MIÈRCOLES A QUÈ LA TARDE
Vuelan suaves, desde el fondo silban una transparencia leve. Imagen de Marcela Baubeau de Secondigne
domingo, 10 de julio de 2022
martes, 14 de junio de 2022
VOS ERAS
VOS ERAS
Te conocí en alguna tarde de mi memoria, te senté al lado mío para leer, escribir, respirar. Sin eso no empezaba el día. Te inventé un espacio y un cuerpo que se acomodaban al mío.
Haces de mi vida secreta lo feliz que no puede saberse, cómo si camináramos naturalmente por la calle cualquier día.
Desnudos los cuerpos, insiste tu brazo en arrancarme el sueño. Tu amor cien veces buscando lo que quería, con la astucia del sediento por encontrar agua.
Desconocer lo opaco y lo ciego dónde empieza la orilla de la noche, no saber del miedo, pero despertarse puede hacer volar los ángeles que estuvieron.
Todo, sólo en lo que mis ojos ven abiertos.
Y entonces soplaste mis párpados, vitrales oscuros tatuados por el miedo.
Un golpe bajo y es la derrota (silenciosa), que no se va cómo las huellas del reptil cuándo mató y vuelve sobre su huella caliente.
Se hace inmenso callarse, enmudecer hasta los dientes que no pueden temblarse.
Se siente la traición, vaporosa, de tules, no sangrienta, ni de capa y espada. El alma se sacude. La única palabra se aplasta contra el vidrio dibujada en un plano vacío.
No conozco la venganza, me debilita, me hace multitud,
Decime despierta o dormida qué hacer.
Vos eras el sabio que solía explicarme.
Mercedes Sáenz
sábado, 28 de mayo de 2022
A NUESTRA MADRE
En el cielo de poetas encontraré las palabras?
No creo
Dar vuelta por sus ojos justo cuando no te mira
Solamente así se puede ver el color
Azul a mares y verde pasto nuevo y gris tibio de cenizas
Si esos ojos te miran desaparecen los colores
Son dos mundos mágicos que todo lo escuchan
Con inteligencia, paciencia y ternura.
Mujer de viento, rodete y aljibe
Mujer de heridas y raspones curados con un soplido
en un sur absolutamente solitario.
Mujer de la calle Arroyo y atrio de la parroquia del Socorro.
Fue lo mejor que pudiste pasarle a papá,
preguntó por vos cada día de su último cansancio.
Nunca pudimos doblarte madre, tu metro setenta se levantaba mil veces como una esfinge.
Tu resistencia es la valentía que no tiene nadie.
Me hubiera gustado escribir tu vida, pero mi mirada sola no alcanza y somos muchos hermanos.
Envolvería tus hojas escritas con un zócalo de azulejos azules, adentro con notas de Verdi y el viento de tu mar. El sol lo llevas puesto en la piel desde hace años.
Yo era chica, veníamos caminando y tenías puesto un vestido lindísimo, en el espejo de una vidriera me preguntaste ¿Algún día caminaré como Sofia Loren?
Tan niña también madre…
Y sierra Leona cuando tuviste que defendernos de revistas sonsas
Hay varias formas de mujer escondida y aparecen en cuanto te llamamos
Creo que ni los mosqueteros dieron tanto, pero vos sin juramento
Mujer a la que en las crisis más grandes no paraba de leer, y aún con tiempo para escribir en su pared, el soneto de Bernárdez…si para recobrar lo recobrado debí perder primero lo perdido… Bernárdez nunca supo que además de que todos lo sabíamos de memoria, se convirtió en las tablas de su ley.
Muchas veces la he visto caminar de lejos y siempre tenía la sensación de que alguien la seguía. A veces se daba vuelta con una sonrisa quieta. Estoy segura que le preguntaba a nuestro Dios si quería algo de agua. O le decía que ya la había ayudado bastante, que siguiera nomás.
En algunas de esas esquinas te pierdo madre, no sabía cómo, además de todo, tarareabas un tango o una ópera despacito. Creo que en fondo no sabía leer tu coraje. Cuando la mirada declina y se cansa y se aquieta el fuego, la admiración no permite ciertos razonamientos
Si hubiéramos sabido que hubiéramos podido hacerte más feliz, respirarte despacio, con el corazón en calma y el alma apretada de orgullo.
