sábado, 13 de noviembre de 2010

POR AHORA




Se bajó del colectivo, arrastrando un poco los pies cansados.
Por las bolsas que llevaba se le juntaban las rodillas al caminar. El peso se desplazó hasta los codos y con ninguna mano libre se corrió el pelo de la cara, que le llegaba a los ojos.
Terminaba el día sin su propia sombra, y los ojos veían ese minuto sagrado en donde todo enmudece y pareciera que se perdiera el aliento, que todo va a respirar por última vez porque la luz se escapa en ese minuto de silencio, ese, que concede la luz antes de llevarse lo que toca en honor a la cosas que van muriendo, después de recorrer su inventario. Les deja apenas un contorno difuso, hilvanado contra la oscuridad.
No podía volver a casa después de haber sacado un billete de seis números del tercer cajón del escritorio de la que le dicen Cuqui, la del escritorio del fondo, la que la otra semana −ella sabía− había salido a escondidas con su jefe.
Ella también había salido con él, no hace mucho, de vestido blanco y tacos altos, con el pelo rubio recién estrenado, con la mejor sonrisa colgada de su brazo, con velas de colores y manteles lacios. (El esmalte de sus uñas color claro, era lo más oscuro entre su hombre, su noche y su vaso).
La noche llegó y, como una isla tosca, la plaza. Se sentó en un banco negro de cuatro patas, de acero trenzado y un respaldo blando. La luz alta de un farol francés dibujaba en el piso una lívida rayuela donde los pies, alguna vez chiquitos, bajo el sol, jugaban a llegar al cielo.
Se fue la luz pero quedaba el viento, a soplidos tartamudos sobre su cuerpo, como la mano distraída de su hombre, que dibujaba letras y bailaba geometrías con índices y pulgares sobre su piel de colores.
Por primera vez levantó la cabeza y quedó por ahi su perfil sin que lo viera nadie. Un árbol amable desde su enorme estura le tocó la frente, despeinó claridad, y el llanto bajó sin apuro por sus pómulos sin pintura. ( Cuqui, despacio, la descascaraba)
Se guardó un billete de seis números que ahora tenía en su mano, y gritaba por encima del mundo un oscuro 23 entre otros que nada decían, del mismo color y del mismo tamaño. (Cuqui debía cobrarlo al día diguiente)
Se acomodó en el banco; ese número era su aniversario. De noches de promesas, de juegos de amor y de labios temblando. (Cuqui ahora tenía su propia fecha. No sabía si estaba escrita en ese papel). (Cuqui sabía que ella era la única que la había visto guardarlo)
La noche enmudece flores y arbustos y la fuente salpica no sabe qué colores sobre el corazón incienso, plata, rosado.
Un hombre cualquiera se acercó.
- No puede dormir aquí −le dijo sin ver su cara.
Para atrás calló el pelo rubio y la dignidad. Sólo las pupilas plateadas. Lo miró fijo, le dio el billete y dijo:
-Por ahora, no puedo volver a casa. (Por ahora dijo, sabiendo que jamás lo haría)

Mercedes Sáenz

4 comentarios:

Anónimo dijo...

acciones precisas, pasadas, concluídas, con algún gerundio que arrastra desazón en medio de la rayuela. muy bella técnica expresiva ésta de amalgamar un juego infantil con la angustia adulta de ser. mi cariño. merci, ésta es tu narración que me atrapa. susana zazzetti.

Anónimo dijo...

Las contradicciones humanas narradas con solidez literaria. Me encantó. Rebeca. Córdoba.

espe-laveletavarada dijo...

Perfecta tu narrativa Mercedes, ¡Como todos tus escritos me gusta mucho! Un abrazooo

Sonia Cautiva dijo...

Ese por ahora que no se precisa cuándo y si será o no.
Esas metáforas ubicadas justo donde deben estar y entremezclados los sentimientos de cruel realidad. Todo en un relato perfecto.
Esa es tu forma atrapante de escribir, para leer y releer.
Un abrazo con mi cariño de siempre.
Sonia