viernes, 12 de junio de 2009

HABITAR EN LOS ZAPATOS


HABITAR EN LOS ZAPATOS


Si alguien la hubiera mirado no hubiera sabido que hacía esa mujer todas las noches en esa plaza, de negro y vestido largo- el de los brillos- debajo de una luna blanca lejos, cómo para una fiesta quieta en dónde no se mueven los tacos.
Techo de hierro la pérgola de la plaza, en las noches de lluvia, pasaba toda la lluvia.
Una vez cuándo su hijo era chico se perdió en una playa, le enseñó a quedarse en dónde estaba. Era más fácil encontrarlo, mamá llegaba siempre.
Desde esa plaza se lo habían llevado –le dijeron- por tener un libro debajo del brazo. Un libro que le pidieron desde el colegio, de un tal Marx. Ella no sabía quién era, sólo que se había muerto hace muchos años.
Buscó tanto en los lugares en que él podría estar esperando.
Perdida, en nada podría habitarse.
-Vendrá a buscarme si estoy en el mismo sitio. Debe de estar grande y aprendía fácil.
Salía el sol no sabiendo que le cerraba los ojos llenos de vidrios rotos.
Hasta la noche en que llegaba con los zapatos en la mano para no gastar los tacos.
Y los habitaba sin moverse hasta las otras noches.

Mercedes Sáenz

domingo, 31 de mayo de 2009

¿Y SI NO VUELVO A VERLO?


¿Y SI NO VUELVO A VERLO?



Esto fue así, así cómo lo digo.
Era la primera vez que lo veía por aquí. Venía caminando en un día de bastante frío, con un buzo oscuro y nada más que se viera. Un poco los ojos dieron vueltas para arriba, no sé si miraba el cielo o la parte alta de la pizzería en dónde yo estaba trabajando.
El sol a mí me daba tibio lindo sobre el vidrio.
Se paró entre un poste de luz de la esquina y un árbol pegadito que en esta época se pone totalmente colorado. Exactamente al lado de un basurero de hierro con tapa del tamaño de un baúl grande. Más grande que él.
Lo miré un momento y le sonreí. No contestó a mi saludo. Miles de razones deben de haber habido de las cuales algunas se me cruzaron pero seguí escribiendo sobre una máquina que es lo que en ese momento estaba haciendo.
Cada tanto intercamabiábamos miradas muy cortas, no sé cómo era la mía, pero las de sus ocho años, le calculo, eran cómo si no me viera.
No oí el ruido pero mis manos se levantaron de las teclas en el momento en que la tapa del basurero se cerraba sin nadie del lado de afuera. Nadie en la esquina.
Me levanté con la velocidad que pude pues no alcanza la claridad para pensar todo junto, son sólo unos metros nomás, sólo unos metros, sólo unos metros…
La abrí intentando ignorar su peso y desde adentro cómo un gatito asustado saltó con un embrollo sostenido en las manos y un pedazo de bolsa negra de residuos rota que se voló de uno de sus hombros.
No quise gritar para que no pensara que era un reto. Dije un tonto “vení por favor” pero corrió cruzando en diagonal el asfalto por dónde circulan toda clase de motores en ambos sentidos.
Lo vi doblarse en la esquina, creo que para que no se le cayeran las cosas que tenía dentro de su buzo enroscado cómo una bolsa. Se le veía la piel de la panza.
¿Y a dónde me llevo con mi llanto si no vuelvo a verlo? Eso sería lo de menos…
La tierra quieta por arriba del mundo, dónde todo eso parece no pasar.

Mercedes Sáenz

martes, 19 de mayo de 2009

LA CORTINA

En este texto especialmente no quise poner una foto.


