domingo, 10 de julio de 2022

 MIÈRCOLES A QUÈ LA TARDE

La cara cruzada por la calle, la mano pasó cerca de los ojos como si tuviera arena. Apenas podía respirar con el apuro inmóvil porque las otras dos la estaban esperando.
Cada miércoles a la tarde en un departamento del quinto piso de un barrio del norte se encontraban las tres. Sin dar explicaciones hace tiempo que Maggie estaba llegando tarde.
Subió por el ascensor sin mirarse al espejo. Bajó los ojos para ver el ruedo de su pollera y los colores orientales giraron alrededor de sus piernas tocando los talones de sandalias bajas de tientos de cuero y una tobillera de plata que la había convertido en esclava sin dueño.
Se sacó el anillo de su anular izquierdo y lo soltó en su bolsa de arpillera.
Tocó el timbre con un dos tres dos que era su clave. En la puerta los besos formales se cruzaron sin hacer tambalear la copa de vino de la mujer que abrió la puerta.
- Maggie, - cariño sin sorpresa, como gato echadito en el mismo lugar - ¿tomás algo?
- Lo que vos estés tomando. - Y se sentó en un sofá blanco.
Botella de vino tinto con un moño rojo, más cara de lo que cuesta toda una tarde en la peluquería y tres copas comunes.
Estela sirvió dos deteniéndose en lo que pensaba su buena costumbre. Laura tomó una.
Prendieron tres velas antes de apagar las luces de sombras benévolas que entornaban los ojos. Las caras
perdían su edad y los cuerpos prendían una liviandad gesticulosa y felina.
- Brindemos - dijo una - Hoy hace tres años que salimos de Alcohólicos Anónimos. - Ya ni siquiera como pacto secreto el vino se llevó por las gargantas un río oscuro de palabras.
Estela empezó primero cuando pensó en la sangre de Cristo, ese al que varias veces le pidió ayuda y del que no obtuvo respuesta. Tampoco nada le respondía el señor de las redes cuando a cualquier cruz que encontraba contra la pared la ponía con los pies para abajo o la rompía cuando no podía volver a crucificarla. «Si me habré cansado de hacer lo que pedías, cada domingo, cada día de familia de película americana, planchando equipos blancos perfectos que nadie notaba ni al rayo del sol fuerte». «Te corto los pies» le dijo a la última cruz cuando su marido ya no estaba y sus hijos tampoco y escribió ESTELA en las simétricas formas. Horizontal y vertical. «Vas a tenerme encima de vos todo el día y no vas a poder ir a ningún lado, porque yo no voy». La cruz quedó siempre en la mesa, a la altura de las rodillas cerradas, en el medio de la bandeja de puro café, junto a las llaves que se dejan de pasada.
Laura tenía el pelo no demasiado largo, se lo cortaba con hojitas de afeitar, tomándose todo el tiempo que fuera necesario, de frente y perfil con un amor prolijo a la paciencia de sus años de peluquera en Villa Urquiza. Su cara era muy linda, también sus dientes. Nunca dejaba de ser linda, lo decía su tutor de Alcohólicos Anónimos que estaba perdidamente enamorado de ella. Ella no, pero vivía con él.
El vino de Laura dio vueltas por sus dientes y paladar y volvió con un suave soplido a su copa. Tragaba el vino en el segundo intento. Hacía lo mismo con cada sorbo, todo en su vida quiso hacerlo dos veces. Más de dos nacer y morir. En la doble A se hizo amiga de Estela sólo para copiarle los colores de la ropa, Estela de azul caro, precario azul para Laura. Las velas se ocupaban de desaparecer los cuerpos por un rato y los ojos de Laura y Estela estaban en alguna parte.
A Maggie le costó mucho menos dejar la droga que el alcohol, era la más joven y la que hizo casi siempre lo que se le dio la gana bastante parecido a lo que podía. Ahora no sabía cómo hacer para traicionar ese rito de los miércoles. Las pastillas que tomaba las tiraba en la cartera de la misma forma que tiraba el anillo que Julio había puesto en su dedo. Tres años de Maggie haciendo todos los miércoles lo mismo.
Levantó la botella de vino y suavemente dibujó una línea en el sillón blanco hasta agotar el contenido. La copa invertida en su mano la bajó hasta el muslo y las últimas gotas desaparecieron en los colores de la pollera. Llegó hasta el ascensor y sola de pie quedó la copa en el piso y la miró desde tan alto - princesa airosa del mil dos defendiéndose en un juicio, la pensó - y se sonrió recordando a esa hora la mochila atropelladora del 5° «B».
Prefería no saber si alguna vez volvería. Prefería saber cómo era la vida con el prolijo de Julio y las clases de pintura. Necesitaba alguna estructura para poder derrumbarla más pronto cuánto más aburrida.
Mercedes Sáenz
Puede ser una imagen de lago, árbol, naturaleza y cielo
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martes, 14 de junio de 2022

VOS ERAS




VOS ERAS



Te conocí en alguna tarde de mi memoria, te senté al lado mío para leer, escribir, respirar. Sin eso no empezaba el día. Te inventé un espacio y un cuerpo que se acomodaban al mío.

