jueves, 29 de mayo de 2008

VERSO DE SÓLO UN DIA

VERSO DE SÓLO UN DIA




¿ te hablaron
y dolieron?
seguro,
con razón
o
sin ella.
tantas veces
también
habrás hecho heridas.
No puedo
sacarlas del alma
las siento
caminar
como un caracol
con su casa puesta
por los laberintos de mis oídos.
cuánto
he hecho no lo sé
qué me hicieron tampoco
pero vivo de las palabras
y
con ellas
me han hecho
pedazos.
Alguien que quiero
se ha muerto
o yo había muerto primero
y no lo sabía.

guardaré
silencio de luna
me haré de marfil,
de humo,
para poder
decir sin que me oigas.

te quise y te quiero con el alma.
alma que ahora
bebe
sombras.
Mercedes Sáenz

SENTARSE A NEGOCIAR

SENTARSE A NEGOCIAR


Hay un puente de piedra no muy grande que cruza una zanja profunda dónde el agua hace años que no crece. Se mantiene así como una alfombra de espejos retacitos producto de últimos arreglos municipales. Le digo puente pueblo porque está en las afueras del conurbano y es distinto a cualquier otra parte. Hay un sauce y poco puede agregarse cuándo hay un sauce debajo de un puente de piedra y sus ramas llegan hasta el suelo.
Descendí un poco la barranca y unos versos que ya andaban por mi cabeza empezaron a ordenarse mientras mordisqueaba distraídamente una manzana.
Las ramas verdes se movieron y apareció con su ropa de tierra y sueño, con sus veinte años o más y el pelo separado en versículos de los tirones que le había dado más de uno de los que creen que enseñan cómo enderezarse en la vida. Las piernas medias desnudas ofreciendo una inocencia generosa a los tajos que ya ni siquiera se sienten.
Tanto mío lo siento a este pedazo de puente pueblo que nunca me di cuenta que no tenía miedo. Seguí masticando mientras mi lengua nunca tan tonta separaba en mi boca la cáscara de la manzana, no sé para qué, creo que para no hablar, porque me la tragaba igual.
Se sentó a unos metros, pocos, el sol le pegó en los ojos negros sin hacerlo pestañear siquiera y prendió un cigarrillo de marihuana.
- ¿Cómo te llamas?, pregunté hablando con la boca llena (no tenés edad hija diría mi madre).
- ¿Le importa?
- No particularmente. Quiero que vengas conmigo a un lugar. Es a dos cuadras. Te presento a alguien, si no te interesa, vos solito hacés tu chau. Mañana voy a volver cómo casi todos los días de sol y haré de cuenta que no te he visto.
- ¿Si no, qué? ¿Cree que puede hacerme algo por este fasito de mierda?
- Sabés que no y particularmente no me interesa.
- ¿Usted es media rara Doña? Muchas veces la vi. desde abajo el árbol y anda sola colgada de no sé que cosas mirando para arriba y escribiendo. ¿A dónde quiere llevarme?
- Vamos. Me paré y me siguió callado sin saber porque. Su cuerpo no parecía demostrar la menor intriga. De sus ojos no puedo decir nada porque mientras caminábamos no podía mirarlos. Fumaba en las dos cuadras tranquilamente su cigarrillo de marihuana.
Llegamos a la Iglesia de San José. Antes de verle la cara de resistencia o de asombro me apuré a decir: No lo apagues, por favor no lo apagues.
Golpee la puerta que conozco y apareció Juan, el cura párroco.
- Juan quiero que hables con él, si me precisas para algo me llamás. Le colgué a Juan un beso medio manzano y me fui pegando la vuelta. Llegué a ver que entraron los dos.
Volví masticando manzana a mi puente pueblo. Me senté de nuevo en la barranca pensando como sería sentarse a negociar con Juan que hace ya dos años que es el amante de una amiga mía y que ambos fuman marihuana.
Es más fácil discutir cualquier cosa bajo techo y con un plato de buena comida
Mercedes Sáenz.