LA CORTINA


Sucede así desde que los ojos ven la transparencia. Sucede que se superponen a mayor velocidad los colores y la luz, que lo que puede agradecer el corazón de tanto placer imprevisto. Sucede que mis monosílabos han dejado de ser esdrújulos. Ya no tienen pocas letras mis contestaciones, pues no tienen nada. El silencio es todo lo que puedo decir desde que el río tan cerca de mí le habla a mi ojo. A uno sólo, pues el otro está poniéndose a prueba para ver si hipotéticamente, quizás, tal vez, para mejorarlo me quedara por un tiempo con sólo uno. Creo que no hay ninguna posibilidad de que le pase nada por una operación sencilla cómo la miga inútil de pan que se desprende de un bocado, pero el miedo en puntos tan pequeños cómo el rocío, curiosamente pedacitos de agua, se hace tan grande cómo la ola que más miedo te ha dado. No digo tsunami porque más para el que recibe los agradecimientos, no me ha tocado vivirlo.
Tengo delante de mis ventanas un río. Brazo pequeño de todo lo que haciendo caminos se hace grande.
Lo veo tantas veces obedeciendo mandatos mayores, de rodillas exponiendo basura del fondo cómo las almas cuándo piden un perdón que no se les será dado, pues no suelen mostrarse transparentes. Sigiloso subiendo de noche liso y manso cuándo nadie lo pisa. Porque dicen que uno caminó sobre sus aguas y desde entonces nadie jamás sabido lo ha hecho. Sabidos para quién sería mi pregunta, yo creo en ese Jesús que caminó sobre las aguas, pero en las noches de bruma indivisa parece que varios invisibles caminaran por encima, en puntas de pie, bailando su secreto en el rumor de un viento bajo.
Bordeando las costas de cemento que le han marcado tan prolijamente en parques de pasto vivo vivo, en la suavidad de los sauces tranquilos. Cómo a un antiguo Dios, en algo me hacen acordar a la pulcritud de los sagrados en China, varios hombres protegen su imagen lustrando con soles y flores una costa que parece inalterable.
Pero hay un momento en las noches, sin tener su permiso, en que me siento a verlo desde mi oscuridad.
Apago las luces.
Abro los silencios.
Intento corporalmente convertirme en estatua. Un poco de miedo, si me ve moverme tal vez me convierta en sal y ya sabemos que hace el agua con la sal y yo no quiero ser un ciclo renovable. Creo que lo que se disfruta en un momento nunca es igual a otro aunque se repita hasta la última partícula.
Pero es en ese momento en dónde desdoblo los secretos, los suyos y los míos, cuándo él parece haber perdido por hacerme creer que no es humano.
Y lo miro por horas, bordeado de faroles titilando amarillo, y es un siervo silvestre saltando en las lomas, un pájaro sin volar porque camina tranquilo, un hombre dormitando junto a un rebaño, un cuadro pintado por niños en dónde los límites son imprecisos y por eso más hermosos.
Y recuerdo entonces que otros brazos de su misma sangre han devorado amigos, los ha dejado en alguna parte sin que nadie pudiera encontrarlos. Y los techos y las casas y los hijos y los puentes (¡puentes!) que es lo que te hace amigo. Y los trabajos y la dignidad y el silencio más sucio que el barro de la bajante arrasadora porque cómo hay siempre un culpable se necesita también saberlo inocente.
En el secreto de la noche, todos somos río.

Mercedes Sáenz

martes, 5 de mayo de 2009

AGRADECIMIENTO

AGRADEZCO AL ESCRITOR FERNANDO SÁNCHEZ SORONDO EL GENEROSO COMENTARIO QUE ME HA HECHO LLEGAR SOBRE MI LIBRO "FILOS DE LATA".
UN FUERTE ABRAZO.
MERCI

lunes, 27 de abril de 2009

COSA SIN LUZ

COSA SIN LUZ



El cielo negro de tajo a tajo.
En la esquina, entre varias cosas amontonadas, un sofá se tambalea hasta quedar derecho y en el ángulo abierto se sientan dos en su íntima blandura.
La noche oscura, un camión destartalado casi sin luces, con una lona verde y azul gastados. No se ve la escalera de ferretería para subir un poco ni el otro tanto largo de sogas.
En esa esquina, ante la luz de una linterna, se desarma la geografía de un montículo de ramas gruesas, un sillón sobresale y dos figuras de adultos parecen bailar en la áspera noche. El camión se detiene.
No fue muy difícil subir el sofá arriba de las patas que despuntaban en el bulto grosero de la carga.
La cabeza toca el techo en desordenado compás, las ruedas por el peso se hunden más de lo debido. La ventana abierta, las gotas de grasa secas no dejan ver, por eso también fuma bastante seguido, por eso, por eso, para tapar los olores, para que el humo tape su cara, la confunda, la borre de cualquier memoria cuándo le preguntan cuánto hace que empezó con todo esto sin cobrar nada.
Sólo quiere escribir sus historias y cada noche desde entonces, sigue la ruta de los cartoneros.

Mercedes Sáenz


miércoles, 15 de abril de 2009

ENTRE DOS MEMORIAS




ENTRE DOS MEMORIAS


Hace tiempo que estoy. Los barrotes ya no existen aquí pues no los tocamos, la cintura gira en un esquive junto con los pies siguiendo siempre a quién tiene las llaves.
No es tan oscuro cuando apoyo la espalda. Se hace duro de frente si el cielo es lo único claro cuándo no llueve. Paredón de todas aunque se sabe que está prohibido escribir, cuando no nos miran la birome muerde el granito espeso. La que tiene uñas fuertes también. Almohadón de pelo y frente si alguna llora.
La tierra floja en el cuerpo abstemio de apuro. Siempre hay dónde ir cuándo nos dicen. El frío olvidó dejar los burletes y los ciruelos sólo pueden mirarse en los ojos que postergan el instante de caerse a pedazos.
Sol temprano de mate cocido. Reloj de comida en plato de lata. Apuro de costura que se entrega. Cama sigilosa con un cuerpo prohibido.
Antes quise ser seda blanca. Que respiraran espigas sin cosecha de mi pelo. Tan claro el mundo dividido en estrellas para llevar.
Antes de las manos que apretaron la garganta, sabía quién era.
Cara lavada en canaletas solteras de expresión, danza en el vientre de la furia que se adivina .Una boca pregunta y no hay nadie detrás de ella.
Siempre se tienen dos memorias. Sólo que una es la que recuerda.
Mercedes Sáenz

jueves, 9 de abril de 2009

PARANOIA


PARANOIA



Caminó por el costado de la cama salteando la jarra de plástico verde, una cacerola azul en dónde en general hervía las salchichas, un balde colorado fuerte y gastado y pudo dar la vuelta hasta llegar a la cómoda chiquita, que también estaba a apartada de la pared. Las goteras se habían quedado quietas por un rato, sin antes molestarla dejando varios pedacitos de agua sucia que bajaba del techo en hilos de oscuritos desconocidos.
- ¿A dónde vas?