Haces de mi vida secreta lo feliz que no puede saberse, cómo si camináramos naturalmente por la calle cualquier día.

Desnudos los cuerpos, insiste tu brazo en arrancarme el sueño. Tu amor cien veces buscando lo que quería, con la astucia del sediento por encontrar agua.

Desconocer lo opaco y lo ciego dónde empieza la orilla de la noche, no saber del miedo, pero despertarse puede hacer volar los ángeles que estuvieron.

Todo, sólo en lo que mis ojos ven abiertos.

Y entonces soplaste mis párpados, vitrales oscuros tatuados por el miedo.

Un golpe bajo y es la derrota (silenciosa), que no se va cómo las huellas del reptil cuándo mató y vuelve sobre su huella caliente.

Se hace inmenso callarse, enmudecer hasta los dientes que no pueden temblarse.

Se siente la traición, vaporosa, de tules, no sangrienta, ni de capa y espada. El alma se sacude. La única palabra se aplasta contra el vidrio dibujada en un plano vacío.

No conozco la venganza, me debilita, me hace multitud,

Decime despierta o dormida qué hacer.

Vos eras el sabio que solía explicarme.

Mercedes Sáenz

sábado, 28 de mayo de 2022

 A NUESTRA MADRE


En el cielo de poetas encontraré las palabras?

No creo

 

 

Dar vuelta por sus ojos justo cuando no te mira

Solamente así se puede ver el color

Azul a mares y verde pasto nuevo y gris tibio de cenizas

Si esos ojos te miran desaparecen los colores

Son dos mundos mágicos que todo lo escuchan

Con inteligencia, paciencia y ternura.

Mujer de viento, rodete y aljibe

Mujer de heridas y raspones curados con un soplido

en un sur absolutamente solitario.

Mujer de la calle Arroyo y atrio de la parroquia del Socorro.

Fue lo mejor que pudiste pasarle a papá,

preguntó por vos cada día de su último cansancio.

Nunca pudimos doblarte madre, tu metro setenta se levantaba mil veces como una esfinge.

Tu resistencia es la valentía que no tiene nadie.

Me hubiera gustado escribir tu vida, pero mi mirada sola no alcanza y somos muchos hermanos.

Envolvería tus hojas escritas con un zócalo de azulejos  azules, adentro con notas de Verdi y el viento de tu mar. El sol lo llevas puesto en la piel desde hace años.

Yo era chica, veníamos caminando y tenías puesto un vestido lindísimo, en el espejo de una vidriera me preguntaste ¿Algún día caminaré como Sofia Loren?

Tan niña también madre…

Y sierra Leona cuando tuviste que defendernos de revistas sonsas

Hay varias formas de mujer escondida y aparecen en cuanto te llamamos

Creo que ni los mosqueteros dieron tanto, pero vos sin juramento

Mujer a la que en las crisis más grandes no paraba de leer, y aún con tiempo para escribir en su pared, el soneto de Bernárdez…si para recobrar lo recobrado debí perder primero lo perdido… Bernárdez nunca supo que además de que todos lo sabíamos de memoria, se convirtió en las tablas de su ley.

Muchas veces la he visto caminar de lejos y siempre tenía la sensación de que alguien la seguía. A veces se daba vuelta con una sonrisa quieta. Estoy segura que le preguntaba a nuestro Dios si quería algo de agua. O le decía que ya la había ayudado bastante, que siguiera nomás.

 

En algunas de esas esquinas te pierdo madre, no sabía cómo, además de todo, tarareabas un tango o una ópera despacito. Creo que en fondo no sabía leer tu coraje. Cuando la mirada declina y se cansa y se aquieta el fuego, la admiración no permite ciertos razonamientos

Si hubiéramos sabido que hubiéramos podido hacerte más feliz, respirarte despacio, con el corazón en calma y el alma apretada de orgullo.

