lunes, 8 de diciembre de 2008

ERAN PERSONAS


ERAN PERSONAS





Mi abuelo tenía una biblioteca importante, hombre del mil ochocientos, sus libros eran más antiguos todavía. Jamás pude tocar ninguno. Las tapas de cuero, los lomos en letras doradas y varios en idiomas que con el tiempo supe al menos distinguir. Dos cuartos de bibliotecas y un solo santuario prohibido para niños más que obedientes pero con la posibilidad de que algún resquicio de chocolate o de tierra de la que simplemente vuela pudiera existir en las uñas. Había una escalera enorme para llegar a los estantes. Jamás pisamos un escalón. Dicen los hijos de mi abuelo que todo lo había leído. Yo los miraba sin decir una palabra, pensando que ahí adentro, en esos volúmenes había personas, que eran ellos, los que por expresa orden de mi abuelo no podían salir de su lugar, como palomas obedientes en una pajarera. Que tenían mil voces repletas de alas para salir a volar y no lo hacían.
Imaginaba que cuándo quedaban solos conversaban entre si, cómo un irónico cuarto de Babel, entendiéndose, diciéndose cosas que sus lectores no se habían percatado. Hablaban de sus autores, de sus inmensas genialidades en sus oscuras debilidades. Algunos compadreaban por ser ejemplares únicos. Otros habían viajado kilómetros en demorados tiempos de la época para caer en los ojos ávidos del entendedor y después a un prolijo estante cómo un sarcófago de pie. Después de morir mi abuelo se donó intacta a un lugar que la mereciera. Pareciera que la familia no era acreedora de semejante maravilla.
¿Dónde pongo este texto ahora? ¿Asesinatos de papel? ¿dictadura de no poder elegir ? La familia estaba llena de lectores y de escritores y nadie hizo nada. Los dejaron ir, tal vez fue una manera de liberarlos, castigarlos cómo a personas por una obediencia ciega y debida a una cierta rigidez. Horarios de biblioteca en que a los libros les permiten las visitas casi cómo a los presos. Deje su documento por acá por favor, no entre con bolsas, haga silencio por favor. Nunca supe si ese silencio era para que los libros pudieran abrir sus voces para que la democrática invasión de los asistentes no hablaran de las peluquerías o de los pelos que perdió el perro mientras tenían abierto ante sus ojos palabras con sentidos maravillosos.
Más grande ya las bibliotecas en casa eran lugares desmembrados, libres tal vez, por semejante dictadura. Había libros por todos lados, sin orden alguno. Mamá en esas centenarias formas de paciencia nos daba para leer de acuerdo a la edad lo que creía que era bueno, ella nunca estaba sin leer, pasara lo que pasara, tejía sin mirar en sus pocos ratos libre con un libro abierto en alguna posición extraña sobre sus faldas.
Mi primera biblioteca fue ambulante. En las pocas oportunidades de quedarme sola, mi plaza era el piso de un cuarto muy grande, me sentaba en el suelo, rodeada por algunos especialmente no muy grandes. Algunos ya los había leído, otros no. Pero los hacía conversar cómo en pequeñas piezas de teatro. Abría alguno en una página y le contestaba con la de otro. Me sentía en una isla en que los mares eran sólo personas, personas con palabras que tenían para contarme los secretos propios y los del infinito A veces hacía trampa, los hacía dialogar en textos que conocía casi de memoria.
Un día crecí y las bibliotecas públicas llegaron a tenerme hasta cuatro horas seguidas sólo por placer.
En la mañana leve de vigilia y susurros, algunos elegidos están conmigo.
Son personas que tienen la virtud de saberme decir justo lo que quiero escuchar y eso no lo encontré en ningún otro lugar del mundo.
Después leer, cómo adulta, fue otra cosa, autor por autor, análisis de las textos, doble lectura, opiniones, preferencias.
Ningún autor, hasta ahora, me ha contado algún secreto al oído. Parece que ellos también crecieron y se olvidaron de nuestra complicidad.
Todavía los espero disfrazados de duendes y de música.

Mercedes Sáenz

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La manera en que puedes jugar con los intertextos, con los sentidos dignos de análisis y la poesía son dignos de tu pluma. Una historia bellísima Mercedes, una superposición de imágenes que debería degustarla despacio y después pensar en esas enormes estructuras del siglo pasado, en la curiosidad de esa niña. En los amigos de juegos, en sus libros. Me ha emocionado este escrito. Te felicito. Un saludo cordial. Martín Panese

Anónimo dijo...

Excelente Mercedes. La posibilidad de que los libros que nos rodean sean personas, desde la niñez a la adultez. Felicitaciones por este texto, me conmovió. Un saludo cordial. Marianela Brites.

josé lopez romero dijo...

Una biblioteca familiar ha sido, a la luz de tu escrito, una carencia que seguramente arrastro de la infancia. Eso se nota con seguridad en el devenir de mis letras, no tengo dudas pero, es lo que podían mis viejos en su tiempo, y no hago reproches. Será por eso que cuando he manejado con cierta edad mis cosas, me gustó amontonar libros sin ton ni son, o llevado por el "toque" de sus títulos. Hoy en día hay tantos libros en casa, al menos me parece un cantidad importante, debido a la carrera de Letras de Pablo y de una amiga que suele regalarme lo que ha leido o porque ha cambiado de gustos literarios / Lo que haz escrito Merci me ha hecho andar por ese sitio en puntas de pie, para no hacer ruido, por las dudas despierte ese abuelo tuyo tan estricto y me saque del ala. Mi afecto incondicional, amiga increíble.

mj dijo...

Mercedes como he disfrutado leyendo esto que nos dejas...siempre me han fascinado las bibliotecas y mi amor a los libros es profundo...Siento que tu abuelo fuera tan estricto y que no pudieras disfrutar de alguno de esos libros.
Un abrazo y gracias siempre por tus palabras
mj