Vuelan suaves, desde el fondo silban una transparencia leve. Imagen de Marcela Baubeau de Secondigne
sábado, 11 de octubre de 2008
UN SÓLO RENGLÓN
Para agradecerle a Carlitos Paez Villaró el sol que me entregó en las manos. Un abrazo. Mercedes Sáenz.
miércoles, 8 de octubre de 2008
QUERÍAN DECIR VOSOTROS
Desde este lugar chiquito, es mi pequeño retazo de memoria,
tratando de cuidar las palabras para que no sean estiletes que acusan sin razón
a los que nada tuvieron que ver. Para recordar a los verdaderos valientes, no a los que se embaderan en justicieras cruzadas si tener la menor idea de lo sucedido. Este texto simple
podría escribirlo en quechua, pero llegaría sólo a unos pocos y creo que todos de alguna manera
tratando de cuidar las palabras para que no sean estiletes que acusan sin razón
a los que nada tuvieron que ver. Para recordar a los verdaderos valientes, no a los que se embaderan en justicieras cruzadas si tener la menor idea de lo sucedido. Este texto simple
podría escribirlo en quechua, pero llegaría sólo a unos pocos y creo que todos de alguna manera
con el corazón debemos rendirles homenaje y en lo que nos compete a cada uno, reparar el genocidio.
Para todos mis indios, antes de un 12 de octubre
QUERIAN DECIROS VOSOTROS
Piel de la tierra
espaldas anchas
descalzo por siglos,
lanza y piedra
bravura de honor,
era quiénes habitaban
de norte a sur.
El oro
parte
de lo que daba la tierra
se descolgaba del sol
para hacerlo eterno
en las manos.
La plata, hembra metal
tan fuerte cómo sus mujeres.
El mundo era uno
en los campos sembrados
de dónde sacar sólo
lo que se necesitaba.
Universo imperfecto tal vez
bautizados por los ríos
por los siglos de los siglos,
de norte a sur.
Y llegaron ustedes de encaje y arcabuces
blancos y sedosos y
querían decir vosotros
antes de matar, matar, matar.
Mercedes Sáenz
Para todos mis indios, antes de un 12 de octubre
QUERIAN DECIROS VOSOTROS
Piel de la tierra
espaldas anchas
descalzo por siglos,
lanza y piedra
bravura de honor,
era quiénes habitaban
de norte a sur.
El oro
parte
de lo que daba la tierra
se descolgaba del sol
para hacerlo eterno
en las manos.
La plata, hembra metal
tan fuerte cómo sus mujeres.
El mundo era uno
en los campos sembrados
de dónde sacar sólo
lo que se necesitaba.
Universo imperfecto tal vez
bautizados por los ríos
por los siglos de los siglos,
de norte a sur.
Y llegaron ustedes de encaje y arcabuces
blancos y sedosos y
querían decir vosotros
antes de matar, matar, matar.
Mercedes Sáenz
lunes, 6 de octubre de 2008
ESTA NOCHE TAL VEZ


ESTA NOCHE TAL VEZ
Hay una casa que empieza en la ochava de una esquina, de columnas labradas y ángeles niños con las narices rotas. Dos puertas de madera que a nada le temen porque el tiempo poco les ha hecho. La cadena que cuelga con un candado abierto es una tonta ironía pues nadie se anima a tocar siquiera la pintura de afuera, harapos de mariposas, astillas que el viento hará volar cuando se le antoja.
Dos escalones de belleza pura y ancha reparados por un techo en que los tirantes se trenzan más arriba con moños de clavos gruesos imperturbables.
Ahí está ella y no llora. Esperando cada noche. Envuelta en mantas y cartones sosteniendo un jarro de lata con guantes que no cubren la punta de los dedos. A veces el vino que cae del jarro se vuelca y se pega en el pelo cuándo la cabeza se inclina soñando con su nombre en el mármol que no llega a cubrirla para siempre.
Hace años su hijo murió de un tiro en esa esquina, en esa puerta.
Han querido sacarla mil veces y dicen que sólo contesta con una mirada de ceniza.
Esta ahí y no llora cómo un embrión que un soplido hará nacer más lejos.
Está siempre ahí, dicen también que la casa es suya.
El campanario de la catedral cercana azota antes que amanezca y entonces ella llora.
