domingo, 3 de febrero de 2008

CALLES DE CUADROS

Sólo las once de la mañana y el sol aprieta en la cintura. No sé cuanto hace que pasó por mis zapatos, pero prefiero andar descalza. Las veredas están limpias, algunas quebradas por el espanto del agua cuando ya no es bendito el cielo, otras por el cansancio del tiempo.
Están abiertas las puertas, algunas con cortinas de colores, porque la mosca también es vecina de las parras, que se cosechan en abril y marzo.
La mano en mi frente impide que la luz se lleve mis pupilas hacia las montañas, se ocupa de no quede de espaldas al pueblo que sólo tiene dos calles.
Como en el cauce de un río, me bordean las casas. Blancas, bajas, con los brazos extendidos hacia mí, porque estoy perdida en un paraje que no conozco.
La primera que sale a la puerta, con sonrisa mendocina y tonada de provincia. Suave, de uva dulce, las chiquitas, las que no salen de la parra. Y los pies de vino patero, de planta ancha. La pollera es más grande que ella y la escoba, un tercer brazo que a esta hora la acompaña, a limpiar las veredas, a asomarse a las otras casas.
Me ofrece agua. Gira su pelo negro, se deshace su atado y le cae por la espalda. Y adentro, la cacerola que no oigo que cocina, pero ella sí sabe, porque los borbotones del agua hirviendo los conoce mejor que nadie. Por un segundo se queda quieta y con vergüenza, pensé en mi cámara. El cuadro en el que estaba, se movía y me hablaba. Sobre su piso de tierra, lisito, casi planchado.
Pero todo lo que veo parece haberse amado tanto…
Tomo su agua, fresca, de las acequias, la misma que divide en nada o en todo, su vida y la de todo el pueblo, a pesar de tener tan cerca la ruta.
Quisiera ser india, de cualquier lugar de esta tierra, aunque la Argentina tenga forma de pistola invertida. Apuntando al sur.
La de al lado, entra con un mocoso envuelto en nada, dándole lecha tibia, la que sale de su cuerpo, la que no se acaba. Con el otro brazo revuelve la cacerola que no entiendo y pregunta por mí.
Dios, si existís, quiero esa cara, ese perfil inclinado sobre algo. Se leen todos los sentidos y ella apenas se mueve para hamacar un poco a quién mama…
Como el sol entra sin permiso, las sombras se dibujan en el suelo y leo sus cuerpos que brillan más en el piso, porque acarician la tierra madre y están descalzas.
Yo también, pero no tengo, esos silencios largos en las miradas.
No hay foto que valga lo que ven mis ojos, cuando entra el compadre, de facón y rastra deshilachada. Palito de árbol en la boca, hacia un costado y me pregunta si necesito que me acompañe.
Nadie se pierde en un pueblo, que tiene sólo dos cuadras.
Yo me he perdido compadre, por haber vivido lejos, de dónde tengo el alma.
Si quisiera prestarme un rato, parte de su tarde, ver cómo cambian los cuadros, que en cada puerta se enmarcan, le cambio mi cansancio por su pausa necesaria.



MERCEDES SAENZ

2 comentarios:

Unknown dijo...

Merci es maravilloso la manera en que relatas una situacion en la que yo estuve a tu lado y vi tan poco
un beso willie

Avesdelcielo dijo...

Cuadros que encajan ante la vista de quien lee, conocidos paisajes del pueblo de interior. Creo, Merci que uno se pierde en esos lugares aunque tengan pocas cuadras porque nos faltan los ojos del alma.
Una gran nostalgia me dió el texto, que me parece perfecto.
MARITA RAGOZZA