miércoles, 13 de octubre de 2010

¡FELICITACIONES A LOS PREMIADOS EN JUNÍNPAÍS 2010!

¡FELICITACIONES A TODOS, UN FUERTE ABRAZO!

Fuente: Diario Democaracia de Junín

Escritores, poetas y ensayistas de nuestra ciudad y de distintos puntos de la Argentina y del exterior estuvieron ayer en Junín para participar del acto de entrega de premios del certamen JunínPaís 2010, que se hizo ayer en el Teatro de la Ranchería, organizado por Ediciones de las Tres Lagunas.
Además de los primeros premios, hubo cien menciones de honor en la categoría “Cuento”, y la misma cantidad en el rubro “Poesía”.

Cuento

Los premios en Cuento fueron para: 1º Guillermo Tonelli Cejas, de La Toma (San Luis) con "Todas las noches cambian las cosas de lugar"; 2º Lidia Inés Nicolai, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con "El cuarto escalón"; y 3º Susana Cruells, de Martínez (Buenos Aires), con "Mudanza".
En la categoría “cuento juninense destacado" recibió el premio Laura Sonia Morando con "Confesión".

Poesía

En el rubro Poesía, 1º Rafaela Pinto, de la ciudad de Buenos Aires, con "Silencios"; 2º Jorge Romero, de Baradero (Buenos Aires), con "Oficinista"; y 3º Aurora Olmedo, de Mar del Plata (Buenos Aires), con "La despedida".
En "Poema juninense destacado" recibió el premio Elio Suárez, con "Casi sin darse cuenta".

Ensayo

Respecto al Certamen de Ensayo, resultó primera Ana María Bertuzzi, de nuestra ciudad, con el trabajo "Horacio Quiroga, prisionero de la tierra"; segunda resultó Ana Alejandra Carmona, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con "La mujer argentina desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX"; y tercera Silvia Graciela Oliverio, de Zavalía (Buenos Aires), con "Los Toldos 1810-1910, todo es nostalgia".
Los Jurados que llegaron a estas conclusiones finales fueron Beatriz Isoldi, Silvia Long Ohni, Fernando Sánchez Zinny y Tomás Barna.

martes, 12 de octubre de 2010

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO


He dormido bajo tu mismo brazo, quebrado alguna vez y torcido. Las manos de llagas secas y en tus ojos huellas milenarias.
Te han dicho de todo, lo aprendido en facultades, en organizaciones en tu defensa. Te han escrito bellos y verdaderos poemas. Te han puesto orgullo, el que surge de defender tu memoria, intentando ponerte de pie, queriendo no olvidar tu valentía.´
Autores de importancia te estudiaron, planifican aún cómo devolverte la dignidad en este mundo.


Aún quiero decirte que dormí bajo tu brazo, con el telar de tus manos bajo el cielo negro y antes de cerrarse tus ojos estaban llenos de estrellas que les soplaste a los míos.
Aún quiero decirte hombre anciano, que esa fue la primera comunión que tomé en la vida. Silenciosamente, sin que nuestros cuerpos se tocaran.
Aprendí mientras dormía algunos cantos de tu tierra sin saber siquiera que significan, mientras la tierra madre nos acunaba cómo hace millones de años, pero sin guerras.
Me iré cuándo amanezca, hombre indio, cómo una hija de los vientos del sur, con la mitad del alma y ese silencio todo.

jueves, 7 de octubre de 2010

GRACIAS JUNÍNPAÍS 2010

AMORES DESTEMPLADOS


Eran los tiempos
en que yo no era otra cosa
que respirar amores.
una toga me llegaba al cuello
y yo no era, sólo no era,
y un día la oí caer
cómo un pequeño acordeón muerto
sin ruido,
Sonido de una pequeña sombra
de hierro transparente, derretido.
unida en frío que cerró mis pies.

(nadie invisible detrás de mi,
los objetos no salen a mirarme).

No hay último gesto, ni beso en el aire
(soplido de niño), ni ofrenda


Rotan oscuros, segmentados
en la memoria de la noche,
huyendo con el apuro
del animal que lejos
mutará su piel

¿Han olvidado mi nombre?
Tal vez nunca les dije quién soy.
O no supe saberlos
y se desnudan de mí.

Hace frío.


