sábado, 20 de noviembre de 2010

LA TORTUGA ESCOCESA

PARA MI HERMANA DOLORES SÁENZ


LA TORTUGA ESCOCESA


Era la menor de cinco mujeres,flanquada por nueve hermanos,el mayor hombre, también los últimos tres.
A las mujeres nos vestían de escocés y por ser la menor, se ligaba todas las polleras que por tamaño venían del resto de nosotras. Le costaba caminar porque su tierna redondez la hacía girar más por el mundo que sostenerse sobre sus propios pies.
Cuando intentó dar sus primeros pasos, se caía al suelo, le costaba darse vuelta, pararse y volver a empezar como si nada hubiese pasado. Decíamos jugando, igual a las tortugas. Le decíamos Lola y pocas veces por su nombre verdadero.
Teníamos un perro ovejero alemán adiestrado y buenísimo, casi daba pena el concepto de obediencia debida que le había sido incorporado. Sabíamos que sobre él había caído porque volvía de sus recorridos, de un pasillo que entonces nos parecía largo, con las mangas mojadas. Jamás la mordió. Solamente le avisaba que en determinado rincón debía pegar la vuelta, porque el tamaño del perro para Lola era como caerse en la mitad de la popular de la Cancha de Boca.
Y es a propósito que escribo la palabra Cancha y la palabra Boca.
En esa selva inmensa que era nuestra vida, empezó bastante silenciosamente a abrirse paso y su cuerpo y su cara, tal vez la convirtieron en la más linda de todas nosotras.
No existía el azul en nuestros escoceses sin embargo con una letra bastante particular, escribió una simple composición para el colegio, que se llamaba Azul.
Ojalá yo la tuviera. Y por sobre todo, haber tenido esa facilidad para describir con tanta sencillez e inteligencia algo tan infinito e inatrapable como el Azul.
La vida la atrapó en un cuerpo fuerte y menudo, le dio la boca más linda que hayas conocido y un cerebro que no puedo definirlo con la exactitud que quisiera porque aún no deja de sorprenderme.
Un día volvió de colegio, esta vez con una obligatoria pollera gris y dijo que quería ser psiquiatra. Después de haber sido una buena alumna y de haber hecho las averiguaciones que la facultad le exigía, volvió a casa diciendo que para ser psiquiatra, primero debía recibirse de Médica.
Con la misma simpleza que describió el color Azul, dijo, estudiaré primero Medicina, tan luego. Y lo hizo, acompañada de un mate y de noches eternas con poca luz, y libros que eran más grandes que sus antebrazos.
Poco daba el sol en esa cara porque las horas de estudio se lo llevaban todo.
Yo no entendía como hacía cuando tenía un casamiento o algún evento especial con el que siempre fue su novio en esa época, porque salía de ese cuarto, toda vestida de negro, a veces, con pañuelos de lentejuelas en la cabeza, igual que una diosa chiquita y menuda, con una fuerza y una luz que no coincidían con el encierro de las horas de estudio. Sólo decía: “de negro y algo de pintura no se nota que el sol no ha pasado por mi cuerpo”. Decía que habría tiempo. Y se lo tomó.
No conocí a nadie que recorriera las letras de los libros de cualquier tema, con la misma facilidad que discurría y analizaba los idiomas del cerebro.




No conocí a nadie que tuviera tanta fuerza en un envase tan pequeño, ni que en esa fuerza pusiera tanta ternura cuando indefectiblemente toda esta gigante familia de enredos, la consultaba por los temas más difíciles o más triviales.
Cambiaba el tono de voz, se inclinaba si hacía falta hacia el problema o se montaba en un ejército de elefantes orientales para ponerse a la altura de las circunstancias.
Nunca supe si usó la sabiduría de las tortugas o le llegó desde el universo una caparazón transparente que la hizo convertirse en la mujer que es hoy.
No sé si esa caparazón le pesa o simplemente ya la lleva puesta como la capa de una imaginaria heroína, ya que cualquier cosa que pasa, valga la rima, en casa se dice “preguntale a Lola”.
No sé si pertenece del todo a este planeta porque cuando dice o hace cosas geniales, y uno le pregunta quién lo dijo, de dónde lo sacó, en que libro lo leíste, cómo lo conociste o un complicado por qué, simplemente dice “no sé”, alguien me lo debe de haber soplado, como de banco a banco, a escondidas de un gran maestro.
Yo tengo la suerte de tenerla de hermana.
Mercedes Sáenz.

