguntó en que banco del colegio se sentaba. Era lo mismo después de llegar afuera del patio liso cruzado por baldosas. Tan inmenso el espacio que protege, tan diminuto dónde sostener los pies.

Con la tarde viniéndose encima jugó con el llavero del apuro en las manos sin abrir. Decir, decir.

El salió con la camisa fuera del cinturón sosteniendo el pelo de la frente como si estuviera largo, los cordones sueltos y algo que jugaba con su boca.

Ese sol hacía más larga la figura de crecer y la adolescencia no terminaba en sus piernas largas continuando hasta el balanceo de la cintura. Los ojos de más alto se concentran, apresuran un salir de clases que esa edad no espera si es la madre que perturba.

Le vio los ojos con la pintura algo corrida por el llanto.

-Mamá. – Y le extendió los ojos.

-Quería decirte…

-No hablamos de la separación hoy con el psicólogo y papá. Hablamos de mí. Ya sé que te adopté a los tres días.

Decir, decir. Las llaves se cayeron en el suelo. Y un solo abrazo que a esa edad perturba.

Mercedes Sáenz

jueves, 17 de septiembre de 2020

DESCONOCER

 DESCONOCER



DESCONOCER


Estoy aquí, invocando a los dioses que aún permanecen debajo de la tierra, imaginando un azul maya, más profundo que los mayas todavía.

Por unos días los poetas de mis amores han quedado en los costados oscuros de mi cama,

Un leve movimiento diario, caricia imperceptible de la punta de los dedos en los libros… están allí, siempre, dónde nos abandonamos.

Se han detenido mis guerras, los amores no pueden hablarse, Kayyam ha vuelto a su siglo, los latinos hablan otros idiomas, un efímero soplido intenta volarme parada en la curva de un junco más liviana que una libélula.

Es una defensa contra el dolor dice Biön y dibuja mi arquetipo invocando imágenes de la infancia … una conducta de orden

silenciosa que no siempre se advierte.

El sentido de la palabra de Heráclito, verdad, ser, realidad.

En el medio del silencio de un libro que no puedo soltar y del que no entiendo nada, desmenuzo a Jung y con el aliento tibio de Freud desde su contratapa.

Estoy aquí, como un pan de avena olvidado en la mesada, oscureciendo de a poco, precipitándose a toda esa geografía molecular que ni siquiera conozco.

Estoy aquí, prisionera de la avidez de saber, saber… sin entender.

Estoy aquí, dónde danzan los átomos detrás de la negrura de lo que ignoro, estoy aquí, parcela de mí o toda.

Aprendiendo a desconocer. Pero la palabra de tantos autores me hace feliz, aunque igual desconozco.



Mercedes Sáenz

jueves, 10 de septiembre de 2020

AMORES DESTEMPLADOS

 


AMORES DESTEMPLADOS



Eran los tiempos

en que yo no era otra cosa

que respirar amores.

una toga me llegaba al cuello

y yo no era, sólo no era,

y un día la oí caer

cómo un pequeño acordeón muerto

sin ruido,

Sonido de una pequeña sombra

de hierro transparente, derretido.

unida en frío que cerró mis pies.


(nadie invisible detrás de mi,

los objetos no salen a mirarme).


No hay último gesto, ni beso en el aire

(soplido de niño), ni ofrenda



Rotan oscuros, segmentados

en la memoria de la noche,

huyendo con el apuro

del animal que lejos

mutará su piel


¿Han olvidado mi nombre?

Tal vez nunca les dije quién soy.

O no supe saberlos

y se desnudan de mí.


Hace frío.


sábado, 22 de agosto de 2020

HUÉSPED QUE NO AVISA

 


PÉRE BESSO




No quisiera presentar en este pequeño lugar a Pére Besso cómo el famoso filólogo nacido en Valencia, ni sus importantísimas cátedras, ni sus frondrosísima producción literaria ni el tremendo valor de su poesía.

