sábado, 26 de abril de 2008

LO

LO


Son las tres de la mañana y se me escapó el amanecer de las lunas. Hoy está más fresco y no podré salir descalza al pasto a mirarlas un rato antes de empezar a escribir como siempre. Esta vez paso directo a una mesa que me separa mentalmente del resto del mundo y de quién está durmiendo cerca de mí. Un café enorme y caliente que a esta hora venero, me obliga a sacar el codo de lugar, ese que uno pone en posición de pensamiento.
Dentro de dos horas debo hacer la valija, ya separé lo que voy a llevarme y es bastante poco.
Terminé tarde de atender mi consultorio en dónde soy psicóloga desde el mediodía hasta la noche bastante oscura, intentando hacerle más clara la vida de los demás. Duermo poco en general porque la lectura me lleva también bastante tiempo.
Estoy acostumbrada a tener un “lo” siempre en la boca, ese neutro que empieza cualquier frase, condenatoria, analítica o consoladora. Ese que parece que lo pintara todo del mismo color antes de empezar a hablar, apila lo tangible y lo obvio, lo concreto y lo absurdo. Les hablo a los pacientes en tercera persona para que puedan vaciar los espacios que duelen y puedan romper con los puños las rejas que en realidad podían doblarse. Después les queda la toma de decisiones y es cuándo en general un poco me detestan. Tal vez yo me deteste en un rato.
Está empezando a amanecer y me acuerdo de todas las teorías aprendidas con los libros, con la práctica y con esa cosa de humanidad que a uno le sale porque hay otro que está esperando que los silencios que le anudan el pecho y le atraviesan el cuerpo, empiecen a hacer más ruido con la respiración del primer murmullo, hasta que se vuelven grito y no hay eco que se los devuelva. Cuándo pueden cambiar el paso para poder alejarse porque su propio ojo vigía desciende cómo un águila cuándo identificó a la presa.
Me veo descruzando un poco las piernas, cambiando el tono de voz con el que es mi psicólogo y empezar a mover las manos en un gesto tan típico cuándo profesionalmente la psicología nos demanda una teoría concienzuda. Me veo no hace muchos meses diciendo: Lo que nos sucede…
Y me veo ahora dejando sólo este papel sobre la mesa, después de haber cargado una valija pequeña y dejado antes de salir las llaves en una mesa ratona.
A veces, es lo que sucede y tal vez me deteste un poco.


Mercedes Sáenz



jueves, 24 de abril de 2008

AMANECIERON LUNAS


AMANECIERON LUNAS





Espero los últimos oscuros para verlas aparecer, antes de empezar a escribir.
Vienen por aquí inventando un horizonte por dónde asomar, arriba de los vértices visibles como cualquier pájaro que habita con pocos hombres.
Con saltos pequeños de un árbol a las tejas, al vidrio que ha quedado de perfil, a la silla de hierro algo torcida. Se reparten la luz ya sin fuerza y bailan para mí cómo si nadie más las viera.
Y vuelven a juntarse todos los pedacitos para volverse una sola luna.
Y aprieto los ojos fuerte cómo una única reverencia porque después de eso se va. Y mis pies se van del pasto y se abre la puerta para llevarme a una silla y a la primera taza de café, antes de ponerme a escribir. Después de hacerme feliz y el secreto de invitarme a su próximo eclipse.

Mercedes Sáenz

martes, 22 de abril de 2008

M.P.A.


M.P.A.

