lunes, 7 de abril de 2008

ESA VOZ SILENCIOSA


ESA VOZ SILENCIOSA

la del que no puede hablar, la que intentamos oir disfrazada de cualquier forma, la propia que a veces no sabe oir la de otro.



Quedó a un costado. La línea de su dibujo pareció no haber cambiado cuando llegó conteniendo algunos troncos apretados. Limitaba el espacio con algo de prepotencia. Los pedazos de quebracho colorado, sueltos en su interior, muertos antes de morir de nuevo queriendo escapar seguramente. Mis manos los atrapan, ¿los liberaban? para convertirlos en fuego.
Me miró en silencio largo rato y nunca entendí porque esa debilidad de láminas cruzadas de madera con alambre tenía por un segundo algo parecido a mi piedad. Lo llevé al fondo de las penitencias, al último cuarto dónde queda en suspenso cualquier destino de objetos que parecen inciertos. Ese lugar hace que el imprevisto de algún día les de la posibilidad de convertirlos en algo oportuno y útil.
Los débiles y la fuerza gravitan tanto en cualquier pedazo del día. Lo paré delante de mí esperando en el absurdo una respuesta de su parte.
Era un simple cajón de madera, tumba rodante de miserias, corral de basuras, esqueleto portador de alguna necesidad.
Pero yo lo veía de una belleza tan serena, lineal, sin haber elegido tener esa forma, pero así había llegado a mí.
Y yo tenía el fuego prendido, ese mismo fuego que no postergó la paciencia del hombre para aprender que se hace tibio o arrasador. El mismo que convertía en santos a los pensadores en una parte de la tierra. Hombres y mujeres de fuego devorados por los palos encendidos.
El fuego que cuando se tiene en el pecho gravita en cualquier parte del día. Y lo abracé. Lo barnicé de capas color tierra para que nunca muera por lo menos delante de mí.
Y me mira, vacío, sin comprender.
Mercedes Sáenz

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquí hay un alma que desea salir al aire, como la llama del fuego... pero esa tensión le sujeta a la tierra ya que sabe que, "si vuela" el alma parte pero el cuerpo queda.