miércoles, 7 de mayo de 2008

COLT 45

COLT 45




Lo habían traído de la policía y lo llevaba a todos lados. A veces con cierta dificultad para pasarlo entre personas o para dejarlo por horas en una plaza. Si se usaba el auto estaba. Cuando terminaba el día solo quedaba en un rincón oscuro de la casa.
Al despertarse la mañana, empujaba las piernas de cualquier chico menor de doce para apurar la puerta. Se paraba en dos patas y sobre las huellas ya marcadas, agregaba surcos de otra vez, para ser el primero en llevar el diario La boca inmensa de ese entonces mojaba el papel con saliva y en una dispensa que ya tenía otorgada apretaba los colmillos fuerte. Se aseguraba una primera caricia, a veces la única en horas.
Durante el día acompañaba a un señor que escribía en las plazas y en los bares llevando en una correa corta un entrenamiento tan feroz que no había posibilidad de desobediencia. De noche volvía a una casa tumulto, llena de chicos de todas las edades. Se escondía en una cueva inventada, ochaba de la oscuridad, el único pedacito que no se pisaba. En la noche plegaba su cola, se hacía redondo y guardaba la elegancia de su raza hasta el día siguiente.
Ese año en un sorteo no elegido el turno de mi colegio fue a la tarde. Papá que era el señor que escribía me llamó.
- Chiquita, venga. Quiero que todas las mañanas si no me llevé el perro lo baje a la entrada larga de autos. Éstas órdenes que ahora le muestro, se las hace hacer todos los días.
Y yo repetía antes que mis deberes de papel y tinta una rutina de todos colores. Un ovejero alemán desplegaba su eficiencia de bombero y lazarillo, de número suplente de un circo, de cadete sin gorra. Tanto aprendí, tanto amé. Algunos capítulos de televisión lo tomaron prestado. No desobedecía jamás. Ésa orden yo tampoco.
Papá un día dijo:
- Quiero probar algo- le dijo a mi madre. Intentá sacarle lo que pongo entre sus patas delanteras, cuando está en posición de echado. Perfecta posición de “down” y las orejas atentas.
- Cuide “por”, muchachito le dijo mi padre al perro y apoyó en el piso, en el medio de su patas delanteras un 38 corto que siempre llevaba en el bolsillo. Las patas del perro dibujaron para siempre un camino en mi memoria. Cualquier palabra de las aprendidas si se les agregaba “por” debían ser obedecidas.
Mamá estiró la mano y como un radar antiaéreo violó el espacio que en la consigna de esa tiranía estaba permitido. El perro levantó los labios, una hilera de soldados blancos y sonidos de trueno salían de su boca. El brazo de mamá tembló.
El perro soltó un aullido temeroso que terminó en llanto. Mamá era la que le daba de comer todos los días y yo nunca supe si el revólver estaba cargado. Suponía que sí., lo había visto revisarlo algunas veces antes de salir y cuándo volvía la ponía en lugar alto.
Probar y comprobar qué. Yo tenía diez años. La voz dijo:
- Está bien, muchachito, está bien. Y se guardó el revólver en el bolsillo de atrás.
Todos habíamos obedecido. El perro se llamaba Colt.45.
Mercedes Sáenz

