lunes, 7 de abril de 2008

ESA VOZ SILENCIOSA


ESA VOZ SILENCIOSA

la del que no puede hablar, la que intentamos oir disfrazada de cualquier forma, la propia que a veces no sabe oir la de otro.



Quedó a un costado. La línea de su dibujo pareció no haber cambiado cuando llegó conteniendo algunos troncos apretados. Limitaba el espacio con algo de prepotencia. Los pedazos de quebracho colorado, sueltos en su interior, muertos antes de morir de nuevo queriendo escapar seguramente. Mis manos los atrapan, ¿los liberaban? para convertirlos en fuego.
Me miró en silencio largo rato y nunca entendí porque esa debilidad de láminas cruzadas de madera con alambre tenía por un segundo algo parecido a mi piedad. Lo llevé al fondo de las penitencias, al último cuarto dónde queda en suspenso cualquier destino de objetos que parecen inciertos. Ese lugar hace que el imprevisto de algún día les de la posibilidad de convertirlos en algo oportuno y útil.
Los débiles y la fuerza gravitan tanto en cualquier pedazo del día. Lo paré delante de mí esperando en el absurdo una respuesta de su parte.
Era un simple cajón de madera, tumba rodante de miserias, corral de basuras, esqueleto portador de alguna necesidad.
Pero yo lo veía de una belleza tan serena, lineal, sin haber elegido tener esa forma, pero así había llegado a mí.
Y yo tenía el fuego prendido, ese mismo fuego que no postergó la paciencia del hombre para aprender que se hace tibio o arrasador. El mismo que convertía en santos a los pensadores en una parte de la tierra. Hombres y mujeres de fuego devorados por los palos encendidos.
El fuego que cuando se tiene en el pecho gravita en cualquier parte del día. Y lo abracé. Lo barnicé de capas color tierra para que nunca muera por lo menos delante de mí.
Y me mira, vacío, sin comprender.
Mercedes Sáenz

viernes, 4 de abril de 2008

ELLA CREIA QUE HABIA SIDO


ELLA CREIA QUE HABIA SIDO




Pelo rubio rebelde mojaba su almohada. Tenía ojos amarillos, casi de gato y un sentido del equilibrio y de la estética no demasiado conocidos por nosotros entonces. Tan chica, lo veo ahora, le planteaba a marzo que no era mes para empezar el colegio. A los veinticinco días se quedaba libre sin posibilidad de apelación alguna.
- Quiero trabajar, me aburro con ésas. Son divertidas sólo cuando se ratean. Lo que mejor saben hacer es tomar un tren para irse al Tigre.
Se escondió en la cama durante el día y cuando apenas se iba la luz, se prendían los ojos buscando qué rumbo era mejor para no pensar en la idiotez de vivir con la obediencia de los pocos que tenían mochila.
A los catorce era bueno que no se alejara mucho, y en frente, tan sólo enfrente, un lugar, de ésos que la marca es mejor que toda la ropa junta. Mamá la dejó trabajar unas pocas horas a la tarde, suficientes para cambiarle la vida.
- Todo lo que hay en esta casa es un asco mamá. Yo quiero otra cosa. Si no entendes eso, también sos una tonta. Por eso se debe de haber ido papá. Queriendo no acordarse cómo, lo esperaba muchas veces, sola, sentada en el living que había sido un lugar difícil de ocupar debido a la cantidad de chicos que éramos y había que tratar de preservarlo.
Afiló las garras y atropelló a la vida. Le sacó cada parte con acuerdo mutuo de que le entregara todo lo que le correspondía. Brillaba sola. El fuego de una única vela en oscuridad cerrada. Y cómo los felinos cuándo han de cambiar sus hijos de madriguera, tomó a su madre y a sus miles de hermanos y los fue cambiando de nido.
Todo lo que me correspondía, le había dicho a la vida y un día le tiró abajo los huesos, con un dolor largo y negro que no podía ni atarse el pelo.
Ella creía que había sido.
Y la otra noche la vi.
Cómo un enorme sol en la oscuridad cerrada, como esos brillos que no pueden apagarse porque salen de su propia fuerza, de su capacidad de lucha y de atrás de los ojos de gato, la generosidad más grande para todo aquél que la necesitara.
Se llama María José y la vida devuelve, si le había correspondido.