sábado, 13 de noviembre de 2010

POR AHORA




Se bajó del colectivo, arrastrando un poco los pies cansados.
Por las bolsas que llevaba se le juntaban las rodillas al caminar. El peso se desplazó hasta los codos y con ninguna mano libre se corrió el pelo de la cara, que le llegaba a los ojos.
Terminaba el día sin su propia sombra, y los ojos veían ese minuto sagrado en donde todo enmudece y pareciera que se perdiera el aliento, que todo va a respirar por última vez porque la luz se escapa en ese minuto de silencio, ese, que concede la luz antes de llevarse lo que toca en honor a la cosas que van muriendo, después de recorrer su inventario. Les deja apenas un contorno difuso, hilvanado contra la oscuridad.
No podía volver a casa después de haber sacado un billete de seis números del tercer cajón del escritorio de la que le dicen Cuqui, la del escritorio del fondo, la que la otra semana −ella sabía− había salido a escondidas con su jefe.
Ella también había salido con él, no hace mucho, de vestido blanco y tacos altos, con el pelo rubio recién estrenado, con la mejor sonrisa colgada de su brazo, con velas de colores y manteles lacios. (El esmalte de sus uñas color claro, era lo más oscuro entre su hombre, su noche y su vaso).
La noche llegó y, como una isla tosca, la plaza. Se sentó en un banco negro de cuatro patas, de acero trenzado y un respaldo blando. La luz alta de un farol francés dibujaba en el piso una lívida rayuela donde los pies, alguna vez chiquitos, bajo el sol, jugaban a llegar al cielo.
Se fue la luz pero quedaba el viento, a soplidos tartamudos sobre su cuerpo, como la mano distraída de su hombre, que dibujaba letras y bailaba geometrías con índices y pulgares sobre su piel de colores.
Por primera vez levantó la cabeza y quedó por ahi su perfil sin que lo viera nadie. Un árbol amable desde su enorme estura le tocó la frente, despeinó claridad, y el llanto bajó sin apuro por sus pómulos sin pintura. ( Cuqui, despacio, la descascaraba)
Se guardó un billete de seis números que ahora tenía en su mano, y gritaba por encima del mundo un oscuro 23 entre otros que nada decían, del mismo color y del mismo tamaño. (Cuqui debía cobrarlo al día diguiente)
Se acomodó en el banco; ese número era su aniversario. De noches de promesas, de juegos de amor y de labios temblando. (Cuqui ahora tenía su propia fecha. No sabía si estaba escrita en ese papel). (Cuqui sabía que ella era la única que la había visto guardarlo)
La noche enmudece flores y arbustos y la fuente salpica no sabe qué colores sobre el corazón incienso, plata, rosado.
Un hombre cualquiera se acercó.
- No puede dormir aquí −le dijo sin ver su cara.
Para atrás calló el pelo rubio y la dignidad. Sólo las pupilas plateadas. Lo miró fijo, le dio el billete y dijo:
-Por ahora, no puedo volver a casa. (Por ahora dijo, sabiendo que jamás lo haría)

Mercedes Sáenz

martes, 19 de octubre de 2010

CUANDO TODO EXISTE



CUANDO TODO EXISTE



Húmeda y negra la tierra espera por el pié cansado, se hunde apenas y el barro es suave entre los dedos. La mirada arrastra tan lejos cómo empuja el viento y el agua es viva.
El cielo es remanso de la tierra brote.
Perfilan sombras indias los cerros y todo crece en silencio, la savia y la sangre.

sucede un día
como un absurdo bramido
que hace la tierra
y nada se oye.
sucede un día
que pueden perderse
los ojos de antes,
el valor inútil
de necesitar.
suceden las últimas palabras
imperceptibles como llovizna
en un vidrio lejos de historia
sucede un día
que pone en la boca
dibujos muertos
y la voz murmura
la ceguera interminable.