Datos todos ellos que Artesanias Argentinas tan claramente dejó expuestos. He leído tantos buenos poemas de su autoría, tantas traducciones al catalán de autores que merecen

más que mi respeto y mi cariño que ésta mañana me ha sorprendido. No creía posible que su tiempo y su generosidad pudieran hacerlo sobrevolar lo que escribo, eso que les llamo poemas acostados porque todavía mis escritos no se levantan muchos centímetros del suelo.

Pues a este poema que hoy les presentó, en dónde su traducción al catalán fue una absoluta sorpresa para mí, hace que al menos mi corazón y mi alma junto con el poema se sientan volando muy alto de placer y de agradecimiento. Cuándo le escribí para decirle gracias contestó: ¿el poema no era tuyo y se llamaba “huésped que no avisa”? Muchas gracias, Pére. Suena bellísimo.

HOSTE QUE NO AVISA

Llostrejaràs de nou,

sense cap paraula.

transparent

com una llàmina d’aire que pot peglar-se.

com un absurd inútil sense forma.

Impietosa cap a mi

em mires

amb un versicle en un ull

que la meua fe desconeix.

i et mire, tristesa,

com un cartró mullat,

una muntanya invisible

que no modifica

cap escena.

És un prec tal volta

que giravoltes la cadira,

ja sóc testimoni de mi

inventant nom a les fissures.

Ell m’ha perdut

però en cada trencadura

ell resta,

on els ossos cremen

perquè ha mossegat el dolor

tot allò moll

sense detindre’s, sense distingir.

Si no te’n vas, almenys no em mires,

aqueixa cadira és meua.

HUÉSPED QUE NO AVISA

Amanecerás de nuevo,sin ninguna palabra.transparente cómo una lámina de aire que puede doblarse.cómo un absurdo inútil sin forma.Impiadosa hacia mí me miras con un versículo en un ojo que mi fe desconoce y te miro, tristeza,cómo un mojado cartón,una montaña invisibleque no modifica ninguna escena.Es un ruego tal vezque des vuelta la silla,ya soy testigo de mí inventando nombre a las fisuras. Él me ha perdido pero en cada quebradura él sigue ahí,dónde los huesos queman porque ha mordido el dolor todo lo blando sin detenerse, sin distinguir.Si no te vas, no me mires al menos,la silla esa es mía.

Mercedes Sáenz


viernes, 21 de agosto de 2020

SENTATE FRENTE A MI

         SENTATE FRENTE A MÍ


          

Vos en tu mejor silla,  los pies mecedores te hamacaban como a alguna vez un bebé.       

Las manos cruzadas arriba de tus muslos sostenían una plegaria muda a tu dios personal

Conversábamos así, sentada yo en el suelo con tus manos hermanadas en las mías, juntas y sin apretarse, como un lazo que traducía las cosas incomprensibles del mundo después de hablar durante tiempos y tiempos.

Eras mi padre, uno, con el que ni siquiera se había tenido una complicidad siempre inalterable y sagrada.

Eras mi amigo, uno mucho más grande de quién aprendí la verdad por sobre todas las cosas y sé que en mí tenías puesta la confianza humana que se puede conocer.

Yo escondía la admiración que te tengo detrás de tus años y muchas veces callé cosas para no lastimarte.

Hoy me pediste que acercara mi oído a tu boca, rozaste con un beso leve mi mejilla y tan lento cómo pudiste me preguntaste si alguna vez vos me habías traicionado y la sangre que nos recorre en esos momentos, suele quedarse quieta.

Desde el suelo, te miré mucho más allá de los ojos y te dije que sí.

Bajaste los párpados sin soltar mis manos y yo sabía que aunque me quedara viva nunca más ibas a abrirlos. Las manos ya no eran puentes que podían salvarnos de toda clase de abismos.

La verdad no traiciona, dijiste una vez y tus manos se deslizaron de mí. Desde el suelo intenté hamacarte un poco, es ensordecedora la quietud, (mis lágrimas no hacen ruido) y no sé quién ahora me hará saber la diferencia

Mercedes Sáenz