Tenía que hacer un trato con la vida y pidió unos rezos para que el dolor la dejara tranquila. No sabe quién rezó por ella. Pero sabía que para lograrlo debía quedarse sola.
Para poder quedarse sola se sentó en un desierto absoluto. El rezo de una lluvia le cayó cómo si fuera a una esfinge. Un murmullo inclinado llegó desde un campanario pidiéndole a no sé que dioses que se identifiquen, pues las voces que acudían a llevarse su herida eran varios.
El dolor esperó sentado en un banquillo, sabía que era su día final, que se había convertido entonces en un invitado hipócrita, gentil, tácito, ni siquiera decía su nombre. Aceptó irse con la condición de dejar la herida, esa que hizo con el hierro derretido en el frío.
Pero ella no aceptó el trato.
El dolor se supo vencido y solo se levantó sin que nadie le indique el rumbo, siempre sabe a dónde llegar e instalarse. Envolvió la herida en una capa roja de agua y sangre que goteaba lento pero en el desierto seca rápido. ¿Siempre intenta ese gesto de última y pobre dignidad?
Las voces de los dioses temblaron el campanario. No hubo trato. Otra vez mañana amanecerán lunas. Y ella agradeció sin saber siquiera de dónde llegaban las voces.
¿Qué hará sin la herida, sin un dolor de siempre? ¿Que hará?
Las voces empezaron a callarse, a volarse cómo los que se van de los campanarios. El desierto parecía menos solo. Se olvidó del absoluto.
-Escribiré medios poemas acostados. Así voy a llamarlos. Medios porque no sé hasta dónde lo són, poemas, porque quiero escuchar su sentido con cierta sonoridad y acostados porque no quiero levantarlos. Seguramente no los quiero ver en posición vertical hasta que puedan pararse solos.
Acababa de hacer un trato con ella y feliz se puso a escribir esperando sí, las lunas que amanacerán otra vez mañana.



Mercedes Sáenz

domingo, 20 de abril de 2008

UN JOSÉ MUY ESPECIAL

José, asi se llama. Casualmente vive en Esperanza en la Provincia de Santá Fe, Argentina. No lo conozco personalemte. Sólo a través de sus letras, de su blog, de su generosidad y de su participación activa con gente que escribe y que se comunica por este medio, conmigo al menos de esa forma. Probablemente se comunique de varias otras maneras inteligentes y generosas.
Ha elegido entre otros mi blog cómo un lugar en dónde se encuentra calidez. De ser así, soy la más agradecida de las premiadas, porque sin duda algo grande ha de quedarme.
Se llama José López Romero y su sitio se llama corazón urbano. Suele decirse con razón que las palabras hablan solas. Las que yo conozco al menos. Para entrar a su sitio es http://www.tantorra.blogspot.com/ .
Este premio para aceptarlo está sometido a las siguientes reglas:*Publicarlo en un post haciendo relación al autor y blog de quien te lo otorga.*Hacer un enlace con el blog citado.*Elegir cinco blogs en los que consideres similares cualidades ( Calidez) que aquellas por lasque lo recibes.*Enlazar los blogs nominados*Hacer constar estas reglas

Los que yo propongo son : http://www.entonceslapoesía.blogspot.com/ de Viviana Alvarez
wwwespiritu-enlared.blogspot.com (no lleva punto después de la triple w) de Marita Ragozza de Mandrini.
http://www.soniacautiva.blogspot.com/. de Sonia Figueras
http://www.shiningthesun.spaces.live.com/ de Laura Cech, estudiante de imágen y sonido
http://www.lauraelizalde.blogspot.com/ de Laura Elizalde, una genial escritora argentina para mi.

José, te llamo José. Un especial José. Muchas gracias y espero haber hecho los deberes cómo se debe, porque soy bastante adoquín en esto. Un abrazo. Mercedes Sáenz

viernes, 18 de abril de 2008

TABAS



TABAS



Su infancia fue toda en el campo pero desde chico la desobediencia fue lo que mejor hacía. Nunca se puso bombacha ni chambergo, ni botas ni alpargatas. Su caballo era un jeep viejo y su sol no era diana a las cinco. Sus ojos de aguilucho insertados disimuladamente en su cara reconocían cualquier cosa que sucediera en el campo antes que cualquier baqueano.
La tradición no se rompe decía su tata y el castigo fue mandarlo a estudiar mucho más lejos que Buenos Aires. Y se llevó las tabas. Las figuritas se daban vuelta, caían de canto o desaparecían. Le burlaban el cara y ceca de los astrágalos de vaca.