Mercedes Sáenz

martes, 1 de abril de 2008

EL RESTO DEL OVILLO

EL RESTO DEL OVILLO




Hoy necesita respirar aire afuera, cuánto, cuánto. Caminar hasta dónde pueda.
Mañana es dos de abril. Es la que pusieron.
Mañana se sentará en la silla hamaca del cuarto cómo un antes cualquiera cuándo esperaba haciendo puntos con algún resto del ovillo. Moverá los pies un poco cómo para saber que no se ha detenido el tiempo. No se acuerda la fecha en que se fue, tampoco la que le dijeron que había muerto.
Debajo de la cama hay dos borceguíes atados por los cordones. Asoma inclinada la suela rota y el cuero que parece persistir inmutable. Quedaron de un entrenamiento intenso-había dicho el hijo- antes de embarcarse sin saber destino.
Mañana va a acordarse todavía cuándo le previno del reto posible por habérselos traído a casa.
Mañana se sentará en esa silla, mirará un punto fijo hasta que la luz desdibuje los botines y las lengüetas parezcan parte del piso. Hasta que acabe el día y curve su espalda, suba los pies hasta tocarse el pecho que duele y se abrace a las piernas, probablemente hecha un ovillo.
Mercedes Sáenz

domingo, 30 de marzo de 2008

TRES KILOS DE DULCE DE LECHE Y UN ALFAJOR




TRES KILOS DE DULCE DE LECHE Y UN ALFAJOR





Veía los imaginarios cuchillos llegar en el peor de los desvelos. Sucederse a la anticipación le sacaba el sueño. A ella se lo estaban por decir.
En el cuarto, esa ciudad que muchas veces se habita con la identidad fingida, dejó de ser el lugar en dónde se jugaba con los sueños. Abrazados de placer tantas veces porque sí, porque no había nada para contar.
A ella se lo estaban por decir y sólo se le ocurrían respuestas monosílabos cómo una montaña de canturreos de sapitos frente al agua.
- ¿Lo sabré entender? se preguntaba ¿me lo sabrá explicar? Insistía.
Tanto era el amor de ella que sintió que se le partía el pecho.
Él llegaba en general temprano. Temprano se sentó a esperarlo con las piernas cruzadas cómo siempre. Algo de india, algo de piernas que sobran porque no tocan el suelo.
Él era tan inteligente, esos cuerdos y lógicos, apasionado pero muy lúcido y ella en alguna parte también pero de otra tajada, su pasión era mezcla de impulso y atropello, sin brevedad, sus monosílabos eran cómo los sapitos frente al agua.
Y oyó la llave que abría ese cuadrado que más que transparente hoy consideraba siniestro. A ella se lo estaban por decir.
Lo miró sin saber cómo, en realidad ella ya no sabía quién era y los ojos de él estaban tan resueltos y cansados…y antes de que el apoyara la pipa en una mesa le dijo:
-¿Me querés decir que tenés tres kilos de dulce de leche y un solo alfajor para rellenar? Digo, parecido, no importa cuál porcentaje es parte de quién.
- Ponete los zapatos y vamos a tomar un café abajo ¿querés?
A ella se lo estaban por decir y lo siguió, descalza, mientras una mano que quedó en el aire intentó acompañar su espalda.