Allá en el sur, cuándo todo existe y no se conoce la última palabra.

Mercedes Sáenz

viernes, 15 de octubre de 2010

UNA

UNA




Te prometo que esto no va a leerlo nadie. Se prenderá una galera de mago porque el fin de año dice que se acerca y no hace otra cosa que cumplir sus promesas. De esa galera no saldrán mis sueños porque algo cansada estoy de soñarlos. La vida me hace burla y lejos de darme tristeza me encabrita como una cobra atacando en el frío. Debo escribir más claro me dijeron y no sé si tengo ganas. Los negros para mi son azules. Y el azul es tan profundo que llega más lejos que el negro. La pena es que por ahí se llega sola. ¿En dónde están todos? Ya ni los oigo ni los siento. Se han escapado de mi cómo las gotas que se van del cuerpo, silenciosas pero igual se sienten. Nada de lo que ocurre es porque sí. Todo se trenza como en manos de una abuela con ojos cansados, todo empieza a desdibujarse. Algún día me reiré de este tiempo. Las palabras se me vuelven en contra. No me da bajón, lo que me da es rabia no manejar la precisión cuando la necesito.

La otra noche nos sentamos seis mujeres de distintas características a conversar sobre lo que nos pasaba. Los tres últimos cafés de la ronda y probablemente del restaurante, quedaron vacíos frente a nosotros. Hubo un intento de hablar corto y superficial con lo que teníamos, pero los temas se imponen más fuerte cuándo se los evade.
Hablamos de cuánto intentamos parecernos y no parecernos a nuestras madres.