Mercedes Sáenz


NO POTRILLO PAMPA




No eran de siete colores, los ojos no sabían que cantidad acumulaban en su retina, pero da tantas vueltas el sol cuando uno es chico que es poco frecuente mirar para arriba. Solíamos tirarnos de espaldas sobre la tierra húmeda y mirar las nubes. Y quedaban los retazos de los cerros, adivinando que forma tenían y si daba el tiempo, decir el parecido a uno de nosotros.
Había pocos caballos en ese campo y una yegua sola que le decían la de tiro.
Era la que más trabajaba, decían los de ahí. Yo la recuerdo llevando detrás de su cola una telaraña de ramas finitas que enganchaban entre sí, como un manto de novia viejo y cansado. Pasaba cerca de los galpones, por eso la veía, las otras cosas que hacía estaban fuera de nuestro alcance.
Éramos un montón de hermanos, el más grande de ocho y el más chico de meses y vivíamos en un campo que se llamaba “El potrillo pampa”, en las afueras de Comodoro Rivadavia, cerca de Caleta Olivia.
Pocas veces andábamos a caballo ya que los hijos del capataz también eran siete y no importan la edad que tuvieran, varones y muy chicos, trabajaban todos.
Nos enteramos un día que la yegua esperaba un bebito. Le decíamos así a cualquier cosa que fuera a nacer de persona, animal o árbol.
El alboroto fue grande en el momento en que estaba por nacer. Habíamos visto con poca frecuencia parir perros, alguna vez ovejas, pero nunca caballos.
A mamá la veíamos todos los años embarazada y nunca ni aún siendo chiquitos las explicaciones que nos daba de acuerdo a la edad que teníamos, eran sin medio grado de fábula. Nos parecía una consecuencia de la vida. Precisamente de la vida.
Un día papá nos llamó a todos y los que estábamos en edad de caminar, avanzamos por una larga calle de árboles que separaba la casa del verdadero lugar del campo. Del lugar en donde todo sucedía.
La asistieron. Con la sencillez y la sabiduría de la gente de allí. Con movimientos pausados, casi higiénicos y con absoluta serenidad.
Lo vimos salir de un agujero que parecía inmenso y conocimos sus patas antes que su cabeza. No sabíamos el color quizás porque estaba mojado pero logró ponerse de pie sin entender porque debía hacerlo, ni porque a esa edad sus piernas eran tan largas, no creo que tuviera conciencia que era la tierra por la que se andaría toda su vida.
Los más grandes nos acercamos a tocarlo y sus ojos se alteraron. Con mezcla de desconfianza y algo de miedo, se apoyó en su madre que cansada, parecía ignorar todo.
Dos días después quisimos ir verlo. No sabemos con que genética pero lo que había nacido era un potrillo pampa.
La yegua de tiro estaba en el palenque, en el que más se usaba y su potrillo cerca de ella oliendo su cuerpo, buscando sus mamas.
Se acercó Don Rosas, así le decían, mezcla de gaucho y de indio, mezcla de mito para nosotros porque poco nos dejaban acercarnos a los peones. No le costó tomarlo del cogote, pero por algo que nosotros no entendíamos, la yegua más tranquila, la de tiro, la más vieja, empezó a tirar patadas y a intentar levantar la cabeza de un cabresto corto que no se lo permitía..
Don Rosas simplemente levantó su mano con un facón afilado y se lo clavó en el cuello. La sangre brotó en un segundo y en el segundo siguiente ya sin fuerza el potrillo pampa estaba todo colorado. Lo vimos doblar sus patas, no sirvió que se hincara para pedir tiempo o clemencia.
Nos largamos a llorar todos al mismo tiempo. Nos quisieron explicar después que si la yegua le daba de mamar no iba a tener fuerza para trabajar.
No pudimos ni quisimos entender.
Yo a veces me escapaba a mirar la yegua. Dicen que estuvo dos días sin comer, yo sólo ví, que pasaba con su manto de novia y leña con el tranco más lento.
Mercedes Sáenz

miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL BARÓN Y LA MANZANA




EL BARON Y LA MANZANA




En la silla de su cuarto dejó prolijamente apoyada la pollera de ayer. Los zapatos de taco alto paralelos y en la misma línea un saco del mismo color, un cinturón y algunos colgantes discretos. Cambiar la camisa blanca era lo más fácil para estar siempre bien vestida cada mañana. Ser agente notificador de un juzgado a veces no era liviano, pero era lo que mejor creía saber hacer después de tantos años.
Hoy era sábado al mediodía, el sol caía vertical sobre su cabeza, su médula y sus sentidos. Quiso pararse y le temblaron las piernas. La mano intentó frenar cuándo el sol de todos lados intentó pasar por la rendija de los ojos. Volvió a sentarse en una reposera común no esas que parecen asientos de avión de primera. Supo en un ratito que se quedaba sola toda la tarde, no por fugas estrepitosas ni enojos, solamente edades (inclusive marido) en que las ideas se aceptan si vienen cómodas ese día. Ideas de esas a ella no le había llegado ninguna. Más bien iban a quedarse a almorzar un asado los seis que vivían en esa casa.
La mano tocó el Barón un poco más a la sombra y el frió no era un alivio.
Se levantó cómo pudo sin antes besar con los dedos la boca del Barón que esperaba en la sombra. Juntó los pedazos de carne sueltos y en cinco minutos preparó todo para que en más o menos dos horas y media un asado completo para seis estuviera listo. Le era complicado moverse, la presencia del Barón la confundía un poco, pero el rito del asado lo hacía de memoria. Rápido, lento, alto, bajo, en el medio de un potrero.
Armaba una torre de maderitas cruzadas, tiraba carbón en el medio y echaba dos pastillas de combustible sólido. En media hora el carbón era un solo rojo dispuesto a seguir muriendo y matando lo que le pusieran por arriba o por debajo.

Ser agente notificador de un juzgado no le era fácil, no le era fácil ya volver a casa. Y eso que por años tan tranquila confió en la técnica de la manzana. Cada vez que llegaba a un lugar embargable usaba su truco de llegar con la fruta en la mano. Desconcertaba un poco en el medio de las carpetas de abajo del brazo y dos señores que en general ponían cara de malos y usaban anteojos. En cuánto entraba decía que era diabática que debía comerla enseguida. Pedía una herramienta para poder pelarla y en la actitud de los gestos de los que habitaban la casa venía en esa voz (de olor tan rico) todo lo que ella quería averiguar fuera de lo que dijera el expediente. La primera oferta era hacérsela llegar pelada, al borde del filo sin desperdiciar nada. Ver si la cáscara no se quebraba. Si la miraban fijo mientras los colores pegados caían sin titubear en un tacho precario. Si algún espacio negro entre la madurez y la virtud se sacaba de punta. Hasta ayer.
La mano ya media cansada de moverse en el calor tanteó su Barón B y lo sacó del balde de hielo. Le dió un beso en la boca a la botella de champagne como si fuera un príncipe que la rescataría de algún conjuro.
Hasta ayer, cuándo un padre confuso y ofuscado con una leve señal de la cabeza le pidió a su hija de seis años que pelara la manzana. La chiquita la miró fijo, recorrió su estatura desde los tacos hasta el pelo, ignoró su mirada y simplemente empezó a sacar la cáscara con los dientes.
Sábado al mediodía y su cuerpo era un huésped sobre sus huesos.
Volvería por última vez el lunes a la oficina para dejar por escrito que en el último lugar visitado nada era embargable.
Se abrazó al Barón y tomó directamente el último beso, la botella fría le suavizó la cara.
El olor a carne asada flotaba en el aire como una gigantesca alfombra mágica mientras buscaba la segunda botella de champagne de Barón B, tal vez la llevara a algún lado. Era bueno no festejar sola hoy si el lunes iba a estar desempleada.
Mercedes Sáenz