VERSO QUE SE LEE SOLO

VERSO QUE SE LEE SOLO



No te pongas vertical
severo y triste
de pie,
como un soldado vigilando que escribí.
Hacé de amigo y
sostenete un rato en palabras sueltas
para después
acostarte al lado mío y hacerte amigo.
Los poemas también se acuestan como una sábana
bordada y de fiesta
y se los acaricia.
hoy te necesito poema acostado
para que en mi oído repitas
que necesito una tregua,
para que me traduzcas que es atemporal
para que tire un llavero que creí mágico de sueños
y pasaré mi mano por tus letras cómo un ciego
y mi alma sola fabricará otros sueños que esperan por mi.


Mercedes Sáenz

domingo, 25 de mayo de 2008

LA NARANJA ROTA



LA NARANJA ROTA




La casa histórica no asoma detrás de la reja. Árboles centenarios se han ocupado de dejarla ver apenas cómo un bosquejo, un poco para hacerse saber que existe. Un poco para que en este siglo nadie la vea entera. Los márgenes sociales son tan grandes que aún a los cuidadores les da cierta picazón en la nuca pertenecer aunque sea por trabajo a semejante belleza, a esa quietud gigantesca, que por más que se adivine de afuera, parece que cómo una diosa se hubiera construido sola. No importa quienes la terminaron, es tal la soberbia de su arquitectura que su ostentación obliga a los más osados a una reverencia inconfesa.
Delante de la reja hileras de azahares en la calle que fueron naranjas, ahora colgando algunas porque no han caído todas.
De los dos niños que hay en la vereda, el más chico no sabe enmudecer por gigantes esculturales. Si hay puertas y algunas ventanas abiertas aunque sea a lo lejos, simplemente hay alguien que vive. Golpea las manos, repetidas veces.
Una señora cilíndrica viene caminando por un jardín impecable con dos perros revoloteando por su vestido. No ladran, la cola se mueve lenta. Adiestramiento puro del perro que aprendió a atacar sin ladrido previo cuándo se le da la orden.
- ¿Qué queres pibe? Es el grito que poco claro se oye, pero es lo que siempre se dice.
- Le junto naranjas doña, se las dejo en la puerta, para el dulce y usté me deja una cosita para comer, a mi hermano y a mí, lo que quiera.
La mujer levanta la mano en un gesto indefinido cómo espantando una mosca. En el gesto puede entenderse lo que cada uno quiera leer y vuelve a meterse adentro. Un perro quiso acercarse un poco más hasta los niños, pero algo deben haberle dicho porque se frenó contrariado y desapareció en la espesura.
Los árboles no son chiquitos y uno de los niños abraza el tronco casi cómo su vientre y el otro que parece un poco más grande tal vez sólo por la remera que utilizará de bolsa viajera cargada de naranjas hasta la puerta. Por docena, pero enteritas, para el dulce de la señora de la casa vieja. No las de suelo, que la grieta es una vieja mueca victoria de haber caído por su propia voluntad.
Trepan contentos con esa plasticidad única y propia hasta las parte más altas imaginado alcanzar un desayuno que aplaque el frío.
Se ha caído el niño. Se ha roto la pierna al lado de las naranjas rotas.
No abre ventanas el llanto sostenido sobre las veredas húmedas. Parece que los perros tampoco pueden acercarse. La única respuesta es un cuchillo amargo y negro del frío que parece no importar ahora.

Mercedes Sáenz

jueves, 22 de mayo de 2008

DE LA PUERTA


DE LA PUERTA


Le costó caminar por los adoquines. El taco alto se le hacía oblicuo y la pierna se le inclinaba aún más hasta obligarla a detenerse. Tenía miedo que el bebe que llevaba en los brazos se le pudiera caer. Cruzó con paso ligero, usando los ojos cómo una defensa para cualquier cosa del mundo que pudiera detenerla. Parecía una azafata vestida de azul y llevaba el niño con esa misma actitud de uñas recién pintadas y manos limpias con la que las de abordo entregan cualquier pedido, una pastilla que detiene el ataque de un corazón a los saltos o calman con un vaso indiferente la sed de algún niño malcriado.
Llegó a la puerta de un hospital bastante prolijo. Arrimó dos sillas y en lo que consideró la sala de espera, cobijó su cuerpo en las mantas y lo dejó dormido cómo estaba.
Cuándo se retiró con el mismo paso apresurado sintió que nadie había notado su presencia. Es el entrenamiento que dá el hacer las cosas cómo elegante deber, sin poner nada de uno. Sintió también que a ese bebe no le había visto los ojos y nunca tal vez lo haría.
Su aerolínea en su último regreso salió puntual como siempre hacia la otra punta del mundo. Y en el primer silencio de su asiento de descanso pensó que encontró un bebe abandonado en la puerta dónde se alojaba por última vez en la Argentina.
No le contó a nadie. Cómo tampoco lo había hecho cuándo abandono su propio hijo para trabajar de azafata.
La llamaron para servir un refresco y no pudieron despertarla. Nadie supo porque desde sus ojos abiertos bajaban caminos negros y líneas ocres, húmedas, hasta lo blanco de su pañuelo.