lunes, 5 de mayo de 2008

REVUELTO GRAMAJO

REVUELTO GRAMAJO




Recuerdo que lo estaba esperando. Muchas veces lo había perdido por no conocerlo y la hora del encuentro no hizo otra cosa que hacernos jugar a las falsas escondidas. Hacía tantos años que no lo veía que con una vieja foto que tardó bastante en mandarme pensé que sería suficiente.
Quedamos en encontrarnos en pleno centro de Buenos Aires, en uno de esos lugares tumultuosos, grandes y limpios en dónde dos son sólo dos más o menos en las vidrieras.
Yo entraba por una puerta del bar que hacía de puerto, él salía por la otra. Yo caminaba hasta la esquina y el cruzaba de vereda porque había otro bar parecido.
Nos habíamos escritos bastante por mail adivinando tal vez algún pedacito del misterio del otro y una de las cosas que nos caracterizaba era la puntualidad. El era escritor en serio, yo intentaba serlo. Pensé que citarlo en el corazón de Buenos Aires que era más de la mitad de su corazón, ablandaría un poco la distancia tan grande que la polìtica se había ocupado de poner entre nosotros. Pero la distancia hace estragos, envuelve en mortajas los recuerdos que quieren sostenerse, desdibuja la mejor sonrisa que puede uno guardarse y los pensamientos ya no se saben después de tanto tiempo si han sido la fuerza de uno o uno los ha sostenido para no perder la fuerza en el destierro.
Los dos veníamos de un destierro, el mío un poco más chico porque había estado casi toda la vida sin él, él porque se lo llevaron entero sin dejar siquiera que se le cayera una zapatilla y jamás lo dejaron volver. Hasta hoy, en que no sólo debía de encontrarse conmigo sino con toda la historia que ansiosamente lo estaba esperando. Yo era sólo un eslabón en esa cadena que tanto tiempo lo tuvo prisionero del cuello y de los genitales viviendo en Barcelona. Tuve que usar la palabra genitales porque además de ser bastante impaciente tuvo siempre un valor a prueba de balas. De balas de las de pólvora no de las literales.
Llegamos a encontrarnos en uno de los pasillos. Lo vi primero. Me paré con el corazón un poco más abierto, con el pecho más ancho, abriendo las manos abrazando ese mundo que parecía pertenecernos y sin decir nada, con unos ojos tiernamente dulces, me diò un beso en la mejilla. Dejó sobre la mesa las pocas cosas que traía en las manos y con un tono que no se oye por carta dijo:
- Hola hija, tengo que conocerte de nuevo. Tomó mis manos, las dos juntas, las besó suavemente por un ratito largo. Me alcanzó después de tantos años ese tiempo.
- Yo voy a empezar por un revuelto gramajo, a ti ¿Qué te gustaría comer?
No sè lo que pedi. Quedó todo sobre mi plato.
Me alcanzó con mirarlo, oirlo, respirarlo, saber que estaba igual que la última vez que lo había visto cuando corrigió mis primeros escritos. Antes que Barcelona se lo tragara en pedazos.
Mercedes Sáenz

miércoles, 30 de abril de 2008

CASI PRIMERO DE MAYO




CASI PRIMERO DE MAYO


Una línea de hilo sisal sujeta la piedra. Descansa en el suelo hasta llegar a la mano y espera para que con un tirón la piedra se levante y un pie en verano descalzo y en invierno con agujeros, patee. Cómo a la número cinco de sus sueños.
Barranca abajo por la calle del barro. A la vuelta no vuelve parado de manos. La loma invertida cuesta más con el cansancio del día. Y queda su línea de sueños atrapada en el bolsillo, dónde la mano llega con caricias suaves, no vaya a ser que por soñar la piedra se desate.
Treinta cuadras sin las botas de siete leguas. Y el señor ese, que cada tanto lo llama a vender sánguches en el recreo del colegio.
- Che, Román. Venite más limpio, carajo. No te van a dejar pasar al recreo.
El arco de la puerta, abierto de brazos extendidos y los delantales tan blancos.
- Romancito, ¿Cuándo volves? Te busca la Srta. Helena.
En los brazos, la cruz del día. Hasta los hombros bolsas de nylon de paleta y queso, con pan que abulte para que el agua en el vientre ocupe.
- ¿Cuántos tengo hoy?
- Como siempre pibe ¿Qué preguntas? Cada veinte que vendas te guardas uno.
Maldito el olor del pan y el falso jamón que saben a fresco. Hay alboroto en el recreo con los sánguches de Román. No hay hambre más grande que el del recreo de invierno.
Diez y nueve se van y con cambio. No se fía, ni se espera.
No hay campanas. El timbre suena, como un silbato del segundo tiempo. La cara de Román es un silbido negro.
Falta uno para llegar a los que pide el señor ése que ni fía ni espera. Y el olor del pan fresco.
- Casi, pibe.
- ¿Qué?
La mano al bolsillo de los sueños. Cómo las boleadoras de algún cacique, la línea de hilo sisal contra la frente del señor ese.
Bolsa de nylon con falsa paleta y olor a pan fresco se va con Román corriendo barranca arriba para alivio de algunos todavía más desesperados.

Mercedes Sáenz

El diseño es de la escritora Laura Elizalde

lunes, 28 de abril de 2008

VERSO DEL DOLOR QUE HA MUERTO

VERSO DEL DOLOR QUE HA MUERTO




No mueve el sur su geografía
la luna no dejará de ser un cirio
observando el muerto de la noche.
no desgarra la palabra débil
cuándo hay sed de desierto
de querer quedarse sola.
Ya no duele ser a lo largo del mundo
Dejé de temerle a tu nombre
porque no era cierto.
Ni siquiera he mirado los árboles esta mañana,
todavía.


