miércoles, 6 de febrero de 2008

LA BOCA SECA

Perfilaba de atrás un rumor amargo, antes de darse vuelta. Los dientes blancos, bordeaban la inocencia del reflejo de sonreir por imprevistos.
Estaba sentado en el quinto banco a la espera de que el mundo se abriera cuando pasara entre los otros, cómo alguna vez se había divido un mar, sólo que negro en vez de rojo.
A los doce años, el colegio no alcanza para entender. Era su último día en el medio del mes de junio. En su latitud las clases terminaban a fin de año.
Le había escrito a Diego durante dos años, no por Internet sino poniendo en cada letra un sueño que venía desde los pies y se encerraba en su mano, por las noches, cuando golpeaba la mesa de la cocina haciendo deberes.
En el obligado acto de homenaje a la bandera argentina, el director del colegio anunció que el club de fútbol más popular lo “tomaba prestado” por un año para jugar en las inferiores. El momento se cerró con un aplauso tan fuerte que se destiñeron los colores de su bandera. El azul y oro de la camiseta que llevaba puesta contra su piel eran más fuertes que todo el cielo que conocía y el oro no era plata sino un sol que jamás desaparecía. Ni aún ya, conociéndolo a Galileo.
Pensó en los barcos de su puerto. En el Riachuelo tan denso, tan espeso, podía encontrar los encabezados de cada carta, las que empezaban casi siempre con el querido Diego.
Natalia, de trece, la de dos filas más atrás, la de los pequeños momentos del recreo, era más fuerte que cualquier boca que hablara. La boca seca, después del primer beso.
Mercedes Sáenz

2 comentarios:

Avesdelcielo dijo...

El doloroso encanto de los primeros amores. Y aunque ha pasado mucho tiempo desde mi adolescencia , leerlo a mí también me ha dejado la boca seca.
Felicitaciones, Merci
MARITA RAGOZZA

Anónimo dijo...
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