Son las tres de la mañana y se me escapó el amanecer de las lunas. Hoy está más fresco y no podré salir descalza al pasto a mirarlas un rato antes de empezar a escribir como siempre. Esta vez paso directo a una mesa que me separa mentalmente del resto del mundo y de quién está durmiendo cerca de mí. Un café enorme y caliente que a esta hora venero, me obliga a sacar el codo de lugar, ese que uno pone en posición de pensamiento.
Dentro de dos horas debo hacer la valija, ya separé lo que voy a llevarme y es bastante poco.
Terminé tarde de atender mi consultorio en dónde soy psicóloga desde el mediodía hasta la noche bastante oscura, intentando hacerle más clara la vida de los demás. Duermo poco en general porque la lectura me lleva también bastante tiempo.
Estoy acostumbrada a tener un “lo” siempre en la boca, ese neutro que empieza cualquier frase, condenatoria, analítica o consoladora. Ese que parece que lo pintara todo del mismo color antes de empezar a hablar, apila lo tangible y lo obvio, lo concreto y lo absurdo. Les hablo a los pacientes en tercera persona para que puedan vaciar los espacios que duelen y puedan romper con los puños las rejas que en realidad podían doblarse. Después les queda la toma de decisiones y es cuándo en general un poco me detestan. Tal vez yo me deteste en un rato.
Está empezando a amanecer y me acuerdo de todas las teorías aprendidas con los libros, con la práctica y con esa cosa de humanidad que a uno le sale porque hay otro que está esperando que los silencios que le anudan el pecho y le atraviesan el cuerpo, empiecen a hacer más ruido con la respiración del primer murmullo, hasta que se vuelven grito y no hay eco que se los devuelva. Cuándo pueden cambiar el paso para poder alejarse porque su propio ojo vigía desciende cómo un águila cuándo identificó a la presa.
Me veo descruzando un poco las piernas, cambiando el tono de voz con el que es mi psicólogo y empezar a mover las manos en un gesto tan típico cuándo profesionalmente la psicología nos demanda una teoría concienzuda. Me veo no hace muchos meses diciendo: Lo que nos sucede…
Y me veo ahora dejando sólo este papel sobre la mesa, después de haber cargado una valija pequeña y dejado antes de salir las llaves en una mesa ratona.
A veces, es lo que sucede y tal vez me deteste un poco.
Mercedes Sáenz