Cuándo oscurezca de nuevo esta noche esperará , y tal vez…
Mercedes Sáenz
martes, 30 de septiembre de 2008
CARAMELOS SUCIOS
CARAMELOS SUCIOS
Se levantó cómo siempre de un tumulto y barullo. Sin espejo, más que el chiquito del baño. Algunos de los diez y seis de su familia se habían ido por el día, por unas horas o por un tiempo. No sabía de quién era una cara nueva que dormía en uno de los únicos dos cuartos.
Sacó de abajo del colchón una bolsa pegajosa de caramelos ácidos y unos papelitos de colores rosa liviano y casi transparentes. Los puso arriba de dónde dormía por ratos, si estaba vacío. Envolvió con habilidad uno por uno y los guardó en una mochila que usaba sin saber su dueño. La panza ya hacía ruido y tal vez la otra señora del kiosco, la otra, la que está cerca de la estación, le diera un mate cocido con pan fresco y manteca con olor a derretida. Era el trato si lo veía todos los días vendiendo caramelos.
Se subió al tren después de un día de paro ferroviario. No lo mires dijo la señora parada al lado con una chiquita. Y no lo toques aunque se pare cerca.
En tanto sin que lo viera, uno de sus hermanos envolvía pacos y la señora esa y la otra seguían con sus vidas. ¿Quién quiere mirarlo? Saberlo
Mercedes Sáenz
Se levantó cómo siempre de un tumulto y barullo. Sin espejo, más que el chiquito del baño. Algunos de los diez y seis de su familia se habían ido por el día, por unas horas o por un tiempo. No sabía de quién era una cara nueva que dormía en uno de los únicos dos cuartos.
Sacó de abajo del colchón una bolsa pegajosa de caramelos ácidos y unos papelitos de colores rosa liviano y casi transparentes. Los puso arriba de dónde dormía por ratos, si estaba vacío. Envolvió con habilidad uno por uno y los guardó en una mochila que usaba sin saber su dueño. La panza ya hacía ruido y tal vez la otra señora del kiosco, la otra, la que está cerca de la estación, le diera un mate cocido con pan fresco y manteca con olor a derretida. Era el trato si lo veía todos los días vendiendo caramelos.
Se subió al tren después de un día de paro ferroviario. No lo mires dijo la señora parada al lado con una chiquita. Y no lo toques aunque se pare cerca.
En tanto sin que lo viera, uno de sus hermanos envolvía pacos y la señora esa y la otra seguían con sus vidas. ¿Quién quiere mirarlo? Saberlo
Mercedes Sáenz
jueves, 25 de septiembre de 2008
UN DIOS Y SEPTIEMBRE
UN DIOS Y SEPTIEMBRE
Sube y baja el agua por los siglos de los siglos. Se hace desierto la memoria. El sol lo es y tan fuerte que todo lo aquieta. El ruego pide y acude un silencio sin respuesta. Se sueña siempre con las manos que trabajan hasta la otra orilla.
El hombre aquí parece haber olvidado el mundo, no se va de él.
Vuelve sin rencor aún cuándo todo queda disperso en tierra de inocencia blanda. Perdona cuándo la raíz invade con lentitud cómo un impulso anunciado irrefrenable. Después de todo, todo crece mil veces.
Y a mi me dió los ojos y no sé en dónde están mis manos.
Mercedes Sáenz
domingo, 14 de septiembre de 2008
POEMA PARA EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS
POEMA PARA EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS
Los ojos negros se hunden en mí y suelen prenderse con la ternura de una lámpara de aceite tibio titilando bordes de oscuridades, símbolos de derrumbar muros cuándo soy vulnerable a cualquier hora que empieza el alba. Los ojos negros me llevaban por el mundo, por los indios, por los moros, por esa redondez dónde no hay límite de color en la pupilas.
Pero los tuyos son el azul bruto del mar más embravecido y el último celeste de la tarde antes de que se acabe el cielo, antes de girar sobre mis latidos cómo una noria incansable curando mis heridas.
Esa delicia de encontrarme en tu mirada que me hacen volver con la sed de mi propio sudario a empaparme con sólo el rumor del agua tuya.
Esos que me hacen una vez más despertarme con vos y hacer un poema acostado por saber que el sabor del pan sigue siendo el mismo.
