domingo, 25 de mayo de 2008

LA NARANJA ROTA



LA NARANJA ROTA




La casa histórica no asoma detrás de la reja. Árboles centenarios se han ocupado de dejarla ver apenas cómo un bosquejo, un poco para hacerse saber que existe. Un poco para que en este siglo nadie la vea entera. Los márgenes sociales son tan grandes que aún a los cuidadores les da cierta picazón en la nuca pertenecer aunque sea por trabajo a semejante belleza, a esa quietud gigantesca, que por más que se adivine de afuera, parece que cómo una diosa se hubiera construido sola. No importa quienes la terminaron, es tal la soberbia de su arquitectura que su ostentación obliga a los más osados a una reverencia inconfesa.
Delante de la reja hileras de azahares en la calle que fueron naranjas, ahora colgando algunas porque no han caído todas.
De los dos niños que hay en la vereda, el más chico no sabe enmudecer por gigantes esculturales. Si hay puertas y algunas ventanas abiertas aunque sea a lo lejos, simplemente hay alguien que vive. Golpea las manos, repetidas veces.
Una señora cilíndrica viene caminando por un jardín impecable con dos perros revoloteando por su vestido. No ladran, la cola se mueve lenta. Adiestramiento puro del perro que aprendió a atacar sin ladrido previo cuándo se le da la orden.
- ¿Qué queres pibe? Es el grito que poco claro se oye, pero es lo que siempre se dice.
- Le junto naranjas doña, se las dejo en la puerta, para el dulce y usté me deja una cosita para comer, a mi hermano y a mí, lo que quiera.
La mujer levanta la mano en un gesto indefinido cómo espantando una mosca. En el gesto puede entenderse lo que cada uno quiera leer y vuelve a meterse adentro. Un perro quiso acercarse un poco más hasta los niños, pero algo deben haberle dicho porque se frenó contrariado y desapareció en la espesura.
Los árboles no son chiquitos y uno de los niños abraza el tronco casi cómo su vientre y el otro que parece un poco más grande tal vez sólo por la remera que utilizará de bolsa viajera cargada de naranjas hasta la puerta. Por docena, pero enteritas, para el dulce de la señora de la casa vieja. No las de suelo, que la grieta es una vieja mueca victoria de haber caído por su propia voluntad.
Trepan contentos con esa plasticidad única y propia hasta las parte más altas imaginado alcanzar un desayuno que aplaque el frío.
Se ha caído el niño. Se ha roto la pierna al lado de las naranjas rotas.
No abre ventanas el llanto sostenido sobre las veredas húmedas. Parece que los perros tampoco pueden acercarse. La única respuesta es un cuchillo amargo y negro del frío que parece no importar ahora.

Mercedes Sáenz

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Este relato... continúa y continúa... es el eterno grito de la necesidad y la infelicidad de los que no tienen ni lo necesario. También va de niños, pero es más dramático y muy bien terminado, "sin terminar"... porque el dolor y la sensación de frío deben entrar en nuestras conciencias.

Sonia Cautiva dijo...

El hambre, la niñez opaca ,triste en una descripción impecable y a la vista la valoración de esa niñez desamparada universalmente
¿ y por qué no negada detrás de unas rejas cerradas a la realidad?
¡Lindo, emotivo y tan, pero tan real!!
Un abrazo
Sonia

Unknown dijo...

Mercedes, le diré que entro aquí desde Azpeitia, y al leer su forma de describirse…sentí que algo vibraba dentro de mi alma, no sé que fue, ni cual la palabra exacta que me hizo detenerme, pero sí sé que volveré, para leer detenidamente sus escritos.
Reciba mi más cordial saludo.

Anónimo dijo...
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