- Al Uruguay me voy, voy a salir por el Tigre eso lo sé hacer. Miran mucho en las lanchas, la gente es la que mira, no tanto la prefectura. Me tengo que disfrazar un poco.

¿A qué te vas al Uruguay? A escaparme de vos pareció que dijo.
Se sentó en la cama húmeda y empezó a diagramar su cara. Tal vez una vincha tirante y un sombrero medio feo le taparan el pelo recogido y entonces no estaba obligada a usar tintura.
El viento suele jugar a las escondidas, anda girando por ahí en el medio de las casuarinas, va y vuelve un poco desorientado porque hoy ha tenido que volar más bajo, hace giros coqueteando con ella cómo si no la conociera. Ese andar suave que usa ya le tiene tomado el tiempo. Es enemigo cuándo es más arriba, cuando la aparta del sendero de lo que anda buscando. Suele ponerles nombre a sus sonidos y verlo bailar.

Un disfraz de algo tonto tengo que hacerme, siento miedo pero tampoco es una historia tan extraña, a todos le suceden cosas rarísimas y parece que pasan a ser cosas normales, bueno no normales, estoy hablando así porque alguien me mira.
Tal vez me ponga a escribir algo y después lo tiro, mejor para mi cabeza pensar en que fueron tirados en el medio del Río de la Plata, en dónde esté más turbulento. En ese revoltijo de tierra y agua, nada de río piel de león cuándo me asusta, sólo revoltijo, tan alto a veces que dan ganas de de ser parte de él para no tener que competirle ni contestarle. Para no temerle.

El aire está tan lindo, odia tener atado el pelo, le gusta cuándo hace una máscara sobre la cara, haciendo caminos que marcan, se levantan y vuelan y vuelven a instalarse no sé si igual cuándo su pelo parece un sereno maestro infantil poniendo sin abrir la boca los alumnos pequeños en orden.
´
¿Por qué hago esas frases tan largas? ¿Por eso tengo que llamarla a la otra para corregir? ¿Por eso escribo de más y después no encuentro el eje de las ideas? Nunca hay un eje, es la desesperación de necesitar escribir todo el día, esa locura de sacar fotos de todo lo que veo cómo si quisiera explicarme a la gente.
Curiosa necesidad de querer trascender en el anonimato en una tontera liviana que no da ni para escupir el suelo.
Tal vez debería escribir prolijo y semejarme a las pocas mujeres silvestres –perdón, que quisieron hacerse silvestres al salir de la ciudad (la mayoría con un más plata para empezar a vivir cómo si no necesitaran del dinero). Decoran sus casas con géneros todos blancos sutiles y esponjosos, grandes verdes verdaderos o falsos y en algún rincón una huerta modernísima.
Cuándo sus hijos tienen un resfrío en la lancha propia se vuelven a tierra y allí se quedan en un buen lugar hasta que el pánico se va, aparece eso que creen que es paz interior y con todos los remedios comprados vuelven a la tranquilidad de escondite- (no tan escondite porque con la frase “vengan cuando quieran, nos encanta que venga gente” están siempre pertrechados de grandes posibilidades de agasajos domésticos, antihombre, antifrío y sobre todo buenas cantidades de alcohol de gustosísima calidad).

Pero otra vez se fue de tema. Hay una señora mirándola. Va a cerrar los ojos fingiendo dormir. Nunca sabrá cuánto la mira. A veces así se queda dormida. Ya no contesta.

Me desperté cuándo el sol inclinaba sobre mis ojos. Palpé a mano abierta, cómo si fuera un poco más ancha que mi cuerpo, tenía mi mochila, otra bolsa media deforme que llevo y un único abrigo.
Falta poco para bajarme, después de la segunda curva y lo bueno de estas lanchas es que paran en el muelle que uno les pida, eso sí, después si alguien pregunta se acuerdan perfectamente dónde te dejaron, de manera tal que me bajaré en uno que sé que es bastante sólido, no hay nadie todavía y recorreré por adentro la isla que conozco (hay un arroyo feo que suele estar bajo pero nada lo quiero porque mis pies siempre se tropiezan con cosas dentro del agua que parece mansa)…
Antes de que oscurezca tengo que llegar a ese muelle, después la noche se hace boca de monstruo y mis pies parecen separados de mi, no responden, quieren caminar más ligero tanto cómo les pide mi cabeza pero abajo del agua siempre hay cosas extrañas. Y sino las imagino.

Se bajó en el muelle nomás. No sabe que la sigo.

Mercedes Sáenz