Parece que después de la cuarta pareja -¿cuarta?-se busca reivindicar lo que no pudo disfrutarse con la parte femenina de parte de nuestros autores, o sea la madre. ¡No sé porque hace falta decirlo así con decir madre era suficiente! ¿no?
-A mi novio a veces le digo Má, dijo una.
Después de una carcajada general, el silencio, por un momento sólo, se instaló en la mesa.
-No tiene cara de mina tu novio.
-Ya lo sé. No tengo idea porque me sale. Pero en realidad es él cómo era mi madre conmigo y ya para nada soy como era yo con mi madre.´
-Decilo en criollo.
-El es parecido, muy, a mi vieja, protector, absorbente, meticuloso, demandante y tremendamente cariñoso y yo ante esa forma de cuidado y de cariño en vez de actuar cómo mi vieja, soy amorosa, paciente, condescendiente, amable.
-¿Qué decís, que como mujer también querés parecerte a tu vieja? ¿o sos la virgen de Luján?
-Quiero decir que una forma de amor materno difícil igual saca cosas buenas de mí, después de todo eso, con mi novio hacemos el amor y te aseguro que ni soñando debe de ser parecido a mi vieja.
-¡No entiendo!¿vos o él?¡Traductor!!!!
-¿Qué será eso?
-No te enojes pero siempre en la mitad de un tema hacés esa pregunta ¿no sería mejor que la pensaras y no la dijeras?
-¿Y no sería mejor que vos también la pensaras y te callaras la boca? A mi me sirve para arrancara a pensar. Tengo siempre que hacerme una pregunta y esa es la más fácil. Caballito de batalla.
-¿Caballito de madera con hamaca, medio infantil, no te parece?
-¿Sabes qué? Si estamos boludeando tanto es que tenemos que decir cosas importantes. Que una empiece.
-Empiezo yo chicas, dije jodiendo –aclaro, ninguna tiene menos de cincuenta años-me encantaría en un montón de cosas parecerme a mamá. No te rías, pará, que estoy hablando en serio. Si yo lo puedo decir tan fácil es porque no tengo rollo opa, sino me haría cruces. (Creo no me creyó nadie)
-Dale, hablá.
-Bueno, única hija mujer con varios varones y padre militar. Tenía que se manduti, no voy a hablar haciendo preguntas porque si no me contestan, pierdo el hilo. Bueno, a la vieja la volvía loca. Pensaba que era una forra. No sé si porque era ella la que estaba casada con papá pero es lo que me acuerdo.
-¿Vas a arrancar con el complejo de Electra y esas cosas espantosas?
-No sé cómo querés decirle con la modernidad pero a todo el mundo le pasa algo con eso.
-Pará que con eso de la integración en el colegio, todas las psico no sé que hay y todas las explicaciones que encima te las hacen fáciles para que todos pensemos igual.
-¿Cómo?
-Y te dicen una teoría complicada que justifica comportamientos en forma sencilla y uno con tal de calmar el hambre ese de la ignorancia moderna que marea tanto, cree que entiende. Bueno, o quiere entender algo para no quedarse afuera.
-¿Vos decis que en todos los casos es así?
-Acá tenemos a una psico.
-En todos los casos es así.
-No sé a ustedes yo estoy seca de los palabreríos explicativos, con perdón de usté doña psico.
La psico se sonrió nunca sabremos si por complacencia o por que éramos de librito.
-Vos por ejemplo ¿por qué no escribis cómo quisieras?
-Escribo cómo quiero. No me leen cómo quiero. Y por momentos no sé que hacer. Pero siempre pienso que va a arreglarse.
-Ese pensamiento es de idiota y no me digas que tengo mala onda, es real lo que digo. Con esa galerita de las fantasías crees que todo puede arreglarse
-¿Qué? Será real lo que decís, pero es de mala onda. (Acá me gustaría escribir honda con hache, una “y” griega de tres palitos que puede dispararse de mil formas)
-Eso pasa con las mujeres ¿ves? Por eso hablamos tanto, parece necesario repetir lo que el otro ya dijo, en vez de un si o un no. Se llena el planeta de lo dicho.
Una sonrió, estaba pasando otra vez.
-Escribir no importa porque acá otra no lo hace, pero sirve cómo cosa de lo que le gusta a alguien y no lo puede hacer como quisiera.

-Y dale con lo mismo…¿cómo van a festejar el día de la madre?

-Como mejor se pueda, mi vieja es única y yo como hija soy única.

-¿No tenés un montón de hermanos?

-Mi vieja es lo que dice y siempre le hago caso.

Se fueron apagando las luces. Se deshicieron nuestras posturas y con el cansancio a cuestas cada una se fue por su lado, como se fueron las palabras que no puedo organizar como quisiera.
Probablemente el café lo pagaríamos mañana.
Lo único que tenía en mi cabeza es cuánto amor le tengo a mi vieja y este domingo, calendario comercial mediante, no importa, me quedé pensando un año más como decirle que la quiero tanto.

Mercedes Sáenz

Este diálogo por suerte no es real. Tal vez yo existo a medias, pero mi vieja...es UNA.

miércoles, 13 de octubre de 2010

¡FELICITACIONES A LOS PREMIADOS EN JUNÍNPAÍS 2010!

¡FELICITACIONES A TODOS, UN FUERTE ABRAZO!

Fuente: Diario Democaracia de Junín

Escritores, poetas y ensayistas de nuestra ciudad y de distintos puntos de la Argentina y del exterior estuvieron ayer en Junín para participar del acto de entrega de premios del certamen JunínPaís 2010, que se hizo ayer en el Teatro de la Ranchería, organizado por Ediciones de las Tres Lagunas.
Además de los primeros premios, hubo cien menciones de honor en la categoría “Cuento”, y la misma cantidad en el rubro “Poesía”.