Creo que alguien te trajo de otro mundo y se olvidó de darnos la llave de tus secretos.
Me gustaría sacar las estacas de todas las sogas
Y a tus casi 94 años, sentarme horas con vos mirando el mar…
Gracias madre nuestra querida.
Mil veces Gracias
Mercedes Sáenz
jueves, 26 de mayo de 2022
HUÉSPED QUE NO AVISA
Amanecerás de nuevo,sin ninguna palabra.
transparente cómo una lámina de aire que puede doblarse.
cómo un absurdo inútil sin forma.
Impiadosa hacia mí
me miras con un versículo en un ojo que mi fe desconoce
y te miro, tristeza,
cómo un mojado cartón,una montaña invisible que no modifica ninguna escena,
Es un ruego tal vez que des vuelta la silla,
ya soy testigo de mí inventando nombre a las fisuras.
Él me ha perdido pero en cada quebradura él sigue ahí,dónde los huesos queman
porque ha mordido el dolor todo lo blando. sin detenerse, sin distinguir.
Si no te vas, no me mires al menos,
la silla esa es mía.
Mercedes Sáenz
TRADUCCIÓN DEL MAGNIFICO PÉRE BESSO
MIL GRACIAS QUERIDO AMIGO!!!!!
HOSTE QUE NO AVISA
Llostrejaràs de nou,
sense cap paraula.
transparent
com una llàmina d’aire que pot peglar-se.
com un absurd inútil sense forma.
Impietosa cap a mi
em mires
amb un versicle en un ull
que la meua fe desconeix.
i et mire, tristesa,
com un cartró mullat,
una muntanya invisible
que no modifica
cap escena.
És un prec tal volta
que giravoltes la cadira,
ja sóc testimoni de mi
inventant nom a les fissures.
Ell m’ha perdut
però en cada trencadura
ell resta,
on els ossos cremen
perquè ha mossegat el dolor
tot allò moll
sense detindre’s, sense distingir.
Si no te’n vas, almenys no em mires,
aqueixa cadira és meua.
jueves, 5 de mayo de 2022
CUANDO TODO EXISTE
Húmeda y negra la tierra espera por el pié cansado,
se hunde apenas y el barro es suave entre los dedos.
La mirada arrastra tan lejos cómo empuja el viento y el agua es viva.
El cielo es remanso de la tierra brote.
Perfilan sombras indias los cerros
y todo crece en silencio,
la savia y la sangre.
Sucede un día
como un absurdo bramido
que hace la tierra
y nada se oye.
Sucede un día
que pueden perderse
los ojos de antes,
el valor inútil
de necesitar.
Suceden las últimas palabras
imperceptibles como llovizna
en un vidrio lejos de la historia.
sucede un día
que una mujer
pone en la boca
dibujos nacientes
y la voz murmura
el final
de la ceguera interminable.
Allá en el sur, cuándo todo existe y no se conoce la última palabra
Mercedes Sáenz.
viernes, 11 de marzo de 2022
POR DORIS
POR DORIS
La primera vez lo vi de atrás. Su espalda, a rayas de madera por el banco que la sostenía. De los antebrazos caminos de estrías anchas terminaban en sus manos rugosas de venas oscuras latiendo con prisa la vida, la vida ya casi no pasaba por ahí aunque sus uñas impecables dijeran lo contrario.
Yo estaba parada en la loma del río buscando donde sentarme en el pasto. Bajo mi brazo una lona cualquiera, un repelente de mosquitos, alcohol en gel, (es casi cómo llevar llavero por estos días de pandemia desdibujados, existentes y ocultos) un agua mineral grande, cuaderno y birome y un equipo de mate. Todo un inventario
.
Tosió algo fuerte, un sacudón en su espalda, la mano en la boca no llegue a verla protegida por el ángulo que formó su codo.
Escupió algo de color inmundo, hizo dar vueltas mis ojos hacia adentro de mis huesos hasta encontrarme con una oscuridad absoluta de alivio.
Algo rodó hacia abajo más allá de un metro.