Creo que alguien te trajo de otro mundo y se olvidó de darnos la llave de tus secretos.

Me gustaría sacar las estacas de todas las sogas

Y a tus casi 94 años, sentarme horas con vos mirando el mar…

Gracias madre nuestra querida.

Mil veces Gracias

Mercedes Sáenz


jueves, 26 de mayo de 2022


HUÉSPED QUE NO AVISA

Amanecerás de nuevo,sin ninguna palabra.

transparente cómo una lámina de aire que puede doblarse.

cómo un absurdo inútil sin forma.

Impiadosa hacia mí

me miras con un versículo en un ojo que mi fe desconoce

y te miro, tristeza,

cómo un mojado cartón,una montaña invisible que no modifica ninguna escena,

Es un ruego tal vez que des vuelta la silla,

ya soy testigo de mí inventando nombre a las fisuras. 

Él me ha perdido pero en cada quebradura él sigue ahí,dónde los huesos queman 

porque ha mordido el dolor todo lo blando. sin detenerse, sin distinguir.

Si no te vas, no me mires al menos,

la silla esa es mía.

Mercedes Sáenz


TRADUCCIÓN DEL MAGNIFICO PÉRE BESSO


MIL GRACIAS QUERIDO AMIGO!!!!!


HOSTE QUE NO AVISA

Llostrejaràs de nou,

sense cap paraula.

transparent

com una llàmina d’aire que pot peglar-se.

com un absurd inútil sense forma.

Impietosa cap a mi

em mires

amb un versicle en un ull

que la meua fe desconeix.

i et mire, tristesa,

com un cartró mullat,

una muntanya invisible

que no modifica

cap escena.

És un prec tal volta

que giravoltes la cadira,

ja sóc testimoni de mi

inventant nom a les fissures.

Ell m’ha perdut

però en cada trencadura

ell resta,

on els ossos cremen

perquè ha mossegat el dolor

tot allò moll

sense detindre’s, sense distingir.

Si no te’n vas, almenys no em mires,

aqueixa cadira és meua.

jueves, 5 de mayo de 2022

 CUANDO TODO EXISTE

 

Húmeda y negra la tierra espera por el pié cansado, 

se hunde apenas y el barro es suave entre los dedos.

La mirada arrastra tan lejos cómo empuja el viento y el agua es viva.

El cielo es remanso de la tierra brote.

Perfilan sombras indias los cerros

y todo crece en silencio, 

la savia y la sangre.

 

Sucede un día

como un absurdo bramido

que hace la tierra

y nada se oye.

Sucede un día

que pueden perderse

los ojos de antes,

el valor inútil

de necesitar.

Suceden las últimas palabras

imperceptibles como llovizna

en un vidrio lejos de la historia.

sucede un día 

que una mujer

pone en la boca

dibujos nacientes

y la voz murmura

el final 

de la ceguera interminable.

 

Allá en el sur, cuándo todo existe y no se conoce la última palabra

 

Mercedes Sáenz.

 

viernes, 11 de marzo de 2022

 

POR DORIS

 


POR DORIS


La primera vez lo vi de atrás. Su espalda, a rayas de madera por el banco que la sostenía. De los antebrazos caminos de estrías anchas terminaban en sus manos rugosas de venas oscuras latiendo con prisa la vida, la vida ya casi no pasaba por ahí aunque sus uñas impecables dijeran lo contrario.

Yo estaba parada en la loma del río buscando donde sentarme en el pasto. Bajo mi brazo una lona cualquiera, un repelente de mosquitos, alcohol en gel, (es casi cómo llevar llavero por estos días de pandemia desdibujados, existentes y ocultos) un agua mineral grande, cuaderno y birome y un equipo de mate. Todo un inventario

.

Tosió algo fuerte, un sacudón en su espalda, la mano en la boca no llegue a verla protegida por el ángulo que formó su codo.

Escupió algo de color inmundo, hizo dar vueltas mis ojos hacia adentro de mis huesos hasta encontrarme con una oscuridad absoluta de alivio.

Algo rodó hacia abajo más allá de un metro.

Y se quedó quieto, tan quieto, con la cabeza muerta sobre el pecho. Parecía que habían cerrado una puerta, o bajado un telón para siempre. Creo que era tanto su esfuerzo por desaparecer que era una ausencia.

Sólo unos respirones de su espalda a rayas entre agitada y lenta tartamudeaban que la vida estaba sentada ahí por alguna causa queriendo parecer muerto.