Mercedes Sáenz

sábado, 26 de abril de 2008

LO

LO


Son las tres de la mañana y se me escapó el amanecer de las lunas. Hoy está más fresco y no podré salir descalza al pasto a mirarlas un rato antes de empezar a escribir como siempre. Esta vez paso directo a una mesa que me separa mentalmente del resto del mundo y de quién está durmiendo cerca de mí. Un café enorme y caliente que a esta hora venero, me obliga a sacar el codo de lugar, ese que uno pone en posición de pensamiento.
Dentro de dos horas debo hacer la valija, ya separé lo que voy a llevarme y es bastante poco.
Terminé tarde de atender mi consultorio en dónde soy psicóloga desde el mediodía hasta la noche bastante oscura, intentando hacerle más clara la vida de los demás. Duermo poco en general porque la lectura me lleva también bastante tiempo.
Estoy acostumbrada a tener un “lo” siempre en la boca, ese neutro que empieza cualquier frase, condenatoria, analítica o consoladora. Ese que parece que lo pintara todo del mismo color antes de empezar a hablar, apila lo tangible y lo obvio, lo concreto y lo absurdo. Les hablo a los pacientes en tercera persona para que puedan vaciar los espacios que duelen y puedan romper con los puños las rejas que en realidad podían doblarse. Después les queda la toma de decisiones y es cuándo en general un poco me detestan. Tal vez yo me deteste en un rato.
Está empezando a amanecer y me acuerdo de todas las teorías aprendidas con los libros, con la práctica y con esa cosa de humanidad que a uno le sale porque hay otro que está esperando que los silencios que le anudan el pecho y le atraviesan el cuerpo, empiecen a hacer más ruido con la respiración del primer murmullo, hasta que se vuelven grito y no hay eco que se los devuelva. Cuándo pueden cambiar el paso para poder alejarse porque su propio ojo vigía desciende cómo un águila cuándo identificó a la presa.
Me veo descruzando un poco las piernas, cambiando el tono de voz con el que es mi psicólogo y empezar a mover las manos en un gesto tan típico cuándo profesionalmente la psicología nos demanda una teoría concienzuda. Me veo no hace muchos meses diciendo: Lo que nos sucede…
Y me veo ahora dejando sólo este papel sobre la mesa, después de haber cargado una valija pequeña y dejado antes de salir las llaves en una mesa ratona.
A veces, es lo que sucede y tal vez me deteste un poco.


Mercedes Sáenz



jueves, 24 de abril de 2008

AMANECIERON LUNAS


AMANECIERON LUNAS





Espero los últimos oscuros para verlas aparecer, antes de empezar a escribir.
Vienen por aquí inventando un horizonte por dónde asomar, arriba de los vértices visibles como cualquier pájaro que habita con pocos hombres.
Con saltos pequeños de un árbol a las tejas, al vidrio que ha quedado de perfil, a la silla de hierro algo torcida. Se reparten la luz ya sin fuerza y bailan para mí cómo si nadie más las viera.
Y vuelven a juntarse todos los pedacitos para volverse una sola luna.
Y aprieto los ojos fuerte cómo una única reverencia porque después de eso se va. Y mis pies se van del pasto y se abre la puerta para llevarme a una silla y a la primera taza de café, antes de ponerme a escribir. Después de hacerme feliz y el secreto de invitarme a su próximo eclipse.

Mercedes Sáenz

martes, 22 de abril de 2008

M.P.A.


M.P.A.

Tenía que hacer un trato con la vida y pidió unos rezos para que el dolor la dejara tranquila. No sabe quién rezó por ella. Pero sabía que para lograrlo debía quedarse sola.
Para poder quedarse sola se sentó en un desierto absoluto. El rezo de una lluvia le cayó cómo si fuera a una esfinge. Un murmullo inclinado llegó desde un campanario pidiéndole a no sé que dioses que se identifiquen, pues las voces que acudían a llevarse su herida eran varios.
El dolor esperó sentado en un banquillo, sabía que era su día final, que se había convertido entonces en un invitado hipócrita, gentil, tácito, ni siquiera decía su nombre. Aceptó irse con la condición de dejar la herida, esa que hizo con el hierro derretido en el frío.
Pero ella no aceptó el trato.
El dolor se supo vencido y solo se levantó sin que nadie le indique el rumbo, siempre sabe a dónde llegar e instalarse. Envolvió la herida en una capa roja de agua y sangre que goteaba lento pero en el desierto seca rápido. ¿Siempre intenta ese gesto de última y pobre dignidad?
Las voces de los dioses temblaron el campanario. No hubo trato. Otra vez mañana amanecerán lunas. Y ella agradeció sin saber siquiera de dónde llegaban las voces.
¿Qué hará sin la herida, sin un dolor de siempre? ¿Que hará?
Las voces empezaron a callarse, a volarse cómo los que se van de los campanarios. El desierto parecía menos solo. Se olvidó del absoluto.
-Escribiré medios poemas acostados. Así voy a llamarlos. Medios porque no sé hasta dónde lo són, poemas, porque quiero escuchar su sentido con cierta sonoridad y acostados porque no quiero levantarlos. Seguramente no los quiero ver en posición vertical hasta que puedan pararse solos.
Acababa de hacer un trato con ella y feliz se puso a escribir esperando sí, las lunas que amanacerán otra vez mañana.



Mercedes Sáenz