Y se quedó quieto, tan quieto, con la cabeza muerta sobre el pecho. Parecía que habían cerrado una puerta, o bajado un telón para siempre. Creo que era tanto su esfuerzo por desaparecer que era una ausencia.
Sólo unos respirones de su espalda a rayas entre agitada y lenta tartamudeaban que la vida estaba sentada ahí por alguna causa queriendo parecer muerto.
Miedo no era, pero con el mismo cuidado con que me acercaba a ver una herida de bebe me senté a su lado.
Se tensaron primero sus muslos que sus manos. Y el sombrero era su cara. Acomodé mi inventario al costado del banco y me puse a mirar el río cómo si nos hubiéramos invitado.
Largos segundos creo.
Hasta que lo ví, de puro color marfil, en un semicirculo perfecto, quietos como un cachorro dormido con su pancita rosada al sol. Treinta dos serían supongo, era lo que me habían enseñado de chica. No sé si los postizos de ahora tienen ese mismo número.
Me levanté sin que él se moviera. Levanté los dientes postizos con la misma naturalidad con que levanto la gomita que se me cae del pelo.
Creo que algo en mis movimientos no salió muy bien, volví a sentarme en el banco con una naturalidad fingida y creo que no hay nada que sea más notorio que una pésima actuación hecha con esas intenciones.
Llené la tapa del termo (esos con forma de vaso) con agua mineral, un poco, como para despegar el pasto o la tierra que intentaban acorralarse especialmente en las partes que parecían más suaves.
No levantó el sombrero. De la parte más baja de su cara unas lágrimas chiquitas no terminaban de caerse.
De mi inventario saqué el alcohol en gel y en una servilleta descartable limpié pausadamente lado por lado, diente por diente (tan lejos aquí de ser ojo por ojo, pues no nos habíamos mirado siquiera)
Imaginé su cara cuándo sintió el olor a alcohol pero creo que lo más difícil para él y para mí era cómo seguía el momento siguiente.
Terminé de enjuagarlos con agua fresca.
En la tapa del termo, tapados con una servilleta descartable pero tan blanca como las de misa, dejé mi ofrenda con miedo pues la apoyé sobre el nido de sus manos y el recipiente se inclinó un poco.
Algo volvió a su vida pero a mi me lo tapó el miedo.
En un solo movimiento casi de mago el recipiente quedó vacío.
Yo miraba para adelante con esa tonta actitud de creer que no había pasado nada y el aire era fresco y el río bailaba despejando de su piel las botellas que flotaban. El sol estaba por todas partes cómo un dios invisible y bueno, no eterno.
- ¿Quién eres? Dijo sin levantar el sombrero
- María, contesté sin acento español.
- Gracias María, dijo sin levantar el sombrero ¿por qué has hecho esto?
Ese momento era lo que más temía.
- Por Doris, por el diario de una buena vecina.
- ¿Te gusta leer? Y -¡Dios mío! Levantó el sombrero.
- Y escribir y miré sus ojos, eran muy lindos sus ojos.
- Yo soy corrector y de los buenos ¿te gustaría que alguna mañana lea algo que hayas escrito?
- Me encantaría, pero al menos ¿nos presentamos?
- No, tu eres María y nunca, pero nunca, sabrás quién es el dueño de mis dientes.
Bajo un oscuro sombrero sonó su alegría, pasó la mano con un gesto exagerado como si despejara toneladas de pelo. No era así su pelo.
-No sé que decir.
- Lo dudo, pero dime dime cuándo me hables.
- Te diré dime cuándo te hable, pero no me es tan fácil y además no escribo así.
- ¡Que sonseras niña!¡Sólo cuándo me hables!
Y volvió a reir su vida levantando su sombrero.
¿Niña? ¿Sabés la edad que tengo?
- Acentuando así no tienes nada de nada, me tratas de tu, te olvidas del che, del vos, ni asomes palabras que usan por ahí como ¡que buena onda! Y principalmente no me contestes ninguna pregunta que va a tener cierto valor en su respuesta diciendo “ bueno, nada..”
Yo hablo en mi español y te corrijo en criollo ¿estáis de acuerdo?
- Bueno, contesté, sin agregar más nada.
Mercedes Sáenz