Mercedes Sáenz

jueves, 27 de marzo de 2008

RECUERDO UNA VEZ QUE ESTUVE



RECUERDO UNA VEZ QUE ESTUVE



Un extraño sueño del libro de las memorias me condujo cada vez más lejos.
Me encontré recostada contra un roble que tiene mil años de aplastados perfiles que reducen historias que tal vez no fueron. Creo recordar, no sé si lo imagino, que una vez estuve juntando feliz carozos de palta unos metros más abajo.
El roble se extendía al norte de ese sur disfrazado de porfiado y secreto.
El miedo (menos sensato) cómo un recipiente frágil me llevaba a una quietud de rezos y cobardía. Navegaba la imaginación o la memoria contramano en un total azul de otras palabras.
Quise quedarme recostada contra un roble que tiene mil años y lentamente recuperar la ternura en el terreno conocido dónde nada lastima.
Me recuerdo con la frente lisa de ideas despiadadas y con las manos húmedas de la buena lluvia. La boca no acababa en mi ni en esa otra oscura voz de la distancia.
Recuerdo que una vez estuve juntando carozos de palta a unos metros.
Más abajo, dónde otro amor era el norte y el sur no era frío.
Recostada en un roble que tiene mil años el amor que duele dura sólo unos segundos.

Mercedes Sáenz

sábado, 22 de marzo de 2008

ESTA MAÑANA



ESTA MAÑANA





Era de crines claras. Le cabeceaba al sol esquivando el alambrado absurdo. Y la tierra no contestaba galope liviano, tan sólo una huella que quedaba después.
Potranca de campo abierto, la miró, adivinando los pocos meses de nacida.
- Cómo a cristiana le voy a poner, ésta no viene de vientre burro, es princesa ésta. Y la vió cruzar dorada cómo en un cielo de pasto alejándose con alas imaginadas por el sol en el lomo.
- Carolina, le voy a poner, como la que se casó con ese loco de las revistas.
- Si ese es, será Don
Al Don se le apretaron un poco los ojos, haciendo simetrías las arrugas y en la mirada no se sabía cuánto amor o cuánta expectativa encontraba si pasaba la tranquera.
- Hay que marcarla, Don.
Ni el Che Patrón era, pero era quién decidía los detalles históricos de campo, el que más rezaba cuándo había que embolsar imprevistos.
- No la quemes, le vas a sacar lo redondo del anca, ¿quién le hace la curva de nuevo, así tan lisita?
Cómo mostrando, los piques de la potrilla se frenaban de pronto, angulaba su cuello de supuesta estirpe, giraba cómo si un transparente de plomo le hubiera puesto freno a su libertad simulada, y era un más lindo nomás, verla tomar carrera para otro lado cómo si su tierra fuera plana e interminable, por más que se alejara quedaba en alguna línea de luz.
- Mañana le vengo temprano, los ojos no le he visto todavía. Con azúcar y de a poco, no creo que se deje amansar a palos. Cómo los indios antes, me le animo en la laguna. Puedo en el agua que no es honda y no va a dejarla correr.
Oscuro le llegó al potrero y esperar era algo que él sabía. En diagonal se cruzó una soga en el pecho y quiso esperar la luz apoyándose en la tranquera que se abrió sin que su mano la tocara.


Mercedes Sáenz

miércoles, 19 de marzo de 2008

LA BUENA IGNORANCIA DE SABER

LA BUENA IGNORANCIA DE SABER




Caminar con pecho desconocido hacia las horas. El alivio tranquilizador tarda en llegar. Estalla la duda en cualquier cara, ya no acecha, tan cómplice se ha vuelto. Imaginar a veces no es distancia. Ignoraba qué sabía.
Pasaban las horas y una sola carta era demasiado corta para distribuirla en el día. Se llamaba Belén y por pesebre un centro de detención.
La mirada se vuelve juez y cualquier cosa que mira la sentencia desparrama y vuelve lista para otra vez.
Un teléfono absurdo que empieza con ceros, con la nada cómo los juegos que prometen todo. Una madre de los padres puede estar en algún lado.
Adopción de buena fe sabida y corazón de caballo desbocado. Mientras su vida se hacía, abuelas organizaban por todo Latinoamérica un tejido de treinta años. Ignoraba qué sabía, el día que supo la encontraron.
Mercedes Sáenz


Para los que no lo recuerdan Belén existió, sólo que la conocí por la difusión de los medios. Mercedes Sáenz