CONVERSANDO CON UN DURMIENTE
Cuelgan los pies en un andén vacío, mas vacío aún por ese frío de madrugada. Recuerda los bancos de las plazas cuándo camino al colegio se sentaba un rato a pensar y balanceaba cómo una muñeca con cuerda lenta todo su cuerpo. Era más fácil todo entonces.
Ahora la mochila con algunas cosas no imprescindibles pegadas a su espalda como amigos que apoyan las manos en los hombros o que abrazan.
Cuelgan los pies en un andén vacío, mas vacío aún por ese frío de madrugada. Recuerda los bancos de las plazas cuándo camino al colegio se sentaba un rato a pensar y balanceaba cómo una muñeca con cuerda lenta todo su cuerpo. Era más fácil todo entonces.
Ahora la mochila con algunas cosas no imprescindibles pegadas a su espalda como amigos que apoyan las manos en los hombros o que abrazan.
Decidir ahora, sin hablarlo con nadie.
Ella fue la que murió en alguna parte y nadie se dio cuenta. Ella fue la que habló de frente y nunca le creyeron. Ella fue la que vio gris en sus ojos cuándo afuera el aire bailaba en colores.
¿Qué era esto de no poder explicar la palabra? ¿Quién la escribe?¿Quién la dice? ¿Quién la entiende? ¿Quién es dueño de decir, de acusar sin saber, quién es la voz que en vez de sonido o sentido tiene espadas y cuchillos y estiletes y lanzas? ¿Quién tiene todo eso si sólo puede clavarse algo una vez con la palabra?
La boca de una negra noche se abrió de quién no era sordo y no entender se hizo un grito. Nunca había comprendido demasiado a las mujeres, pero esta vez fue un hombre, que se fue rompiendo a pedazos porque la verdad importa siempre pero a veces se la ve por la mirilla de una puerta o por la mira de un fusil.
Abrió los ojos y miró a las vías.
- ¿Querés ser por este rato mi bello durmiente? Tan callado… cómo si entendieras todo.
Bajó a darle un beso y se acostó de perfil paralela al quebracho. Se acurrucó un poco para no tocar el acero. Una mano se extendió para abrazar la madera.
Cerró los ojos y con un beso silencioso que no es una palabra, esperaría.
Mercedes Sáenz
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