Estaban a prudente distancia una de la otra en una biblioteca lustrosa, algunas cubiertas con barniz, otras pintadas con cera o con aceites. Pero una estaba cómo la dejó la tierra. El hueso pelado contra el viento y el agua, resistiendo un tanto a las narices insistidoras que buscaban carne.
Cada vez que la curiosidad de una mano se alargaba, aunque sólo el índice las rozara, cada quién que las tocara le hacía saltar su corazón cómo una hembra defendiendo sus crías de un lobo malo. Cada mano extraña le era brutal, desgarraba su historia rompiendo cómo al arqueólogo la tierra con un trépano. Y no decía nada, esperando que algún día una mano sola del otro lado del potrero las tocara

Años de camisa y corbata y el saco colgado en sillas de colegio inglés que también sabían hacer estudiar la tierra en un idioma que rápido dejó de ser extraño, pero le carraspeaba la garganta por ausencia de mate y bombilla.
Mandó los bultos, los libros nuevos, los archivos de computadora, todo lo que pudiera llegar a su casa antes de que él lo hiciera.

Volvió con atuendo citadino y antes de llegar a los pagos se vistió, casi de fiesta. Lustrosas las botas y la camisa más blanca. Rastra de plata buena, chaleco y bombachas de gaucho. Se anudó el pañuelo bien rojo al cuello para tapar cómo sangre seca el llanto.
Entró al escritorio de la biblioteca brillosa y allí estaban. Las tabas y un dedo índice de mujer suave se paseaba por ellas. El amor de toda su vida, de toda su vida, la del otro lado del potrero.
Apenas se dio vuelta le volvieron los ojos tan negros y el pelo a incrustarse derecho al corazón cómo cuchillo que acierta dónde.
- Me aprendí la palabra Tomás. Dicen que ahora a las tabas les decís astrágalos. Te han pintado feo Tomás, te han pintado feo. ¿Dónde has visto que las tabas tengan pintura?
En un giro lo abrazó hasta la espalda haciendo un solo pecho y le inclinó la cabeza en el hombro. La boca ya hablaba sobre la piel rozando el pañuelo.
- Sacate esa ropa Tomás. Tu tata se murió ayer y a mi me da lo mismo cómo digas, cómo hagas.


Mercedes Sáenz

martes, 15 de abril de 2008

LOS ÚLTIMOS




LOS ÚLTIMOS






´
Se fueron desmenuzando como de pan en la boca. Se atropellaron en los vértices de las comisuras. Clavadistas con frío a un mar enorme y caliente, los dejó caer. Eran los últimos.
Quiso mirarlos en el suelo pero no se veían. Tampoco tiene música el sonido callado de los grandes amores. No va a volver a encontrarlos.
Busca en las manos alguno que haya quedado, pequeño, de esos que en la palma de la mano, desde la boca empuja el viento. Pero no hay aliento siquiera.
En los ojos que guardan algunos, tal vez uno de no saber que fue despedida, alguno de los miles que tal vez estuviera repetido. Pero no hay copias.
Hay parecidos en los párrafos de libros de sus poetas. Quiso guardarlos cómo algunas palabras, pero no era lo mismo.
Intentó rescatar alguno de los últimos momentos pero sabía que eran los últimos besos.
Y con el alma sola sintió que no quedaba ninguno.
Mercedes Sáenz