Cuento

Los premios en Cuento fueron para: 1º Guillermo Tonelli Cejas, de La Toma (San Luis) con "Todas las noches cambian las cosas de lugar"; 2º Lidia Inés Nicolai, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con "El cuarto escalón"; y 3º Susana Cruells, de Martínez (Buenos Aires), con "Mudanza".
En la categoría “cuento juninense destacado" recibió el premio Laura Sonia Morando con "Confesión".

Poesía

En el rubro Poesía, 1º Rafaela Pinto, de la ciudad de Buenos Aires, con "Silencios"; 2º Jorge Romero, de Baradero (Buenos Aires), con "Oficinista"; y 3º Aurora Olmedo, de Mar del Plata (Buenos Aires), con "La despedida".
En "Poema juninense destacado" recibió el premio Elio Suárez, con "Casi sin darse cuenta".

Ensayo

Respecto al Certamen de Ensayo, resultó primera Ana María Bertuzzi, de nuestra ciudad, con el trabajo "Horacio Quiroga, prisionero de la tierra"; segunda resultó Ana Alejandra Carmona, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con "La mujer argentina desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX"; y tercera Silvia Graciela Oliverio, de Zavalía (Buenos Aires), con "Los Toldos 1810-1910, todo es nostalgia".
Los Jurados que llegaron a estas conclusiones finales fueron Beatriz Isoldi, Silvia Long Ohni, Fernando Sánchez Zinny y Tomás Barna.

martes, 12 de octubre de 2010

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO

ES QUE AÚN QUIERO DECIRTE INDIO


He dormido bajo tu mismo brazo, quebrado alguna vez y torcido. Las manos de llagas secas y en tus ojos huellas milenarias.
Te han dicho de todo, lo aprendido en facultades, en organizaciones en tu defensa. Te han escrito bellos y verdaderos poemas. Te han puesto orgullo, el que surge de defender tu memoria, intentando ponerte de pie, queriendo no olvidar tu valentía.´
Autores de importancia te estudiaron, planifican aún cómo devolverte la dignidad en este mundo.


Aún quiero decirte que dormí bajo tu brazo, con el telar de tus manos bajo el cielo negro y antes de cerrarse tus ojos estaban llenos de estrellas que les soplaste a los míos.
Aún quiero decirte hombre anciano, que esa fue la primera comunión que tomé en la vida. Silenciosamente, sin que nuestros cuerpos se tocaran.
Aprendí mientras dormía algunos cantos de tu tierra sin saber siquiera que significan, mientras la tierra madre nos acunaba cómo hace millones de años, pero sin guerras.
Me iré cuándo amanezca, hombre indio, cómo una hija de los vientos del sur, con la mitad del alma y ese silencio todo.

jueves, 7 de octubre de 2010

GRACIAS JUNÍNPAÍS 2010

AMORES DESTEMPLADOS


Eran los tiempos
en que yo no era otra cosa
que respirar amores.
una toga me llegaba al cuello
y yo no era, sólo no era,
y un día la oí caer
cómo un pequeño acordeón muerto
sin ruido,
Sonido de una pequeña sombra
de hierro transparente, derretido.
unida en frío que cerró mis pies.

(nadie invisible detrás de mi,
los objetos no salen a mirarme).

No hay último gesto, ni beso en el aire
(soplido de niño), ni ofrenda


Rotan oscuros, segmentados
en la memoria de la noche,
huyendo con el apuro
del animal que lejos
mutará su piel

¿Han olvidado mi nombre?
Tal vez nunca les dije quién soy.
O no supe saberlos
y se desnudan de mí.

Hace frío.


