NOCHE
Maniquí desnudo entre
escombros. Incendiaron la vidriera, te abandonaron en posición de ángel
petrificado. No invento: esto que digo es una imitación de la naturaleza, una
naturaleza muerta. Hablo de mí, naturalmente. Alejandra Pizarnik
Oscuro cielo de
estrellas a ponchadas tan grandes cómo las quiera. Una brisa, no suelo usar esa
palabra, tanto más me gusta el viento suave. La brisa me parece un suspiro siempre
aunque se sostenga unos segundos, el viento suave es un secreto, un susurro, un
canto de río en el aire. Sucede que cerré los ojos y tiré la cabeza para atrás,
tal vez algo cansada de escribir y me pinté una noche de olores y pasto dónde
se apoyan las palmas de las manos para sentir que la tierra se ha quedado
quieta por un segundo, aunque uno se sienta volando. Pero abrí los ojos. Y
sucede también que estoy sentada en una silla. Frente a un bicho enchufado sin
patas que va a hacer exactamente lo que le diga, sí sé decirlo, y a la mayor
velocidad posible.Mi cuarto está a oscuras sólo con la luz cuadrada de la
pantalla, estoy esperando que amanezca. En esos momentos mis recreos suelen ser
recorrer espacios cibernéticos de otros sitios, todo en minutos de menos
segundos, doy vueltas un rato por un Octavio que están escribiendo y que me
encanta y vuelvo a cruzarme de piernas cómo una india y a seguir escribiendo.
Cuándo no puedo hacerlo de día intento leer por las noches. Pero en el
inventario de mis disparates tengo dos o tres libros que abro en cualquier
hoja, ya leídos unas tantas veces. Uno de Onetti, el que primero alcance la
mano, unas obras completas de Borges, un severo John Irving que me encanta pero
debo de prestarle más atención si hay mucho cansancio en mi cuerpo. Pero a la
que vuelvo loca es la amable Alejandra que quiera o no quiera necesito abrirla
al menos un ratito. Y me levanté de la silla y derechito abrí, porque solito el
cerebro lleva cuándo ya conoce el camino y además los libros tienen esa
permanente amabilidad de abrirse dónde más se los ha marcado. “Se prohíbe mirar
el césped”, leí una vez más, algo publicado en Sur en el 63, lo sé de memoria,
y horas pueden hablarse de lo que esta mujer hizo con las palabras en su corta
y atormentada vida, pero voy sólo a su título aunque el texto tiene tres
renglones maravillosos. Sacar de contexto cualquier frase de Alejandra es un
riesgo terrible porque dónde la pongas, la digas, la recuerdes, la recites o la
escribas ,va a traspasar tantas cortezas desconocidas del cuerpo que lo último
que vas a recordar es que cada tanto uno debe dormir algo.Suelo decir malas
palabras cuándo un escrito se lleva toda mi emoción y toda mi adrenalina, es
para contrarrestar un poco.Creo que en realidad estoy tan cansada que no puedo
escribir, tampoco leer mucho y entonces me fui a pasear un poco por esos
laberintos de la vigilia. Alejandra en general es la responsable de esos
paseos, por sus palabras impetuosas y puras, violentas y sencillas, por ese adn
propio que no le conozco a otra escritora. Me sucede con poco éxito en el papel
pero una sola frase de ella me dispara un montón de historias. Me imaginé su
frase “se prohíbe mirar el césped” pegada en enormes ventanales en las aulas de
un colegio inglés, dónde el edificio es una isla en el medio de un verde
sedoso, silencioso y parejo. Me acordé de un cartel en el bar de unos
dignísimos gallegos frente a la facultad de medicina, que decía "prohibido
estudiar" queriendo sólo que no les ocupen las mesas un millón de horas
sin consumir nada. Esto tiene la palabra paseando por la vigilia. Volveré a mi
noche de mil estrellas y veré dentro de un rato que hago con ellas.
Mercedes Sáenz
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