Miedo no era, pero con el mismo cuidado con que me acercaba a ver una herida de bebe me senté a su lado.

Se tensaron primero sus muslos que sus manos. Y el sombrero era su cara. Acomodé mi inventario al costado del banco y me puse a mirar el río cómo si nos hubiéramos invitado.


Largos segundos creo.


Hasta que lo ví, de puro color marfil, en un semicirculo perfecto, quietos como un cachorro dormido con su pancita rosada al sol. Treinta dos serían supongo, era lo que me habían enseñado de chica. No sé si los postizos de ahora tienen ese mismo número.

Me levanté sin que él se moviera. Levanté los dientes postizos con la misma naturalidad con que levanto la gomita que se me cae del pelo.

Creo que algo en mis movimientos no salió muy bien, volví a sentarme en el banco con una naturalidad fingida y creo que no hay nada que sea más notorio que una pésima actuación hecha con esas intenciones.

Llené la tapa del termo (esos con forma de vaso) con agua mineral, un poco, como para despegar el pasto o la tierra que intentaban acorralarse especialmente en las partes que parecían más suaves.

No levantó el sombrero. De la parte más baja de su cara unas lágrimas chiquitas no terminaban de caerse.

De mi inventario saqué el alcohol en gel y en una servilleta descartable limpié pausadamente lado por lado, diente por diente (tan lejos aquí de ser ojo por ojo, pues no nos habíamos mirado siquiera)

Imaginé su cara cuándo sintió el olor a alcohol pero creo que lo más difícil para él y para mí era cómo seguía el momento siguiente.

Terminé de enjuagarlos con agua fresca.

En la tapa del termo, tapados con una servilleta descartable pero tan blanca como las de misa, dejé mi ofrenda con miedo pues la apoyé sobre el nido de sus manos y el recipiente se inclinó un poco.

Algo volvió a su vida pero a mi me lo tapó el miedo.

En un solo movimiento casi de mago el recipiente quedó vacío.

Yo miraba para adelante con esa tonta actitud de creer que no había pasado nada y el aire era fresco y el río bailaba despejando de su piel las botellas que flotaban. El sol estaba por todas partes cómo un dios invisible y bueno, no eterno.

- ¿Quién eres? Dijo sin levantar el sombrero

- María, contesté sin acento español.

- Gracias María, dijo sin levantar el sombrero ¿por qué has hecho esto?

Ese momento era lo que más temía.

- Por Doris, por el diario de una buena vecina.

- ¿Te gusta leer? Y -¡Dios mío! Levantó el sombrero.

- Y escribir y miré sus ojos, eran muy lindos sus ojos.

- Yo soy corrector y de los buenos ¿te gustaría que alguna mañana lea algo que hayas escrito?

- Me encantaría, pero al menos ¿nos presentamos?

- No, tu eres María y nunca, pero nunca, sabrás quién es el dueño de mis dientes.

Bajo un oscuro sombrero sonó su alegría, pasó la mano con un gesto exagerado como si despejara toneladas de pelo. No era así su pelo.

-No sé que decir.

- Lo dudo, pero dime dime cuándo me hables.

- Te diré dime cuándo te hable, pero no me es tan fácil y además no escribo así.

- ¡Que sonseras niña!¡Sólo cuándo me hables!

Y volvió a reir su vida levantando su sombrero.

¿Niña? ¿Sabés la edad que tengo?

- Acentuando así no tienes nada de nada, me tratas de tu, te olvidas del che, del vos, ni asomes palabras que usan por ahí como ¡que buena onda! Y principalmente no me contestes ninguna pregunta que va a tener cierto valor en su respuesta diciendo “ bueno, nada..”

Yo hablo en mi español y te corrijo en criollo ¿estáis de acuerdo?

- Bueno, contesté, sin agregar más nada.


Mercedes Sáenz

jueves, 18 de noviembre de 2021

POEMA DE MIRARTE · 

 El vino busca en la boca inclinada un beso de vidrio color ébano. 
no recuerda el verso 
confunde las lunas 
os pies no alcanzan la rueca. 
la ira no es ya tormenta brutal queriendo verse cómo el hombre que –yo- sigo viendo.
un estilete cortés marcó los hilos en el tapiz de su cara 
dibujó su tierra en dónde palidecen sus dioses oscuros en una blancura desmedida. 
Será su último día. 
No existirá mañana. 
Y yo lo miro… tiemblo, también en mi copa -creo que quiso mirar allí sus propios latidos-
 me pidió que no lo toque hasta que la muerte lo toque primero.

Mercedes Sáenz