Ojos azules, una mañana de estas salpicaré con besos algunos trazos negros detrás de tus pestañas y creeré entonces que estoy dando la vuelta al mundo. Al tuyo y al mío, amor.
Mercedes Sáenz
sábado, 13 de septiembre de 2008
MIS DUENDES INOPORTUNOS
MIS DUENDES INOPORTUNOS
La mirada se resbala en vacilación y matices, no sabe dónde detenerse. Mira con lento amor los rincones y cree ver las sombras de dioses pequeños-¿duendes?-que habitaron ángulos que parecen convertidos ahora en lugares minúsculos.
Bailan con temor a distraerme. Sus voces de niños protestan por la desventura de no atender su universo. Son tan pequeños que a veces caben en mi mano.
Les propongo un después porque estoy feliz escribiendo ahora.
Se sienta uno en el borde de la hoja, acaricia su barba con un gesto muy serio, quiere hablar de las inclemencias inmorales del mundo.
- Quiero hacer un verso de amor, estoy feliz- le digo- Ya he leído mucho hoy sobre el dolor, lo he vivido y nunca se va del todo.
Se bajó de la hoja empujado por un pequeño soplido.
“es tu mano, la de anoche, la que aún recorre mi espalda, es tu voz la que no habla y se reclina en secreto en mis oídos y es tu beso el que fabricó mil zonas descubriendo las partes mas invulnerables de mi cuerpo. Es el agua que se acurruca en las cavernas de las bocas para desparramarse en el último pedazo de carne que ya no es otra cosa que el alma. Es que amarte me extiende por el mundo cómo una orilla que se detiene cuándo hay un paraíso, es que te amo, a lo largo del día y con la última copa de vino. Es que te amo y lo único que me pediste es que no te diera tregua. Es que te amo, feliz.”
- Esta bien, ¿pero después me lo prestas? La que está sobre tu hombro, la de trencitas rubias, me ha pedido un verso y no sé que ponerle.
Se sentaron los dos sobre mis manos, movían los pies colgando hacia el suelo tan lejano, como los niños impacientes esperando que arranque la calesita.
- Hablen tranquilos – les dije. Sólo voy a escucharlos. Mañana les escribiré lo que han dicho. No hay verso de amor más grande que hablarse a los ojos queriendo decirse todo.
Los miraba y mi verso de amor, esperando.
Mercedes Sáenz
La mirada se resbala en vacilación y matices, no sabe dónde detenerse. Mira con lento amor los rincones y cree ver las sombras de dioses pequeños-¿duendes?-que habitaron ángulos que parecen convertidos ahora en lugares minúsculos.
Bailan con temor a distraerme. Sus voces de niños protestan por la desventura de no atender su universo. Son tan pequeños que a veces caben en mi mano.
Les propongo un después porque estoy feliz escribiendo ahora.
Se sienta uno en el borde de la hoja, acaricia su barba con un gesto muy serio, quiere hablar de las inclemencias inmorales del mundo.
- Quiero hacer un verso de amor, estoy feliz- le digo- Ya he leído mucho hoy sobre el dolor, lo he vivido y nunca se va del todo.
Se bajó de la hoja empujado por un pequeño soplido.
“es tu mano, la de anoche, la que aún recorre mi espalda, es tu voz la que no habla y se reclina en secreto en mis oídos y es tu beso el que fabricó mil zonas descubriendo las partes mas invulnerables de mi cuerpo. Es el agua que se acurruca en las cavernas de las bocas para desparramarse en el último pedazo de carne que ya no es otra cosa que el alma. Es que amarte me extiende por el mundo cómo una orilla que se detiene cuándo hay un paraíso, es que te amo, a lo largo del día y con la última copa de vino. Es que te amo y lo único que me pediste es que no te diera tregua. Es que te amo, feliz.”
- Esta bien, ¿pero después me lo prestas? La que está sobre tu hombro, la de trencitas rubias, me ha pedido un verso y no sé que ponerle.
Se sentaron los dos sobre mis manos, movían los pies colgando hacia el suelo tan lejano, como los niños impacientes esperando que arranque la calesita.
- Hablen tranquilos – les dije. Sólo voy a escucharlos. Mañana les escribiré lo que han dicho. No hay verso de amor más grande que hablarse a los ojos queriendo decirse todo.
Los miraba y mi verso de amor, esperando.
Mercedes Sáenz
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