MIS DUENDES INOPORTUNOS
La mirada se resbala en vacilación y matices, no sabe dónde detenerse. Mira con lento amor los rincones y cree ver las sombras de dioses pequeños-¿duendes?-que habitaron ángulos que parecen convertidos ahora en lugares minúsculos.
Bailan con temor a distraerme. Sus voces de niños protestan por la desventura de no atender su universo. Son tan pequeños que a veces caben en mi mano.
Les propongo un después porque estoy feliz escribiendo ahora.
Se sienta uno en el borde de la hoja, acaricia su barba con un gesto muy serio, quiere hablar de las inclemencias inmorales del mundo.
- Quiero hacer un verso de amor, estoy feliz- le digo- Ya he leído mucho hoy sobre el dolor, lo he vivido y nunca se va del todo.
Se bajó de la hoja empujado por un pequeño soplido.
“es tu mano, la de anoche, la que aún recorre mi espalda, es tu voz la que no habla y se reclina en secreto en mis oídos y es tu beso el que fabricó mil zonas descubriendo las partes mas invulnerables de mi cuerpo. Es el agua que se acurruca en las cavernas de las bocas para desparramarse en el último pedazo de carne que ya no es otra cosa que el alma. Es que amarte me extiende por el mundo cómo una orilla que se detiene cuándo hay un paraíso, es que te amo, a lo largo del día y con la última copa de vino. Es que te amo y lo único que me pediste es que no te diera tregua. Es que te amo, feliz.”
- Esta bien, ¿pero después me lo prestas? La que está sobre tu hombro, la de trencitas rubias, me ha pedido un verso y no sé que ponerle.
Se sentaron los dos sobre mis manos, movían los pies colgando hacia el suelo tan lejano, como los niños impacientes esperando que arranque la calesita.
- Hablen tranquilos – les dije. Sólo voy a escucharlos. Mañana les escribiré lo que han dicho. No hay verso de amor más grande que hablarse a los ojos queriendo decirse todo.
Los miraba y mi verso de amor, esperando.
Mercedes Sáenz
La mirada se resbala en vacilación y matices, no sabe dónde detenerse. Mira con lento amor los rincones y cree ver las sombras de dioses pequeños-¿duendes?-que habitaron ángulos que parecen convertidos ahora en lugares minúsculos.
Bailan con temor a distraerme. Sus voces de niños protestan por la desventura de no atender su universo. Son tan pequeños que a veces caben en mi mano.
Les propongo un después porque estoy feliz escribiendo ahora.
Se sienta uno en el borde de la hoja, acaricia su barba con un gesto muy serio, quiere hablar de las inclemencias inmorales del mundo.
- Quiero hacer un verso de amor, estoy feliz- le digo- Ya he leído mucho hoy sobre el dolor, lo he vivido y nunca se va del todo.
Se bajó de la hoja empujado por un pequeño soplido.
“es tu mano, la de anoche, la que aún recorre mi espalda, es tu voz la que no habla y se reclina en secreto en mis oídos y es tu beso el que fabricó mil zonas descubriendo las partes mas invulnerables de mi cuerpo. Es el agua que se acurruca en las cavernas de las bocas para desparramarse en el último pedazo de carne que ya no es otra cosa que el alma. Es que amarte me extiende por el mundo cómo una orilla que se detiene cuándo hay un paraíso, es que te amo, a lo largo del día y con la última copa de vino. Es que te amo y lo único que me pediste es que no te diera tregua. Es que te amo, feliz.”
- Esta bien, ¿pero después me lo prestas? La que está sobre tu hombro, la de trencitas rubias, me ha pedido un verso y no sé que ponerle.
Se sentaron los dos sobre mis manos, movían los pies colgando hacia el suelo tan lejano, como los niños impacientes esperando que arranque la calesita.
- Hablen tranquilos – les dije. Sólo voy a escucharlos. Mañana les escribiré lo que han dicho. No hay verso de amor más grande que hablarse a los ojos queriendo decirse todo.
Los miraba y mi verso de amor, esperando.
Mercedes Sáenz