CONTRASEÑA




CONTRASEÑA




Estamos perdidos, sí ¿no?
Ay Dios, que esto de andar leyendo por todos lados en vez de liberar aprieta. Me cansé de poner contraseñas porque además me aburren, no me las acuerdo, nunca es un nombre o una fecha relacionadas conmigo, son vacas que saltan, guitarras de perfil, tres cuartos de cogote, entonces después escribo una percha en el escote y así no es, tampoco bajo la nuez, palabras en quechua que después no me acuerdo como las escribí, letras griegas que siempre me creo que las sé de memoria porque jugaba con ellas y en la ita, en la thita o en la iota, yo idiota creo, me las confundo siempre!!!!
Las cambio y no sé para qué porque reciba el mail que reciba, ¡¡¡las propagandas del costado me hacen creer que todos los ojos del mundo están sobre nuestras letras!!
No es que las propagandas de los costados aparezcan en el asunto, también son palabras del texto. No sé si imaginarme que una cibernética infernal e infinita puede leer cada vez que repito una palabra y después amablemente devolverme de parte de los que nos hacen creer que si consumimos todo está bien, pero son de cariñosos y persuasivos, si escribo sal de salir o de salero toma las dos formas. Son muy comprensivos….
Si escribo algo poco usual haciendo metáforas disparatosas como escaleras mecánicas, algo aparece ¿me quieren vender una?
Esto de los sitios virtuales son como playas de estacionamiento subterráneas y nocturnas, en espiral y en caracol y siempre hacia abajo. La curiosidad me hace abrir cosas y entonces parece que un gnomo me señalara con el dedo: ¡oye tú! (siempre hablan de tú, hay que respetar) ¿te has fijado el spam? ¿esta casilla puede estar abierta en otro lado?¿has cambiado la contraseña?
Y ahí voy de nuevo inventando frases que después debo hacer un esfuerzo para recordarlas. Ni que decir de los sitios en dónde una vez registrada para participar en algo, pido que me recuerden la contraseña y después resulta que la estoy usando para otra cosa. Amablemente me la mandan y curiosamente con palabras de propaganda que tiene que ver con mi extraña contraseña. No son originales, no son indescifrables, son largas porque me divierto al escribirlas. Una vez escribí “unpiolinqueatounarbol” me gustaba su sentido y su musicalidad pero ver todo eso sin acentos, ay, que duele al ojo. Sucede que me hace gracia que una frase absurda llena de colores y muchas veces a contramano del castellano me permita abrir mis propias puertas y cambiar la cerradura cuantas veces quiera, eso sí, parece que supervisada por los ojos de la cibernética.
Ni que probar palabras en lunfardo o al vesre, sale de allí un rosario tan agradable que puedo reírme de mi un buen rato.
¿Tiempo para esto? No, no lo tengo, pero lo invento, hacerse camaleón, no estar en ningún lado, no ser, perder la verdadera identidad y la individualidad parecen ser el idioma de los que inventaron estas cosas y uno las elige, las usa, nos usan, las aprende moderadamente porque la cabeza da para poco más de lo necesario. Detrás de ellas o ellos están los que saben leer las instrucciones para volar un avión a la velocidad de la luz.
Es rara la sensación de parecer tan conectados, algunos, no es mi caso, con millones de amigos compartiendo pedazos del mundo, momentos, espacios. Momentos irrepetibles en la sensación digo, porque en el archivo pueden quedar hasta que en el espacio, sin oxígeno, pierdan la voz.
Indiscutiblemente, por más cámara, video, fotos, libros y todo cuanto se quiera utilizar podremos estar frente a otro, ver su color, oír su respiración y sus palabras y sentirnos felices sin ser pretenciosos. Pero eso, así.
Se las ingeniarán para que un día lleguen los olores, eso sí con autorización del usuario.
En tanto, nos dejan cambiar, mutar, elegir, compartir la llave que nos prestan, la contraseña.
Se olvidan de la gente que pierde las llaves todo el tiempo…

Mercedes Sáenz

lunes, 20 de septiembre de 2010

¡¡¡FELICITACIONES A LOS ELEGIDOS DE API 2010!!!









UN ABRAZO GIGANTE REDONDO Y CUADRADO (PUES ESTOY UN POCO LEJOS PERO NO TANTO)Y MIS MÁS SINCERAS FELCITACIONES A LOS ELEGIDOS POR LOS ARTISTAS Y PENSADORES INDEPENDIENTES (API)
ES TODO UN ORGULLO Y UNA ALEGRÍA PARA TODOS.


CLAUDIA TEJEDA

ALICIA BEATRIZ QUIROGA

FERNANDO DE ZÁRATE

SUSANA ZAZZETTI


Mercedes Sáenz

martes, 24 de agosto de 2010

HUÉSPED QUE NO AVISA

HUÉSPED QUE NO AVISA



Amanecerás de nuevo,
sin ninguna palabra.
transparente
cómo una lámina de aire que puede doblarse.
cómo un absurdo inútil sin forma.
Impiadosa hacia mí
me miras
con un versículo en un ojo
que mi fe desconoce.
y te miro, tristeza,
cómo un mojado cartón,
una montaña invisible
que no modifica
ninguna escena.
Es un ruego tal vez
que des vuelta la silla,
ya soy testigo de mí
inventando nombre a la fisuras.
Él me ha perdido
pero en cada quebradura
él sigue ahí,
dónde los huesos queman
porque ha mordido el dolor
todo lo blando
sin detenerse, sin distinguir.
Si no te vas, no me mires al menos,
la silla esa es mía.

Mercedes Sáenz