Mercedes Sáenz


NO POTRILLO PAMPA




No eran de siete colores, los ojos no sabían que cantidad acumulaban en su retina, pero da tantas vueltas el sol cuando uno es chico que es poco frecuente mirar para arriba. Solíamos tirarnos de espaldas sobre la tierra húmeda y mirar las nubes. Y quedaban los retazos de los cerros, adivinando que forma tenían y si daba el tiempo, decir el parecido a uno de nosotros.
Había pocos caballos en ese campo y una yegua sola que le decían la de tiro.
Era la que más trabajaba, decían los de ahí. Yo la recuerdo llevando detrás de su cola una telaraña de ramas finitas que enganchaban entre sí, como un manto de novia viejo y cansado. Pasaba cerca de los galpones, por eso la veía, las otras cosas que hacía estaban fuera de nuestro alcance.
Éramos un montón de hermanos, el más grande de ocho y el más chico de meses y vivíamos en un campo que se llamaba “El potrillo pampa”, en las afueras de Comodoro Rivadavia, cerca de Caleta Olivia.
Pocas veces andábamos a caballo ya que los hijos del capataz también eran siete y no importan la edad que tuvieran, varones y muy chicos, trabajaban todos.
Nos enteramos un día que la yegua esperaba un bebito. Le decíamos así a cualquier cosa que fuera a nacer de persona, animal o árbol.
El alboroto fue grande en el momento en que estaba por nacer. Habíamos visto con poca frecuencia parir perros, alguna vez ovejas, pero nunca caballos.
A mamá la veíamos todos los años embarazada y nunca ni aún siendo chiquitos las explicaciones que nos daba de acuerdo a la edad que teníamos, eran sin medio grado de fábula. Nos parecía una consecuencia de la vida. Precisamente de la vida.
Un día papá nos llamó a todos y los que estábamos en edad de caminar, avanzamos por una larga calle de árboles que separaba la casa del verdadero lugar del campo. Del lugar en donde todo sucedía.
La asistieron. Con la sencillez y la sabiduría de la gente de allí. Con movimientos pausados, casi higiénicos y con absoluta serenidad.
Lo vimos salir de un agujero que parecía inmenso y conocimos sus patas antes que su cabeza. No sabíamos el color quizás porque estaba mojado pero logró ponerse de pie sin entender porque debía hacerlo, ni porque a esa edad sus piernas eran tan largas, no creo que tuviera conciencia que era la tierra por la que se andaría toda su vida.
Los más grandes nos acercamos a tocarlo y sus ojos se alteraron. Con mezcla de desconfianza y algo de miedo, se apoyó en su madre que cansada, parecía ignorar todo.
Dos días después quisimos ir verlo. No sabemos con que genética pero lo que había nacido era un potrillo pampa.
La yegua de tiro estaba en el palenque, en el que más se usaba y su potrillo cerca de ella oliendo su cuerpo, buscando sus mamas.
Se acercó Don Rosas, así le decían, mezcla de gaucho y de indio, mezcla de mito para nosotros porque poco nos dejaban acercarnos a los peones. No le costó tomarlo del cogote, pero por algo que nosotros no entendíamos, la yegua más tranquila, la de tiro, la más vieja, empezó a tirar patadas y a intentar levantar la cabeza de un cabresto corto que no se lo permitía..
Don Rosas simplemente levantó su mano con un facón afilado y se lo clavó en el cuello. La sangre brotó en un segundo y en el segundo siguiente ya sin fuerza el potrillo pampa estaba todo colorado. Lo vimos doblar sus patas, no sirvió que se hincara para pedir tiempo o clemencia.
Nos largamos a llorar todos al mismo tiempo. Nos quisieron explicar después que si la yegua le daba de mamar no iba a tener fuerza para trabajar.
No pudimos ni quisimos entender.
Yo a veces me escapaba a mirar la yegua. Dicen que estuvo dos días sin comer, yo sólo ví, que pasaba con su manto de novia y leña con el tranco más lento.
Mercedes Sáenz