Mercedes Sáenz

lunes, 19 de mayo de 2008

DIOSES ATEOS

DIOSES ATEOS






Una belleza extraña parece el callejón en su pasillo de plata vieja con una luz en transición y silencioso. Un barco en marea brava en que el movimiento se detiene.
Asoma una cabeza pequeña y apunta la boca junto a la nariz tocando todo cómo si fuera una mariposa feliz y libre volando con inocencia.
Todo su cuerpo parece dócil y la punta de sus patas calientes contra el suelo frío se apoya pisando un suspiro de algodón en el viento.
Todo ese universo de gato se acerca al vidrio de mi ventana y sus ojos tienen un color violáceo de mermelada de moras.
Siglos de mitológicos secretos adjudicados tal vez porque nada se sabe. No me gustan los gatos y estoy eligiendo palabras que me gustan al oído. ¿Cómo un riesgo en el miedo? Es cómo adular en el ruego a un dios en el que no creo.
Esos seres -placeres solitarios- que sólo claudican a seducción por conveniencia, que se mueven con la sincronización de una galaxia que vemos.
Son todos ateos. No pueden ser un error de Dios.



Mercedes Sáenz

domingo, 18 de mayo de 2008

DECLARACIÓN DE AMOR


DECLARACIÓN DE AMOR




Me gusta escribir ahí porque hay un patio con el suelo agachado pintado de colores y algunas plantas.
Las buenas puertas siempre dan la bienvenida, su madera hace una reverencia en su giro vertical y uno pasa al otro lado, en dónde se derriban las estrategias que plantean vacíos, la indiferencia deja de ser un enemigo muerto, se pulveriza la maldad sólo por el tiempo de un café postergando la injusticia o la muerte sin entender de otros. Las voces imaginadas o no leídas son una confesión privada entre los pensamientos de siempre y los de recreo por un rato. Se llega a una enorme librería y sin ninguna puerta se entra a un barcito.
Apoyé mi cuaderno en una mesa muy chica, se abrieron sus dos alas y por encima de mi algunas cabezas giraron como si todos estuviéramos sumergidos a la misma altura y ocurriera un ruido nuevo. Un café ya sabido vino hacia mí.
- ¿Quién es Mariana Serra? Preguntó uno de alrededor de ventiocho con un celular en la mano y toda una descripción encima que ahora no puedo hacer por qué preguntaba por mi. Cómo un examen insólito en una encuesta callejera dije que yo.
- Es para vos, dijo ese veintiocho que si alguna vez lo había visto no me acuerdo. Me pasó el celular y su cabeza se inclinó sobre un diario prestado como si fuera algo muy normal pasar llamadas a personas desconocidas.
Una voz que no conozco me dijo que me extrañaba, algo de un amor inmenso sin conocerme y en tres palabras que ojalá me acordara que lo hacía feliz.
Cuándo le devolví el celular a veintiocho levantó la vista del diario.
- ¿Qué fue eso? pregunté
- No tengo idea, lo único qué me dijo es que mi cuenta de veintitrés pesos estaba paga y una vez que comprobé que era cierto pregunté por vos. Ninguna llamada iba a salir más que eso porque no iba a dejarte hablar.
- ¿Puedo mirar el número del que me llamó?
- Ya lo hice, dice desconocido.
Llegó mi café y me senté. Mi cuaderno esperaba abierto como un abrazo de incógnitas. Volvieron todos los ruidos a sus lugares y mi corazón no estaba en su sitio.
Las buenas librerías, pensé, con sus patios agachados pintados de colores, algunas plantas y pájaros y algún gato y las lluvias y los soles y las voces que a veces se imaginan saliendo de algunos libros que no se conocen.
Mercedes Sáenz