viernes, 11 de abril de 2008

NADIE HASTA MAÑANA


NADIE HASTA MAÑANA



Su marido viajaba en aviones que jamás llegaban ni en fecha ni en horario.
La persona que vendría a hacerle compañía avisó que le era imposible llegar ese día, al día siguiente temprano tal vez, pero Cris a nadie le dijo que se quedaba sola con su ceguera.
Conocía su casa absolutamente de memoria, sabía que casi todo era blanco, que alguien durante muchas horas se ocupaba de dejar todo impecable y siempre las cosas en el mismo lugar antes de retirarse a la noche.
Se levantó esa mañana, tocó el aire cerca de su muslo y el vacío le extrañó. Tal vez esté afuera pensó con cariño, cuando duermo sale a veces porque sabe entrar solo, en cuánto oiga que me moví aparecerá.
Con los pies buscó las pantuflas blancas, se desenredó el camisón de atrás de sus piernas y se levantó a hacerse un té.
Con la mano entera eligió una taza y hundió sus dedos dentro para medir su profundidad. Era la misma taza, pero cualquiera puede confundirse. Esa frase más de una vez taladraba su cerebro. Se había quedado ciega porque un auto la atropelló y cualquiera puede confundirse. Y una vez también por no poner un plato arriba de la taza para calentar el agua en el microondas, junto con todo lo que le ponía a su té, en el primer sorbo escupió una cucaracha.
Había cosas que trataría de que no le pasaran de nuevo, aunque cualquiera pudiera equivocarse.
Apenas unos minutos y nadie tocó su muslo, ni estaba ese olor en el aire, ni el ruido de estar viniendo, imperceptible contra el piso, porque prolijamente le cortaban las uñas.
- As, -dijo en el medio del silencio. No importaba el zumbar del microondas ni algún ruido que llegara de afuera.
- As, -repitió suavemente con la voz trabada del miedo de advertir esa ausencia por primera vez desde esta vida.
No volvió a llamarlo.
Caminó hasta la cocina el trayecto de memoria arrastrando los pies sin levantarlos del suelo, así le habían enseñando a caminar cuándo los lugares eran nuevos y su perro no existía.
Los pies de Cris tropezaron y sintió que el corazón se disparó- seguramente para no volver- y su lengua no se movió. Los ojos se cerraron, era lo mismo tal vez, pero se cerraron llorando antes de saber.
Se inclinó hasta arrodillarse ignorando el camisón que entorpecía. Las manos desesperadas recorrieron pelo y contrapelo el cuerpo entero intentando reconocer algún signo vital o alguna excusa, algún motivo que diera razón a semejante quietud, que algo se moviera para que todavía no fuera la muerte. Ojalá esta vez se equivocara, pero esa es definitoria y tozuda cuándo decide llevarse el aire. No había heridas, en el perro.
Ahora se sentó en el piso y lloró no sabe cuánto.
No buscó ningún teléfono, ni siquiera los ya tenían el discado directo para socorrerla en sus previsibles urgencias.
Lloró no sabe cuánto mientras le hablaba bajito con la mano cóncava cerca de las orejas contándole el último de sus secretos.
¿Se imaginó sacerdotisa intuyendo un rito? Buscó una pala chiquita, sin punta filosa, esas de hacer canteros, y se sentó en el jardín. Extendió las piernas y marcó con las pantuflas el perímetro que creía necesario.
Sintió que la noche caía dos veces, aunque haya sido una sola. Cuándo estando de pié el pozo le llegó a las caderas, se aseguró que la tierra no se hubiera desparramando muy lejos. Lloró no sabe cuánto cuándo el perro quedó adentro sin saber nunca qué salpicó la pala a mitad de camino.
Amanecían los ruidos y cruzó por la cocina con el paso seguro de saber andar a ciegas mientras la tierra iba cayendo de su cuerpo. Con torpeza quiso detenerse en los empeines pero sólo consiguió aferrarse con fuerza en el pelo.
Se sacó el camisón antes de meterse en la cama a esperar que alguien llegara a hacerle un té. Ensucié todo-pensó- pero cualquiera puede equivocarse y siguió llorando nomás, tanto.


Mercedes Sáenz